Divina

Divina

domingo, 27 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 45


Pau

Aquí estoy, aquí estamos, en esta espiral eterna de felicidad, lujuria, pasión, amor abrumador y dolor. El dolor parece ganar, siempre gana, y ya estoy cansada de luchar.

Veo cómo cruza la habitación y me obligo a que no me importe. En el momento en que se cierra la puerta me golpeo la frente con las manos y me froto las sienes. ¿Qué me pasa que parece que no vea nada que no sea él? ¿Por qué me he despertado esta mañana dispuesta a vivir sin él para encontrarme en su cama horas más tarde?

Odio que tenga ese poder sobre mí, pero juro por mi vida que no puedo evitarlo. No lo culpo por mi debilidad, pero si lo hiciera tendría que decir que hace que me resulte muy difícil distinguir con claridad las líneas que separan lo bueno de lo malo. Cuando me sonríe, esas líneas se emborronan y se mezclan, y es literalmente imposible luchar contra la sensación que impulsa todo mi cuerpo.


Me hace reír tanto como llorar, y me hace sentir de nuevo como cuando estaba convencida de que mi destino era la nada en mi interior. Creía con todas mis fuerzas que nunca volvería a sentir nada, pero Pedro me sacó de aquello, me cogió de la mano cuando parecía que a nadie le importaba lo bastante hacerlo y me llevó a la superficie.

No es que nada de eso cambie el hecho de que no podamos estar juntos. Es que simplemente no funciona, no puedo permitirme volver a hacerme ilusiones de nuevo para que él las destruya cuando vuelva a echarse atrás, cuando retire todo lo que ha confesado, y me niego a que la única mano que me ayuda sea la misma que me destroza una y otra vez.

Aquí estoy, con la cara entre las manos, pensando demasiado en los errores que he cometido —mis errores, sus errores, los errores de nuestros padres— y en cómo los míos parecen estar devorándome, negándose a dejarme en paz.

Tuve una pizca de serenidad y calma cuando sus manos estaban sobre mi cuerpo, su boca en la mía, sus dedos abriéndose paso entre la fina piel de mis muslos. No obstante, minutos más tarde, el fuego se ha extinguido y estoy sola. Estoy sola, herida y avergonzada, y es lo mismo de siempre, sólo que con un final aún más patético que en la última entrega.

Me pongo en pie, vuelvo a abrocharme el sujetador y me coloco la sudadera de Landon. No puedo estar aquí cuando Pedro vuelva. No puedo pasarme los próximos diez minutos preparándome para cuando quiera que decida aparecer. He hecho esto demasiadas veces y al final llegué a un punto en el que mi necesidad de él no era tan abrumadora; en el que no estaba presente en todos y cada uno de mis pensamientos, no era el responsable de cada aliento, y en el que por fin podía vislumbrar una vida después de él.

Esto ha sido una recaída. Eso es todo. Ha sido un fallo de juicio y el terrible silencio que reina en la habitación me lo recuerda.

Para cuando lo oigo abrir la puerta del baño, ya estoy vestida y en mi cuarto. Sus pasos resuenan cada vez más fuertes a medida que se acerca, y sólo le lleva unos segundos darse cuenta de que ya no estoy en su habitación.

No llama a la puerta —sabía que no lo haría— antes de entrar en mi cuarto.

Estoy sentada en la cama con las piernas cruzadas y pegadas al cuerpo, protegiéndome. Debo de parecerle patética: mis ojos arden con lágrimas de arrepentimiento y mi piel huele a él.

—¿Por qué te has ido?

Tiene el pelo mojado y unas gotas de agua le resbalan sobre la frente. Sus manos descansan sobre sus caderas desnudas porque lleva los shorts demasiado bajos.

—No me he ido. Has sido tú —puntualizo testaruda.

Me mira inexpresivo durante unos segundos.

—Supongo que tienes razón; ¿vuelves?

Formula la petición como una pregunta, y yo lucho conmigo misma para no levantarme de la cama.

—No creo que sea una buena idea.

Aparto la mirada y cruza la habitación para sentarse frente a mí en la cama.

—¿Por qué? Lo siento si he perdido los papeles, es que no sabía qué pensar y, si te soy sincero, no confiaba mucho en mí mismo y en que fuera a decirte algo malo, así que he pensado que lo mejor era irme y aclararme un poco.

«¿Por qué no actuó así antes? ¿Por qué no fue sincero y sensato cuando necesitaba que lo fuera? ¿Por qué tuvo que alejarme definitivamente de él para querer cambiar?»

