Paula se
despertó por el sonido sordo de la ducha, registró la enorme cama, las sábanas
revueltas… cerró los ojos y la memoria la obsequió con una vívida imagen de lo
que había ocurrido y con quién. Por si quedaba alguna duda, su cuerpo mostraba
numerosas señales para despejarlas. La menor de ellas era la necesidad de
ducharse y de volver a su habitación a vestirse.
Olivia.
Buscó el
reloj y después respiró aliviada. Eran las seis. Olivia raramente se despertaba
antes de las siete.
La ducha
se cerró y ella se apresuró a salir de la cama. ¿Dónde estaba la camiseta? Miró
el suelo, pero nada. ¿La habría recogido Pedro?
Horror,
no habría sido María… Era demasiado temprano, así que descartó la posibilidad.
¿Entonces dónde demonios estaba? Tenía que cubrirse con algo, así que se acercó
al armario de Pedro y tomó la primera camisa que tocaron sus dedos, metió un
brazo en cada manga y después volvió a la habitación al mismo tiempo que Pedro
salía del cuarto de baño con una toalla en las caderas.
Ya no
tenía ninguna oportunidad de escapar sin que la viera. Una sonrisa se dibujó en
los labios de él al ver cómo lo miraba.
—Buenos
días —dijo con voz íntima mientras se acercaba a ella y la besaba sin que
pudiera hacer nada por evitarlo.
Sus ojos
se abrieron por la compleja mezcla de emociones que la asaltaba. En ese
momento, separó sus labios de los de ella un instante.
—Pedro…
Interrumpió
su frase volviendo a besarla y sintió más que oyó la protesta de ella. Paula
cerró los ojos para volver a abrirlos de repente un instante después cuando una
de sus manos cubrió un pecho y le acarició suavemente el pezón antes de
deslizarse por el abdomen hasta los suaves rizos de la unión de sus piernas. Su
caricia era increíblemente suave, deslizó los dedos hasta encontrar su sensible
capullo y absorbió su aliento mientras la iba llevando por la espiral del
clímax, después la sostuvo entre sus brazos hasta que los últimos espasmos
cesaron.
Por un
momento, el pasado no existió mientras la besaba en los ojos antes de soltarla.
—Te veo
muy a la moda —recorrió el borde abierto de la camisa con un dedo—, aunque te
prefiero sin nada.
Ella se
cerró la camisa en un ataque de pudor y se apartó de él. Pedro esperó hasta que
alcanzó la puerta, después advirtió con tranquilidad:
—De ahora
en adelante dormirás conmigo.
Ella no
respondió, no fue capaz de encontrar las palabras adecuadas, así que abrió la
puerta y salió de la habitación.
Fue un
alivio descubrir que Olivia aún dormía. Se duchó deprisa, después se puso una
falda tipo cíngara de tonos marrones y una blusa muy a la moda, se secó el
pelo, se recogió el pelo de modo informal, se puso brillo en los labios y oyó
que su hija se despertaba.
Desayunaron
en el porche cerrado y Paula se esforzó por concentrarse en la animada
conversación de Olivia con Pedro al enterarse la niña de que después de ver a
Ramón irían al Aquopolis.
Si miraba
a Pedro, sus ojos la traicionarían al recordad el erótico sabor de su boca,
cómo sus manos habían recorrido su cuerpo y le habían regalado un placer
indescriptible.
Aquello
no debería haber sucedido. No podía permitir que él supiera que estaba
intoxicada por el deseo de unirse a él una y otra vez en un clímax primitivo e
hipnótico.
Su cuerpo
le recordaba dónde había estado él y dónde volvería a estar. A menos que ella
se negara, pero negarse supondría negarse a sí misma.
—Mamá, no
me estás escuchando.
Paula
fingió una sonrisa y siguió evitando la mirada de Pedro mientras ponía toda su
atención en la niña.
Sabía lo
que él vería, y no quería que le leyera la mente, porque él siempre se las
arreglaba para saber lo que estaba pensando por mucho que ella intentara
ocultarlo.
—¿Tenemos
que preparar la bolsa de baño para ir al Aquopolis? —se arriesgó a adivinar y
oyó la risita de él por el suspiro de Olivia.
—Papá
dice que mañana podemos comer en otro parque. Mañana no, pasado.
—Eso es
estupendo, cariño —vio el cuenco vacío de cereales—. ¿Qué quieres que te ponga
en la tostada?
La vuelta
a la normalidad podía engañar a la niña, pero no al hombre que tenía sentado
frente a ella. Fue un alivio cuando terminó el desayuno.
Ramón
parecía haber empeorado un poco, su aspecto de fragilidad había aumentado,
aunque su sonrisa seguía siendo cálida y en sus ojos se apreciaba la felicidad
de ver a Olivia. La vista fue breve por prescripción médica. Cada día se
cansaba más.
El
Aquopolis resultó ser maravilloso. Había muchas atracciones que tuvieron
entretenida a Olivia varias horas.
Volvieron
a casa y, tras un baño y una cena rápida, la niña se quedó dormida en cuanto
tocó la almohada con la cabeza. Paula se retiró a su habitación a ducharse y
cambiarse para la cena… y descubrió que sus cosas ya no estaban allí. ¿Pedro?
¿O María cumpliendo sus instrucciones?
Daba lo
mismo… aquello no iba a permitirlo. Una trasgresión de una noche era más que
suficiente. No iba a repetirse.
Con eso
en mente cruzó el pasillo hasta la habitación de él y entró sin molestarse en
llamar. Sonaba la ducha. Cruzó en silencio la habitación y entró en el armario,
sacó su ropa y la echó encima de la cama, después reunió sus objetos de aseo
personal, se los llevó a su habitación y volvió a buscar lo que quedaba.
Estaba
recogiéndolo todo cuando una voz profunda hizo que parara.
—¿Buscando
algo? Se tomó un segundo para respirar hondo y después se dio la vuelta. Sintió
un súbito estremecimiento en su interior
al ver su cuerpo casi desnudo.
—No me
voy a venir a tu habitación.
—¿Prefieres
que me cambie yo a la tuya?
—Entonces
tenemos un problema.
—No, no
lo tenemos.
—¿Pretendes
escabullirte hasta aquí todas las noches y después volver a tu cuarto al
amanecer?
—Lo de
anoche fue… —lo miró fijamente.
—¿Un
error? —su tono estaba llevando los nervios de Paula al límite—. ¿Nos dejamos
arrastrar por el deseo?
—Sí —dijo
a pesar del nudo que tenía en la garganta.
—Justifica
lo de anoche como quieras, eso no cambiará dónde vas a dormir — vio cómo se
quedaba pálida, pero se mostró inflexible—. La cama es grande y el sexo —enfatizó
ligeramente la palabra— no estará en el menú a menos que tú decidas que esté.
—¡Tienes
que estar de broma!
—No —se
dio la vuelta y se dirigió a su armario—. Voy a vestirme para cenar —hizo una
pausa—. Lleva las cosas a tu habitación si es lo que quieres, pero si te
acuestas allí, te despertarás en la mía.
Paula se
limitó a mirarlo y se metió en el cuarto de baño donde se desnudó y se dio una
larga ducha caliente con la esperanza de que eso aplacara su rabia.
Muy bien,
así que era la guerra, pensó mientras se secaba y después envolvía con una
toalla sujeta encima de los pechos antes de volver a entrar en la habitación.
Pedro la
miró con gesto humorístico mientras se remangaba la camisa y se ponía unos
cómodos mocasines de cuero.
—¿Te ha
dicho alguien que eres imposible?
—Touché…
—tuvo la satisfacción de reconocer él. Ella parecía mucho más joven con el pelo
revuelto y sin maquillaje. Tuvo que reprimir el deseo de quitarle la toalla y
besarla.
—María
espera con la cena.
Paula
estuvo a punto de decirle qué podía hacer con la cena, pero no confiaba en ser
capaz de hablar. En lugar de eso, sacó ropa interior limpia de un cajón, eligió
un vestido y volvió a desaparecer en el baño.
En un
acto de desafío, dedicó a vestirse más tiempo del necesario y, cuando salió, se
lo encontró hablando en francés por el móvil. Se puso unas sandalias.
—¿Problemas?
—preguntó en tono dulce cuando él terminó de hablar.
—Nada que
no pueda manejar.
—Oh, ¡qué
satisfecho de ser el paradigma de la profesionalidad! Pedro casi se echó a
reír. No se parecía a ninguna otra mujer que conociera.
—¿Bajamos
a cenar?
—Oh, sí. Refrescante, ella era definitivamente
refrescante. Se preguntó si sería tan valiente cuando volvieran al piso de
arriba después de cenar.
—Me
gustaría llevar mañana por la tarde a Olivia al centro —dijo Paula mientras le
servía café y ella se tomaba un té.
—¿Una
excursión de compras?
—No,
algunos regalitos para los amigos de Olivia y algo especial para Anna.
—Con la
condición de que os acompañemos Carlos y yo.
—Podemos
ir en metro.
—No.
—¿Con
limusina y guardaespaldas? —dijo en tono de broma.
—Una
precaución necesaria. El dinero de los Alfonso estaba invertido en numerosas
corporaciones en todo el mundo, eso había hecho que la fortuna personal de Pedro
se hubiera incrementado considerablemente en los últimos cuatro años. Eso hacía
de la familia un objetivo potencial.
—Si
insistes —concedió Paula sabiendo que discutir con él sobre ese tema era perder
el tiempo—, pero con una condición: que yo decida lo que se compra. No quiero
que Olivia se crea demasiado importante y se convierta en una niña malcriada.
—Iremos a
la ciudad después de visitar a Ramón.
—Gracias.
Paula se terminó el té, después pasó todo de la mesa a una camarera de ruedas y
la llevó a la cocina. Metió la comida en la nevera y los platos en el
lavavajillas.
—Tengo
que hacer unas llamadas internacionales y mandar unos correos electrónicos —le
informó Pedro cuando volvió al comedor.
Mejor,
pensó, con un poco de suerte estaría dormida cuando él subiera.
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