Pedro
Cuando busco a Pau, no está en la cama. No sé qué hora es, pero el sol brilla muchísimo y atraviesa las ventanas desnudas como si me obligara a despertarme. Esta noche he dormido fatal, y Pau no dejaba de moverse y de dar vueltas en la cama. He estado despierto casi toda la noche, manteniendo las distancias con su cuerpo inquieto. Tengo que ponerme las pilas para no echar a perder el fin de semana, pero lo cierto es que no consigo deshacerme de mi paranoia. No después de que mamá me dijera que ha tenido el valor de invitar a Susan Kingsley a comer con ella y con Pau.
No me molesto en cambiarme de ropa, sólo me lavo los dientes y me paso un poco de agua por el pelo. Pau ya se ha dado una ducha, su neceser está guardado con cuidado en el armario del baño que antes estaba vacío.
Cuando bajo a la cocina, la jarra del café sigue caliente y casi llena, una taza lavada descansa sobre la encimera. Pau y mi madre deben de haberse ido ya. Tendría que haber protestado y no haberla dejado ir. ¿Por qué no lo hice? Este día puede ir por dos caminos: Susan podría ser una gran zorra y hacer que para Pau sea un infierno, o podría cerrar su maldita bocaza y todo iría bien.
¿Qué coño se supone que voy a hacer yo durante la jornada mientras mi madre y Pau están pululando por la ciudad? Podría ir a buscarlas, no sería difícil, pero mi madre seguramente se enfadaría y, después de todo, mañana es su boda. Le prometí a Pau que me portaría lo mejor que pudiera este fin de semana y, aunque ya he roto la promesa, no tengo por qué empeorar las cosas.
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