Pau
—¿Listo para volver adentro? —Mi voz es un susurro que rompe el silencio entre nosotros.
Pedro no ha dicho nada y yo tampoco he sido capaz de pensar en nada que decir en los últimos veinte minutos.
—¿Y tú? —Se levanta dándose impulso en el tronco del árbol y se alisa los vaqueros negros.
—Cuando quieras.
—Estoy listo. —Sonríe con sarcasmo—. Pero si lo prefieres, podemos seguir hablando de volver adentro.
—Ja, ja, ja. —Pongo los ojos en blanco y me ofrece la mano para ayudarme a levantarme.
Con ella me rodea la muñeca y tira de mí. No me suelta, sino que me coge de la mano. No menciono la caricia ni que me esté mirando de esa manera, como me mira cuando enmascara su ira, cuando el amor que siente por mí es más fuerte que ella. Es una mirada pura y espontánea, y me recuerda que una parte de mí ama y necesita a este hombre más de lo que estoy dispuesta a reconocer.
No hay segundas intenciones detrás de su caricia. Cuando me rodea la cintura con el brazo y me atrae hacia sí mientras volvemos al porche no lo hace de manera calculada.
Una vez dentro, nadie dice nada. Karen nos mira preocupada. Tiene la mano en el brazo de Ken, y él está inclinado y habla suavemente con Landon, que ha vuelto a sentarse en el comedor. No veo a Sophia, imagino que se ha ido tras el caos. No la culpo.
—¿Estás bien? —Karen se vuelve hacia Pedro cuando pasamos por su lado.
Landon levanta la mirada al mismo tiempo que Ken y le doy un pequeño codazo a Pedro.
—¿Quién, yo? —pregunta confuso. Se detiene al pie de la escalera y choco contra él.
—Sí, cariño, ¿estás bien? —aclara Karen. Se coloca un mechón castaño detrás de la oreja y se acerca a nosotros con la mano en el vientre.
—¿Quieres decir...? — Pedro se aclara la garganta—. ¿Te preocupa que me vuelva loco y le parta la cara a Landon? No, no voy a hacerlo —resopla.
Karen menea la cabeza. Tiene unos rasgos dulces y pacientes.
—No. Te estoy preguntando cómo estás. ¿Puedo hacer algo por ti? Eso es lo que quiero saber. Pedro parpadea, intentando recuperarse.
—Sí, estoy bien.
—Si cambias de opinión, dímelo, ¿de acuerdo?
Asiente otra vez y me lleva escaleras arriba. Me vuelvo para ver si Landon nos sigue, pero cierra los ojos y gira la cara.
—Tengo que hablar con él —le digo a Pedro cuando abre la puerta de su cuarto. Enciende la luz y me suelta.
—¿Ahora?
—Sí, ahora.
—¿En este momento?
—Sí.
En cuanto lo digo, Pedro me pone contra la pared.
—¿En este mismo instante? —Se agacha y siento su aliento cálido en mi cuello—. ¿Estás segura?
Ya no estoy segura de nada, la verdad.
—¿Qué? —pregunto con la voz ronca y la cabeza nublada.
—Creo que ibas a besarme. —Presiona los labios contra los míos y no puedo evitar sonreír, a la locura, al alivio que me hace sentir su afecto. Sus labios no son suaves, los tiene secos y cortados, pero son perfectos y me encanta cómo su lengua envuelve la mía sin darme opción a rechazarla.
Tiene las manos en mi cintura y sus dedos se hunden en mi piel mientras separa mis piernas con la rodilla.
—No puedo creer que vayas a marcharte tan lejos de mí. —Arrastra la boca por mi mandíbula, hasta debajo de mi oreja—. Tan lejos de mí.
—Lo siento —susurro, incapaz de decir nada más cuando sus manos se deslizan por mis caderas, hacia mi vientre, llevando consigo la tela de mi camiseta.
—No paramos de correr de un lado para otro, tú y yo —dice con calma pese a la velocidad con la que sus manos atrapan mis pechos. Tengo la espalda contra la pared y la camiseta está en el suelo, a mis pies.
—Ya te digo.
—Una cita de Hemingway y luego dedicaré mi boca a otros menesteres. —Sonríe contra mis labios mientras sus manos acarician juguetonas la cinturilla de mis pantalones.
Asiento, deseando que cumpla lo prometido.
—No puedes huir de ti mismo sólo yendo de un sitio a otro —dice. Luego me mete la mano en los pantalones.
Gimo, abrumada por sus palabras y por sus caricias. Sus palabras se repiten en mi cabeza mientras me toca, y lo busco. Va a reventar la bragueta y gime mi nombre mientras le desabrocho con torpeza los vaqueros.
—No te vayas a Nueva York con Landon —me pide—. Quédate conmigo en Seattle.
«Landon.» Me vuelvo y quito las manos de la bragueta de Pedro.
—Tengo que hablar con él —digo—. Es importante. Parecía enfadado.
—¿Y? Yo también estoy enfadado.
—Ya lo sé —suspiro—. Pero es evidente que no tanto como él —añado bajando la vista hacia el bóxer, que apenas le cubre el pene.
—Bueno, eso es porque me estás distrayendo y así no puedo enfadarme contigo... ni con Landon — añade débilmente, como coletilla.
—No tardo nada. —Lo aparto y recojo mi camiseta del suelo. Me la pongo y me la remeto en el pantalón.
—Vale. De todos modos, necesito cinco minutos. — Pedro se peina el pelo hacia atrás y deja caer los mechones rebeldes contra la nuca. Jamás lo había visto con el pelo tan largo.
Me gusta, aunque echo de menos ver los tatuajes que asoman por debajo de su camiseta.
—¿Cinco minutos sin mí? —pregunto antes de darme cuenta de lo desesperada que sueno.
—Sí. Acabas de decirme que vas a marcharte a vivir a la otra punta del país y he perdido los papeles con Landon. Necesito cinco minutos para aclararme las ideas.
—Vale, lo entiendo.
Lo entiendo, de verdad. Lo está llevando mucho mejor de lo que esperaba, y lo último que debería hacer es meterme en la cama con Pedro y descuidar a Landon.
—Voy a ducharme —me dice cuando salgo al pasillo.
Mi mente sigue en el dormitorio con él, contra la pared, sigo en las nubes mientras bajo por la escalera. Con cada escalón, el fantasma de sus caricias se desvanece un poco más, y cuando llego al comedor, Karen se levanta de la silla que hay junto a Landon y Ken le hace un gesto para que lo siga fuera de la habitación. Ella me ofrece una débil sonrisa y me estrecha la mano con afecto cuando pasa junto a mí.
—Hola. —Saco una silla y me siento al lado de Landon, pero él se levanta en el acto.
—Ahora no, Pau —replica, y se va al salón.
Confusa por su brusquedad, tardo un instante en reaccionar. Creo que me he perdido algo.
—Landon... —Me levanto y lo sigo—. ¡Espera! —le grito por detrás.
Se detiene.
—Perdona, pero esto no funciona.
—¿Qué es lo que no funciona? —le tiro de la manga de la camisa para que no huya de mí.
Sin volverse, me dice:
—Lo que hay entre Pedro y tú. Todo iba bien mientras vosotros dos erais los únicos afectados, pero estáis metiendo a todo el mundo y no es justo.
El enfado es evidente en su voz, profundo, y tardo un instante en recordar que está hablándome a mí. Landon siempre me ha apoyado y ha sido un encanto, no esperaba esto de él.
—Perdona, Pau, pero sabes que tengo razón. No podéis seguir liándola aquí. Mi madre está embarazada y la escena de antes podría haberle afectado a los nervios. Vais de aquí a Seattle, peleándoos en ambas ciudades y por el camino. «Ayyyy.»
No sé qué decir, no se me ocurre nada.
—Lo sé, y te pido perdón por lo que ha pasado, no ha sido a propósito, Landon. Tenía que contarle que me iba a Nueva York, no podía ocultárselo. Creo que lo ha llevado muy bien. —Me interrumpo cuando se me quiebra la voz.
Estoy confusa y asustada porque Landon está enfadado conmigo. Sabía que no le había gustado un pelo que Pedro le pusiera la mano encima, pero no me esperaba esto.
A continuación, se vuelve y me mira.
—¿Te parece que lo ha llevado bien? Me ha empotrado contra la pared... —Suspira y se remanga la camisa. A continuación, respira hondo un par de veces—. Sí, supongo que sí. Pero eso no significa que esto no empiece a ser cada vez más problemático. No podéis ir por el mundo entero rompiendo y haciendo las paces. Si en una ciudad no funciona, ¿qué te hace pensar que va a funcionar en otra?
—Eso ya lo sé, por eso me voy contigo a Nueva York. Necesito pensar, sola. Bueno, sin Pedro. Por eso me voy.
Él menea la cabeza.
—¿Sin Pedro? ¿Crees que va a permitir que vayas a Nueva York sin él? O se irá contigo, o tú te quedarás aquí con él, y seguiréis peleando.
Lo que acaba de decir, y lo que me suelta a continuación, hace que se me caiga el alma a los pies.
Todo el mundo dice siempre lo mismo de mi relación con Pedro. Yo también lo digo. Ya lo he oído antes, muchas veces, pero cuando Landon me suelta todas esas cosas, una tras otra, es distinto. Es distinto, tiene más importancia, me duele más oírlo y hace que dude aún más de todo.
—Lo siento de veras, Landon —replico. Creo que voy a llorar—. Sé que estoy metiendo a todo el mundo en nuestro caos particular, y lo lamento muchísimo. No lo he hecho a propósito, no quiero que las cosas sean así y menos contigo. Eres mi mejor amigo. No me gusta que te sientas así.
—Ya, pues así es como me siento. Y no soy el único, Pau.
Es una puñalada en el único sitio que me quedaba intacto, inmaculado, en mi interior, ese que estaba reservado para Landon y su valiosa amistad. Ese pequeño lugar sagrado era básicamente lo único que me quedaba, la única persona que me quedaba. Era mi refugio y ahora está tan oscuro como todo lo que lo rodea.
—Lo siento mucho. —Mi voz es casi un gemido desgarrado, y estoy convencida de que mi mente aún no se ha enterado de que es Landon quien me está diciendo estas cosas—. Creía... creía que estabas de nuestra parte —digo vacilante, porque tengo que decirlo. He de saber si la cosa está tan mal como parece.
Respira hondo.
—Yo también lo siento, pero lo de esta noche ha sido la gota que ha colmado el vaso. Mi madre está embarazada y Ken está intentando arreglar las cosas con Pedro. Yo voy a marcharme y es demasiado. Ésta es nuestra familia y necesitamos estar unidos. No nos estás ayudando.
—Lo siento —repito porque no sé qué otra cosa decir.
No puedo discutírselo, ni siquiera puedo mostrarme en desacuerdo porque tiene razón. Es su familia, no la mía. Por mucho que quiera fingir que es mi familia, aquí soy prescindible. Soy prescindible en todas partes desde que salí de casa de mi madre.
Landon baja la vista a sus pies y yo no puedo dejar de mirarlo a la cara cuando dice:
—Lo sé, y siento ser un cabrón pero tenía que soltarlo.
—Ya, lo entiendo. —Sigue sin mirarme—. En Nueva York será distinto, te lo prometo. Sólo necesito un poco más de tiempo. Estoy hecha un lío en todos los sentidos y no consigo aclararme.
La sensación de que no te quieran en un sitio cuando no sabes muy bien cómo irte es de lo peor que hay. Es muy raro y se tardan unos segundos en evaluar la situación para asegurarte de que no es una paranoia tuya. Pero cuando mi mejor amigo no me mira a la cara después de haberme dicho que estoy causando problemas en su familia, la única familia que tengo, sé que es verdad. Landon no quiere hablar conmigo ahora mismo pero es demasiado educado para decírmelo.
—Nueva York. —Me trago el nudo que tengo en la garganta—. Ya no quieres que vaya contigo a Nueva York, ¿verdad?
—No es eso. Pensaba que Nueva York sería un nuevo comienzo para los dos, Pau, y no otro lugar en el que poder pelearte con Pedro.
—Lo entiendo. —Me encojo de hombros y me clavo las uñas en la palma de la mano para no llorar. Lo entiendo. Lo entiendo perfectamente.
Landon no quiere que vaya a Nueva York con él. Tampoco había concretado nada. No tengo mucho dinero ni me han aceptado todavía en la NYU, si es que me aceptan. Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo dispuesta que estoy a mudarme a Nueva York. Lo necesito. Necesito intentar hacer algo distinto y espontáneo, necesito lanzarme al mundo y aterrizar de pie.
—Perdóname —dice pegándole pequeños puntapiés a la pata de la silla para quitar hierro a sus palabras.
—No pasa nada, lo comprendo. —Me obligo a sonreírle a mi mejor amigo y llego a la escalera antes de que las lágrimas me caigan sin control por las mejillas.
En la habitación de invitados, la cama parece firme y me sujeta mientras mis errores desfilan ante mis ojos.
He sido muy egoísta y ni siquiera me he dado cuenta. He estropeado un montón de relaciones en estos meses. Empecé la universidad enamorada de Noah, mi novio de la infancia, y le puse los cuernos, más de una vez, con Pedro.
Me hice amiga de Steph, que me traicionó e intentó hacerme daño. Juzgué a Molly cuando de hecho no tenía por qué preocuparme de ella. Me obligué a creer que iba a encajar en la universidad, que los del grupo eran mis amigos cuando en realidad para ellos nunca fui nada más que un chiste.
He luchado con uñas y dientes para conservar a Pedro. He luchado para que me aceptara desde el principio. Cuando no me quería, yo lo único que hacía era quererlo aún más. Me he peleado con mi madre para defenderlo. Me he peleado conmigo misma para defenderlo. Me he peleado con Pedro para defender a Pedro.
Le entregué mi virginidad como parte de una apuesta. Lo amaba y atesoraba ese momento, y él me estaba ocultando sus verdaderos motivos desde el primer instante.
Permanecí a su lado incluso a pesar de lo que había hecho, y él siempre volvía con una disculpa aún más grande que la anterior. Aunque no siempre ha sido culpa suya. Sus errores han sido más graves y han hecho más daño, pero yo me he equivocado tan a menudo como él.
Por puro egoísmo, utilicé a Zed para llenar el vacío cada vez que Pedro me dejaba. Lo besé, pasé tiempo con él y dejé que se hiciera ilusiones. Le restregué a Pedro nuestra amistad para continuar así el juego que ellos habían empezado tantos meses atrás.
He perdonado a Pedro infinidad de veces sólo para volver a recriminarle sus errores. Siempre he esperado demasiado de él y nunca le he permitido olvidarlo. Pedro es una buena persona, a pesar de sus defectos. Es bueno y se merece ser feliz. Se lo merece todo: una vida tranquila con una mujer que no tenga problemas para darle hijos. No merece ni jueguecitos ni malos recuerdos. No debería tener que intentar estar a la altura de las expectativas absurdas que yo le he impuesto y que es casi imposible cumplir.
He estado en el infierno varias veces en estos últimos meses y ahora me he quedado sola, sentada en esta cama. Me he pasado la vida planificando, organizando y anticipando.
Pero, aquí estoy, con la cara manchada de rímel corrido y un montón de planes que se han ido al traste. Bueno, ni siquiera se han ido al traste, porque ninguno de los dos tenía peso suficiente como para poder materializarse siquiera. No sé hacia adónde va mi vida. Ya no tengo una universidad a la que ir, ni siquiera el ideal romántico del amor que me había hecho gracias a los libros que tanto me gustaban y en los que solía creer. No tengo ni idea de lo que voy a hacer con mi vida.
Tantas rupturas, tantas pérdidas. Mi padre volvió a mi vida para morir a manos de sus demonios. He sido testigo de cómo toda la vida de Pedro al final ha sido una mentira. Su mentor ha resultado ser su padre biológico, y la relación de éste con su madre empujó al alcoholismo al hombre que lo crio. Su infancia fue un infierno para nada. Durante años tuvo que soportar tener a un alcohólico como padre y presenció cosas que ningún niño debería ver jamás. He visto cómo intentaba recuperar la relación con Ken; desde el día en que nos lo encontramos al salir de una yogurtería y hasta que me convertí en parte de su familia mientras era testigo de su lucha por perdonarle sus errores. Ha aprendido a aceptar el pasado y a perdonar a Ken, y da gusto verlo. Ha estado toda la vida enfadado con el mundo y, ahora que por fin ha encontrado un poco de paz, lo veo claro. Pedro necesita paz y tranquilidad. No le hace ninguna falta ir hacia atrás como los cangrejos ni mantener conflictos constantes. No necesita dudas ni peleas. Necesita a su familia.
Necesita su amistad con Landon y su relación con su padre. También aceptar su lugar en esta familia y ser capaz de disfrutar de la emoción de verla crecer. Necesita comidas de Navidad llenas de amor y sonrisas, no lloros y tensiones. Lo he visto cambiar muchísimo desde que conocí al chico maleducado lleno de piercings y tatuajes y el pelo más enmarañado que había visto en mi vida. Ya no bebe tanto como antes. Ya no destroza cosas tan a menudo. Y hoy se ha contenido para evitar pegarle a Landon.
Ha conseguido construirse una vida llena de gente que lo quiere y lo aprecia, mientras que yo me las he apañado para destruir todas las relaciones que creía tener. Discutimos y peleamos, ganamos y perdemos, y ahora mi amistad con Landon se ha convertido en otra víctima de Pedro y Pau.
En ese instante abre la puerta, como si fuera un genio al que puedo invocar con el pensamiento.
Entra mientras se seca el pelo húmedo con una toalla.
—¿Qué te pasa? —pregunta. Suelta la toalla en cuanto me ve y corre a arrodillarse ante mí.
No intento ocultar las lágrimas, no tiene sentido.
—Somos Catherine y Heathcliff —anuncio destrozada.
—¿Qué? Pero ¿qué demonios ha pasado?
—Hemos hecho desgraciado a todo el mundo. No sé si es que no me había dado cuenta o si he sido demasiado egoísta y no he querido verlo, pero así es. Incluso Landon... Incluso a Landon le ha afectado lo nuestro.
—¿A qué viene eso? — Pedro se levanta—. ¿Qué coño te ha dicho?
—Nada. —Tiro de su brazo, suplicándole que no baje—. Sólo la verdad. Ahora lo veo todo claro. Me estaba engañando a mí misma pero ahora lo entiendo. —Me enjugo las lágrimas con los dedos y respiro hondo antes de continuar—. Tú no me has destrozado: lo he hecho yo solita. He cambiado y tú también. Sólo que tú has cambiado para bien y yo no.
Decirlo en voz alta hace que me resulte más fácil aceptarlo. No soy perfecta y nunca lo seré, y está bien así, siempre y cuando no arrastre a Pedro conmigo. Tengo que arreglar lo que no funciona en mi interior, y no es justo que se lo exija a Pedro cuando yo no he sido capaz de hacerlo.
Menea la cabeza y me mira con sus preciosos ojos verdes.
—Estás diciendo tonterías —replica—. No tienen ningún sentido.
—Lo tienen. —Me levanto y me coloco el pelo detrás de las orejas—. Yo lo veo muy claro.
Intento conservar la calma pero me cuesta mucho porque él no lo ve tan claro. «¿Cómo es que no lo entiende?»
—Tengo que pedirte algo. Necesito que me prometas una cosa ahora mismo —le suplico.
—¿Cómo? De eso nada. No voy a prometerte nada, Pau. ¿De qué coño estás hablando? —me coge de la barbilla y me la levanta con suavidad para que lo mire. Con la otra mano me seca las lágrimas que bañan mi rostro.
—Por favor, prométeme una cosa. Si existe la menor posibilidad de que tengamos un futuro juntos, tienes que hacer algo por mí.
—Está bien —se apresura a responder.
—Lo digo en serio. Te lo suplico: si me quieres, me escucharás y harás lo que te pido, por mí. Si no puedes, no habrá futuro para nosotros, Pedro.
No es una amenaza. Es una súplica. Necesito que lo haga. Necesito que lo entienda y que lo supere y que viva su vida mientras yo intento arreglar la mía.
Traga saliva. Sus ojos encuentran los míos y sé que no quiere comprometerse pero lo dice de todos modos:
—Está bien. Te lo prometo.
—Esta vez no me sigas, Pedro. Quédate aquí con tu familia y...
—Pau... —Me coge la cara con ambas manos—, no me pidas eso. Arreglaremos lo de Nueva York, pero no exageres.
Meneo la cabeza.
—No voy a irme a Nueva York, y te aseguro que no estoy exagerando. Sé que parece muy drástico e impulsivo, pero te prometo que no es así. Ambos hemos pasado por mucho este año y, si no nos tomamos un tiempo para estar convencidos de que esto es lo que queremos, acabaremos arrastrando a todo el mundo con nosotros, aún más de lo que ya lo hemos hecho. —Estoy intentando hacerle entender; tiene que comprenderlo.
—¿Cuánto tiempo? —Tiene los hombros caídos, y con los dedos se peina el pelo hacia atrás.
—Hasta que sepamos que estamos listos. —Estoy más decidida de lo que lo he estado en estos meses.
—¿Sabes qué? Yo ya sé lo que quiero.
— Pedro, necesito hacer esto. Si no consigo arreglar mi vida, te odiaré y me odiaré a mí misma. Necesito hacer esto.
—Como quieras. Voy a permitir que lo hagas, no porque quiera, sino porque será la última vez que te deje dudar. Cuando todo haya pasado y vuelvas a mí, se acabó. No volverás a dejarme y te casarás conmigo. Eso es lo que quiero a cambio de darte el tiempo que necesitas.
—De acuerdo. —Si sobrevivimos a esto, me casaré con este hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario