Divina

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sábado, 15 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 15



—¿Se va a morir Ramón?
El tono lastimero de la pregunta hizo que Paula se arrodillara y abrazara a su hija.

—Está muy enfermo —dijo con cariño.

—Como Fred. Fred era un hámster que había desarrollado un tumor y al que había sustituido, tras una ceremonia de duelo, por un pez de colores.

—Como Fred —reconoció solemne.

—Me pondré triste —dijo Olivia, Paula la abrazó más fuerte y para cambiar de tema le propuso bañarse en la piscina.

Era un día cálido. Fueron a por las toallas, avisaron a Carlos de dónde iban a estar y bajaron a la piscina.
Olivia era como un pez en el agua, buceaba, flotaba y nada increíblemente bien para la edad que tenía.

—¡Papá!

Paula se dio la vuelta lentamente en la dirección que indicaba Olivia y vio la alta figura de Pedro caminando por el césped en dirección a la piscina.
Vestido con un albornoz negro y con una toalla colgando del hombro, parecía evidente que su intención era unirse a ellas, y Paula trató de ignorar la convulsión que experimentó en su interior. No quería sentirse así y odiaba que su cuerpo fuera tan traidor. Era terrible que le recordara constantemente el calor y la pasión que corría por sus venas y que cada día que pasaba se volvía más intenso. Por las noches era peor, sola en la cama, consciente de que estaba en una habitación al lado de la suya. ¿Dormiría él bien o permanecería despierto durante horas como ella?

«Basta», dijo una voz interior.

Una parte de ella deseaba que Pedro se fuera todos los días a la ciudad a trabajar en vez de aprovechar las nuevas tecnologías para poder hacerlo desde casa, pero tenía que reconocer que era lógico que se organizara del modo que le permitiera pasar el mayor tiempo posible con su hija.

Y allí estaba, a punto de quitarse el albornoz y unirse a ellas en el agua.
Agotada, Paula apreció el respetable bañador negro. Se le aceleró el corazón al ver el musculoso cuerpo. La miró a los ojos un instante antes de que Paula volviera de nuevo su atención a Olivia.

—Papá, mira cómo nado. Así lo hizo mientras se metía en el agua y aplaudía los esfuerzos de su hija.

Paula era consciente de lo escaso de su bañador, cortado bastante alto en las caderas y con un escote en V muy marcado entre los pechos, un poco más llenos desde el nacimiento de Olivia. ¿Se habría dado cuenta él?

«Oh, por Dios, para», se reconvino en silencio. ¿En qué estaba pensando?

La calidez de su contacto cuando la había acunado en la limusina había avivado algo dentro de ella, le había recordado vívidamente lo que habían compartido… y nunca volverían a compartir.

—Olivia es una maravilla —dijo Pedro con tranquilidad—, obediente y educada. Lo has hecho muy bien con ella.

—¿Un cumplido, Pedro? —lo miró desconfiada.

—¿Es tan difícil aceptar que pueda dedicarte uno? Estaba cerca, y Olivia tuvo que reprimir la casi irresistible necesidad de alejarse de él.

—Dadas las circunstancias, sí —afirmó con frialdad.

—Quizá sería lo más sabio ignorar las circunstancias —hizo una pausa cargada de significado— e intentar seguir adelante.

—Así lo estaba haciendo —dijo en tono dulce—, hasta que me arrastraste hasta aquí con amenazas —dio un par de brazadas para alejarse e ignorarlo.

Algo difícil cuando Olivia no hacía más que atraer su atención con gritos y risas cada vez que él la salpicaba o dejaba que lo atrapara.

Era bueno con ella. Amable. Jugaba con ella y se había convertido en su ídolo. «Papá» aparecía en su conversación con frecuencia.

María sirvió el té en la sala al mismo tiempo que la cena de Olivia cuya hora de acostarse se iba retrasando gradualmente para adaptarse a las costumbres locales. Donde Paula había previsto dificultades, no aparecían: Olivia se había adaptado felizmente a su nuevo modo de vida y aceptaba los cambios con sorprendente facilidad.

Era ella quien estaba teniendo problemas al ser invadida por emociones ambivalentes que hacían que su torbellino interior creciera cada día que pasaba.

—Esta noche le toca a mamá —dijo Olivia mientras Paula la llevaba a la cama y después elegía uno de los cuentos.
Pedro se sentó cerca.

Era complicado abstraerse a la presencia de él y concentrarse en leer el cuento. Él estaba ahí, era una entidad física imposible de ignorar y era completamente consciente de su mirada, de su presencia dinámica.

Olivia escuchaba atenta luchando contra el sueño hasta que se le cerraron los párpados y se le acompasó la respiración. Paula cerró el libro con cuidado, recolocó la ropa de la cama, comprobó el intercomunicador y la luz de noche y se detuvo un momento en el umbral antes de cerrar la puerta.

Pedro la siguió, se dieron la vuelta a la vez y se rozaron. De los labios de ella surgió una disculpa automática y se desplazó rápidamente para aumentar la distancia entre ambos mientras atravesaban el corredor que conducía a las escaleras.

—Olivia tiene mucha suerte de tenerte de madre.

—No puedo imaginarme mi vida sin ella.

—Hay una solución —dijo él mirándola mientras bajaban las escaleras.

—¿Cuál…? —se detuvo al llegar al amplio vestíbulo.

—Quédate.

—¿Contigo? —cerró los ojos y luego los abrió—. No creo.

—Es una casa grande. Vivirías de un modo envidiable y nunca tendrías que separarte de Olivia —añadió.

—Define envidiable —dijo en tono glacial.

—Una cuenta sin límite. Joyas. El vehículo que quieras. Un guardaespaldas personal. Todo lo que merece la esposa de un hombre muy rico.

—¿Crees que me importan los vestidos de diseño, los Manolos, las joyas? — hizo una pausa para recuperar el aliento—. ¿Ir a la ópera, el teatro, las recepciones benéficas, esas fiestas que son lo último? —se sentía llena de rabia, incapaz de contenerla—. ¿Vivir en esta mansión y tener tiempo para participar en comités benéficos y convertirme en la esposa ejemplar dentro y fuera del dormitorio? ¿Crees que algo de eso es importante para mí?

—¿Ni siquiera lo del dormitorio? —dijo en tono divertido.

—No —mintió.

—Entonces —su voz era peligrosamente suave—, quizá no te importaría explicarte con más detalle.

Paula alzó la barbilla y le lanzó una mirada abrasadora. Si fuera posible dar marcha atrás al reloj, recuperar el amor que habían compartido. Pero eso era imposible.

—Crees que puedes comprar cualquier cosa que quieras. Todo tiene un precio. Incluso yo. ¡Te equivocas! —sus ojos tenían un tono desvaído—. Y sobre tu sugerencia… —casi no podía hablar—. ¡Olvídate! —respiró hondo para recuperar el control—. Ni siquiera por Olivia me dejaré atrapar en un matrimonio sin amor — añadió con vehemencia.

Pedro alzó burlón una ceja en silencio.

—Ya me has roto el corazón una vez —cualquier esperanza de que cicatrizara se había evaporado cuando había oído su voz y visto su imagen en el monitor del portal de su casa unas semanas antes—. De ningún modo te daré la oportunidad de que vuelvas a hacerlo.

—Ya veo que no me he explicado bien —dijo morosamente—. No sólo viviríamos bajo el mismo techo, también compartiríamos dormitorio, cama.

—A ver si te entiendo: ¿me estás ofreciendo el sexo como un extra?

—Un matrimonio normal. La posibilidad de que nuestra familia crezca.

—Perdona —estaba desbocada, no podía parar—, pero ya he experimentado tu versión de la normalidad y la aborrezco.

—¿Y nada que diga podrá convencerte de lo contrario? Paula se irguió todo lo que pudo y lo miró de un modo que hubiera abrasado a cualquiera.

—No —dicho eso se dio la vuelta y empezó a subir las escaleras. No le apetecía sentarse a cenar con él. Además, no tenía hambre. Prefería buscar un libro y sentarse a leer en cualquier sitio. Habría sido un buen plan si hubiera sido capaz de concentrarse en el texto.

Después de un momento, dejó el libro a un lado, encendió la televisión y buscó algo que le interesara. Un programa de cocina le pareció bien, aunque sólo sirvió para recordarle que no había cenado.

«De acuerdo», se dijo, «admítelo, estás loca por él».

Pero pensar en acceder a su proposición le pareció un insulto. No había sido ni su dinero ni su posición lo que la había atraído. Maldición, ni siquiera sabía quién era.


Las siguientes semanas pasarían deprisa y después volvería a casa con Olivia y recuperaría la normalidad.


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