Divina

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viernes, 18 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 141


Pedro

—¿Dónde estás? —Su voz enfadada retumba por el pasillo y entra en la cocina.

La puerta principal se cierra de un portazo, cojo mi libro y me bajo de la mesa de la cocina. Mi hombro choca contra la botella que hay en la mesa y la lanza contra el suelo. Se hace añicos. El líquido ambarino baña el suelo y me apresuro a esconderme antes de que me encuentre y vea lo que he hecho.

—¡Trish! ¡Sé que estás ahí! —vuelve a gritar. Su voz ahora está más cerca. Mis pequeñas manos agarran el paño de cocina que cuelga del fogón y lo tiran al suelo para ocultar el desastre que he causado.

—¿Dónde está tu madre?

Salto hacia atrás al oírlo.

—No..., no está —le digo poniéndome de pie.

—Pero ¡¿qué coño has hecho?! —chilla empujándome al ver la que he liado sin querer. Sabía que se iba a enfadar.

—Esa botella de whisky tenía más años que tú —explica. Levanto la vista a su cara roja y se tambalea—. Has roto mi botella —dice la voz de mi padre despacio. Últimamente siempre suena así cuando llega a casa.

Retrocedo dando pequeños pasos. Si consiguiera llegar a la escalera, podría escapar. Está demasiado borracho para seguirme. La última vez se cayó rodando por ella.

—¿Qué es eso? —Sus ojos furibundos se posan en mi libro.

Lo estrecho contra mi pecho. No. Éste no.

—Ven aquí, muchachito —pide rodeándome.

—No, por favor —le suplico cuando me arranca de las manos mi libro favorito. La señorita Johnson dice que soy un buen lector, el mejor de quinto curso.

—Tú has roto mi botella. Ahora yo voy a romper algo tuyo. —Sonríe.

Retrocedo cuando parte el libro en dos y le arranca las páginas. Me tapo los oídos y veo a Gatsby y a Daisy flotar por la estancia en una tormenta blanca. Coge algunas de las páginas en el aire y las hace pedazos.

No puedo llorar como un crío. Sólo es un libro. Sólo es un libro. Me duelen los ojos pero no soy un bebé, y por eso no puedo echarme a llorar.

—Eres igual que él, ¿lo sabías? Con tus malditos libros —dice arrastrando las palabras.

¿Igual que quién? ¿Jay Gatsby? Él no lee tanto como yo.

—Tu madre se cree que soy tonto. —Se coge al respaldo de la silla para no caerse—. Sé lo que hizo.

De repente se queda muy quieto y sé que va a llorar.

—¡Recoge todo esto! —me ruge mientras me deja solo en la cocina. Le da una patada a la cubierta del libro al marcharse.

—¡ Pedro! ¡ Pedro, despierta! —Una voz me saca de la cocina de casa de mi madre—. Pedro, sólo es un sueño. Despierta, por favor.

Cuando abro los ojos, me encuentro con una mirada preocupada y un techo que no conozco sobre mi cabeza. Tardo un momento en darme cuenta de que no estoy en la cocina de casa de mi madre. No hay whisky derramado por el suelo ni ninguna novela hecha pedazos.

—Perdona que te haya dejado solo. He salido a desayunar. No creía que... —Se le quiebra la voz en un sollozo y me rodea la espalda bañada en sudor con sus brazos.

—Calla... —Le acaricio el pelo—. Estoy bien. —Parpadeo un par de veces.

—¿Quieres contármelo? —pregunta en voz baja.

—No. La verdad es que ni siquiera lo recuerdo —le confieso.

El sueño se ha vuelto borroso y se desdibuja un poco más con cada una de las caricias de su mano en la piel desnuda entre mis omóplatos.

Dejo que me abrace unos minutos antes de apartarme de ella.

—Te he traído el desayuno —dice limpiándose la nariz en la manga de la camiseta que lleva puesta, que es mía—. Perdona. —Sonríe tímidamente, enseñándome la manga llena de mocos.

No puedo evitar echarme a reír. Ya se me ha olvidado la pesadilla.

—Esa camiseta ha sufrido manchas peores —le recuerdo con descaro intentando hacerla reír. Viajo atrás en el tiempo, a cuando me la peló en el apartamento mientras yo llevaba puesta esa camiseta y lo manchamos todo.

Pau se ruboriza y cojo la bandeja de comida que hay a su lado. La ha llenado hasta arriba con distintos tipos de pan, fruta, queso, e incluso una pequeña caja de frosties.

—He tenido que pelearme con una anciana para conseguirlos —dice señalando los cereales con la cabeza.

