Divina

Divina

lunes, 14 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 112


Pau

A la mañana siguiente, cuando suena la alarma de mi móvil, estoy agotada. Apenas he dormido nada. Me he pasado horas dando vueltas, siempre a punto de quedarme dormida pero sin conseguirlo.

No sé si ha sido por la emoción de que Pedro por fin accediera a venirse a vivir a Seattle o por la discusión que vamos a tener sobre Inglaterra, pero no he pegado ojo y tengo mala cara. No es tan fácil disimular las ojeras a golpe de corrector como dicen las firmas de cosméticos, y tengo el pelo como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Por lo visto, la alegría que siento al saber que voy a tenerlo aquí conmigo no basta para mitigar la ansiedad que me produce que me esté mintiendo.

Acepto el ofrecimiento de Kimberly y nos vamos a trabajar juntas, así dispongo de unos minutos más para aplicarme otra capa de rímel mientras ella cambia de un carril a otro sin ningún cuidado por la autopista. Me recuerda a Pedro: maldice a los demás coches y pega bocinazos sin parar.

Pedro no ha mencionado si sigue pensando en venir hoy a Seattle. Cuando se lo pregunté anoche, justo antes de colgar, me dijo que me lo confirmaría por la mañana. Son casi las nueve y no sé nada de él. No paro de pensar que le pasa algo y que, si no lo resolvemos bien, nos dará problemas. Steph ha sembrado la duda en él, lo sé por cómo recela de todo lo que le digo. Vuelve a ocultarme cosas y me aterra la de conflictos que eso podría causarnos.

—A lo mejor deberías ir tú a verlo este fin de semana —me sugiere Kimberly sin dejar de insultar a un camión y a un Mini.

—¿Resulta tan evidente? —le pregunto despegando la mejilla del frío cristal de la ventanilla. 

—Salta a la vista.

—Perdona que esté tan depre —suspiro.

No es tan mala idea. Echo muchísimo de menos a Landon, y estaría bien volver a ver a mi padre.

—Sí, lo estás. —Me sonríe—. Pero nada que no arregle una taza de café y un poco de pintalabios.

Asiento y rápidamente sale de la autopista, con un giro de ciento ochenta grados en mitad de una intersección con mucho tráfico.

—Conozco una pequeña cafetería por aquí cerca —dice—. Es fantástica.

Para cuando llega la hora de la comida, mis agobios matutinos han desaparecido, y eso que sigo sin noticias de Pedro. Le he escrito dos veces pero he conseguido no llamarlo. Trevor me está esperando sentado a una mesa vacía de la sala de descanso con dos platos de pasta.

—Me han enviado la comida dos veces y he pensado que, al menos por un día, podría librarte de la fiambrera. —Sonríe y me pasa un paquete con cubiertos de plástico.

La pasta sabe tan bien como huele. La deliciosa salsa Alfredo me recuerda que hoy casi no he desayunado, y me sonrojo cuando se me cae la baba al llevarme a la boca el tenedor por primera vez.

—Está buena, ¿verdad? —sonríe Trevor limpiándose con el pulgar la comisura del labio para recoger una gota de la salsa cremosa. Se lleva el dedo a la boca y no puedo evitar pensar en lo raro que resulta el gesto en un hombre vestido con traje.

—Mmm... 

—No soy capaz de contestarle porque estoy demasiado ocupada comiéndome mi plato.

—Me alegro... —responde él apartando sus ojos azul oscuro de los míos y revolviéndose en su asiento.

—¿Va todo bien? —le pregunto.

—Sí... Es que... quería comentarte una cosa.

De repente me pregunto si no habrá pedido dos platos de pasta a propósito.

—Adelante... —contesto rezando para que esto no se ponga demasiado incómodo.

—Puede que suene un poco raro —dice.

«Genial.»

—Adelante —contesto animándolo con una sonrisa.

—Vale... Allá voy. —Hace una pausa y se pasa el dedo por uno de los gemelos de la camisa—. Carine me ha pedido que vaya a la boda de Krystal con ella.

Aprovecho y me meto más pasta en la boca para no tener que decir nada de momento. De verdad, no sé por qué me lo cuenta ni qué se supone que debo contestar. Asiento, animándolo a seguir, e intento no reírme pensando en lo bien que Kimberly imitaba ayer a Carine. Fue la monda.

—Me preguntaba si hay alguna razón por la que deba decirle que no... —dice Trevor, y me mira como si esperara una respuesta.

Estoy segura de que se asusta cuando me atraganto, pero cuando me mira con preocupación levanto un dedo y sigo masticando, a conciencia, y trago con fuerza antes de contestar:

—No veo por qué no deberías aceptar.

Espero que con eso baste. Pero entonces sigue hablando:

—Lo que quiero decir es que... —Mi única esperanza es que adivine que, en realidad, sé exactamente lo que quiere decir y no acabe la frase. No hay suerte.

—Sé que tienes una relación intermitente con Pedro y que ahora mismo no estáis juntos. 

Sólo quería estar seguro de que puedo dedicarle todo mi afecto, sin distracciones, antes de aceptar. No sé qué decir, así que pregunto en voz baja:

—¿Soy una distracción?

Esto es muy incómodo, pero Trevor es muy dulce y se ha sonrojado tanto que me dan ganas de consolarlo.

—Sí, lo has sido desde que llegaste a Vance —dice atropelladamente—. No te lo tomes a mal, es que he estado esperando y quería dejar claras mis intenciones antes de explorar la posibilidad de iniciar una relación con otra persona.

Y aquí tengo a mi señor Collins, aunque es mucho más guapo que el original. Me siento tan mal por él como Elizabeth Bennett en Orgullo y prejuicio.

—Trevor, lo siento mucho, yo...

—No pasa nada, de verdad. —Su mirada es tan sincera que me hace daño—. Lo entiendo. Sólo quería confirmarlo por última vez. —Escarba un poco con el tenedor en su plato de pasta y añade—: Supongo que no he tenido bastante con todas las veces anteriores.

Se ríe nervioso, en voz baja, y por simpatía me río con él.

—Es muy afortunada —digo esperando aliviar la vergüenza que sé que siente.

No debería haberlo comparado con el señor Collins, Trevor no es ni tan agresivo ni tan molesto. Me bebo un enorme trago de agua y espero que con esto acabe todo.

—Gracias —dice, pero añade con una pequeña sonrisa—: A lo mejor así Pedro dejará de llamarme el puto Trevor.

Tengo que taparme la boca con la mano para no escupir toda el agua que he bebido. Trago a mucha velocidad y exclamo:

—¡No sabía que lo sabías! —Me río de lo mal que me siento por él.

—Sí, se le ha escapado alguna vez —explica él de buen humor, y me alegro de que podamos reírnos juntos, como amigos, sin lugar a la confusión.

Sin embargo, lo bueno se acaba pronto. A Trevor se le borra la sonrisa de la cara. Me vuelvo, está mirando hacia la puerta.

—¡Qué bien huele! —dice una de las cotillas a la otra al entrar. Me siento un poco mezquina por lo mucho que las detesto, pero no puedo evitarlo.

—Deberíamos irnos —me susurra Trevor mirando de reojo a la más bajita.

Me quedo mirándolo perpleja, pero me levanto y tiro la bandeja vacía de poliestireno a la basura.

—Hoy estás espectacular, Pau —me dice la más alta.

No sé interpretar su expresión, pero sé que se está burlando de mí. Sé que hoy estoy horrorosa.

—Ya, gracias.

—El mundo es un pañuelo, ¿ Pedro sigue trabajando para Bolthouse?

Se me resbala el bolso del hombro y cojo la tira de cuero a toda velocidad antes de que llegue al suelo.
«¿Conoce a Pedro?»

—Así es —digo enderezándome para fingir que no me afecta que lo mencione.

—Mándale recuerdos de mi parte —dice con una sonrisa burlona.

Da media vuelta y desaparece con su pérfida segundona.

—¿A qué demonios ha venido eso? —le pregunto a Trevor después de comprobar que se han ido de verdad y no nos están espiando—. ¿Tú sabías que iban a decirme algo?

—No estaba seguro, pero lo sospechaba. Las he oído hablar de ti.

—¿Qué decían? Si ni siquiera me conocen.

Vuelve a estar incómodo. Trevor es la persona más transparente que conozco.

—No han dicho nada sobre ti en concreto...

—Entonces estaban hablando de Pedro, ¿no? —pregunto. Asiente y me confirma mis sospechas—. ¿Qué han dicho exactamente?

Trevor se mete la corbata roja por dentro del traje.

—Pues... preferiría no tener que decírtelo. Será mejor que se lo preguntes a él.

La reticencia de Trevor me da muy mala espina, y me estremezco al pensar que Pedro pueda haberse acostado con una de esas tipas. O con las dos. No son mucho mayores que yo: veinticinco como mucho, y he de admitir que las dos son guapas. Van mucho más arregladas y exageradas que yo, pero no dejan de ser atractivas.

El camino de vuelta a mi despacho se me hace largo y los celos se apoderan de mí. Si no le pregunto a Pedro por esa chica, me voy a volver loca.
Lo llamo nada más entrar en mi despacho. Tengo que saber si va a venir esta noche, necesito un poco de seguridad.

El nombre de Zed aparece en la pantalla de mi móvil antes de que pueda marcar el número de Pedro. Hago una mueca pero decido que cuanto antes lo coja, mejor.

—Hola —digo, pero no me sale natural. Suena falso, demasiado alegre.

—Hola, Pau, ¿cómo te va? —pregunta él. Siento que hacía siglos que no oía su voz aterciopelada, aunque sé que no es así.

—Va... —Apoyo la frente en el frío escritorio.

—No pareces muy contenta.

—Estoy bien, sólo es que llevo mucho entre manos.

—Precisamente por eso te llamo. Sé que te dije que estaría en Seattle el jueves, pero ha habido un cambio de planes.

—¿Y eso? —«Qué alivio.» Miro al techo y respiro hondo. No me había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración—. No pasa nada. La próxima vez...

—No, quiero decir que ya estoy en Seattle —dice, y de inmediato se me acelera el pulso—. He viajado de noche, con la camioneta, ha sido genial. Sólo estoy a unas manzanas de tu oficina y no quiero molestarte en el trabajo, pero podríamos cenar juntos o algo cuando salgas de trabajar.

—Pues... —Miro el reloj. Son las dos y cuarto y Pedro no ha respondido a ninguno de mis mensajes—. No sé si es buena idea. Pedro viene esta noche —confieso.

Primero Trevor y ahora Zed. ¿Es que la doble capa de rímel me ha gafado o qué?

—¿Estás segura? —me pregunta Zed—. Lo vi ayer de fiesta..., era muy tarde.

«¿Qué?» Pedro y yo estuvimos hablando por teléfono anoche hasta las once. ¿Qué hay abierto a esa hora? ¿Ha estado matando el rato otra vez con ésos a los que él llama sus amigos?

—No sé... —digo dándome de cabezazos contra la mesa. No me hago daño, pero sé que Zed puede oírlos.

—Sólo vamos a salir a cenar. Luego te dejaré seguir con lo que sea que tengas planeado —insiste—. Será agradable ver una cara conocida, ¿qué me dices?

Como si lo estuviera viendo: está sonriendo, es esa sonrisa que tanto me gusta. Así que pregunto:

—He venido a trabajar con una compañera y no tengo aquí el coche. ¿Te importa venir a recogerme a las cinco?


Y cuando accede la mar de contento, estoy emocionada y muerta de miedo.

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