Divina

Divina

lunes, 14 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 114


Pau

Abro el cajón de la cómoda y busco unas bragas limpias y un sujetador a juego.

—Voy a darme una ducha. Kimberly quiere salir a las ocho y ya son las siete —le digo a Pedro, que está sentado en el borde de mi cama con los codos apoyados en las rodillas.

—¿Vas a ir? —se burla.

—Sí. Ya te lo he dicho, ¿no te acuerdas? Para eso has venido, ¿no?, para que no vaya sola.

—No he venido sólo por eso —dice a la defensiva. Lo miro con una ceja en alto y él pone los ojos en blanco—. No es que no sea uno de los motivos, pero no es el único.

—¿Sigues queriendo venir? —le pregunto tentándolo con la ropa interior que llevo en la mano. Recibo una sonrisa picarona como recompensa.

—No, no quiero ir. Pero si tú vas, yo también.

Le dedico una amplia sonrisa pero no me sigue cuando salgo de la habitación. Qué sorpresa. Ojalá lo hubiera hecho. No sé muy bien dónde estamos en este momento. Sé que está enfadado por lo de Zed y yo estoy molesta porque me ha estado ocultando cosas otra vez, pero en general me encanta que esté aquí y no quiero perder el tiempo discutiendo.

Me envuelvo el pelo con una toalla. No tengo tiempo para lavármelo y secármelo antes de salir. El agua caliente alivia en parte la tensión de mis hombros y de mi espalda pero no me despeja la cabeza. Tengo que estar de mejor humor en una hora. Estoy segura de que Pedro se pasará la noche de morros. Quiero que nos divirtamos con Kimberly y con Christian, no quiero silencios incómodos ni escenas en público. Quiero que nos llevemos bien y que los dos estemos de buen humor. No he visto nada de Seattle de noche desde que llegué, y quiero que mi primera salida nocturna sea lo más divertida posible. No paro de sentirme culpable por lo de Zed, pero es un gran alivio cuando mi enfado y mis pensamientos irracionales se pierden por el desagüe junto con el agua caliente y los restos de jabón.

En cuanto cierro el grifo de la ducha, Pedro llama a la puerta. Me enrollo una toalla alrededor del cuerpo y respiro hondo antes de contestar.

—Salgo dentro de diez minutos. Tengo que ver qué hago con mi pelo.

Pero cuando me miro al espejo, ahí está Pedro.
Entorna los ojos al ver la mata encrespada sobre mi cabeza.

—Y ¿ahora qué le pasa?

—Está fuera de control —replico echándome a reír—. No tardaré nada.

—¿Vas a ponerte eso? —dice mirando el vestido negro e incómodo que cuelga de la cortina de la ducha porque estaba intentando que se desarrugara un poco. La última vez que me lo puse, durante las «vacaciones familiares», la noche acabó en desastre... Bueno, la semana.

—Sí. Kimberly dice que son muy estrictos con el vestuario.

—¿Cómo de estrictos? — Pedro se mira los vaqueros con manchas y la camiseta negra.

Me encojo de hombros y sonrío para mis adentros. Me imagino a Kimberly diciéndole a Pedro que se cambie de ropa.

—No pienso cambiarme —dice, y vuelvo a encogerme de hombros.

Pedro no deja de mirar mi imagen en el espejo mientras me maquillo y me peleo con el pelo armada con la plancha. El vapor de la ducha me lo ha encrespado mucho y está horrible. No tiene arreglo. Al final, me lo recojo en la nuca. Al menos el maquillaje me ha quedado muy bien, para compensar que mi pelo tiene un día de perros.

—¿Vas a quedarte hasta el domingo? —le pregunto poniéndome la ropa interior y embutiéndome en el vestido. Quiero asegurarme de que mantenemos la tensión bajo control y no nos pasamos la noche discutiendo.

—Sí, ¿por? —responde con calma.

—Estaba pensando que, en vez de pasar el viernes aquí, podríamos volver para que pueda ver a Landon y a Karen. Y también a tu padre, por supuesto.

—Y ¿qué hay del tuyo?

—Ah... —Se me había olvidado que mi padre estaba viviendo con Pedro —. He estado intentando no pensar en esa situación hasta que puedas contarme más.

—No creo que sea una buena idea...

—¿Por qué no? —pregunto. Echo mucho de menos a Landon.

Pedro se frota la nuca con la mano.

—No lo sé... Toda esta mierda con Steph y con Zed...