—No me lo creo —replico en broma mientras se lleva un grano de uva a la boca.

—Lo habría hecho —insiste.

No estamos para nada como cuando llegamos ayer en mitad de la noche.

—¿Has cambiado los billetes de avión? —le pregunto abriendo la caja de los cereales; ni siquiera me molesto en verterlos en el cuenco que ha puesto en la bandeja.

—Quería hablar contigo de eso. —Baja la voz. No ha cambiado los billetes. Suspiro y espero que termine—: Anoche hablé con Christian... Bueno, esta mañana.

—¿Qué? ¿Por qué? Te dije que... —Me levanto y desparramo la caja de cereales en la bandeja.

—Ya lo sé, pero escucha —me suplica.

—Vale. —Me siento en la cama y espero a que se explique.

—Dice que lo siente mucho y que necesita explicártelo todo. Comprendo que no quieras escucharlo. Si no piensas hablar con ninguno de los dos, ni con Christian, ni con tu madre, cambiaré los billetes de avión ahora mismo. Sólo quiero que tengas la opción de hacerlo. Sé que Christian te importa... — Empiezan a agolpársele las lágrimas en los ojos.

—No quiero esa opción —le aseguro.

—¿Quieres que cambie los billetes? —pregunta.

—Sí —le digo. Pau frunce el ceño y coge mi portátil de encima de la mesilla de noche—. ¿Qué más te ha dicho? —pregunto reticente. No me importa, pero siento curiosidad. 

—Que la boda va a celebrarse de todos modos —me informa.

«Pero ¿qué coño...?»

—Y dice que se lo va a contar todo a Kimberly y que la quiere más que a su propia vida—Empieza a temblarle el labio inferior al mencionar a su amiga la cornuda.

—Mike es tonto de remate, puede que al final sí que se merezca a mi madre.

—No sé por qué la ha perdonado tan rápido, pero lo ha hecho. —Pau hace una pausa y me mira como si tratara de evaluar mi estado de ánimo—. Christian me ha pedido que intente que al menos te despidas de tu madre antes de que nos vayamos. Sabe que no vas a ir a la boda, pero quiere que te despidas de ella —dice a toda velocidad.

—Ni hablar. De ninguna manera. Voy a vestirme y vamos a largarnos de esta pocilga —digo gesticulando alrededor, a la habitación de hotel excesivamente cara.

—Vale —accede ella.

Ha sido muy fácil. Demasiado.

—¿Qué quieres decir con eso de «vale»? —le pregunto.

—Nada. Que estoy de acuerdo. Comprendo que no quieras despedirte de tu madre. —Se encoge de hombros y se mete el pelo enmarañado detrás de las orejas.

—¿En serio?

—Sí. —Me dedica una débil sonrisa—. Sé que a veces soy dura contigo, pero voy a apoyarte en esto. Tu comportamiento está más que justificado.

—Vale —digo, más que aliviado. Me esperaba pelea, o incluso que me obligara a ir a la boda—. Me muero por estar en casa. —Me masajeo las sienes con los dedos.

—Yo también —contesta Pau con poca convicción.

¿Dónde coño va a vivir? Después de lo que ha ocurrido no puede volver a casa de Vance, pero tampoco querrá venir a mi casa. No sé qué va a hacer, pero sé que quiero arrancarle la cabeza a Christian de cuajo por complicarle a Pau la vuelta a Seattle.

Ojalá pudiera conseguirle un trabajo en Bolthouse conmigo, pero es imposible. Ni siquiera ha terminado el primer curso, y las prácticas remuneradas en editoriales no abundan, ni siquiera para los graduados. Es imposible que encuentre otras, sobre todo en Seattle, al menos hasta que esté acabando la universidad o se haya graduado.

Le quito el portátil y termino de cambiar los billetes. No debería haber accedido a venir aquí. Vance me convenció para que trajera a Pau conmigo sólo para acabar estropeándonos el maldito viaje.

—En cuanto haya recogido todas nuestras cosas del baño podemos salir hacia el aeropuerto —dice Pau metiendo mi ropa sucia en el bolsillo superior de la maleta. Tiene cara de derrota y el ceño fruncido.

Quiero borrarle la arruga de preocupación que tiene entre ceja y ceja. Odio verla con los hombros caídos, y no me cabe la menor duda de que soportan la carga de mis pesares. 

Amo a Pau y lo compasiva que es, desearía que no cargase con mis problemas además de con los suyos. Yo me basto para soportar los míos.

—¿Te encuentras bien? —le pregunto.

Ella alza la vista y finge la sonrisa menos convincente que he visto en mi vida.

—Sí, ¿y tú? —Me devuelve la pregunta con el ceño aún más fruncido y preocupado que antes.

—No si tú no lo estás. Pau, no te preocupes por mí.

—No lo hago —miente.

—Pau... —Cruzo la habitación y me planto delante de ella. Le quito de las manos la camisa que ha doblado por lo menos diez veces en los últimos dos minutos—. Estoy bien, ¿vale? Todavía estoy cabreado y eso, pero sé que te preocupa que explote. No lo haré. —Me miro los nudillos magullados—. Bueno, al menos no volveré a hacerlo —me corrijo con una pequeña carcajada.

—Lo sé. Sólo es que has estado controlando tu ira muy bien y no quiero que nada ponga en peligro los avances que has hecho.

—Lo sé. —Me paso la mano por el pelo e intento pensar con claridad sin enfadarme.

—Estoy muy orgullosa de ti por cómo has llevado la situación. Fue Christian quien te atacó —me dice.

—Ven aquí. —Extiendo los brazos y ella se acerca y hunde la cara en mi pecho—. Aunque no se me hubiera tirado encima, nos habríamos peleado igual. Sé que si él no hubiera empezado, lo habría hecho yo —le digo.

Meto las manos bajo la camiseta y ella se encoge al sentir el frío de mis dedos en su espalda.

—Ya lo sé.

—Como tienes libre hasta el miércoles, nos quedaremos en casa de mi padre hasta que..—La vibración de su móvil nos interrumpe.

Ambos miramos rápidamente hacia la mesilla de noche.

—No voy a cogerlo —anuncia.

Suelto a Pau y agarro el móvil. Miro la pantalla y respiro hondo antes de contestar.

Deja de acosar a Pau. Si quieres hablar conmigo, llámame a mí. No la metas en esta puta mierda —espeto antes de que pueda decir ni hola.

—Te he llamado. Tienes el móvil apagado —dice Christian.

—¿Por qué será? —resoplo—. Si quisiera hablar contigo, lo habría hecho, pero como no quiero, deja de molestarme.

Pedro, sé que estás enfadado, pero tenemos que hablar de lo ocurrido.

—¡No hay nada de que hablar! —grito.

Pau me observa con preocupación mientras intento controlar el genio.

—Sí que lo hay. Tenemos mucho de que hablar. Sólo te pido quince minutos, eso es todo —dice Vance con voz suplicante.

—¿Por qué debería hablar contigo?

—Porque sé que te sientes traicionado y quiero explicarme. Me importáis mucho tu madre y tú — dice.

—¿Ahora os habéis aliado en mi contra? Que os jodan. —Me tiemblan las manos.

—Puedes hacer como que no te importamos una mierda, pero que estés tan cabreado contradice tus palabras.

Me aparto el móvil del oído y tengo que contenerme para no estamparlo contra la pared.

—Quince minutos —repite—. La boda no empezará hasta dentro de unas horas. Todos los hombres van a comer juntos en Gabriel’s. Reúnete conmigo allí.

Vuelvo a llevarme el móvil al oído.

—¿Quieres que nos veamos en un bar? ¿Eres imbécil o qué? —Me apetece muchísimo tomarme una copa..., sentir cómo el whisky me quema la lengua...

—No vamos a beber, sólo a hablar. Por razones obvias, lo mejor en nuestro caso es que quedemos en un lugar público. —Suspira—. Pero podemos vernos en otro sitio, si quieres.

—No, el Gabriel’s me parece bien.

Pau abre unos ojos enormes y ladea la cabeza un poco, confusa por mi cambio de parecer. No me mueve el afecto, es pura curiosidad. Dice que hay una explicación para todo esto y quiero oírla. De lo contrario, mi casi inexistente relación con mi madre dejará de existir por completo.

—De acuerdo... —Noto que no esperaba que accediera—. Son las doce. Nos vemos allí a la una.

—Cuenta con ello —le suelto. Esta pequeña reunión acaba a hostias, fijo.

—Deberías llevar a Pau a Heath; Kimberly y Smith estarán allí. Está a pocos kilómetros de Gabriel’s, y a Kimberly le iría bien tener cerca a una amiga. —Quiero reírme a carcajadas de la vergüenza en su voz. Puto cabrón.

—Pau se viene conmigo —le digo.

—¿De verdad quieres meterla en una situación que puede acabar en violencia... otra vez? — pregunta.

«Sí. Sí, quiero. No. No quiero.» No quiero que me pierda de vista, pero ya me ha visto llegar a las manos más de lo que le gustaría.

—Sólo lo dices porque quieres que consuele a tu prometida ahora que le has puesto los cuernos — gruño.

—No. —Vance hace una pausa—. Quiero hablar contigo a solas, y no creo que sea sensato que las mujeres estén presentes.

—Bien. Te veo dentro de una hora. —Cuelgo el móvil y me vuelvo hacia Pau—. Quiere que te quedes con Kimberly mientras nosotros hablamos.

—¿Ya lo sabe? —pregunta en voz baja.

—Eso parece.

—¿Seguro que te apetece verlo? No quiero que te sientas obligado.

—¿Crees que debería verlo? —le pregunto.

Tras un momento, asiente.

—Sí, creo que sí.

—Pues entonces iré —digo, y empiezo a andar arriba y abajo por la habitación.

Pau se levanta de la cama y me rodea la cintura con los brazos.

—Te quiero muchísimo —dice pegada a mi torso desnudo.

—Te quiero. —Nunca me cansaré de oírselo decir.

Cuando sale del baño casi me quedo sin aliento.

—Joder... —Cruzo la habitación en dos zancadas.

—¿Me queda bien? —pregunta dándose la vuelta despacio.

—Sí. —Casi me atraganto. ¿De verdad me lo pregunta? ¿Está loca? El vestido blanco que se puso para la boda de mi padre le queda aún mejor que entonces.

—Apenas he podido abrocharme la cremallera. —Sonríe, avergonzada. Se pone de espaldas a mí y se aparta el pelo de la espalda—. ¿Puedes terminar de subírmela?

Me encanta que, a pesar de que la he visto desnuda cientos de veces, todavía se ruboriza y conserva parte de su inocencia. No la he mancillado del todo.

—¿Es que has cambiado de opinión? No quiero que estés incómodo —dice Pau con dulzura.

—Sí, estoy seguro. Todo lo que voy a hacer es darle quince minutos para escuchar la mierda que quiera sacarse del pecho. —Suspiro.

La verdad es que yo sólo quiero ir al aeropuerto, pero después de haberle visto la cara mientras volvía a hacer la maleta, he sentido que tenía que hacer esto. No sólo por Pau, sino también por mí.

—Parezco un vagabundo a tu lado —le digo, y ella sonríe recorriendo mi cara y mi cuerpo con los ojos.

—¡Venga ya! —Se echa a reír. Llevo una camisa negra y unos vaqueros rotos—. Al menos podrías haberte afeitado —comenta con una sonrisa.

Sé que está nerviosa y que está intentando quitarle hierro al asunto. Yo no estoy nada nervioso... Sólo quiero librarme de todo esto cuanto antes.

—Pero si te gusta... —Le cojo la mano y la paso por la sombra que crece en mi mandíbula—. Sobre todo entre tus piernas.

Le beso las yemas de los dedos. Retira la mano cuando me llevo el índice a la boca y me da un empujón.

—¡Eres incorregible! —me regaña juguetona y, por un momento, se me olvida toda la mierda.

—Sí, y siempre lo seré. —Le estrujo el trasero con ambas manos y da un gritito.

El trayecto a Hampstead Heath, donde se alojan Kimberly y Smith, y al parque en el que hemos quedado con ella, me destroza los nervios. Pau se muerde las uñas pintadas en el asiento del acompañante y mira por la ventanilla.

—¿Y si no se lo ha contado? ¿Se lo cuento yo? —dice cuando llegamos. A pesar de lo preocupada que está, sus ojos aprecian el espectacular paisaje del parque—. Caray —dice con el entusiasmo de una niña.

—Sabía que te gustaría Heath —digo.

—Es precioso. ¿Cómo es posible que exista un lugar como éste en mitad de Londres? —Lo mira todo con la boca abierta, es uno de los pocos sitios de la ciudad que no está contaminado de humo y lleno de edificios de oficinas.

—Ahí está... —Conduzco despacio hacia la rubia que está sentada en un banco. Smith está sentado en otro, a unos cinco metros, con un tren de juguete en el regazo. Ese pequeñajo es muy raro.

—Si necesitas cualquier cosa, llámame. Encontraré el modo de llegar allá donde estés —me promete Pau antes de bajarse del coche.

—Lo mismo digo. —Con cuidado, tiro de ella para besarla—. Lo digo en serio. Si algo va mal, llámame al instante —le pido.

—Me preocupas —susurra contra mis labios.

—Estaré bien. Ve a decirle a tu amiga que su prometido es un gilipollas. —La beso otra vez.


Me mira enfurruñada pero no dice nada. Sale del coche y camina por el césped en dirección a Kimberly.

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