Divina

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domingo, 23 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 21


Dos días después, Ramón entró en un coma del que nunca saldría. Su funeral fue un acto familiar privado seguido de un servicio funerario al que asistieron los amigos más allegados, la familia y empresarios.

Fue un momento muy triste para todos, especialmente para Penélope, que quedó muy decaída y canceló toda su vida social indefinidamente.

En su testamento, Ramón distribuyó su importante fortuna a partes iguales entre Penélope, Pedro, Federico… y Olivia. Pedro y Paula eran nombrados fideicomisarios de la herencia de Olivia, quien se había convertido en una niña muy rica.

La presencia de Pedro fue requerida en la ciudad durante la semana siguiente en numerosas ocasiones.

Días en los que marchaba pronto y volvía tarde, muchas veces Olivia estaba ya dormida. Para compensarlo, llamaba a su hija durante el día varias veces.
Paula ocupaba los días lo mejor que podía: supervisando los progresos de Olivia en la natación, leyendo, pintando con los dedos o haciendo figuras de plastilina.
También se ofreció para ayudar a Penélope en cualquier cosa que necesitara, pero no tuvo éxito.

—Déjala con su aflicción —le advirtió Pedro cuando se lo había comentado—. Tiene que asumir la muerte de Ramón a su ritmo, a su modo.
Lo miró atentamente y se dio cuenta de las arrugas que surcaban los bordes de sus ojos y las ojeras.

—¿Y tú, Pedro?

—¿Preocupada por mí, cariño?

—A lo mejor. Un poco. Se quitó la chaqueta del traje, aflojó la corbata, se quitó los zapatos y después la abrazó y la besó largamente.

—Dúchate conmigo.

—Eso podría ser peligroso —lo miró inclinando la cabeza.

—Arriésgate y disfruta de la vida —dijo en tono de broma.

—¿En la ducha? Le agarró el borde la camiseta y tiró de ella para sacarla de la cinturilla del vaquero. Se la quitó en un solo movimiento, después le desabrochó el sujetador. —¿Desde cuándo ha sido eso un problema? Buscó el botón de los vaqueros, desabrochó la cremallera y le bajó los pantalones.

Era tan agradable acariciar sus suaves formas, recorrer con los dedos la sensible base de su cuello, besarla en la nuca… La suave exploración despertó un caprichoso deseo que fue haciéndose más imperioso…
La besó con una fuerza primitiva con la que exigía su consentimiento para poseerla.

Paula empezó a sentirse deseosa de unirse a él con cada ataque… y lo urgió hasta un punto salvaje en que él la levantó y se unió a ella hasta alcanzar un clímax más intenso que ninguno de los que habían compartido anteriormente.

Después, Pedro sencillamente apoyó la mejilla en la sien de ella mientras recuperaban el aliento y la cascada de agua caía dulcemente sobre sus cuerpos. Dijo algo en español y la besó de un modo increíblemente tierno. Paula tenía los ojos inundados de lágrimas.

Con cuidado, Pedro le enjabonó el cuerpo. Cuando él terminó, Paula le quitó el jabón de las manos y le devolvió el favor.

Salieron de la ducha, se envolvieron en dos albornoces y volvieron al dormitorio. El móvil de ella sonaba de forma intermitente avisando de la llegada de un mensaje de texto. Cuando leyó el mensaje, frunció ligeramente el ceño.

—¿Algo urgente? —preguntó Pedro quitándose el albornoz y metiéndose en la cama.

—Es John —dijo volviéndose a mirarlo—. Quiere saber cuándo vuelvo.

—No volverás a Perth —dijo mirándola con tranquilidad. Paula abrió la boca y luego volvió a cerrarla.

—Pedro, mi trabajo, mi vida, todo está allí.

—Dejó de estar allí cuando descubrí la existencia de Olivia.

—No entiendes nada —protestó.

—Explícamelo —empezó Pedro en un tono peligrosamente suave—. ¿Cómo puedes perderte entre mis brazos noche tras noche y luego querer irte?

De pronto se quedó sin palabras por la vergüenza que le suponía admitir que él tenía el poder de despertar su pasión de un modo incontrolable, una pasión que, sin él, sencillamente no existía.

—Me pediste que me quedara un poco más por Ramón, y lo he hecho. «Dilo», rogó Paula en silencio, «di que te importo, que significo algo para ti».

—Marcharse no es una opción —dijo en un tono más duro. Sólo había una cosa que podía hacer, así que se apretó el cinturón de albornoz y dijo:

—Dormiré en otra habitación —salió del dormitorio y cerró la puerta. Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras recorría el pasillo en dirección a la habitación que había ocupado los primeros días. Por alguna razón sentía la necesidad de ver cómo estaba Olivia, de verla dormir dulcemente y tratar así de poner coto a sus descontroladas emociones.

La media luz dejaba ver a una niña durmiendo en paz, confiada. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Olivia era feliz allí… y ¿no había sido ése el objetivo del viaje? Una visita para que la niña se acostumbrara al tiempo que tendría que pasar con su padre. Una preparación para lo que le reservaba el futuro.

Paula nunca había esperado que de la visita surgiera otra cosa. Era cierto que no había contado con ser tan vulnerable ante el padre de la niña, o con que iba a recordar tan nítidamente todo lo que habían compartido. Había sido una tonta. Increíblemente ingenua al no anticipar que una relación tan formal no podría durar mucho.

¿Habría tramado él todo aquello? ¿Planeado seducirla para obligarla a quedarse? ¿Incluso dejarla embarazada?

Le costó mucho dormirse y se despertó muy tarde por la mañana.
Olivia estaba en la cocina con María y le contó que Pedro se había marchado temprano a la ciudad. Había que hacer algo constructivo ese día, preferiblemente lejos de casa.

Ir de compras no le atraía. Recordó lo que le había gustado a Olivia la sección infantil del Parque de Atracciones y pensó que sería buena idea volver. Con Carlos, por supuesto.
Se prepararon deprisa. La excitación de la niña se le fue contagiando a lo largo de la jornada.

Las vueltas en el tiovivo, los demás niños, las risas y el ambiente de verbena ayudaron a Paula a rebajar la tensión por el mensaje de John. ¿Cómo iba a quedarse en Madrid cuando quedaban tantas cosas por resolver?

Peor. ¿Cómo iba a soportar participar de un matrimonio de conveniencia? Más perturbador… ¿Considerar la posibilidad de tener otro hijo?
Era demasiado pretender que el matrimonio estaba vivo e iba bien porque el sexo funcionaba. Ya había pasado por ello y había tirado la toalla. ¿Por qué repetirlo?

De pronto algo instintivo, maternal o algo así la puso en alerta. Olivia, ¿Dónde estaba Olivia? Miedo, pánico, algo increíblemente paralizador la hizo buscar la camiseta roja y los vaqueros que llevaba la niña, el brillante lazo rojo del pelo… Se le animó el corazón cuando atisbó algo rojo, pero perdió las esperanzas un segundo después.

¿Carlos? ¿Dónde demonios estaba Carlos? ¿Cómo podían haber desaparecido los dos?

—Por favor, ha visto a una niña pequeña… —empezó a preguntar frenética en una mezcla de inglés y español mientras describía a Olivia y la ropa que llevaba… Nada.


Rezó, ofreció un pacto al diablo y, en un ataque de sentido común, sacó el móvil y llamó al número privado de Pedro.


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