—Me habría gustado que al menos hubieras dicho eso en lugar de largarte y dejarme allí sola. — Asiento intentando reunir las pocas fuerzas que me quedan—. Creo que no deberíamos quedarnos a solas juntos.

Sus ojos enloquecen.

—¿Qué dices? —gruñe. Muy sensato por su parte, sí.

Aún tengo las piernas abrazadas contra el pecho.

—Quiero estar aquí para ti, y voy a estar —replico—. Si necesitas hablar de lo que sea o desahogarte, o si sólo quieres que haya alguien ahí. Pero de verdad creo que deberíamos quedarnos en las zonas comunes como el salón o la cocina.

—No lo dirás en serio —se mofa.

—Pues sí.

—¿Las zonas comunes? Y ¿con Landon como carabina? Es absurdo, Pau. Podemos estar perfectamente a solas en la misma habitación.

—Yo no he dicho nada de ninguna carabina. Sólo pienso en las cosas como están ahora —suspiro—. Creo que voy a volver unos días a Seattle.

No lo había decidido del todo aún, pero ahora que lo he dicho en voz alta, me parece lógico. Tengo que prepararlo todo para mudarme a Nueva York y echo de menos a Kimberly. Tengo una visita médica en la que he estado intentando no pensar, y no veo nada bueno en quedarme en casa de los Scott jugando a las casitas. Otra vez.

—Iré contigo —me dice sin más, como si fuera la solución más fácil.

Pedro...

—Pensaba esperar para sacar el tema, pero voy a dejar el apartamento y yo también me mudaré a Seattle. Es lo que has querido siempre, y estoy listo para hacerlo. No sé por qué he tardado tanto.

Se pasa la mano por el pelo y aparta los mechones para que se queden en su sitio formando una onda despeinada.
Niego con la cabeza.

—Pero ¿qué dices?

«¿Ahora quiere mudarse a Seattle?»

—Conseguiré una casa bonita para nosotros. No será una mansión como la de Vance, pero será más bonita que la que podrías pagar tú sola.


A pesar de que sé que sus palabras no pretendían ser insultantes, es así como me suenan, y de golpe me siento al límite.

—No te has enterado —lo acuso haciendo aspavientos—. ¡No te estás enterando de nada de este asunto!

—¿De qué asunto? ¿Por qué tiene que haber un asunto en todo esto? —replica acercándose un poco más—. ¿Por qué no podemos simplemente ser nosotros, y por qué no me dejas demostrarte quién puedo ser para ti? No todo tienen que ser asuntos de los que llevar la cuenta y que hagan que te sientas desgraciada porque me quieres y no te permites estar conmigo.

Cubre mi mano con la suya. Pero yo retiro la mía.

—Quiero estar de acuerdo contigo y me encantaría creer en ese mundo de fantasía en el que lo nuestro funciona —repongo—, pero ya lo he hecho durante mucho tiempo y no puedo más. Intentaste advertirme anteriormente, me diste una oportunidad tras otra de ver lo inevitable, pero estaba en una fase de negación. Sin embargo, ahora lo veo, veo que lo nuestro estaba condenado al fracaso desde el principio. ¿Cuántas veces vamos a tener esta conversación?

Me mira con sus penetrantes ojos verdes.

—Tantas como haga falta para hacer que cambies de opinión.

—Yo nunca pude hacerte cambiar de opinión a ti, ¿qué te hace pensar que tú podrás conseguirlo conmigo?

—¿Lo que acaba de pasar entre nosotros no te lo ha dejado lo bastante claro? —replica.

—Quiero que formes parte de mi vida, pero no de esta forma. No como mi novio.

—¿Y como marido?

Sus ojos están llenos de humor y de... ¿esperanza?
Lo miro, sorprendida de que pudiera atreverse...

—¡No estamos juntos, Pedro! —le espeto—. Y no puedes soltar así lo del matrimonio pensando que harás que cambie de opinión. Deseaba que quisieras casarte conmigo, ¡no que me lo ofrecieras como último recurso!

La respiración se le acelera, pero su voz suena suave cuando responde:

—No es el último recurso. No estoy jugando contigo. Ya he aprendido la lección. Quiero casarme contigo porque no puedo imaginar vivir la vida de otra forma. Y puedes decirme que me equivoco, pero también sabes que podríamos casarnos ahora. No nos separaríamos, y lo sabes.

Parece tan seguro de sí mismo y de nuestra relación..., pero una vez más estoy confundida y no sé si sus palabras deberían alegrarme o cabrearme.

El matrimonio ya no tiene el mismo valor que hace unos meses. Mis padres no llegaron a casarse nunca. Apenas si podía creerlo cuando me enteré de que fingían estarlo para calmar a mi madre y a mis abuelos. Trish y Ken estaban casados, y ese vínculo legal no pudo evitar que se hundiera el barco. «¿Para qué se casa la gente?» En serio. Casi nunca funciona de todas formas, y empiezo a ver que el del matrimonio es un concepto absurdo. 

Es un desastre la forma en la que nos meten en la cabeza la idea de que tenemos que comprometernos con otra persona y confiar en que sea la fuente de nuestra felicidad.
Por suerte para mí, al final he aprendido que no puedo confiarle mi felicidad a nadie.

—Es que creo que no voy a querer casarme nunca —confieso.

Pedro inspira con dificultad y acerca una mano a mi barbilla.

—¿Qué? No hablas en serio.

Sus ojos buscan los míos.

—Sí, lo digo en serio. ¿Para qué? Nunca funciona, y divorciarse no es barato.

Me encojo de hombros e ignoro la expresión de terror que inunda su rostro.

—¿Qué demonios estás diciendo? ¿Desde cuándo eres tan cínica?

¿Cínica? No creo que lo sea. Necesito ser realista y no seguir haciéndome ilusiones sobre un final de cuento que obviamente nunca voy a tener. Pero tampoco es que vaya a aceptar sus idas y venidas a cada momento.

—No sé —digo—, porque supongo que me he dado cuenta de que era una completa estúpida. No te culpo por romper conmigo. Estaba obsesionada con disfrutar de una vida que nunca podré tener, y eso ha acabado por volverte loco.

Pedro se pasa la mano por el pelo con frustración como siempre.

—Pau, estás diciendo gilipolleces. No estabas obsesionada con nada. Sólo es que yo he sido un imbécil.

Gruñe frustrado y se arrodilla frente a mí.

—Joder, mira lo que te he hecho creer. Es todo lo contrario.

Me pongo de pie odiando sentirme culpable por decir lo que siento de verdad. Tengo un enorme conflicto interior, y estar en esta pequeña habitación con Pedro no ayuda. A su lado no puedo centrarme, y no puedo ser firme en mi defensa cuando me está mirando como si cada palabra que digo fuera un arma contra él. Da igual lo verdadero que sea, sigue haciéndome sentir compasión por él cuando ni siquiera creo que debería tenerla.

Siempre había juzgado a la ligera a las mujeres que se sentían así. En cuanto veía en las películas una relación excesivamente dramática, enseguida calificaba a la mujer de débil, pero no es tan fácil ni está tan claro.

Hay tantas cosas que hay que tener en cuenta cuando calificas a alguien... y debo admitir que antes de conocer a Pedro hacía eso demasiado a menudo. ¿Quién soy yo para juzgar a nadie basándome en sus sentimientos? No sabía lo fuertes que pueden llegar a ser esas estúpidas emociones; no podía comprender el magnetismo que podía llegar a sentirse. 

Nunca entendí la forma en la que el amor consigue tener más poder que el sentido común y que la pasión sobrepasara a la lógica, y que sea tan desconcertante que nadie más sepa de verdad cómo te sientes. Nadie puede juzgarme por ser débil o estúpida, nadie puede rebajarme por cómo me siento.

Nunca diría que soy perfecta, y lucho cada segundo por mantenerme a flote, pero no es tan fácil como los demás puedan pensar. No es tan fácil alejarse de alguien que ha alcanzado cada una de tus células, que se ha apoderado de cada pensamiento, y que ha sido el responsable de lo mejor y lo peor que he llegado a sentir. Nadie, ni siquiera la parte dudosa que hay en mí, puede hacerme sentir mal por amar apasionadamente y desear conseguir el gran amor del que tanto he leído en las novelas con desesperación.

Cuando acabo de justificarme a mí misma por mis acciones, mi subconsciente se ha soltado el pelo y ha cerrado los ojos, aliviado de que por fin haya dejado de mortificarme por cómo mis emociones han jugado conmigo.

—Pau, voy a ir a Seattle —dice Pedro —. No voy a obligarte a vivir conmigo, pero quiero estar donde tú estés. Mantendré las distancias hasta que te sientas lista para seguir, y me portaré bien con todo el mundo, incluso con Vance.

—Ése no es el problema —suspiro.

Su determinación es admirable, pero nunca ha sido consistente. En algún momento se aburrirá y seguirá con su vida. Esta vez hemos ido demasiado lejos.

—Como he dicho antes, intentaré mantener las distancias, pero me voy a Seattle. Si no me ayudas a buscar piso, tendré que elegirlo yo solo, aunque me aseguraré de que a ti también te guste.

No tiene por qué saber cuáles son mis planes. Uso mis pensamientos para ahogar sus palabras. Si las escucho, si las escucho de verdad, destruirán la barrera que he construido. 

La superficie ha quedado al descubierto hace tan sólo una hora y he dejado que mis emociones controlaran mi cuerpo, pero no puedo dejar que vuelva a ocurrir.

Pedro sale de la habitación después de otros diez minutos en los que he seguido intentando ignorar sus promesas, y empiezo a hacer la maleta para irme a Seattle. He estado yendo y viniendo, viajando demasiado últimamente, y no veo el momento de que por fin llegue el día en que tenga un lugar al que llamar hogar. Necesito esa seguridad, necesito esa estabilidad.

¿Cómo es posible que me haya pasado toda la vida planeando tener estabilidad y haya acabado vagando por el mundo sin una base que considerar mía, sin red de seguridad, sin nada?

Cuando llego al pie de la escalera, Landon está apoyado en la pared y me detiene con un suave gesto de la mano sobre mi brazo.

—Quería hablar contigo antes de que te vayas —dice.

Me quedo de pie frente a él aguardando a que hable. Espero que no haya cambiado de opinión respecto a dejar que me vaya con él a Nueva York.

—Sólo quería comprobar que no has cambiado de opinión respecto a venir conmigo a la NYU. Si es así, no pasa nada. Sólo necesito saberlo para hablar con Ken sobre los billetes de avión.

—No, claro que quiero ir —le aseguro—. Sólo necesito volver a Seattle para despedirme de Kim y...

Quiero hablarle de mi cita con el médico, pero creo que no estoy lista para enfrentarme a eso aún.

No hay nada seguro, pero prefiero no pensar en ello todavía.

—¿En serio? No quiero que sientas que tienes que ir, entenderé que desees quedarte aquí con él.

La voz de Landon es tan amable y comprensiva que no puedo evitar rodear sus hombros con los brazos.

—Eres increíble, lo sabes, ¿verdad? —Le sonrío—. No he cambiado de opinión. Quiero hacer esto, tengo que hacer esto por mí misma.

—¿Cuándo vas a decírselo? ¿Qué crees que hará?

No he pensado mucho en lo que hará Pedro cuando le cuente mis planes para irme a la otra punta del país. No puedo permitir que su opinión modifique mis planes, ya no.

—La verdad, no sé cómo reaccionará —le confieso—. Hasta el funeral de mi padre, habría pensado que no le importaba lo más mínimo.

Landon asiente educadamente. Entonces, un ruido en la cocina rompe nuestro silencio y recuerdo que no le he dado la enhorabuena por la buena nueva.

—¡No puedo creer que no me dijeras que tu madre está embarazada! —exclamo agradecida por el cambio de tema.

—Lo sé, lo siento. Acababa de decírmelo, y tú has pasado todo el tiempo encerrada en esa habitación. —Sonríe burlándose un poco de mí.

—¿Te entristece irte ahora con un hermanito en camino?

Por un momento me pregunto si a Landon le gusta ser hijo único. Sólo hemos hablado del tema en alguna ocasión, pero siempre evitaba hablar de su padre, por lo que al final cada vez que lo hacíamos yo volvía a ser el centro de atención.

—Un poco —dice—. Lo único que me preocupa es cómo va a llevar el embarazo estando sola. Y la echaré de menos a ella y a Ken, pero estoy listo para esto. —Sonríe—. O, al menos, eso creo.

Asiento con seguridad.

—Estaremos bien. Sobre todo tú: a ti ya te han aceptado. Yo me voy sin saber si conseguiré entrar. Me quedaré flotando en Nueva York sin estar matriculada, sin trabajo y...

Landon me tapa la boca con la mano y se ríe.

—Yo siento ese mismo pánico cuando pienso en el cambio, pero me obligo a pensar en lo positivo.

—¿Y lo positivo es...?

—Bueno, es Nueva York. De momento sólo he llegado hasta ahí —admite con una risotada, y yo noto que sonrío de oreja a oreja cuando Karen se une a nosotros en el recibidor.

—Echaré de menos ese sonido cuando os marchéis —dice, mientras sus ojos brillan bajo las luces. Ken se acerca por la espalda y le da un beso en la nuca.


—Todos lo haremos.

1 comentario: