Divina

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martes, 15 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 117


Pedro

—¿No puedes dormir? —Christian enciende la luz y ya somos dos en la cocina.

—Pau necesitaba un vaso de agua —le explico.

Empujo la puerta de la nevera pero él no deja que se cierre.

—Kim también —dice detrás de mí—. Es el precio de beber demasiado champán.

Las risas de Pau y su sed insaciable de placer me tienen agotado. Estoy convencido de que empezará a vomitar si no bebe agua. Me pasan por la cabeza imágenes de la noche, Pau tumbada en la cama, abierta de piernas para mí mientras hacía que se corriera con los dedos y con la lengua. Ha estado increíble, como siempre que me monta la polla hasta que me vacío en un condón.

—Sí. Pau ha pillado una buena. —Me contengo para no echarme a reír al recordar cómo se ha caído de la cama.

—Entonces... ¿Inglaterra la semana que viene? —dice cambiando de tema.

 —No, no voy a ir.

—Es la boda de tu madre.

—¿Y? No es la primera, y tampoco será la última —replico.

Si digo que no me esperaba que me tirase la botella de agua de la mano de un manotazo, me quedo corto.

—¿Qué coño haces? —exclamo agachándome a recoger la botella.

Cuando me levanto, Vance me está mirando fijamente con cara de pocos amigos.

—No tienes derecho a hablar así de tu madre.

—Y ¿eso a ti qué te importa? No quiero ir y no voy a hacerlo.

—Dime por qué. Dime la verdadera razón —me desafía.

«Pero ¿qué cojones le pasa?»

—No le debo explicaciones a nadie. Ya me han obligado a ir a una este año y no pienso pasar por otra.

—Vale. Ya he mandado hacer el pasaporte de Pau. Imagino que estarás bien aquí sin ella mientras ella visita por primera vez Inglaterra como invitada de Kim.

La botella se me cae al suelo. Ahí se queda.

—¿Qué? —Lo miro fijamente. Me está tomando el pelo. Seguro.

Se apoya en la isleta y se cruza de brazos.

—Envié los formularios y aboné las tasas en cuanto supe lo de la boda. Tendrá que pasarse a recogerlo y a que le hagan la foto, pero lo demás ya está hecho.

Estoy que echo humo. Noto cómo empieza a hervirme la sangre.

—¿Por qué lo has hecho? Ni siquiera es legal —digo, como si me importara una mierda la ley...

—Porque sabía que ibas a ser un gilipollas testarudo y también porque sabía que ella es lo único que puede hacer que vayas. Para tu madre es muy importante tenerte allí, y le preocupa que no quieras ir.

—Hace bien en preocuparse. ¿Os creéis que podéis usar a Pau para obligarme a ir a Inglaterra? Que os jodan a los dos, a ti y a mi madre.

Abro la puerta de la nevera para coger otra botella de agua, sólo por fastidiar, pero Christian la cierra de una patada.

—Sé que has tenido una vida de mierda, ¿vale? Yo también, así que lo entiendo. Pero a mí no vas a hablarme como les hablas a tus padres.

—Pues deja de meterte en mi puta vida igual que hacen ellos.

—No me meto en nada. Sé que a Pau le encantaría que fueras a esa boda, y tú también sabes que te sentirás fatal por haberle robado la oportunidad de estar allí sólo porque eres un cretino egoísta. Más te vale olvidarte del cabreo que tienes conmigo y darme las gracias por hacerte la semana mucho más fácil.

Me quedo mirándolo un momento para asimilar lo que ha dicho. En parte tiene razón: ya me siento mal por no querer ir a la boda sólo porque sé lo mucho que a Pau le gustaría ir. Esta noche ya me lo ha dicho bastantes veces y me pesa en la conciencia.

—Interpretaré tu silencio como un «gracias» —dice Vance con una sonrisa de superioridad, y le pongo los ojos en blanco.

—No quiero que se convierta en una costumbre —replico.

—¿El qué? ¿La boda?

—Sí. ¿Cómo voy a poder llevarla a otra boda y ver cómo pone ojos de cordero degollado sólo porque recuerda que ella nunca tendrá la suya?

Christian se lleva los dedos a la barbilla y da un par de golpecitos.

—Ah, ya entiendo. —Me sonríe aún más—. ¿Ése era el problema? ¿No quieres que se haga ilusiones?

—No. Ya se ha hecho ilusiones. Esa chica tiene la cabeza llena de pájaros, ése es el problema.

—¿Por qué es un problema? ¿No quieres que haga un hombre decente de ti?

Aunque me está provocando, me alegro de que no me guarde rencor por los tacos de antes. Por eso me cae bien Vance (más o menos): no es tan sensiblón como mi padre.

—Porque no va a pasar —contesto—, y es una de esas locas que sacan el tema al mes de empezar a salir. Rompió conmigo porque le dije que no iba a casarme con ella. A veces está como una regadera.

Vance se echa a reír y le da un trago a la botella de agua que iba a llevarle a Kimberly. Pau también está esperando que le lleve agua. Tengo que ponerle fin a esta conversación. Ya ha durado demasiado y es demasiado personal para mi gusto.

—Deberías dar las gracias porque quiera estar contigo. No eres precisamente el chico más encantador del mundo, y ella lo sabe mejor que nadie.

Empiezo a preguntarme qué coño sabrá él de mi relación, pero entonces me acuerdo de que está comprometido con la mujer más bocazas de Seattle. Mejor dicho, con la mujer más bocazas de Washington... Puede que de todo Estados Unidos.

—¿He acertado? —Interrumpe el hilo de mis pensamientos sobre su insoportable prometida.

—Sí, pero aun así... Es absurdo pensar en el matrimonio. Ni siquiera ha cumplido aún los veinte.

—Eso lo dice el que no puede separarse ni un metro de ella.

—Gilipollas —mascullo.

—Es la verdad.

—No significa que no seas gilipollas.

—Es posible. Pero me hace gracia: no quieres casarte con ella, sin embargo eres incapaz de controlar tu pronto o tu ansiedad cuando temes perderla.

—¿Qué coño quieres decir? —Creo que prefiero no saber la respuesta.
Demasiado tarde. Vance me mira a los ojos.

—Tu ansiedad... se dispara cuando estás preocupado porque temes que te deje o cuando otro tío le presta atención.

—¿Quién ha dicho que yo tenga an...?

Pero el viejo cabezota no me hace ni caso y sigue hablando.

—¿Sabes lo que suele obrar maravillas en esos casos?

—¿Qué?

—Un anillo. —Levanta la mano y se toca el dedo en el que pronto habrá una alianza.

—La madre que me trajo... ¿A ti también te ha comido el coco? ¿Qué ha hecho?, ¿te ha pagado? — Me echo a reír de pensarlo. No es nada descabellado, teniendo en cuenta lo obsesionada que está con el matrimonio y lo encantadora que es.

—¡No, zopenco! —Me tira a la cabeza el tapón de la botella de plástico—. Es la verdad. 

Imagínate poder decir que es tuya y que sea cierto. Ahora son sólo palabras, una fanfarronada sin sentido que les sueltas a los tipos que la desean, y serán muchos, pero cuando Pau sea tu esposa, entonces será tuya de verdad. Entonces será real y nada resulta más satisfactorio, especialmente a los paranoicos como tú y yo.

Para cuando termina de pronunciar su discurso, tengo la boca seca y quiero salir a toda pastilla de esta cocina con demasiada luz.

—Menudo montón de mierda —le digo de sopetón.

Echa a andar y abre un armario de la cocina.

—¿Has visto la serie «Sexo en Nueva York»?

—No.

—«Sexo en Nueva York» o «Sexo y Nueva York», no me acuerdo...

—No, no y no —le contesto.

—A Kim le encanta, la ve a todas horas. Tiene todas las temporadas en DVD.

Christian abre un paquete de galletas.

Son las dos de la madrugada. Pau me está esperando y aquí estoy yo, hablando de una estúpida serie de televisión.

—¿Y?

—Hay un episodio en el que las chicas hablan de que uno sólo tiene dos grandes amores en la vida...

—Vale, bien. Esto empieza a ser muy raro —digo dándome la vuelta para marcharme—. Pau me está esperando.

—Ya lo sé... Lo sé... Enseguida acabo. Te lo resumiré del modo más masculino posible.

Giro sobre los talones y lo miro impaciente. Venga.

—Decían que uno sólo tiene dos grandes amores en toda su vida. Lo que quiero decir es que... Bueno, no sé lo que quiero decir, pero sé que Pau es tu gran amor.

Me he perdido.

—Has dicho que teníamos dos.

—Bueno, en tu caso tu otro gran amor eres tú mismo. —Se ríe—. Creía que eso era evidente.

Enarco una ceja.

—¿Y tú, qué? ¿Doña Bocazas y la madre de Smith?

—Cuidadito... —me advierte.

—Perdona. Kimberly y Rose. —Pongo los ojos en blanco otra vez—. ¿Son tus grandes amores? Espero por tu bien que las pavas de la serie esa se equivoquen.

—Eh, sí. Ellas son mis grandes amores —tartamudea con una emoción que no consigo identificar y que desaparece antes de que pueda hacerlo.

Lo apunto con la botella de agua y declaro:

—Vale, ahora que no me has aclarado nada, me voy a la cama.

—Ya... —dice un poco vacilante—. No sé ni de qué hablo. Yo también he bebido demasiado.

—Bien... Vale —respondo, y lo dejo solo en la cocina.

No sé a qué ha venido todo eso, pero ha sido muy raro ver al único e inimitable Christian Vance sin palabras.

Para cuando vuelvo a la habitación, Pau duerme en su lado de la cama, con las manos debajo de la mejilla y las rodillas flexionadas.

Apago la luz y le dejo la botella de agua en la mesilla de noche antes de deslizarme a su lado. Su cuerpo desnudo emana calor cuando lo acaricio, y no puedo evitar estremecerme cuando la punta de mis dedos le pone la carne de gallina. Me reconforta verlo, me recuerda que incluso en sueños mis caricias despiertan algo en ella.

—Hola —me susurra adormilada.

Me sobresalto al oír su voz y hundo la cabeza en su cuello. La acerco a mí.

—La semana que viene nos vamos a Inglaterra —le digo.

Rápidamente gira la cabeza para mirarme. La habitación está a oscuras pero la luz de la luna me basta para verle la cara de sorpresa.

—¿Qué?

—Nos vamos a Inglaterra. Tú y yo. A finales de la semana que viene.

—Pero...

—No. Te vienes. Sé que quieres ir, así que no intentes negármelo.

—Pero no tienes...

—Paula, déjalo estar. —Le tapo la boca con la mano y me la mordisquea con los dientes—. ¿Vas a ser una niña buena y a estarte calladita si quito la mano? —le provoco recordando que me ha acusado de ser condescendiente con ella.

Asiente con la cabeza y la aparto. Pau se incorpora sobre un codo y me mira. No puedo hablar con ella en serio cuando está desnuda y con ganas de guerra.

—¡Pero no tengo pasaporte! —protesta, y oculto la sonrisa. Sabía que no iba a poder callarse.

—Ya está en marcha. Lo demás lo arreglaremos mañana.

—Pero...

—Paula...

—¿Dos veces en un minuto? Muy mal. —Sonríe.

—No vas a volver a beber champán. —Le aparto el pelo enmarañado de la cara y dibujo el contorno de su labio inferior con el pulgar.

—Pues no he oído que te quejaras antes cuando estaba...

Cierro su boca de borracha con un beso. La quiero tanto, la quiero tantísimo que me asusta pensar en la posibilidad de perderla.


¿De verdad deseo mezclarla a ella, mi posible futuro, la única oportunidad que tengo de ser feliz, con mi retorcido pasado?

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