Divina

Divina

martes, 15 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 121



Pedro

—Ya puedes irte —digo liberando así a Landon de sus labores de canguro.

—No voy a irme, Pau acaba de llegar —responde desafiándome.

Supongo que él es una de las razones, aunque no la única, por las que quería venir a este maldito lugar.

—Vale —refunfuño, y bajo la voz—. ¿Cómo se ha portado en mi ausencia? —pregunto.

—Bien; tiene menos temblores y no ha vomitado desde ayer por la mañana.

—Puto yonqui. —Me paso las manos por el pelo—. Joder.

—Relájate. Todo saldrá bien —me asegura mi hermanastro.

Ignoro sus sabias palabras y lo dejo en la cocina para ir a buscar a Pau. Cuando llego a la puerta del dormitorio, oigo unos sollozos en el interior. Doy un paso rápido hacia adelante y la veo con las dos manos sobre la boca y con sus ojos grises inyectados en sangre y llenos de lágrimas mirando al suelo. Un paso más es todo lo que necesito para ver qué es lo que está mirando. Mierda. «Mierda.»

—¿Pau?

Tenía pensado idear un plan para arreglar el problema que había creado al romper la maldita carta, pero aún no he tenido ocasión. Iba a buscar los trozos que faltaban y a intentar pegarlos con celo..., o al menos quería habérselo contado antes de que lo descubriera por su propia cuenta. Ahora ya es demasiado tarde.

—¡Pau, lo siento! —exclamo mi disculpa mientras las lágrimas empapan sus ya mojadas mejillas.

—¿Por qué lo...? —solloza, incapaz de terminar la frase.

Se me parte el corazón. Por un breve momento, creo que me duele más a mí que a ella.

—Estaba muy enfadado cuando me dejaste —empiezo a explicarle, y camino hacia ella, pero ella retrocede. Y no la culpo—. No pensaba con claridad, y la carta estaba ahí, sobre la cama, donde tú la habías puesto.

No dice nada ni aparta la mirada.

—¡Te juro que lo siento muchísimo! —proclamo frenéticamente.

—Yo... —Se atraganta y se seca con furia las lágrimas—. Necesito un minuto, ¿vale? —Cierra los ojos y unas cuantas lágrimas más escapan por debajo de sus pestañas.

Quiero concederle el minuto que me pide, pero tengo miedo de que conforme pase el tiempo se sienta cada vez más dolida y decida que no quiere verme.

—No voy a marcharme de la habitación —digo.

Tiene las dos manos pegadas a la boca pero, aun así, oigo cómo deja escapar un grito ahogado. El sonido me atraviesa como un puñal.

—Por favor —me ruega a través de su sufrimiento.

Sabía que le dolería descubrir que destruí esa carta, pero no esperaba que a mí me hiciese tanto daño.

—No, no me voy a ir —replico. Me niego a dejarla aquí sola, llorando por mis errores, otra vez. ¿Cuántas veces ha pasado eso en este apartamento?

Aparta la mirada y se sienta a los pies de la cama, con los ojos medio entornados y los labios y las manos temblorosos, estas últimas sobre su regazo, mientras intenta serenarse. Hago caso omiso de su mano empujando mi pecho cuando me pongo de rodillas delante de ella y la abrazo.

Al cabo de unos cuantos esfuerzos por apartarme, por fin cede y permite que la consuele.

—Lo siento muchísimo, nena —repito; no sé si alguna vez he sentido tanto esas palabras.

—Me encantaba esa carta —dice llorando contra mi hombro—. Significaba mucho para mí.

—Lo sé. Lo siento mucho. —Ni siquiera intento defenderme, porque sé que soy un puto imbécil y sabía lo mucho que esas páginas significaban para ella. La aparto suavemente de los hombros, atrapo sus mejillas empapadas entre mis manos y bajo la voz—: No sé qué decir, aparte de que lo siento.

Por fin abre la boca para hablar.

—No voy a decir que no pasa nada, porque no es así... —Tiene los ojos rojos e hinchados ya de tanto llorar.

—Lo sé. —Agacho la cabeza y dejo caer mis manos de su rostro.

Momentos después, siento cómo sus dedos me presionan la barbilla y me levantan la cara para que la mire, como suelo hacer yo con ella.

—Estoy apenada... Mejor dicho, devastada —dice—. Pero no hay nada que pueda hacer al respecto, y no quiero pasarme el fin de semana aquí sentada llorando, y desde luego no quiero que des pasos hacia atrás y te mortifiques por ello. —Está haciendo todo lo posible por animarse, por fingir que no le importa tanto como sé que le importa.

Dejo escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo.

—Te lo compensaré de alguna manera. —Cuando veo que no contesta, insisto un poco—: ¿De acuerdo?

Se seca los ojos y se corre todo el maquillaje con las puntas de los dedos. Su silencio me incomoda. Preferiría que me gritara a verla llorar desconsoladamente.

—Pau, por favor, háblame. ¿Quieres que te lleve de vuelta a Seattle? —Aunque respondiera que sí, ni de coña la llevaría, pero expreso el ofrecimiento antes de pensarlo siquiera.

—No. —Niega con la cabeza—. Estoy bien.

Con un suspiro, se pone de pie, sortea mi cuerpo y sale de la habitación. Me levanto y la sigo. Cierra la puerta del cuarto de baño y yo vuelvo al dormitorio para coger su bolso. La conozco, querrá arreglarse el desastre que se ha hecho en los ojos con el maquillaje.
Llamo a la puerta y ella la abre ligeramente, sólo lo suficiente como para que le pase el bolso.

—Gracias —dice con la voz rota.

Ya le he fastidiado el fin de semana, y eso que todavía no ha empezado siquiera.

—¡Mi madre y tu padre quieren que lleves a Pau a casa mañana! —grita Landon desde el otro extremo del pasillo.

—¿Y...?

—Y nada. Mi madre echa de menos a Pau.

—Pues... tu madre puede verla en otra ocasión. —Entonces me doy cuenta de que eso puede distraer a Pau de la maldita carta—. ¿Sabes qué? Vale —digo antes de que responda—. La llevaré allí mañana. Mi hermanastro ladea la cabeza.

—¿Está llorando?

—Está... No es asunto tuyo —le espeto.

—No lleváis aquí ni veinte minutos y ya está encerrada en el baño —dice cruzándose de brazos.

—No es el momento de empezar a darme por culo, Landon —le gruño—. Ya estoy a punto de estallar, y lo que menos necesito es que metas las narices donde no te llaman.

Pero entonces pone los ojos en blanco como suele hacerlo Pau.

—Vaya, ¿sólo puedo meterlas cuando implica hacerte un favor?

«¿Qué cojones le pasa y por qué sigo refiriéndome a él como mi hermanastro?»

—Vete a la mierda.

—Bastante agobiada estará, así que será mejor que dejemos esto antes de que salga del baño.

—Está intentando hacerme entrar en razón.

—Vale, pues deja de decirme gilipolleces —replico.

Antes de que le dé tiempo a contestar, la puerta del baño se abre, y Pau, recompuesta pero agotada, se dirige al pasillo con la preocupación reflejada en su rostro.

—¿Qué pasa?

—Nada. Landon va a pedir pizza y vamos a pasar el resto de la noche como una gran familia feliz —digo, y a continuación miro a mi hermanastro—: ¿Verdad?

—Sí —coincide él, por el bien de Pau.

Echo de menos los días en que Landon no me replicaba. Eran pocos y muy espaciados, pero le están creciendo las agallas conforme pasan los meses. O igual yo me he vuelto más débil... No tengo ni puta idea, pero no me gusta el cambio.

Pau deja escapar un suspiro. Necesito que sonría. Necesito saber que puede superar esto. De modo que le digo:

—Voy a llevarte a casa de mi padre mañana; igual Karen tiene algunas recetas o alguna mierda que compartir contigo.

Sus ojos se iluminan y sonríe, por fin.

—¿Recetas o alguna mierda? —Se muerde la comisura del labio para evitar sonreír más aún. La presión de mi pecho desaparece.

—Sí, o alguna mierda. —Le devuelvo la sonrisa y la guío hasta el salón, donde todos estamos preparados para disfrutar de una noche de suplicio entreteniendo a Richard y a Landon.

Richard está tumbado a lo largo del sofá. Landon está en el sillón. Y Pau y yo estamos sentados en el suelo.

—¿Me pasas otro trozo de pizza? —pregunta Richard por tercera vez desde que hemos empezado a ver este horror de película.

Observo a Pau y a Landon, que, por supuesto, están completamente fascinados por la historia de amor entre Meg Ryan y Tom Hanks. Si ésta fuese una película moderna, habrían follado después del primer e-mail, y no habrían esperado hasta la última escena para besarse. Joder, habrían estado en una de esas aplicaciones de citas, y puede que sólo se conocieran por su nick. Qué deprimente.

—Toma —gruño pasándole la caja de la pizza a Richard.

Encima de que está ocupando todo el sofá, ahora no para de interrumpirme cada diez minutos para pedir más comida.

—Tu madre lloraba cada vez que veía esta última parte.

Richard alarga la mano y le aprieta el hombro a Pau. Tengo que hacer un esfuerzo enorme para no apartarle la mano. Si la pobre supiera lo que su padre ha estado haciendo durante la última semana, si hubiese visto cómo las drogas abandonaban su organismo entre vómitos y convulsiones, ella misma le apartaría la mano y se desinfectaría el hombro.

—¿De verdad? —Pau mira a su padre con ojos vidriosos.

—Sí. Recuerdo que las dos la veíais cada vez que la echaban en la tele. Casi siempre en vacaciones, claro.

—¿Y eso...? —empiezo, pero detengo mis maliciosas palabras antes de expresarlas.

—¿Qué? —me pregunta Pau.

—Y ¿ese perro qué pinta ahí? —pregunto al azar.

No tiene sentido, pero Pau, en su línea, inicia una perorata sobre la última escena de la película y dice que el perro, Barkley o Brinkley, creo que ha dicho que se llama, es fundamental para el éxito de la película.
Bla, bla, bla...

Unos golpes en la puerta detienen las explicaciones de Pau, y Landon se levanta para abrir.

—Ya voy yo —digo, y paso por delante de él. Al fin y al cabo, ésta es mi puta casa.
No me molesto en mirar por la mirilla, pero cuando abro la puerta, desearía haberlo hecho.

—¿Dónde está? —pregunta el yonqui apestoso.

Salgo al descansillo y cierro la puerta. No quiero que Pau se vea envuelta en esta mierda.

—¿Qué cojones haces aquí? —silbo con los dientes apretados.

—Sólo he venido a ver a mi colega, eso es todo.

Los dientes de Chad están aún más marrones que antes, y su vello facial está apelmazado contra su piel. Tendrá unos treinta años, pero su rostro es el de un hombre de más de cincuenta. Lleva el reloj que mi padre me regaló en su sucia muñeca.

—No va a salir aquí, y nadie va a darte nada, así que te sugiero que muevas el culo y vuelvas por donde has venido antes de que te estampe la cara contra esa barandilla —digo con naturalidad, y señalo hacia la barra de metal que hay delante del extintor de incendios—. Y después, mientras te desangras, llamaré a la policía y te arrestarán por posesión y por allanamiento. —Sé que lleva droga encima, el puto capullo.

Fija la vista en mí y yo avanzo un paso hacia él.

—Yo que tú no pondría a prueba mi paciencia. Esta noche, no —le advierto.
Abre la boca justo cuando la puerta del apartamento se abre detrás de mí. Mierda puta.

—¿Qué pasa? —pregunta Pau, avanzando hasta colocarse delante de mí.

Como por acto reflejo, le doy un tirón en la espalda y ella pregunta de nuevo.

—Nada, Chad estaba a punto de marcharse. —Miro al maldito yonqui, y más le vale...
Pau entorna los ojos mirando el objeto brillante que pende en la delgada muñeca del tipo.

—¿Ése no es tu reloj?

—¿Qué? No... —empiezo a mentir, pero ella ya lo sabe.

No es tan tonta como para pensar que es una coincidencia que este puto drogadicto tenga el mismo reloj caro de cojones que yo.

Pedro... —Me mira—. ¿Qué pasa? ¿Has estado saliendo con este tipo o algo? —Se cruza de brazos y pone más distancia entre nosotros.

—¡No! —niego medio gritando. ¿Por qué saca esa conclusión al presenciar esta escena?
No sé si llamar a su padre y defenderme o si inventarme otra mentira.

—No soy amigo suyo. Y ya se marcha —digo, y miro a Chad lanzándole de nuevo una advertencia.

Esta vez lo capta y retrocede por el descansillo. Supongo que Landon es el único que ya no se siente intimidado por mí. Parece que no estoy perdiendo facultades después de todo.

—¿Quién está ahí? —Richard se reúne con nosotros en el descansillo.

—Ese hombre..., Chad —responde Pau, con claro tono inquisitorio.

—Ah... —Su padre palidece y me mira con impotencia.

—Quiero saber qué está pasando aquí —exige Pau.

Es obvio que se está cabreando. No debería haberla dejado volver al apartamento. Lo he visto en su cara en el instante en que ha pisado este maldito lugar.

—¡Landon! —Llama a su mejor amigo y yo miro a su padre.

Landon se lo contará todo; él no le mentirá a la cara como lo he hecho yo tantas veces.

—Tu padre le debía dinero, y yo le di el reloj a modo de pago —admito.

Pau sofoca un grito y se vuelve hacia Richard.

—¿Por qué le debías dinero? ¡Ese reloj se lo regaló su padre! —exclama.

Vale..., ésta no es la reacción que esperaba. Está más centrada en el estúpido reloj que en el hecho de que su padre le debiese dinero a ese despojo humano.

—Lo siento, Pauli. No tenía dinero, y Pedro...

Antes de darme cuenta de lo que está haciendo, va de camino al ascensor. «¡Pero ¿qué coño...?!»

Presa del pánico, corro tras ella, pero se mete en la jaula de acero antes de que le dé alcance. Esas puertas se mueven terriblemente despacio en cualquier otra ocasión, pero ahora que está huyendo de mí, se cierran al instante.

—¡Maldita sea, Pau!

Golpeo el metal con el puño. ¿Hay escalera en este edificio? Cuando me vuelvo, Landon y Richard miran hacia nosotros con la mirada perdida, sin moverse. «Gracias por la puta ayuda, capullos.»

Me apresuro a ir por la escalera y bajo los peldaños de dos en dos hasta que llego abajo. Busco a
Pau en el vestíbulo y, al no verla, el pánico me invade de nuevo. Chad podría haber traído algunos amigos consigo... y podrían acercarse a Pau o hacerle daño...

Un sonido anuncia la llegada del ascensor. Las puertas se abren y Pau sale de él; la determinación se refleja en su rostro hasta que me ve.

—¡¿Has perdido la puta cabeza?! —le grito, y mi voz inunda el vestíbulo.

—¡Va a devolverte ese maldito reloj, Pedro! —me grita en respuesta.

Se dirige hacia las puertas de cristal y yo la agarro de la cintura y la estrecho contra mi pecho.

—¡Suéltame! —Me clava las uñas en los brazos, pero no cedo.

—No puedes ir tras él. ¿En qué estás pensando?

Sigue forcejeando conmigo.

—Si no dejas de moverte, te llevaré literalmente a rastras hasta el apartamento. Y ahora escúchame —digo.

—¡No puede quedarse ese reloj, Pedro! Te lo regaló tu padre, y significa mucho para él, y para ti...

—Ese reloj no significaba una mierda para mí —digo.

—Claro que sí. No lo admitirías jamás, pero te importaba. Lo sé. —Sus ojos se humedecen de nuevo. Joder, este fin de semana va a ser un infierno.

—No es verdad...

«¿O sí?»

Se tranquiliza un poco y deja de agitar los brazos. La convenzo para volver al ascensor y abortar su persecución del narcotraficante, muy a su pesar.

—¡No es justo que se quede con tu reloj por los problemas con el alcohol de mi padre! ¿Cuánto puede beber una persona como para acabar debiéndole dinero a la gente?
Está hecha una furia y, aunque me parece muy graciosa cuando se pone así, me siento fatal por lo que tengo que contarle.

—No era por el alcohol, Pau —confieso.

Veo cómo ladea la cabeza y mira a todas partes excepto a mis ojos.

Pedro, sé que mi padre bebe. No lo excuses. —Su pecho se hincha y se deshincha a una velocidad frenética.

—Pau, tienes que tranquilizarte.

—¡Dime qué está pasando, Pedro!

No sé cómo expresarlo de otra manera. Lo siento. Siento no haber podido protegerla de un padre jodido, del mismo modo que no pude proteger a mi madre de la devastación del mío. Así que hago algo extraño para mí. Digo algo brutalmente sincero:

—No es el alcohol. Son las drogas.


Entonces se mete corriendo en el ascensor y pulsa el botón de nuestra planta. Entro justo detrás de ella, pero Pau se limita a mirar al vacío mientras las puertas se cierran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario