Pau
Pedro y Vance intercambian una incómoda mirada cuando pasan uno al lado del otro en el vestíbulo. Es raro tener aquí conmigo a Pedro después de todo lo ocurrido. No puedo ignorar el esfuerzo y el control que está demostrando al venir aquí, a casa de su padre biológico.
Es difícil centrarse tan sólo en uno de los muchos obstáculos que han surgido últimamente: el comportamiento de Pedro en Londres, Vance y Trish, la muerte de mi padre, mis problemas de fertilidad...
Es demasiado y parece no acabar nunca.
De alguna forma, siento un alivio tremendo, indescriptible, después de haberle contado a
Pedro lo que me ocurre.
Sin embargo, siempre hay algo esperando a ser revelado o arrojado contra uno de nosotros.
Y Nueva York es lo siguiente.
No sé si debería decírselo ahora que ya hay un conflicto entre nosotros. Odio la forma en la que ha reaccionado, pero le agradezco los remordimientos que ha demostrado después de haber ignorado mis sentimientos. Si no hubiera parado el coche y se hubiera disculpado, probablemente no habría sido capaz de dirigirle la palabra nunca más.
No puedo contar las veces que he dicho, pensado o jurado esas palabras desde que lo conocí. Me debo a mí misma el creer que esta vez iba en serio.
—¿En qué estás pensando? —me pregunta mientras cierra la puerta de mi habitación al entrar. Sin dudarlo, respondo con sinceridad:
—En que no habría vuelto a hablarte más.
—¿Qué? —Avanza hacia mí y yo me aparto de él.
—Si no te hubieras disculpado, no habría tenido nada más que decirte. Suspira y se pasa la mano por el pelo.
—Lo sé.
No puedo dejar de pensar en lo que ha dicho antes: «Yo tampoco, pero ahora que sé que ya no puede ser...».
Sigo en shock por culpa de eso, estoy segura. Jamás creí que oiría esas palabras de su boca. No parecía posible que fuera a cambiar de opinión pero, una vez más, siendo fiel a la disfunción de nuestra relación, sólo cambia de idea tras la tragedia.
—Ven aquí —me pide.
Los brazos de Pedro están abiertos para mí, pero dudo.
—Por favor, déjame consolarte como te mereces. Déjame hablarte y escucharte. Lo siento.
Por costumbre, camino hacia él. Siento distintos sus brazos ahora, más sólidos, más reales que antes. Me abraza más fuerte y apoya la mejilla en mi cabeza. Lleva el pelo demasiado largo por los costados y me hace cosquillas, y luego noto que me da un beso en el pelo.
—Cuéntame cómo te sientes respecto a todo esto. Dime todo lo que todavía no me has contado — me pide tirando de mí para que me siente a su lado en la cama.
Cruzo las piernas y él apoya la espalda en la cabecera.
A continuación, se lo explico todo. Le cuento lo de la primera visita para los anticonceptivos. Le cuento que sabía de la existencia de un posible problema desde antes de irnos a Londres. Su mandíbula se tensa cuando le digo que no quería que lo supiera, y aprieta los puños en cuanto le informo de que temía que eso lo alegrara. Él permanece en silencio y asiente todo el tiempo hasta que le digo que pensaba ocultárselo para siempre.
Se ayuda de los codos para moverse y colocarse más cerca de mí.
—¿Por qué? ¿Por qué ibas a hacer eso?
—Pensaba que te alegrarías y no quería escucharlo. —Me encojo de hombros—. Habría preferido guardármelo a oír lo aliviado que te sentías por ello.
—Si me lo hubieras contado antes de Londres, las cosas habrían sido de otra manera.
Clavo los ojos en él.
—Sí, peor, estoy segura —replico.
Espero que no esté llevando esto a donde creo que lo lleva, espero que no esté intentando echarme la culpa del desastre de Londres.
No obstante, parece estar pensando antes de hablar: otro progreso por su parte.
—Tienes razón —dice—. Sabes que la tienes.
—Me alegro de habérmelo callado, sobre todo antes de confirmar que fuera verdad.
—Y yo me alegro de que me lo hayas contado a mí antes que a nadie —declara, y me mira a los ojos.
—Se lo conté a Kim.
Me siento un poco culpable por que pensara que había sido el primero en saberlo, pero no estaba a mi lado.
Pedro frunce el ceño.
—¿Qué quieres decir con que se lo contaste a Kim? ¿Cuándo?
—Le conté que era una posibilidad hace unos días.
—¿Así que Kim lo sabía y yo no?
—Sí —asiento.
—¿Y Landon? ¿Landon también lo sabe? ¿Karen? ¿Vance?
—¿Por qué iba a saberlo Vance? —le espeto. Ya vuelve a decir tonterías.
—Seguramente se lo haya contado Kimberly. ¿También se lo has dicho a Landon?
—No, Pedro. Sólo a Kimberly. Tenía que contárselo a alguien y no podía confiar en ti lo suficiente como para decírtelo.
—Ay... —Su tono es duro, y su ceño fruncido, abrumador.
—Es verdad —digo con calma—. Sé que no quieres oírlo, pero es la pura verdad. Parece que has olvidado que no querías saber nada de mí hasta que murió mi padre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario