Divina

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viernes, 18 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 140


Pau

—Mi madre la ha liado parda —dice Pedro después de un largo silencio. Mis manos se sobresaltan al oírlo hablar de repente, pero me recupero y sigo enjabonándolo mientras él continúa—: Vamos, es que esto es digno de Tolstói.

Repaso mentalmente las obras de Tolstói hasta llegar a La sonata a Kreutzer. Me da un escalofrío a pesar del calor de la ducha.

—¿Kreutzer? —pregunto esperando haberme confundido o que hayamos interpretado la historia cada uno a nuestra manera.

—Sí. —Vuelve a carecer de emociones, a esconderse tras esa maldita muralla.

—No sé si yo compararía esta... situación con algo tan perturbador —le discuto con dulzura. Es una historia de sangre, celos, ira, y me gustaría pensar que la que estamos viviendo terminará mejor.

—No al cien por cien, pero sí —contesta Pedro como si pudiera leerme el pensamiento.

Repaso mentalmente el hilo argumental, intentando ver la conexión con la aventura de la madre de Pedro, pero lo único que se me ocurre tiene que ver con Pedro y su idea del matrimonio. Me da otro escalofrío.

—No tenía pensado casarme nunca y sigo sin querer hacerlo. No, en ese sentido nada ha cambiado —me responde fríamente.

Hago caso omiso de la punzada de dolor que siento en el pecho y me concentro en él.

—Vale. —Le paso la esponja por un brazo, luego el otro, y cuando alzo la vista tiene los ojos cerrados.

—Según tú, ¿quién será el autor de nuestra historia? —me pregunta quitándome la esponja de la mano.

—No lo sé —contesto con sinceridad. Nada me gustaría más que saberlo.

—Yo tampoco. —Vierte un poco más de gel en la esponja y me la pasa por el pecho.

—¿Y si nuestra historia la escribimos nosotros? —digo mirando sus ojos preocupados.

—No creo que podamos. Sabes que esto sólo puede acabar de dos maneras —replica encogiéndose de hombros.

Sé que está dolido y enfadado, pero no quiero que los errores de Trish influyan en nuestra relación, y puedo ver que Pedro está estableciendo comparaciones tras el verde de sus ojos.

Intento llevar la conversación por otros derroteros.

—¿Qué es lo que más te molesta de todo esto? La boda es mañana..., bueno, hoy —me corrijo.

Son casi las cuatro de la madrugada y la boda es, o era, a las dos de la tarde. ¿Qué habrá pasado después de que nos marchásemos? ¿Mike habrá vuelto para hablar con Trish o Christian y Trish habrán acabado lo que tenían entre manos?

—No lo sé —suspira deslizando la esponja por mi vientre y mis caderas—. La boda me importa una mierda. Imagino que siento que son los dos unos embusteros.

—Lo lamento —le digo.

—La que lo va a lamentar es mi madre. Ya ha vendido la casa y ha sido infiel la noche antes de la puta boda. —Me enjabona de mala manera a medida que crece su enfado.

No digo nada, pero le quito la esponja y la cuelgo de un gancho que hay detrás de mí.

—Y Vance... ¿Qué clase de capullo se lía con la exmujer de su mejor amigo? Mi padre y Christian Vance se conocen desde que eran niños —dice Pedro con amargura—. Debería llamar a mi padre para ver si sabe la clase de zorra traicionera...

Le tapo la boca con la mano antes de que pueda acabar con la retahíla de insultos.

—Sigue siendo tu madre —le recuerdo con cuidado. Sé que está enfadado, pero no debería insultarla de esa forma.

Retiro la mano para que pueda hablar.

—Me importa una mierda que sea mi madre, y me importa un carajo Vance. Y le va a salir cara la broma porque, cuando le cuente a Kimberly lo suyo con mi madre y tú dejes el trabajo, se le va a caer el pelo —proclama Pedro con orgullo, como si ésa fuera la mejor venganza.

—Ni se te ocurra decírselo a Kimberly. —Lo miro a los ojos, suplicante—. Si Christian no se lo cuenta, lo haré yo, pero no vas a avergonzarla ni a acosarla. Comprendo que estés enfadado con tu madre y con Christian, pero Kimberly es inocente y no quiero hacerle daño —digo tajante.

—Bien. Pero dejarás el trabajo —ordena mientras se vuelve para enjuagarse el champú del pelo. Suspiro, intento coger el champú, pero Pedro aparta la botella.
—Va en serio, no vas a seguir trabajando para él.

Entiendo que está furioso, pero no es el momento de hablar sobre mi trabajo.

—Ya hablaremos de eso —le digo, y por fin consigo que me deje coger la botella. El agua se está enfriando con cada segundo que pasa y me gustaría lavarme el pelo.

—¡No! —Me la quita de un tirón. Estoy intentando mantener la calma y ser todo lo dulce con él que puedo, pero me lo está poniendo difícil.

—No puedo dejar las prácticas así como así, no es tan sencillo. Tengo que informar a la universidad, rellenar un montón de impresos y dar una buena explicación de mis motivos. Luego tendría que añadir clases a mi horario en mitad del trimestre para compensar los créditos que me daban por las prácticas en Vance y, como la fecha para pedir ayuda financiera ya ha pasado, debería pagarlas de mi bolsillo. No es tan fácil dejar el trabajo. Intentaré pensar en algo, pero necesito un poco más de tiempo, por favor. — Me rindo, paso de lavarme el pelo.

—Pau, me importa una mierda pinchada en un palo que tengas que rellenar un montón de papeles. Estamos hablando de mi familia —dice, y me siento culpable al instante.

«Tiene razón, ¿no?» La verdad es que no lo sé, pero el labio partido y la nariz amoratada hacen que sienta que está en lo cierto.

—Lo sé, perdona. Sólo es que primero necesito encontrar otras prácticas, eso es todo lo que pido. — ¿Por qué le pido nada?—. Quiero decir, que lo único que te estoy diciendo es que necesito un poco más de tiempo. Bastante tengo con tener que irme a vivir a un hotel... —La ansiedad que me entra al pensar en no tener casa, ni trabajo, ni amigos otra vez es más de lo que puedo soportar.

—No vas a encontrar otras prácticas, y menos aún unas prácticas remuneradas —me recuerda sin delicadez alguna. Eso ya lo sabía, pero me estaba obligando a pensar que cabía la posibilidad.

—No sé lo que voy a hacer, pero necesito tiempo. Esto es un desastre. —Salgo de la ducha y cojo una toalla.

—Pues no lo tienes. Deberías volver a Washington conmigo. —Me quedo quieta en el sitio.

—¿Volver a Washington? —Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar—. No voy a volver allí, y menos después del fin de semana pasado. Ni siquiera quiero ir de visita, y mucho menos trasladarme de nuevo. Ésa no es una opción. —Me envuelvo con la toalla y salgo del baño.

Cojo el móvil y me entra el pánico al ver cinco llamadas perdidas y dos mensajes, todos de Christian. En los mensajes me suplica que Pedro lo llame cuanto antes.

Pedro —le digo.

—¿Qué? —Salta. Pongo los ojos en blanco y me trago el enfado—. Christian ha llamado mil veces. Sale del baño con una toalla alrededor de la cintura.

—¿Y?

—¿Y si le ha pasado algo a tu madre? ¿No quieres llamar para saber si está bien? —le pregunto—. O yo...

—No, que les den a los dos. No los llames.

Pedro, de verdad que creo...

—No —me interrumpe.

—Ya le he enviado un mensaje, sólo para saber que tu madre está bien —confieso. Tuerce el gesto.

—Cómo no.

—Sé que estás enfadado pero, por favor, deja de pagarlo conmigo. Estoy intentando estar a tu lado, pero tienes que dejar de hablarme así. Nada de esto es culpa mía.

—Lo siento. —Se pasa las manos por el pelo mojado—. Vamos a apagar los móviles y a dormir un poco. —Lo dice con calma, y su mirada se ha suavizado mucho—. Me he manchado la camiseta — explica arrastrando la prenda ensangrentada por el suelo— y no sé dónde tengo la otra. 

—La sacaré de la maleta.

—Gracias —suspira.

El hecho de que le guste tanto que me ponga su ropa, incluso en una noche tan catastrófica como ésta, me hace muy feliz. Saco la camiseta que llevaba puesta y le paso un bóxer limpio antes de volver a doblar lo que había en la maleta.

—Cuando me despierte cambiaré el vuelo. Ahora mismo no soy capaz de concentrarme. —Se sienta en el borde de la cama un momento antes de acostarse.

—Puedo hacerlo yo —le ofrezco sacando su portátil de la maleta.

—Gracias —musita medio dormido.

A los pocos segundos añade:

—Ojalá pudiera llevarte muy muy lejos.

Mis manos siguen en el teclado y espero que diga algo más, pero empieza a roncar suavemente.

Entro en la web de la aerolínea y entonces mi móvil empieza a vibrar en la mesilla de noche. Aparece el nombre de Christian en la pantalla. Ignoro la llamada pero, cuando recibo una segunda, cojo la llave de la habitación y salgo al pasillo para poder contestar. 

Intento susurrar:

—¿Diga?

—¿Pau? ¿Cómo está Pedro? —pregunta asustado.

—Está... está bien. Tiene la nariz morada e hinchada, el labio partido y unos cuantos cortes y cardenales. —No disimulo mi tono hostil.

—Mierda —suspira—. Siento que haya acabado así.

—Yo también —le espeto a mi jefe, e intento no mirar el cuadro espantoso que tengo delante.

—He de hablar con él. Sé que está enfadado y confuso, pero necesito explicarle un par de cosas.

—No quiere hablar contigo y, para ser sinceros, ¿por qué debería hacerlo? Confiaba en ti y sabes lo mucho que cuesta ganarse su confianza. —Bajo la voz—: Estás comprometido con una mujer encantadora y Trish iba a casarse mañana.

—Va a casarse mañana —dice al otro lado de la línea.

—¿Qué?

Me alejo un poco más por el pasillo. Me detengo ante el cuadro del ángel arrodillado pero, cuanto más lo miro, más perturbador me resulta. Detrás del ángel hay otro, casi traslúcido, que lleva una daga de doble filo en la mano. La doncella de pelo castaño lo observa con una sonrisa siniestra en los labios y parece estar esperando que acuchillen al ángel arrodillado. El segundo ángel tiene el rostro contorsionado, el cuerpo desnudo es todos ángulos y líneas rectas mientras se prepara para apuñalar al primer ángel. Aparto la vista y me concentro en la voz al otro lado de la línea:

—La boda sigue en pie. Mike quiere a Trish y Trish quiere a Mike. Se casarán mañana a pesar de mi error. —Parece como si le costara pronunciar las palabras.

Quisiera hacerle muchas preguntas, pero no puedo. Es mi jefe y la aventura la tiene con la madre de Pedro. No es asunto mío.

—Sé lo que estarás pensando de mí, Pau, pero si me dieras la oportunidad de explicarlo, tal vez ambos los entenderíais.

Pedro quiere que cambie nuestro vuelo y que nos vayamos por la mañana —lo informo.

—No puede marcharse sin despedirse de su madre. Eso la mataría.

—No creo que sea bueno para nadie meterlos en la misma habitación —le advierto, y echo a andar de vuelta hacia el cuarto. Me paro justo en la puerta.

—Comprendo que sientas la necesidad de protegerlo y me complace enormemente ver cuán leal le eres. Pero Trish ha tenido una vida muy dura y es hora de que sea un poco feliz. No espero que asista a la boda, pero te ruego que hagas lo posible para que al menos se despida de ella. Dios sabe cuánto tardará en volver a Inglaterra. —Christian suspira.

—No sé. —Paso los dedos por el marco de bronce del cuadro de Lucifer—. Veré qué puedo hacer, pero no te prometo nada. No voy a presionarlo.

—Lo entiendo. Gracias —dice con tono de alivio.

—¿Christian? —digo antes de colgar.

—Dime, Pau.

—¿Se lo vas a contar a Kimberly? —Contengo la respiración mientras espero la respuesta a una pregunta de lo más inapropiada.

—Por supuesto. Se lo diré —responde en voz baja, con un acento suave y marcado—. La quiero más que...

—Vale —digo.

Estoy intentando entenderlo, pero lo único que me viene a la cabeza es Kimberly sonriente en su cocina, riéndose con la cabeza ladeada y los ojos brillantes de Christian que la mira embobado, como si no hubiera otra mujer en el mundo. ¿También mira así a Trish?

—Gracias. Avísame si necesitas cualquier cosa. Te pido disculpas de nuevo por lo que has tenido que ver antes, y espero que tu buena opinión de mí no haya quedado completamente destruida —dice antes de colgar.


Echo un último vistazo al monstruo espantoso que cuelga de la pared y entro de nuevo en la habitación.

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