Pedro
Sus gritos inundan mis oídos, mi pecho vacío y mis pulmones, hasta que por fin alcanzan un punto en mi interior que no estaba seguro de que pudiera ser alcanzado nunca más. Un punto al que sólo ella tiene acceso, y siempre lo tendrá.
—¿Qué haces tú aquí? —Noah entra en acción y se interpone entre la pequeña cama y yo como si fuera un puto caballero blanco destinado a protegerla... ¿de mí?
Ella sigue gritando. ¿Por qué grita?
—Pau, por favor...
No estoy seguro de qué es lo que le estoy pidiendo, pero sus gritos se transforman en toses, y sus toses en sollozos, y sus sollozos en una especie de ahogo que no puedo soportar.
Me aproximo a ella con cautela, y por fin recupera el aliento.
Sus ojos atormentados siguen fijos en mí, y su mirada abrasadora me atraviesa dejando un agujero que sólo ella puede llenar.
—Pau, ¿quieres que se quede? —pregunta Noah.
Bastante me está costando ya pasar por alto el hecho de que él esté aquí, pero ahora ya se está extralimitando.
—¡Tráele un poco de agua! —le digo a su madre, pero no me hace caso.
Después, de manera incomprensible, Pau empieza a negar con la cabeza, y me rechaza. El gesto hace que su protector improvisado se envalentone.
—Ella no te quiere aquí —dice Noah.
—¡No sabe lo que quiere! ¡Mírala! —Levanto las manos en el aire e inmediatamente siento cómo las uñas perfectamente arregladas de Carol se clavan en mi brazo.
Lo lleva claro si piensa que voy a moverme de aquí. ¿Acaso no sabe a estas alturas que no puede alejarme de Pau? Esa decisión sólo puedo tomarla yo, y es una idea estúpida a la que soy incapaz de ceñirme.
Noah se inclina un poco hacia mí.
—No quiere verte, así que será mejor que te marches.
Me importa una mierda el hecho de que este niñato parezca haber aumentado de tamaño y haber desarrollado musculatura desde la última vez que lo vi. No es nada comparado conmigo. Pronto aprenderá por qué la gente ni siquiera se molesta en intentar interponerse entre Pau y yo. Saben que no deben hacerlo, y él se va a enterar.
—No voy a marcharme. —Me vuelvo hacia Pau, que sigue tosiendo, y a nadie parece importarle —. ¡¿Quiere alguien darle un poco de agua, joder?! —grito en el pequeño dormitorio, y el eco de mi voz retumba de pared a pared.
Pau gimotea y se acurruca con las rodillas pegadas al pecho.
Sé que lo pasa mal, y sé que no debería estar aquí, pero también sé que su madre y Noah nunca serán capaces de estar ahí para ella de verdad. Conozco a Pau mucho mejor que ellos dos juntos, y yo jamás la había visto en este estado, de modo que seguramente ninguno de ellos tiene ni la menor idea de qué hacer con ella mientras siga así.
— Pedro, si no te marchas, llamaré a la policía —me advierte Carol con voz grave y amenazadora —. No sé qué le has hecho esta vez, pero ya estoy harta, y no eres bien recibido aquí. Nunca lo has sido y nunca lo serás.
Ignoro a los dos entrometidos y me siento en una esquina de la cama de la infancia de Pau.
Para mi espanto, se aparta de nuevo, esta vez retrocediendo con las manos, hasta que llega al borde y se cae al suelo. Me levanto al instante y la cojo en brazos, pero los sonidos que emite cuando mi piel roza la suya son aún peores que sus gritos de terror de hace unos minutos. Al principio no sé muy bien qué hacer, pero al cabo de unos interminables segundos, la frase «¡Suéltame!» escapa de sus labios agrietados y me atraviesa como una daga. Me golpea el pecho y me araña los brazos, intentando librarse de mí. Me resulta difícil tratar de apaciguarla con esta escayola. Temo hacerle daño, y eso es lo último que quiero.
Por mucho que me duela verla tan desesperada por alejarse de mí, me alegro de que reaccione. La Pau silenciosa era lo peor, y en lugar de gritarme, como lo está haciendo en estos momentos, su madre debería estarme agradecida por haber sacado a su hija de esa fase de su dolor.
—¡Suéltame! —grita de nuevo, y Noah empieza a protestar por detrás de mí. La mano de Pau impacta contra mi dura escayola y grita de nuevo:
—¡Te odio!
Sus palabras me destrozan, pero sigo reteniendo su cuerpo, que no cesa de golpearme, entre los brazos.
La grave voz de Noah atraviesa los gritos de Pau:
—¡Estás empeorando las cosas!
Entonces ella calla de nuevo... y hace lo peor que podría hacerle a mi corazón. Libera sus manos de las mías —es difícil de cojones retenerla con una sola mano— y las alarga hacia Noah.
Pau le está pidiendo auxilio a Noah porque no soporta verme.
La suelto inmediatamente, y corre hacia sus brazos. Él la coge de la cintura y del cuello y la estrecha contra su pecho. La furia me invade y me esfuerzo al máximo por mantener la calma mientras observo sus manos sobre ella. Si lo golpeo, ella me odiará aún más. Y si no lo hago, esta escena me va a volver loco.
Joder, ¿por qué he tenido que venir aquí? Debería haber mantenido las distancias tal y como había planeado. Ahora que estoy aquí soy incapaz de obligar a mis pies a salir de esta puta habitación, y su llanto sólo alimenta mi necesidad de estar cerca de ella. Haga lo que haga, llevo las de perder, y la idea me está volviendo loco.
—Haz que se marche —solloza Pau contra el pecho de Noah.
El terrible dolor de su rechazo me deja inmóvil durante unos segundos. Noah se vuelve entonces hacia mí, pidiéndome en silencio de la manera más civilizada posible que salga de la habitación. Odio el hecho de que se haya convertido en la fuente de su consuelo; una de mis mayores inseguridades acaba de darme en toda la cara, pero no puedo permitirme pensar de ese modo. Tengo que pensar en ella. En su bienestar. Retrocedo torpemente y me dirijo hacia la puerta. Una vez fuera de la pequeña habitación, me apoyo contra ésta para recuperar el aliento. ¿Cómo ha podido nuestra vida desmoronarse tanto en tan poco tiempo?
De repente, me encuentro en la cocina de Carol llenando un vaso con agua. Es incómodo, ya que sólo tengo una mano hábil, y tardo más en coger el vaso, en llenarlo y en cerrar el grifo, y durante todo el proceso, las protestas de la mujer detrás de mí me ponen de los nervios.
Me vuelvo para mirarla y espero que me diga que ha llamado a la policía, pero se limita a fulminarme con la mirada en silencio.
—Me importan una mierda las pequeñeces ahora mismo. Llama a la policía o haz lo que te dé la gana, pero no pienso marcharme de esta casa hasta que hable conmigo. —Doy un trago de agua y recorro la cocina pequeña pero inmaculada hasta estar delante de ella.
—¿Cómo has venido? Estabas en Londres —dice Carol con voz severa.
—En un puto avión. ¿Cómo iba a venir?
Pone los ojos en blanco.
—Sólo porque hayas atravesado medio mundo y te hayas presentado aquí antes de que salga el sol no significa que puedas estar con ella —dice furiosa—. Lo ha dejado bien claro. ¿Por qué no la dejas en paz? No paras de hacerle daño, y no pienso seguir permitiéndolo.
—No necesito tu aprobación.
—Y ella no te necesita a ti —dispara Carol, y me quita el vaso de la mano como si fuera una pistola cargada. Lo suelta de un golpe sobre la encimera y me mira a los ojos.
—Sé que no te gusto, pero la amo. He cometido errores, demasiados, pero, Carol, si crees que voy a permitir que se quede contigo después de que viera lo que vio, y después de que viviera lo que vivió, estás aún más loca de lo que pensaba.
Vuelvo a coger el vaso, sólo por fastidiarla, y doy otro trago.
—Estará bien —responde ella con frialdad.
A continuación, hace una pausa y algo en su interior parece romperse.
—La gente muere todos los días; ¡lo superará! —dice en voz demasiado alta.
Espero que Pau no haya oído el insensible comentario de su madre.
—¿Estás hablando en serio? Es tu puñetera hija, y él era tu marido... —Dejo la frase sin terminar al recordar que no estaban legalmente casados—. Está sufriendo, y tú te estás comportando como una zorra desalmada, lo que es justamente la razón por la que no pienso dejarla aquí contigo. ¡Landon no debería haberte permitido recogerla!
Carol inclina la cabeza hacia atrás indignada.
—¿«Haberme permitido»? ¡Es mi hija!
El vaso que tengo en la mano tiembla, y el agua se derrama por el borde y cae al suelo.
—¡Pues quizá deberías empezar a actuar en consecuencia e intentar estar ahí para ella!
—¿Estar ahí para ella? Y ¿quién está aquí para mí? —Su voz carente de emoción se quiebra, y me sorprendo cuando esta mujer, a la que creía de piedra, se apoya en la encimera para evitar caerse al suelo.
Las lágrimas descienden por su rostro, que está perfectamente maquillado a pesar de que son las cinco de la mañana.
—Hacía años que no veía a ese hombre... ¡Él nos abandonó! ¡Me dejó tras prometerme una buena vida un millón de veces! —Pasa las manos por la encimera y tira los tarros y los utensilios al suelo—. ¡Me mintió! ¡Abandonó a Pau y me arruinó la vida! ¡Jamás he podido volver a mirar a otro hombre después de Richard Young, y él nos abandonó! —grita.
Cuando me agarra del hombro y entierra la cabeza en mi pecho, sollozando y gritando, por un instante se parece tanto a la chica a la que amo que no soy capaz de apartarla. Sin saber qué otra cosa hacer, la estrecho con un brazo y permanezco en silencio.
—Lo deseé. Deseé que muriera —admite avergonzada y hecha un mar de lágrimas—. Lo esperé, me decía a mí misma que volvería. Le deseé la muerte durante años, y ahora que le ha llegado, ni siquiera soy capaz de fingir tristeza.
Nos quedamos así durante largo rato; ella llorando en mi pecho y diciéndome de diferentes maneras y con diferentes palabras que se odia a sí misma por alegrarse de que haya muerto. Yo no sé qué decirle para consolarla pero, por primera vez desde que la conozco, puedo ver a la mujer rota que se esconde tras la máscara.
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