Divina

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domingo, 20 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 9


Pau

—Dúchate, anda. Estás espantosa, hija —dice Kimberly en tono amable a pesar de que sus palabras son poco halagadoras.

Pedro sigue sentado a la mesa, con una taza de café entre sus grandes manos. Apenas me ha mirado desde que he entrado en la cocina y lo he encontrado hablando con Smith. La idea de que ambos pasen tiempo juntos como hermanos me enternece el corazón.

—Tengo toda mi ropa en el coche de alquiler aparcado en ese bar —le digo a Kim.
Estoy deseando darme una ducha, pero no tengo nada que ponerme.

—Ponte algo mío —sugiere ella, aunque ambas sabemos que no cabría en su ropa—. O de Christian. Tiene algunos shorts y una camiseta que...

—No, ni hablar —interrumpe Pedro lanzándole a Kimberly una mirada asesina y poniéndose de pie—. Iré a por tus cosas. No vas a llevar nada suyo.

Ella abre la boca para protestar, pero la cierra antes de que salgan las palabras. La miro con agradecimiento, aliviada de que no haya estallado ninguna guerra en la cocina de su suite del hotel.

—¿A qué distancia está Gabriel’s de aquí? —pregunto, esperando que alguno de ellos sepa la respuesta.

—A diez minutos. — Pedro extiende la mano para que le entregue las llaves del coche.

—¿Estás en condiciones de conducir? —He conducido yo desde Allhallows porque el alcohol seguía en su organismo, y todavía tiene los ojos vidriosos.

—Sí —responde secamente.

Estupendo. La sugerencia de Kimberly de que tome prestada la ropa de Christian ha hecho que Pedro pase de estar malhumorado a cabreado en cuestión de segundos.

—¿Quieres que te acompañe? Puedo conducir yo el coche de alquiler, ya que tú tienes el coche de Christian... —empiezo, pero me interrumpe al instante. —No. Estaré bien.

No me gusta su tono impaciente, pero me muerdo la lengua, literalmente, para evitar echarle una bronca. No sé qué me pasa últimamente que cada vez me cuesta más mantener la boca cerrada. Y eso es, sin duda, algo positivo para mí. Puede que no para Pedro, pero desde luego sí para mí.

Abandona la suite sin decir ni una palabra más y ni siquiera me mira. Me quedo observando la pared durante largos minutos en silencio antes de que la voz de Kimberly interrumpa mi trance.

—¿Cómo lo lleva? —pregunta guiándome hacia la mesa.

—No muy bien. —Ambas tomamos asiento.

—Ya veo. Quemar una casa no es precisamente la manera más sana de lidiar con la rabia —dice sin juzgarlo lo más mínimo.

Me quedo observando la mesa de madera oscura, incapaz de mirar a mi amiga a los ojos.

—No es su rabia lo que me preocupa. Siento cómo se aleja con cada respiración que da. Sé que es infantil y egoísta que te cuente esto ahora mismo porque tú estás pasando lo tuyo también, y Christian está en un lío...

Seguramente es mejor que me guarde mis pensamientos egoístas para mí.
Kimberly coloca una mano sobre la mía.

—Pau, no existe ninguna norma que diga que sólo una persona puede sentir dolor al mismo tiempo. Tú estás pasando por esto tanto como yo.

—Lo sé, pero no quiero molestarte con mis proble...

—No me estás molestando. Escupe.

La miro con toda la intención de permanecer callada, de guardarme mis quejas para mí, pero ella sacude la cabeza como si me estuviera leyendo la mente.

—Quiere quedarse aquí, en Londres, y sé que, si dejo que lo haga, habremos terminado.
Sonríe.

—Vosotros dos parecéis tener un concepto diferente de la palabra terminado que el resto de nosotros. —Quiero abrazarla por ofrecerme esa sonrisa tan cálida en medio de este infierno.

—Sé que cuesta creerme cuando digo eso dada nuestra... historia —repongo—, pero todo este asunto de Christian y Trish será lo que nos dé la última estocada o lo que nos salve para siempre. No veo otra salida, y supongo que ahora simplemente tengo miedo porque no sé por cuál de las dos se decantará la cosa.

—Pau, cargas con demasiado peso sobre tus hombros. Desahógate conmigo. Desahógate cuanto quieras. Nada de lo que digas hará que cambie mi opinión sobre ti. Como la zorra egoísta que soy, necesito que los problemas ajenos me distraigan de los míos propios en este momento.

No espero a que Kimberly cambie de opinión. Abro las compuertas y las palabras se derraman por mi boca como aguas turbulentas e incontrolables.

Pedro quiere quedarse en Londres. Quiere quedarse aquí y enviarme de vuelta a Seattle como si fuera alguna especie de lastre que está deseando quitarse de encima. Se está alejando de mí, como cada vez que sufre, pero en esta ocasión se ha superado. Ha quemado esa casa y no tiene ningún remordimiento al respecto. Sé que está furioso, y jamás le diría esto, pero sólo está complicándose las cosas a sí mismo.
»Si fuera capaz de controlar su rabia y de admitir que siente dolor, de admitir que le importa alguien más que él o yo en este mundo, podría superar esto. Me saca de quicio porque me dice que no puede vivir sin mí y que preferiría morir a perderme, pero en cuanto las cosas se ponen feas, ¿qué hace? Me aparta. No voy a renunciar a él. Estoy demasiado enamorada como para hacerlo, aunque reconozco que a veces estoy tan cansada de luchar que empiezo a plantearme cómo habría sido mi vida sin él. —Miro a Kimberly a los ojos—. Sin embargo, cuando empiezo a imaginármela, casi me desmayo del dolor.

Cojo la taza de café medio vacía de la mesa y me la termino. Mi voz suena mejor que hace unas horas, pero mi discursito ha afectado a mi dolorida garganta.

—Aún no logro entender cómo es posible que, después de todos estos meses, de todo este lío, siga prefiriendo hacer todo esto —agito la mano alrededor de la habitación en un gesto dramático— a estar sin él. Los peores momentos con Pedro no han sido nada en comparación con los mejores. No sé si soy una ilusa o si estoy loca; puede que ambas cosas. Confieso que lo amo más que a mí misma, más de lo que jamás creí posible, y sólo quiero que sea feliz. No por mí, sino por él.

»Quiero que se mire al espejo y sonría, no que frunza el ceño. Debe dejar de considerarse a sí mismo como un monstruo. Necesito que vea cómo es en realidad, porque si no sale de ese papel de villano, acabará destruyéndose, y a mí no me quedarán más que las cenizas. Por favor, no les digas ni a él ni a Christian nada de esto. Sólo deseaba contarlo porque siento que me estoy ahogando, y me cuesta mantenerme a flote, especialmente cuando lucho contracorriente para salvarlo a él en lugar de a mí misma.

La voz se me quiebra un poco en esa última parte, y me entra un ataque de tos. Con una 
sonrisa, Kimberly abre la boca para hablar, pero levanto un dedo. Me aclaro la garganta.

—No he terminado. Aparte de todo eso, fui al médico para que me recetase... la píldora —digo casi susurrando las últimas palabras.
Kimberly se esfuerza al máximo por no reírse, pero no lo consigue.

—No tienes por qué susurrar, ¡escúpelo, hija!

—Vale. —Me ruborizo—. El ginecólogo me hizo una exploración rápida del cuello del útero y me dijo que era corto, más corto que la media, y quiere que vuelva para hacerme más pruebas, aunque mencionó la posibilidad de que sea infértil.
Levanto la vista y veo compasión en sus ojos.

—A mi hermana le pasa lo mismo; creo que lo llaman incompetencia cervical. Qué término tan espantoso: incompetencia. Es como si su vagina hubiera sacado un insuficiente en matemáticas o como si fuera una abogada nefasta o algo así.
Sus intentos de hacer que me lo tome con humor y el hecho de que conozca a alguien con el mismo problema que puedo tener yo hace que me sienta algo mejor.

—Y ¿tiene hijos? —pregunto, pero me arrepiento al instante al ver que su rostro se entristece.

—No sé si es el mejor momento de que te hable de ella. Puedo contártelo en otra ocasión.

—Cuéntamelo. —No debería querer oírlo, pero no puedo evitarlo—. Por favor —le ruego.
Kimberly inspira hondo.

—Estuvo años intentando quedarse embarazada; lo pasó fatal. Probó con tratamientos de fertilidad... Todo lo que puedas encontrar en Google lo probaron su marido y ella.

—¿Y? —la presiono para que continúe, interrumpiéndola de manera grosera. Y entonces pienso en Pedro. Espero que ya esté volviendo. En su estado no debería estar solo.

—Bueno, pues al final consiguió quedarse embarazada, y fue el día más feliz de su vida. — Kimberly aparta la mirada, y sé que o me está mintiendo o me está ocultando algo para no preocuparme.

—Y ¿qué pasó? ¿Cuánto tiempo tiene ahora el bebé?
Kimberly junta las manos y me mira directamente a los ojos.

—Estaba embarazada de cuatro meses cuando sufrió un aborto. Pero eso fue lo que le pasó a mi hermana, no dejes que su historia te aflija. Puede que ni siquiera tengas lo mismo que ella. Y, si lo tienes, en tu caso las cosas podrían terminar de otra manera.
Con un vacío resonando en mis oídos, digo:

—Tengo el presentimiento, es algo que siento en mi interior, de que no podré quedarme embarazada. En el momento en que el ginecólogo mencionó la infertilidad, fue como si alguna cosa se encendiera dentro de mí.
Kimberly me coge de la mano que tengo encima de la mesa.

—Eso nunca se sabe. Y, no es por desilusionarte, pero de todos modos Pedro no quiere tener hijos, ¿verdad?

Incluso a pesar de la puñalada que he sentido en el pecho al oírla decir esas palabras, me 
siento mejor ahora que he compartido con alguien mis preocupaciones.

—No, no quiere. No quiere tener hijos ni casarse conmigo.

—¿Esperabas que algún día cambiara de idea? —me da un pequeño apretón.

—Sí, la triste verdad es que sí. Estaba casi convencida de que lo haría. No en un plazo corto de tiempo, sino dentro de unos años. Creía que tal vez con unos años más y cuando ambos hubiésemos terminado la universidad, acabaría cambiando de idea. Pero ahora me parece todavía más imposible que antes.

Siento que me sonrojo de la vergüenza. No puedo creer que esté diciendo estas cosas en voz alta.

—Sé que es absurdo preocuparse por los hijos a mi edad, pero he querido ser madre desde que tenía uso de razón. No sé si es porque mi madre y mi padre no fueron los mejores padres del mundo, pero siempre he tenido la necesidad de ser madre. Aunque no quiero ser una madre cualquiera, sino una buena madre. Una madre que ame a sus hijos incondicionalmente. Jamás los juzgaría ni los menospreciaría. Jamás los presionaría ni los humillaría. Jamás intentaría convertirlos en una versión mejorada de mí misma.

Al empezar a hablar de esto tenía la sensación de que parecía que estaba loca. No obstante, Kimberly asiente a todo lo que estoy diciendo, de modo que tal vez no sea la única que se siente de esta forma.

—Creo que sería una buena madre si tuviera la oportunidad, y la idea de ver a una pequeña de ojos grises y pelo castaño corriendo a los brazos de Pedro me enternece el corazón. A veces me lo imagino. Sé que es absurdo, pero a veces me los imagino ahí sentados, los dos con el pelo rizado y rebelde. —Me río ante la disparatada imagen, una que he visionado en muchas más ocasiones de lo que se consideraría normal—. Él le leería y la llevaría sobre los hombros, y ella sería la niña de sus ojos.

Fuerzo una sonrisa e intento borrar la dulce imagen de mi mente.

—Pero él no quiere eso, y ahora que se ha enterado de que Christian es su padre, sé que jamás lo querrá.


Mientras me coloco el pelo detrás de las orejas, me siento bastante orgullosa y sorprendida de haber exteriorizado todo esto sin derramar ni una sola lágrima.

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