Divina

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miércoles, 23 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 23


Pau

—Ahora voy a levantarte —dice la voz familiar que hacía demasiado tiempo que no oía, intentando reconfortarme mientras unos fuertes brazos me alzan del suelo y me acunan como si fuese una niña.

Entierro la cabeza en el firme pecho de Noah y cierro los ojos.
La voz de mi madre también está presente. No la veo, pero la oigo:

—¿Qué le pasa? ¿Por qué no habla?

—Está en estado de shock —empieza a explicar Ken—. Pronto volverá en sí...

—Y ¿qué se supone que tengo que hacer con ella si ni siquiera habla? —lo interrumpe mi madre.

Noah, el único capaz de tratar con la despiadada de mi madre, le dice con tacto:

—Carol, hace tan sólo unos días que encontró el cadáver de su padre tirado en el suelo. Sé paciente con ella.

Nunca en mi vida me había sentido tan aliviada de estar cerca de Noah. Por mucho que adore a Landon, y por muy agradecida que le esté a su familia en estos momentos, necesito salir de esta casa. Ahora necesito a alguien como mi viejo amigo. A alguien que me conociera antes.

Me estoy volviendo loca, lo sé. Mi mente no ha funcionado bien desde que mi pie impactó contra el cuerpo rígido e inerte de mi padre. No he sido capaz de procesar ni un solo pensamiento racional desde que grité su nombre y lo sacudí con tanta fuerza que se le abrió la mandíbula, la jeringuilla se le salió del brazo y aterrizó en el suelo con un sonido que todavía resuena en mi perjudicada mente. Un sonido tan simple. Un sonido tan horrible.

Sentí que algo se partía en mi interior cuando la mano de mi padre se sacudía en la mía, un espasmo muscular involuntario que todavía no estoy segura de si sucedió o de si mi mente lo fabricó para darme una falsa sensación de esperanza. Esa esperanza pronto se desvaneció cuando comprobé su pulso otra vez y no sentí nada. Después me quedé mirando sus ojos sin vida.
El caminar de Noah me mece suavemente mientras nos desplazamos por la casa.

—Llamaré a su teléfono dentro de un rato para ver cómo está. Por favor, cógelo y mantenme informado —le pide Landon con educación.

Quiero saber cómo está; espero que él no viera lo que yo vi. No logro recordarlo.
Sé que estaba sosteniendo la cabeza de mi padre entre las manos, y creo que estaba gritando, o llorando, o ambas cosas, cuando oí que Landon entraba en el apartamento. 

Recuerdo que intentó forcejear conmigo para que soltara al hombre al que apenas acababa de empezar a conocer, pero después de eso mi mente salta directamente al momento en que llegó la ambulancia y vuelve a quedarse en blanco hasta el instante en el que me encontraba sentada en el suelo de casa de los Scott.

—Lo haré —le asegura Noah, y entonces oigo cómo la puerta mosquitera se abre.
Frías gotas de lluvia caen sobre mi rostro y enjuagan días de lágrimas y de suciedad.

—No te preocupes. Nos vamos a ir a casa; todo irá bien —me susurra Noah mientras me aparta el pelo empapado de lluvia de la frente.

Mantengo los ojos cerrados y apoyo la mejilla contra su pecho; sus fuertes latidos no hacen sino recordarme el momento en que pegué la oreja contra el de mi padre sin hallar latido ni respiración algunos.

—No te preocupes —dice Noah de nuevo.

Es como en los viejos tiempos: ha venido a rescatarme después de que las adicciones de mi padre causaran estragos.

Pero esta vez no hay ningún invernadero en el que esconderse. Esta vez sólo hay oscuridad y no hay escapatoria.

—Nos vamos a ir a casa —repite mientras me coloca dentro del coche.

Noah es una persona dulce y cariñosa, pero ¿es que no sabe que no tengo casa?
Las manecillas de mi reloj avanzan muy despacio. Cuanto más las miro, más se burlan de mí, ralentizándose con cada tictac. Mi antiguo dormitorio es enorme. Habría jurado que era más pequeño, pero ahora me da la sensación de que es inmenso. ¿Tal vez sea yo la que se siente pequeña? Me siento ligera, más ligera que la última vez que dormí en esta cama. 

Me parece que podría salir volando y nadie se daría cuenta. Mis pensamientos no son normales, lo sé. Noah me lo dice cada vez que habla conmigo e intenta devolverme a la realidad. Está aquí ahora; no se ha marchado desde que me tumbé en esta cama, y Dios sabe cuánto tiempo hace de eso.

—Te pondrás bien, Pau. El tiempo todo lo cura. ¿Recuerdas que nuestro pastor siempre decía eso?—Los ojos azules de Noah reflejan preocupación por mí.

Asiento, aunque permanezco callada, mirando el reloj que me provoca colgado en la pared.
Noah arrastra un tenedor por el plato de comida que lleva horas intacto.

—Tu madre va a venir y te va a obligar a comer. Es tarde, y todavía no has tocado la comida.

Miro hacia la ventana y veo que está oscuro. ¿En qué momento ha desaparecido el sol? Y ¿por qué no se me ha llevado consigo?
Noah toma mis manos entre la suavidad de las suyas y me pide que lo mire.

—Come al menos unos bocados para que te deje descansar.

Alargo el brazo para coger el plato. No quiero ponerle las cosas más difíciles sabiendo que está siguiendo los dictados de mi madre. Me llevo el pan rancio a la boca e intento que no me entren arcadas al masticar la correosa comida. Cuento el tiempo que tardo en obligarme a dar cinco bocados y a tragármelos con el agua a temperatura ambiente que lleva en la mesilla de noche desde esta mañana.

—Necesito cerrar los ojos —le digo a Noah mientras me ofrece unas uvas que hay en el plato—. No quiero más. —Aparto el plato con suavidad. Me están entrando ganas de vomitar de ver la comida.

Me tumbo y me coloco en posición fetal. Noah, tan buenazo como siempre, me recuerda aquella vez que nos metimos en un lío por lanzarnos uvas el uno al otro durante la misa del domingo cuando teníamos doce años.

—Ése fue nuestro mayor acto de rebeldía, creo —dice echándose a reír con ternura, y su risa hace que me quede dormida.

—No vas a entrar ahí. Lo último que necesitamos es que la alteres. Está durmiendo por primera vez desde hace días —oigo decir a mi madre en el pasillo.

¿Con quién está hablando? No estoy durmiendo, ¿verdad? Me incorporo, me apoyo sobre los codos y la sangre se me sube a la cabeza. Estoy cansada, muy cansada. Noah está aquí, en la cama de mi infancia, conmigo. Todo es tan familiar: la cama, su pelo rubio revuelto... Pero yo me siento diferente; fuera de lugar y desorientada.

—No he venido a hacerle daño, Carol. Ya deberías saberlo.

—Tú... —empieza a responderle mi madre, pero él la interrumpe.

—Y también deberías saber que me importa una mierda lo que tengas que decir.

La puerta de mi habitación se abre entonces, y la última persona que esperaba ver aparece por detrás de mi airada madre.

Siento el peso del brazo de Noah que me mantiene pegada a la cama. Dormido, me estrecha con más fuerza la cintura, y la garganta me arde cuando veo a Pedro. Sus ojos verdes están furiosos al ver lo que tiene delante. Cruza la habitación y arranca el brazo de Noah de mi cuerpo. 

—Pero ¿qué...? —Noah se despierta sobresaltado y se levanta de un brinco.

Cuando Pedro da otro paso hacia mí, retrocedo en la cama a toda prisa y me golpeo la espalda contra la pared con la suficiente fuerza como para quedarme sin aliento, pero sigo intentando alejarme de él. Toso, y su mirada se suaviza.

¿Qué está haciendo aquí? No puede estar aquí, no quiero que esté aquí. Bastante daño me ha hecho ya, y no tiene derecho a presentarse aquí para revolver los restos.


—¡Mierda! ¿Estás bien? —Alarga su brazo tatuado y yo hago lo primero que pasa por mi desequilibrada cabeza: gritar.

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