Pedro, no voy a volver a ver a Zed y, a menos que Steph aparezca por el apartamento o por casa de tu padre, tampoco volveré a verla a ella.

—Sigo pensando que no deberías ir.

—Vas a tener que relajarte un poco —suspiro recolocándome el moño.

—¿Relajarme? —dice en tono de burla, como si la idea nunca se le hubiera pasado por la cabeza.

—Sí, tienes que relajarte. No puedes controlarlo todo.

Levanta la cabeza de golpe.

—¿No puedo controlarlo todo? Y ¿me lo dices tú? Me echo a reír.

—Voy a dejar que te salgas con la tuya en cuanto a Zed porque sé que está mal. Pero no puedes mantenerme alejada de toda la ciudad sólo porque te preocupe que me lo encuentre a él o a una chica desagradable.

—¿Ya has terminado? —inquiere apoyándose en el lavabo.

—¿De discutir o de arreglarme el pelo? —replico mirándolo con una sonrisa de superioridad.

—Eres lo peor. —Me devuelve la sonrisa y me da una palmada en el culo cuando me doy la vuelta para salir del baño.

Me alegro de que esté tan juguetón. La noche pinta bien.

Atravesamos el pasillo hacia mi habitación cuando Christian nos llama desde la sala de estar.

Pedro, ¿todavía estás aquí? ¿Te vienes a escuchar un poco de jazz? No es heavy metal, pero...

No oigo el resto porque estoy muerta de risa. Pedro se ha puesto a imitar a Christian Vance de improviso. Le doy un empujoncito en el pecho y le digo:

—Ve con él. No tardo nada en arreglarme.

De vuelta en mi habitación, cojo el bolso y saco el móvil. Tengo que hablar con mi madre. No hago más que posponerlo y no va a parar de llamarme. También tengo un mensaje de Zed:

Por favor, no te enfades conmigo por lo de esta noche. He sido un capullo. No era mi intención. Lo siento.

Borro el mensaje y meto otra vez el móvil en el bolso. Mi amistad con Zed acaba aquí. He estado dándole falsas esperanzas demasiado tiempo y cada vez que me despido de él acabo por dar marcha atrás y empeorar la situación. No es justo ni para él ni para Pedro. 

Pedro y yo ya tenemos bastantes problemas. Como mujer, me molesta que intente prohibirme que vea a Zed, pero no puedo negar que sería muy hipócrita por mi parte seguir siendo su amiga. No quiero que Pedro sea amigo de Molly ni que queden para pasar un rato. Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar. Zed ha dejado muy claro lo que siente por mí y no es justo, para nadie, que sigamos viéndonos y lo aliente en silencio. Se porta muy bien conmigo y ha estado a mi lado cuando lo he necesitado muchas veces, pero odio cómo me hace sentir, como si tuviera que darle explicaciones y defender mi relación.

Bajo la escalera disfrutando de la gran noche que me imagino que voy a pasar con mi chico... Y me llevo toda una sorpresa cuando entro en la sala de estar y me encuentro a Pedro con las manos en el pelo, furioso.

—¡Ni hablar! —resopla alejándose de Christian.

—Una camiseta sucia y unos vaqueros manchados de sangre no son un atuendo apropiado para el club, por mucho que conozcas al dueño —dice Christian restregándole algo de color negro a Pedro por el pecho.

—Pues entonces no voy —dice él con un mohín, dejando que la prenda negra caiga a los pies de Christian.

—No seas crío y ponte la dichosa camisa.

—Me pongo la camisa si puedo ir en vaqueros —repone Pedro, negociando, mirándome en busca de apoyo.

—¿Te has traído algo que no esté manchado de sangre? —dice Christian sonriente. Se agacha para recoger la camisa.

—Puedes ponerte los vaqueros negros, Pedro —sugiero intentando mediar entre los dos.

—Vale. Dame la puta camisa. —Le arranca a Christian la camisa de las manos y le saca el dedo mientras desaparece por el pasillo.

—¡Y, ya puestos, podrías cortarte el pelo! —le grita Christian.

No puedo evitar echarme a reír.

—Déjalo en paz. Te va a poner un ojo morado y no voy a impedírselo —bromea Kimberly.

—Ya..., ya... —Christian la coge entre sus brazos y le da un beso en la boca.

Me doy la vuelta justo cuando suena el timbre de la puerta.

—¡Debe de ser Lillian! —anuncia Kim soltándose de él.

Pedro vuelve a entrar en la sala de estar en cuanto Lillian atraviesa el umbral.

