Divina

Divina

miércoles, 16 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 130


Pedro

Parece que Pau vaya a desmayarse de un momento a otro. Se ha puesto un rotulador entre los dientes mientras vuelve a revisar la lista. Al parecer, cruzar medio planeta dispara sus tendencias neuróticas.

—¿Estás segura de que lo llevas todo? —pregunto con sarcasmo.

—¿Qué? Sí —resopla, concentrada en su tarea de revisar su bolsa de viaje por enésima vez desde que hemos llegado al aeropuerto.

—Si no facturamos ya, perderemos el vuelo —le advierto.

—Ya lo sé.

Me mira, mientras su mano revuelve la maldita bolsa. Está loca, es adorable a muerte, pero está loca de remate.

—¿Estás seguro de dejar el coche aquí? —me pregunta.

—Sí. Para eso es para lo que sirven los aparcamientos, para dejar los coches.

Señalo el cartel de PARKING DE LARGA ESTANCIA que hay sobre nuestras cabezas y añado:

—Es para coches sin problemas de compromiso.

Pau me mira perpleja, como si no hubiera dicho nada.

—Dame la bolsa —le digo arrancándole esa cosa horrible del hombro. Es demasiado pesada para que la cargue por ahí. La tía ha metido la mitad de sus cosas en esa bolsa.

—Yo llevo la maleta, entonces —replica, y coge el mango de la maleta con ruedas.

—No, la llevo yo. Relájate, ¿quieres? Todo irá bien —le aseguro.

Nunca olvidaré lo alterada que estaba esta mañana. Doblando y volviendo a doblar, metiendo y sacando nuestra ropa hasta que ha cabido toda en la maleta. He tenido paciencia porque sé lo que significa para ella este viaje. Aunque está siendo más pesada que nunca, no puedo evitar sentir emoción. Emoción por llevarla en el que será su primer viaje al extranjero, emoción al imaginar sus ojos azul grisáceo como platos al ver las nubes y atravesarlas. Me he asegurado de que tuviera un asiento de ventanilla sólo por ese motivo.

—¿Lista? —le pregunto cuando las puertas automáticas de la terminal se abren para recibirnos.

—No. —Sonríe nerviosa. Y yo la guío a través del abarrotado aeropuerto.

—Te vas a desmayar de un momento a otro, ¿verdad? —le susurro inclinándome hacia ella.

Está pálida y sus pequeñas manos tiemblan en su regazo. Las cojo con una de las mías y le doy un apretón tranquilizador. Ella me sonríe, un cambio agradable al ceño fruncido que tenía desde que pasamos el control de seguridad.

El segurata del aeropuerto le estaba tirando los trastos, he reconocido su estúpida expresión cuando ella le ha sonreído. Yo tengo la misma puta sonrisa. Tenía todo el derecho de mandarlo a la mierda, pero por supuesto ella no estaba de acuerdo y ha estado de morros desde que se me llevó de allí a rastras mientras yo le levantaba el dedo corazón a aquel capullo. «Gracias a Dios que ese tío ve mal de lejos», murmuró, y luego no dejó de mirar atrás por encima del hombro.

Se puso aún peor cuando la obligué a abrocharse el abrigo hasta arriba. El viejo que está sentado a mi lado es un puto pervertido, y Pau por suerte tiene el asiento de ventanilla; así yo puedo hacer de escudo de sus miradas. La muy cabezota se negó a abrocharse dejando su escote a la vista para quien quisiera babear con su canalillo. Por supuesto, la blusa no es tan abierta, pero cuando se inclina hacia adelante puedes verlo todo. No intento controlarla, intento evitar que los tíos se coman con los ojos sus tetas no precisamente discretas.

—No, estoy bien —responde dudosa. Su mirada la traiciona.

—Despegaremos de un momento a otro.

Miro a la azafata de vuelo atravesar la cabina para comprobar los compartimentos sobre los asientos por tercera vez. «Están todos cerrados, señorita, pongámonos en marcha antes de que tenga que sacar a Pau en brazos de este avión.» De hecho, detener el viaje podría ir en mi favor, en serio.

—Última oportunidad para bajar del avión. Los billetes no se pueden devolver pero los añadiré a tu cuenta —le digo poniéndole un mechón de pelo suelto detrás de la oreja.

Ella me sonríe más tímidamente que nunca. Sigue enfadada, pero los nervios están haciendo que se ablande un poco conmigo.

Pedro —gime en voz baja. Apoya la cabeza en la ventanilla y cierra los ojos.

Odio verla tan atacada, me provoca ansiedad, y este viaje ya de por sí me tiene de los nervios. Me estiro para bajar la cortina de la ventanilla, esperando que eso la ayude.

—¿Falta mucho? —le espeto impaciente a la azafata que ahora pasa justo por nuestro lado. Sus ojos van de Pau a mí y levanta una ceja altiva.

—Unos minutos.

Fuerza una sonrisa porque su trabajo la obliga. El hombre a mi lado se mueve incómodo, y pienso que ojalá hubiera comprado otro billete para no tener que preocuparme por sentarme junto a semejante capullo. Huele a tabaco rancio.

—Ya han pasado muchos minutos y... —empiezo a protestar.

Pau apoya una mano sobre las mías, y sus ojos, ahora muy abiertos, me suplican que no la líe.

Respiro hondo y cierro los ojos para añadirle más drama a la situación.

—Vale —digo dejando de mirar a la azafata, que sigue su camino por el pasillo.

—Gracias —murmura Pau.

En lugar de apoyar la cabeza en la ventanilla, la recuesta con delicadeza en mi brazo. Le doy unas palmaditas en el muslo haciendo señas para que se incorpore y pueda poner el brazo alrededor de ella, que se arrima a mí suspirando de alegría mientras coloco mi brazo y lo pego a su cuerpo. Me encanta ese sonido.

El avión empieza a moverse lentamente por la pista y Pau cierra los ojos.
Para cuando el aparato flota en el aire, ha levantado la cortinilla y mira el paisaje más abajo con unos ojos como platos.

—Es increíble. —Sonríe.

Ya le ha vuelto el color a la cara. Resplandece de la emoción, y es terriblemente contagioso. Intento reprimir la sonrisa mientras balbucea lo pequeño que parece todo, pero me resulta imposible.

—¿Lo ves? No es tan malo. Aún no nos hemos estrellado —digo con desdén.

En respuesta, murmullos y toses irritadas empiezan a oírse por la prácticamente silenciosa cabina, pero me importa una mierda. Pau entiende mi humor, al menos casi siempre, y pone los ojos en blanco mientras me da un puñetazo juguetón en el pecho.

—Silencio —me advierte, y yo me río.

Después de tres horas, está inquieta. Sabía que lo estaría. Hemos visto un poco de la asquerosa programación de los patrocinadores de la aerolínea y hemos hojeado la revista SkyMall dos veces, y ambos hemos convenido en que una jaula para perros con forma de mesita para la tele no vale dos mil dólares ni de coña.

—Van a ser nueve horas muy largas —le digo.

—Ya sólo seis —me corrige. Sus dedos resiguen el símbolo del infinito con los extremos en forma de corazón que llevo tatuado en la muñeca.

—Sólo seis —repito—. Duerme un poco.

—No puedo.

—¿Por qué?

Me mira.

—¿Qué crees que estará haciendo mi padre? O sea, sé que Landon lo vigiló la última vez que estuviste fuera, pero en esta ocasión no volveremos hasta dentro de tres días.

«Mierda.»

—Estará bien —le aseguro.

Se enfadará pero lo superará, y más tarde se lo agradecerá.

—Me alegro de que no aceptáramos la oferta de tu padre —me dice.

«Me cago en todo.»

—¿Por qué? —me atraganto, y busco su cara.

—El centro de rehabilitación es demasiado caro.

—¿Y?

—No me siento bien sabiendo que tu padre se está gastando ese dineral en el mío. No es responsabilidad suya, y ni siquiera sabemos con seguridad que él...

—Es un drogadicto, Pau. —Sé que todavía no quiere admitirlo, pero en el fondo sabe que es verdad—. Y mi padre podría pagar su tratamiento.

Necesito llamar a Landon en cuanto aterricemos para averiguar cómo ha ido la «intervención». Aunque espero que el inútil de su padre aceptara, me siento culpable porque Pau no esté al tanto del plan. Me he tirado horas dándole de patadas y de puñetazos a ese saco en el gimnasio pensando en esta mierda. Al final, la solución era sencilla. O bien Richard mueve el culo hasta el centro de rehabilitación que paga mi padre o se queda fuera de la vida de Pau para siempre. No quiero que esa puta adicción
sea una carga que ella tenga que soportar. Bastantes problemas le causo yo, y si alguien tiene que provocarle estrés, seré yo. He mandado a Landon para que intervenga, a decirle al tío que tiene que elegir una de las dos opciones: la rehabilitación o Pau. Me imaginé que las cosas no se pondrían violentas si Landon, que es opuesto a mí, se encargaba de ello. Por mucho que me carcoma el hecho de que sea mi padre el que vaya a ayudar a Pau, puesto que es quien va a pagar, no podía negarme.

Quería pero no podía.

—No sé —suspira, mirando por la ventanilla—, tengo que pensar en ello.

—Bueno... —empiezo, y al oír mi tono de voz frunce el ceño.

—¿Qué has hecho? —Entorna los ojos y se aparta de mí. No puede irse muy lejos, tiene que quedarse sentada a mi lado hasta que aterricemos.

—Hablaremos de eso luego.

Miro al hombre que está a mi lado. Esta compañía debería hacer los asientos más anchos. Si el apoyabrazos entre Pau y yo no estuviera levantado, estaría sentado encima de ese tío.
Pau pone unos ojos como platos.

—Lo has mandado allí, ¿verdad? —susurra tratando de no montar una escena.

—No he mandado a tu padre a ninguna parte.

Es la verdad. No sé si ha aceptado o no.

—Pero lo has intentado, ¿a que sí?

—Tal vez —admito.

Sacude la cabeza incrédula y la apoya en el asiento mirando fijamente al vacío.

—Estás cabreada, ¿no? —le pregunto.

Me ignora.

—Paula... —Mi voz suena demasiado fuerte y tiene en ella el efecto que pretendía. Abre los ojos de golpe y se vuelve hacia mí.

—No estoy enfadada —susurra—, sólo sorprendida, y estoy intentando asimilarlo y saber qué me parece, ¿vale?

—Vale. —Su reacción ha sido bastante mejor de lo que esperaba.

—No puedo soportar que me ocultes nada. Tú lo haces, mi madre también... No soy una niña. Soy capaz de gestionar las cosas que me suceden, ¿no te parece?

Evito decir lo primero que se me pasa por la cabeza. Cada vez se me da mejor esta mierda.

—Sí —respondo tranquilo—, pero eso no significa que no intente filtrar la porquería que te llega.
Su mirada se suaviza y asiente una vez.

—Lo entiendo, pero necesito que dejes de ocultarme cosas. Cualquier cosa que tenga que ver contigo, Landon o mi padre, necesito saberlo. Siempre me acabo enterando de todas formas. ¿Para qué alargar lo inevitable? —pregunta.

—Vale —acepto sin pensar mucho—. A partir de ahora no te ocultaré mierdas.

Lo que no le digo es que no cuenta nada de lo que le he ocultado en el pasado, sólo acepto que desde este momento y en adelante intentaré no dejarla sin saber nada.
Una chispa de emoción le recorre la cara, pero no puedo interpretarlo. Casi podría pensar que es culpabilidad.

—A menos que sea algo que es mejor que yo no sepa —añade bajito.

«Vale...»

—¿De qué clase de cosas estamos hablando? —le pregunto.

—Algo que tú preferirías no saber también cuenta. Por ejemplo, el hecho de que mi ginecólogo sea un hombre —me informa.

—¿Qué?

Nunca se me había pasado por la cabeza que el médico de Pau pudiera ser un hombre. No sabía que los hombres médicos hicieran semejantes cosas.

—¿Ves? Habrías preferido no saberlo, ¿verdad? —Ni siquiera intenta ocultar su sonrisa de listilla sabiendo que estoy enfadado y celoso.

—Cambiarás de médico.

Niega lentamente con la cabeza mientras me mira. Me inclino hacia ella y le susurro al oído:

—Tienes suerte de que los lavabos de este trasto sean demasiado pequeños para follarte en uno de ellos.

Su respiración se acelera e inmediatamente junta y aprieta los muslos. Me encanta su reacción cuando la provoco con palabras, siempre es instantánea. Además, necesitaba distraerla y cambiar de tema por el bien de ambos.

—Te empujaría contra la puerta y te follaría contra la pared. —Mi mano sube más arriba por sus muslos—. Y te taparía la boca para sofocar tus gritos. Traga saliva.

—Me sentiría tan jodidamente bien con tus piernas alrededor de mi cintura y tus manos agarrándome el pelo...

Tiene los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas y, mierda, desearía que los lavabos no fueran tan jodidamente enanos. Es que ni siquiera puedo extender los brazos en ese minúsculo espacio. He pagado casi mil dólares por cada billete de ida y vuelta, al menos debería poder follarme a mi chica en el baño durante el vuelo.

—Por mucho que aprietes las piernas, eso no hará que el dolor desaparezca —sigo susurrándole al oído. Bajo la mesita plegable para poder subir la mano hasta el lugar donde se unen sus muslos—. Sólo yo puedo. —Parece que vaya a correrse sólo de oír mis palabras—. El resto del viaje va a ser muy incómodo para ti con las braguitas mojadas y tal.

La beso detrás de la oreja usando la lengua para provocarla aún más, y el hombre a mi lado tose.

—¿Algún problema? —le pregunto sin importarme un pimiento si ha oído algo de lo que le he dicho.

Sin embargo, él se apresura a negar con la cabeza y devuelve la atención al libro electrónico que tiene en la mano. Me inclino hacia él y veo el primer párrafo de la página débilmente iluminada. Detecto a simple vista el nombre de Holden y suelto una risa entre dientes. Sólo los hombres de mediana edad pretenciosos y los hipsters barbudos disfrutan leyendo El guardián entre el centeno. ¿Qué los atrae tanto de un maldito acosador adolescente con demasiados privilegios? Nada.

—¿Puedo continuar? —digo inclinándome sobre Pau, que ahora está jadeando.

—No. —Levanta la mesita, la asegura y acaba con la diversión.

—Ya sólo quedan cinco horas más. —Le sonrío ignorando lo empalmado que estoy sólo de imaginar lo mojada que debe de estar ella ahora.

—Eres un capullo —susurra. La sonrisa que me gusta se dibuja en sus labios.

—Y me quieres —le contesto haciendo que la sonrisa crezca.

Abrirse camino a través del aeropuerto de Heathrow no fue tan malo como lo recordaba. Recogimos las maletas enseguida. Pau guardó silencio la mayor parte del tiempo, y su mano en la mía era todo lo que necesitaba para asegurarme de que no estaba demasiado enfadada por lo de la rehabilitación. El coche de alquiler estaba preparado para nosotros, y miré divertido cómo Pau fue directa al lado equivocado del vehículo.

Cuando llegamos a Hampstead estaba dormida. Intentó seguir despierta mirando por la ventanilla, observándolo todo, pero no consiguió mantener los ojos abiertos. La vieja ciudad está igual que la última vez que vine, claro, y ¿por qué iba a cambiar? Sólo han pasado un par de meses. Por alguna razón sentí como si, en el momento que pasara junto a la señal de bienvenida de Hampstead con Pau en el asiento del acompañante, la ciudad fuera a cambiar de alguna forma.

Pasamos por las casas históricas y las atracciones turísticas y al final llegamos a la zona residencial de la ciudad. Al contrario de lo que se suele creer, no todo el mundo en Hampstead vive en una mansión histórica y nada en la abundancia. Todo eso queda claro en cuanto accedo al camino de entrada de casa de mi madre. La vieja vivienda parece que vaya a caerse en cualquier momento, y me alegro de ver el cartel de VENDIDO en el césped. La casa de su futuro marido, justo en la puerta de al lado, está en mejor estado que ese agujero y tiene casi el doble de su tamaño.

—Pau —intento despertarla. Seguramente habrá babeado toda la ventanilla.

Mi madre aparece en la puerta principal sólo unos segundos después de que las luces iluminen las ventanas. Abre la puerta mosquitera y baja la escalera como una loca. Los ojos de Pau se abren y miran a mi madre, que está abriendo la puerta de su lado para abrazarla. ¿Por qué todo el mundo la quiere tanto?

—¡Pau! ¡Pedro! —La voz de mi madre suena fuerte y muy nerviosa mientras Pau se quita el cinturón de seguridad y sale del coche.

Intercambian abrazos entre mujeres y saludos mientras yo saco el equipaje del maletero.

—Me alegro tanto de que hayáis venido los dos... —Mi madre sonríe secándose una lagrimilla de los ojos. Va a ser un fin de semana largo.

—Nosotros también —Pau responde por mí y deja que mi madre la lleve de la mano hasta la pequeña casa.

—No me gusta el té, así que no va a haber la típica bienvenida británica, pero he preparado café. Sé que a los dos os encanta el café —murmura mi madre.

Pau ríe, dándole las gracias. Mi madre guarda las distancias conmigo, obviamente para no disgustarme en el fin de semana de su boda. Las dos mujeres desaparecen en la cocina y yo subo la escalera hacia mi antigua habitación para deshacerme de las bolsas. Oigo cómo sus risas mueven por toda la casa e intento convencerme de que no va a pasar nada catastrófico este fin de semana. Todo va a ir bien.


En la habitación no hay nada más que mi antigua cama doble y una cajonera. Han quitado el papel pintado, que ha dejado restos de cola en las paredes. Mi madre obviamente está intentando dejar lista la casa para el nuevo propietario, pero verla así me hace sentir un poco raro.

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solo 12 capitulos mas chikiiiiis !!!!!

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