Dos días
después, Ramón entró en un coma del que nunca saldría. Su funeral fue un acto
familiar privado seguido de un servicio funerario al que asistieron los amigos
más allegados, la familia y empresarios.
Fue un
momento muy triste para todos, especialmente para Penélope, que quedó muy
decaída y canceló toda su vida social indefinidamente.
En su
testamento, Ramón distribuyó su importante fortuna a partes iguales entre
Penélope, Pedro, Federico… y Olivia. Pedro y Paula eran nombrados
fideicomisarios de la herencia de Olivia, quien se había convertido en una niña
muy rica.
La
presencia de Pedro fue requerida en la ciudad durante la semana siguiente en
numerosas ocasiones.
Días en
los que marchaba pronto y volvía tarde, muchas veces Olivia estaba ya dormida.
Para compensarlo, llamaba a su hija durante el día varias veces.
Paula
ocupaba los días lo mejor que podía: supervisando los progresos de Olivia en la
natación, leyendo, pintando con los dedos o haciendo figuras de plastilina.
También
se ofreció para ayudar a Penélope en cualquier cosa que necesitara, pero no
tuvo éxito.
—Déjala
con su aflicción —le advirtió Pedro cuando se lo había comentado—. Tiene que
asumir la muerte de Ramón a su ritmo, a su modo.
Lo miró
atentamente y se dio cuenta de las arrugas que surcaban los bordes de sus ojos
y las ojeras.
—¿Y tú, Pedro?
—¿Preocupada
por mí, cariño?
—A lo
mejor. Un poco. Se quitó la chaqueta del traje, aflojó la corbata, se quitó los
zapatos y después la abrazó y la besó largamente.
—Dúchate
conmigo.
—Eso
podría ser peligroso —lo miró inclinando la cabeza.
—Arriésgate
y disfruta de la vida —dijo en tono de broma.
—¿En la
ducha? Le agarró el borde la camiseta y tiró de ella para sacarla de la
cinturilla del vaquero. Se la quitó en un solo movimiento, después le
desabrochó el sujetador. —¿Desde cuándo ha sido eso un problema? Buscó el botón
de los vaqueros, desabrochó la cremallera y le bajó los pantalones.
Era tan
agradable acariciar sus suaves formas, recorrer con los dedos la sensible base
de su cuello, besarla en la nuca… La suave exploración despertó un caprichoso
deseo que fue haciéndose más imperioso…
La besó
con una fuerza primitiva con la que exigía su consentimiento para poseerla.
Paula
empezó a sentirse deseosa de unirse a él con cada ataque… y lo urgió hasta un
punto salvaje en que él la levantó y se unió a ella hasta alcanzar un clímax más
intenso que ninguno de los que habían compartido anteriormente.
Después, Pedro
sencillamente apoyó la mejilla en la sien de ella mientras recuperaban el
aliento y la cascada de agua caía dulcemente sobre sus cuerpos. Dijo algo en
español y la besó de un modo increíblemente tierno. Paula tenía los ojos
inundados de lágrimas.
Con
cuidado, Pedro le enjabonó el cuerpo. Cuando él terminó, Paula le quitó el
jabón de las manos y le devolvió el favor.
Salieron
de la ducha, se envolvieron en dos albornoces y volvieron al dormitorio. El
móvil de ella sonaba de forma intermitente avisando de la llegada de un mensaje
de texto. Cuando leyó el mensaje, frunció ligeramente el ceño.
—¿Algo
urgente? —preguntó Pedro quitándose el albornoz y metiéndose en la cama.
—Es John
—dijo volviéndose a mirarlo—. Quiere saber cuándo vuelvo.
—No
volverás a Perth —dijo mirándola con tranquilidad. Paula abrió la boca y luego
volvió a cerrarla.
—Pedro,
mi trabajo, mi vida, todo está allí.
—Dejó de
estar allí cuando descubrí la existencia de Olivia.
—No
entiendes nada —protestó.
—Explícamelo
—empezó Pedro en un tono peligrosamente suave—. ¿Cómo puedes perderte entre mis
brazos noche tras noche y luego querer irte?
De pronto
se quedó sin palabras por la vergüenza que le suponía admitir que él tenía el
poder de despertar su pasión de un modo incontrolable, una pasión que, sin él,
sencillamente no existía.
—Me
pediste que me quedara un poco más por Ramón, y lo he hecho. «Dilo», rogó Paula
en silencio, «di que te importo, que significo algo para ti».
—Marcharse
no es una opción —dijo en un tono más duro. Sólo había una cosa que podía
hacer, así que se apretó el cinturón de albornoz y dijo:
—Dormiré
en otra habitación —salió del dormitorio y cerró la puerta. Las lágrimas le
corrían por las mejillas mientras recorría el pasillo en dirección a la
habitación que había ocupado los primeros días. Por alguna razón sentía la necesidad
de ver cómo estaba Olivia, de verla dormir dulcemente y tratar así de poner
coto a sus descontroladas emociones.
La media
luz dejaba ver a una niña durmiendo en paz, confiada. Sintió que se le hacía un
nudo en la garganta. Olivia era feliz allí… y ¿no había sido ése el objetivo
del viaje? Una visita para que la niña se acostumbrara al tiempo que tendría
que pasar con su padre. Una preparación para lo que le reservaba el futuro.
Paula
nunca había esperado que de la visita surgiera otra cosa. Era cierto que no
había contado con ser tan vulnerable ante el padre de la niña, o con que iba a
recordar tan nítidamente todo lo que habían compartido. Había sido una tonta.
Increíblemente ingenua al no anticipar que una relación tan formal no podría
durar mucho.
¿Habría
tramado él todo aquello? ¿Planeado seducirla para obligarla a quedarse?
¿Incluso dejarla embarazada?
Le costó
mucho dormirse y se despertó muy tarde por la mañana.
Olivia
estaba en la cocina con María y le contó que Pedro se había marchado temprano a
la ciudad. Había que hacer algo constructivo ese día, preferiblemente lejos de
casa.
Ir de
compras no le atraía. Recordó lo que le había gustado a Olivia la sección
infantil del Parque de Atracciones y pensó que sería buena idea volver. Con
Carlos, por supuesto.
Se
prepararon deprisa. La excitación de la niña se le fue contagiando a lo largo
de la jornada.
Las
vueltas en el tiovivo, los demás niños, las risas y el ambiente de verbena
ayudaron a Paula a rebajar la tensión por el mensaje de John. ¿Cómo iba a
quedarse en Madrid cuando quedaban tantas cosas por resolver?
Peor.
¿Cómo iba a soportar participar de un matrimonio de conveniencia? Más
perturbador… ¿Considerar la posibilidad de tener otro hijo?
Era
demasiado pretender que el matrimonio estaba vivo e iba bien porque el sexo
funcionaba. Ya había pasado por ello y había tirado la toalla. ¿Por qué
repetirlo?
De pronto
algo instintivo, maternal o algo así la puso en alerta. Olivia, ¿Dónde estaba Olivia?
Miedo, pánico, algo increíblemente paralizador la hizo buscar la camiseta roja
y los
vaqueros que llevaba la niña, el brillante lazo rojo del pelo… Se le animó el
corazón cuando atisbó algo rojo, pero perdió las esperanzas un segundo después.
¿Carlos?
¿Dónde demonios estaba Carlos? ¿Cómo podían haber desaparecido los dos?
—Por
favor, ha visto a una niña pequeña… —empezó a preguntar frenética en una mezcla
de inglés y español mientras describía a Olivia y la ropa que llevaba… Nada.
Rezó,
ofreció un pacto al diablo y, en un ataque de sentido común, sacó el móvil y
llamó al número privado de Pedro.
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