—¿Qué hace aquí? —gruñe. Se ha puesto la camisa negra, que no le queda nada mal.

—No seas malo —le digo—. Va a quedarse con Smith y es amiga tuya, ¿no te acuerdas?

Es verdad que mi primera impresión de Lillian no fue buena, pero ha acabado por gustarme, aunque no la veo desde que volvimos de las Vacaciones Infernales.

—No, no lo es.

—¡Pau! ¡ Pedro! —exclama con una sonrisa tan brillante como sus ojos azules. Menos mal que no lleva el mismo vestido que yo, como la primera vez que la vi, en el restaurante de Sandpoint.

—Hola. —Le devuelvo la sonrisa y Pedro se limita a saludar con un gesto de la cabeza.

—Estás estupenda —me dice Lillian dándome un repaso con la mirada.

—Gracias, igualmente. —Ella lleva una rebeca de lana y unos caquis.

—Si ya habéis terminado... —refunfuña Pedro.

—Yo también me alegro de volver a verte, Pedro. —Le pone los ojos en blanco y él se suaviza un poco y le ofrece una media sonrisa.

Mientras, Kimberly corre de un lado a otro poniéndose los tacones y retocándose el maquillaje delante del espejo gigante que hay encima del sofá.

—Smith, ve arriba. Volveremos a medianoche como muy tarde.

—¿Lista, amor? —le pregunta Christian.

Ella asiente y él extiende los brazos hacia la puerta.

—Nosotros iremos en mi coche —anuncia Pedro.

—¿Por qué? Hemos pedido un coche —dice Christian.

—Por si queremos volver antes.

Christian se encoge de hombros.

—Haz lo que quieras.

Mientras salimos me fijo en la camisa de Pedro. No es muy distinta de la que suele ponerse cuando no tiene más remedio que arreglarse. La diferencia es que ésta tiene un discreto, casi imperceptible, estampado animal...

—Ni una palabra —me advierte cuando se da cuenta de que estoy mirando su camisa.

—No he dicho nada. —Me muerdo el labio y gruñe.

—Es fea a rabiar —dice, y no paro de reír hasta que llegamos al coche.

El club de jazz está en el centro de Seattle. Las calles están llenas, como si fuera sábado noche, no miércoles. Esperamos en el coche de Pedro hasta que un elegante coche negro aparca junto a nosotros y de él salen Christian y Kimberly.

—Estos ricachones... —dice Pedro dándome un apretón en el muslo. Nosotros también salimos del coche.

Con una rápida sonrisa, el portero desengancha el cordón de terciopelo del poste plateado y nos deja pasar. Al momento, Kimberly nos guía por la oscuridad del club y nos enseña el interior mientras Christian se va por su cuenta. Bloques de piedra gris hacen las veces de mesas y hay sofás negros con cojines blancos aquí y allá. La única nota de color en todo el club son los ramos de rosas rojas que descansan encima de los enormes bloques de piedra gris. La música es suave y relajante pero estimulante a la vez.

—Muy pijo —dice Pedro poniendo los ojos en blanco.

Está guapo a más no poder bajo la luz tenue. La camisa de Pedro combinada con los vaqueros negros son más de lo que mi libido puede soportar.

—Bonito, ¿verdad? —nos pregunta Kimberly con una gran sonrisa.

—No veas —contesta Pedro. En cuanto llegamos a las mesas llenas de gente, me coge de las caderas y me atrae hacia sí.

—Christian está en la zona vip. Es toda nuestra —nos informa Kimberly.

Caminamos hacia la parte de atrás del club y una cortina de satén se abre y desvela un espacio de buen tamaño con más cortinas negras a modo de paredes. Cuatro sofás delimitan el espacio y hay una enorme mesa de piedra en el centro, cubierta de botellas de bebida, una cubitera y varios aperitivos.

Estoy tan distraída que ni siquiera veo a Max, que está sentado en uno de los sofás, delante de Christian.

Genial. Max me cae fatal y sé que Pedro tampoco puede soportarlo. Los brazos de mi chico se tensan en mis caderas y le lanza una mirada asesina a Christian.
Kimberly sonríe como la buena anfitriona que es.

—Encantada de volver a verte, Max.

Él le sonríe.

—Igualmente, cielo. —Le coge la mano y se la lleva a los labios.

—Disculpa —dice entonces una voz de mujer detrás de mí.

Pedro y yo nos hacemos a un lado y Sasha se contonea por el pequeño espacio. Entre lo alta que es y el vestido tan descarado que lleva, se hace el ama de la sala.

—Genial —dice Pedro repitiendo mis pensamientos de hace unos segundos. Se alegra tanto de verla como yo de ver a Max.

—Sasha. —Kimberly intenta fingir que se alegra de verla pero fracasa. Una de las desventajas de la sinceridad de mi amiga es que le cuesta ocultar sus emociones.

Sasha le sonríe y se sienta en el sofá, al lado de Max. Sus ojos siniestros buscan los míos, como si me estuviera pidiendo permiso para sentarse con su amante. Desvío la mirada y Pedro me lleva al sofá que está justo enfrente de ellos. Kimberly se sienta en el regazo de Christian y coge una botella de champán.

—¿Qué te parece, Paula? —pregunta Max con su acento marcado y aterciopelado.

—Pues... —tartamudeo al oír mi nombre completo—. Es... es bonito.

—¿Os apetece un poco de champán? —nos ofrece Kimberly.

Pedro contesta por mí:

—A mí no, pero a Pau sí.

Me apoyo en su hombro.

—Si tú no vas a beber nada, yo tampoco.

—Adelante, no me importa. A mí no me apetece.

Le sonrío a Kim.

—Para mí nada, gracias.

Pedro frunce el ceño y coge una copa de encima de la mesa.

—Deberías tomarte al menos una. Has tenido un día muy largo.

—Lo que quieres es que me emborrache para que no te haga preguntas —susurro poniendo los ojos en blanco.

—No. —Sonríe divertido—. Quiero que te lo pases bien. Eso era lo que querías, ¿no?

—No me apetece tener que beber para pasarlo bien. —Cuando miro alrededor, veo que ninguno de los presentes está escuchando nuestra conversación.

—No he dicho que lo necesites. Sólo digo que tu amiga te está ofreciendo champán gratis, del que cuesta más que tu vestido y mi ropa juntos. —Sus dedos bailan por mi nuca—. ¿Por qué no vas a disfrutar de una copa?

—Tienes razón. —Me apoyo otra vez en él y Pedro me entrega la copa alargada—. Pero sólo voy a tomarme una —le digo.

A los treinta minutos ya me he terminado mi segunda copa y estoy planteándome si me tomo una tercera para no sentirme tan incómoda viendo a Sasha desfilar de aquí para allá. Dice que sólo quiere bailar pero, si eso fuera cierto, saldría a la zona pública del club.
La fulana quiere atención.
Me tapo la boca con la mano como si lo hubiera dicho en voz alta.

—¿Qué?

Sé que Pedro se aburre. Mucho. Lo sé por cómo mira la cortina negra y me acaricia la espalda, ausente.

Niego con la cabeza a modo de respuesta. No debería pensar esas cosas de la mujer cuando ni siquiera la conozco. Lo único que sé de ella es que se acuesta con un hombre casado...
Y con eso me basta. No puedo evitar que me caiga mal.

—¿Podemos irnos ya? —me susurra Pedro al oído, dándome otro apretón en el muslo.

—Sólo un ratito más —le digo.

No es que me aburra, es que prefiero estar a solas con Pedro a estar aquí evitando mirar a Sasha o su ropa interior.

—Pau, ¿vienes a bailar?... —sugiere Kimberly, y Pedro se tensa.

Me acuerdo de la última vez que estuve en un club con Kimberly y bailé con un tío sólo para cabrear a Pedro, que se encontraba a kilómetros de distancia. Entonces tenía el corazón roto y estaba tan triste que no pensaba con claridad. Aquel tío acabó besándome y yo acabé prácticamente violando a Pedro en la habitación de mi hotel después de que apareciera por sorpresa y encontrara allí a Trevor. Fue un malentendido épico pero, ahora que me acuerdo, la noche no acabó nada mal para mí.

—No sé bailar, ¿recuerdas? —le digo.

—Bueno, pues daremos una vuelta o algo. —Sonríe—. Parece que te estás quedando dormida.

—Vale, una vuelta. —Me pongo de pie—. ¿Quieres venir? —le pregunto a Pedro. Me dice que no con la cabeza.

—No le va a pasar nada. Volvemos en un minuto —le asegura Kimberly.

Él no parece muy contento con que vayan a separarme de su lado, pero tampoco intenta detenerla. Se está esforzando por demostrarme que puede relajarse y por eso lo adoro.

—Si la pierdes, no te molestes en volver —le contesta.


Kimberly suelta una sonora carcajada y me saca a rastras de la zona vip, en dirección al club lleno de gente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario