Divina

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miércoles, 19 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 17



 Paula se despertó por el sonido sordo de la ducha, registró la enorme cama, las sábanas revueltas… cerró los ojos y la memoria la obsequió con una vívida imagen de lo que había ocurrido y con quién. Por si quedaba alguna duda, su cuerpo mostraba numerosas señales para despejarlas. La menor de ellas era la necesidad de ducharse y de volver a su habitación a vestirse.

Olivia.

Buscó el reloj y después respiró aliviada. Eran las seis. Olivia raramente se despertaba antes de las siete.

La ducha se cerró y ella se apresuró a salir de la cama. ¿Dónde estaba la camiseta? Miró el suelo, pero nada. ¿La habría recogido Pedro?

Horror, no habría sido María… Era demasiado temprano, así que descartó la posibilidad. ¿Entonces dónde demonios estaba? Tenía que cubrirse con algo, así que se acercó al armario de Pedro y tomó la primera camisa que tocaron sus dedos, metió un brazo en cada manga y después volvió a la habitación al mismo tiempo que Pedro salía del cuarto de baño con una toalla en las caderas.

Ya no tenía ninguna oportunidad de escapar sin que la viera. Una sonrisa se dibujó en los labios de él al ver cómo lo miraba.

—Buenos días —dijo con voz íntima mientras se acercaba a ella y la besaba sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Sus ojos se abrieron por la compleja mezcla de emociones que la asaltaba. En ese momento, separó sus labios de los de ella un instante.

—Pedro…

Interrumpió su frase volviendo a besarla y sintió más que oyó la protesta de ella. Paula cerró los ojos para volver a abrirlos de repente un instante después cuando una de sus manos cubrió un pecho y le acarició suavemente el pezón antes de deslizarse por el abdomen hasta los suaves rizos de la unión de sus piernas. Su caricia era increíblemente suave, deslizó los dedos hasta encontrar su sensible capullo y absorbió su aliento mientras la iba llevando por la espiral del clímax, después la sostuvo entre sus brazos hasta que los últimos espasmos cesaron.

Por un momento, el pasado no existió mientras la besaba en los ojos antes de soltarla.

—Te veo muy a la moda —recorrió el borde abierto de la camisa con un dedo—, aunque te prefiero sin nada.

Ella se cerró la camisa en un ataque de pudor y se apartó de él. Pedro esperó hasta que alcanzó la puerta, después advirtió con tranquilidad:

—De ahora en adelante dormirás conmigo.

Ella no respondió, no fue capaz de encontrar las palabras adecuadas, así que abrió la puerta y salió de la habitación.

Fue un alivio descubrir que Olivia aún dormía. Se duchó deprisa, después se puso una falda tipo cíngara de tonos marrones y una blusa muy a la moda, se secó el pelo, se recogió el pelo de modo informal, se puso brillo en los labios y oyó que su hija se despertaba.

Desayunaron en el porche cerrado y Paula se esforzó por concentrarse en la animada conversación de Olivia con Pedro al enterarse la niña de que después de ver a Ramón irían al Aquopolis.

Si miraba a Pedro, sus ojos la traicionarían al recordad el erótico sabor de su boca, cómo sus manos habían recorrido su cuerpo y le habían regalado un placer indescriptible.

Aquello no debería haber sucedido. No podía permitir que él supiera que estaba intoxicada por el deseo de unirse a él una y otra vez en un clímax primitivo e hipnótico.

Su cuerpo le recordaba dónde había estado él y dónde volvería a estar. A menos que ella se negara, pero negarse supondría negarse a sí misma.

—Mamá, no me estás escuchando.

Paula fingió una sonrisa y siguió evitando la mirada de Pedro mientras ponía toda su atención en la niña.
Sabía lo que él vería, y no quería que le leyera la mente, porque él siempre se las arreglaba para saber lo que estaba pensando por mucho que ella intentara ocultarlo.

—¿Tenemos que preparar la bolsa de baño para ir al Aquopolis? —se arriesgó a adivinar y oyó la risita de él por el suspiro de Olivia.

—Papá dice que mañana podemos comer en otro parque. Mañana no, pasado.

—Eso es estupendo, cariño —vio el cuenco vacío de cereales—. ¿Qué quieres que te ponga en la tostada?

La vuelta a la normalidad podía engañar a la niña, pero no al hombre que tenía sentado frente a ella. Fue un alivio cuando terminó el desayuno.

Ramón parecía haber empeorado un poco, su aspecto de fragilidad había aumentado, aunque su sonrisa seguía siendo cálida y en sus ojos se apreciaba la felicidad de ver a Olivia. La vista fue breve por prescripción médica. Cada día se cansaba más.

El Aquopolis resultó ser maravilloso. Había muchas atracciones que tuvieron entretenida a Olivia varias horas.

Volvieron a casa y, tras un baño y una cena rápida, la niña se quedó dormida en cuanto tocó la almohada con la cabeza. Paula se retiró a su habitación a ducharse y cambiarse para la cena… y descubrió que sus cosas ya no estaban allí. ¿Pedro? ¿O María cumpliendo sus instrucciones?

Daba lo mismo… aquello no iba a permitirlo. Una trasgresión de una noche era más que suficiente. No iba a repetirse.

Con eso en mente cruzó el pasillo hasta la habitación de él y entró sin molestarse en llamar. Sonaba la ducha. Cruzó en silencio la habitación y entró en el armario, sacó su ropa y la echó encima de la cama, después reunió sus objetos de aseo personal, se los llevó a su habitación y volvió a buscar lo que quedaba.
Estaba recogiéndolo todo cuando una voz profunda hizo que parara.

—¿Buscando algo? Se tomó un segundo para respirar hondo y después se dio la vuelta. Sintió un súbito estremecimiento en su  interior al ver su cuerpo casi desnudo.

—No me voy a venir a tu habitación.

—¿Prefieres que me cambie yo a la tuya?

—Entonces tenemos un problema.

—No, no lo tenemos.

—¿Pretendes escabullirte hasta aquí todas las noches y después volver a tu cuarto al amanecer?

—Lo de anoche fue… —lo miró fijamente.

—¿Un error? —su tono estaba llevando los nervios de Paula al límite—. ¿Nos dejamos arrastrar por el deseo?

—Sí —dijo a pesar del nudo que tenía en la garganta.

—Justifica lo de anoche como quieras, eso no cambiará dónde vas a dormir — vio cómo se quedaba pálida, pero se mostró inflexible—. La cama es grande y el sexo —enfatizó ligeramente la palabra— no estará en el menú a menos que tú decidas que esté.

—¡Tienes que estar de broma!

—No —se dio la vuelta y se dirigió a su armario—. Voy a vestirme para cenar —hizo una pausa—. Lleva las cosas a tu habitación si es lo que quieres, pero si te acuestas allí, te despertarás en la mía.

Paula se limitó a mirarlo y se metió en el cuarto de baño donde se desnudó y se dio una larga ducha caliente con la esperanza de que eso aplacara su rabia.

Muy bien, así que era la guerra, pensó mientras se secaba y después envolvía con una toalla sujeta encima de los pechos antes de volver a entrar en la habitación.

Pedro la miró con gesto humorístico mientras se remangaba la camisa y se ponía unos cómodos mocasines de cuero.

—¿Te ha dicho alguien que eres imposible?

—Touché… —tuvo la satisfacción de reconocer él. Ella parecía mucho más joven con el pelo revuelto y sin maquillaje. Tuvo que reprimir el deseo de quitarle la toalla y besarla.

—María espera con la cena.

Paula estuvo a punto de decirle qué podía hacer con la cena, pero no confiaba en ser capaz de hablar. En lugar de eso, sacó ropa interior limpia de un cajón, eligió un vestido y volvió a desaparecer en el baño.

En un acto de desafío, dedicó a vestirse más tiempo del necesario y, cuando salió, se lo encontró hablando en francés por el móvil. Se puso unas sandalias.

—¿Problemas? —preguntó en tono dulce cuando él terminó de hablar.

—Nada que no pueda manejar.

—Oh, ¡qué satisfecho de ser el paradigma de la profesionalidad! Pedro casi se echó a reír. No se parecía a ninguna otra mujer que conociera.

—¿Bajamos a cenar?

—Oh, sí. Refrescante, ella era definitivamente refrescante. Se preguntó si sería tan valiente cuando volvieran al piso de arriba después de cenar.


—Me gustaría llevar mañana por la tarde a Olivia al centro —dijo Paula mientras le servía café y ella se tomaba un té.

—¿Una excursión de compras?

—No, algunos regalitos para los amigos de Olivia y algo especial para Anna.

—Con la condición de que os acompañemos Carlos y yo.

—Podemos ir en metro.

—No.

—¿Con limusina y guardaespaldas? —dijo en tono de broma.

—Una precaución necesaria. El dinero de los Alfonso estaba invertido en numerosas corporaciones en todo el mundo, eso había hecho que la fortuna personal de Pedro se hubiera incrementado considerablemente en los últimos cuatro años. Eso hacía de la familia un objetivo potencial.

—Si insistes —concedió Paula sabiendo que discutir con él sobre ese tema era perder el tiempo—, pero con una condición: que yo decida lo que se compra. No quiero que Olivia se crea demasiado importante y se convierta en una niña malcriada.

—Iremos a la ciudad después de visitar a Ramón.

—Gracias. Paula se terminó el té, después pasó todo de la mesa a una camarera de ruedas y la llevó a la cocina. Metió la comida en la nevera y los platos en el lavavajillas.

—Tengo que hacer unas llamadas internacionales y mandar unos correos electrónicos —le informó Pedro cuando volvió al comedor.


Mejor, pensó, con un poco de suerte estaría dormida cuando él subiera.

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