Divina

Divina

viernes, 25 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 31


Pau

—Madre, ¿quién va a pagar el funeral?

No quiero parecer insensible ni grosera, pero todos mis abuelos están muertos y mis dos padres eran hijos únicos. Sé que mi madre no puede permitírselo, y menos para mi padre, y me preocupa que haya decidido hacerse cargo sólo para demostrar algo ante sus amigas de la iglesia.

No quiero llevar este vestido negro que ella me ha comprado, no quiero llevar estos zapatos negros de tacón alto que seguramente tampoco puede permitirse, y sobre todo no quiero ver cómo entierran a mi padre.

Mi madre vacila; la barra de labios se queda suspendida justo delante de su boca cuando me mira a los ojos a través del espejo.

—No lo sé.

Me vuelvo hacia ella incrédula. Bueno..., si fuera capaz de reunir la suficiente energía como para sentir incredulidad. Puede que sea más bien una débil curiosidad.

—¿No lo sabes? —La observo.

Tiene los ojos hinchados, lo que demuestra que se ha tomado su muerte mucho peor de lo que admitirá jamás.

—No hablemos de dinero ahora, Paula —me regaña, y zanja la conversación marchándose al salón.

Asiento porque no quiero discutir con ella. Hoy no. Bastante duro será el día de por sí. Me siento egoísta y un poco retorcida por no ser capaz de entender en qué estaría pensando cuando se clavó esa última jeringuilla en la vena. Sé que era un adicto, y que sólo hacía algo que ya llevaba años haciendo, pero continúo sin poder entender qué lo llevó a hacer algo como esto, sabiendo lo peligroso que es.

Estos últimos tres días, desde que vi a Pedro, he empezado a recuperar la cordura. Sin embargo, no del todo, y una parte de mí sigue aterrada al pensar que jamás volveré a ser la misma.

Él ha dormido en casa de los Porter las últimas tres noches. La verdad es que para mí ha sido toda una sorpresa, y supongo que para el señor y la señora Porter también. No creo que se hayan relacionado mucho con nadie que no sea miembro del club de campo local. 

Me habría encantado ver la expresión de la señora Porter al ver a Noah llegar con Pedro a casa para quedarse con ellos. No me imagino a Pedro y a Noah llevándose bien. Bueno, no me los imagino llevándose, simplemente, así que sé lo mucho que debió de dolerle a Pedro mi rechazo si estuvo dispuesto a aceptar la hospitalidad de Noah.

El pesado peso de mi dolor sigue ahí, oculto aún tras la barrera de la nada. Siento cómo empuja la pared, intentando desesperadamente acabar conmigo y llevarme al límite. Al ver a Pedro llorar, me aterraba la idea de que el dolor ganara la batalla, pero afortunadamente ha sido todo lo contrario.

Se me hace raro pensar que está tan cerca de esta casa y que no ha intentado pasarse por aquí. Necesito espacio, y a Pedro no se le da muy bien concedérmelo. Aunque en realidad nunca lo he querido antes. No como ahora. Oigo unos golpes en la puerta. Me apresuro a ajustarme las medias negras y me miro en el espejo por última vez.

Me acerco un poco más para examinarme los ojos. Hay algo distinto en ellos que no sé muy bien cómo describir... Parecen ¿más severos? ¿Más tristes? No estoy segura, pero combinan con la patética sonrisa que intento poner. Si no estuviera medio loca, me preocuparía más por este cambio en mi aspecto.

—¡Paula! —grita mi madre con fastidio justo cuando salgo al pasillo.

Por su tono de voz, esperaba ver a Pedro fuera. Me ha dado el espacio que le pedí, pero imaginaba que vendría hoy, el día del funeral de mi padre. Sin embargo, cuando giro la esquina, me quedo paralizada. Para mi agradable sorpresa, quien está en la puerta no es otro que Zed.

Me mira a los ojos y parece inseguro, pero cuando mis labios se transforman en una sonrisa, él esboza otra de oreja a oreja, esa que tanto me gusta, ésa en la que su lengua aparece entre los dientes y hace que sus ojos brillen.

Lo invito a pasar.

—¿Qué haces aquí? —pregunto justo cuando rodeo su cuello con los brazos.

Me abraza, con demasiada fuerza, y yo me pongo a toser exageradamente antes de que me suelte. Sonríe.

—Lo siento, hacía tiempo que no te veía —dice.

Se ríe, y mi estado de ánimo mejora al instante al oír ese sonido.
No he estado pensando en él. Me siento casi culpable de que su rostro no haya aparecido en mi mente ni una sola vez durante las últimas semanas, pero me alegro de que haya venido. Su presencia me recuerda que el mundo no se ha detenido desde mi tremenda pérdida.

Mi pérdida... No quiero admitir, ni siquiera a mí misma, cuál de las dos pérdidas ha sido más dura.

—Es verdad —respondo.

Entonces, la razón por la distancia entre Zed y yo me viene a la cabeza, interrumpiendo nuestro saludo, y miro por detrás de él con cautela. Lo último que necesito es una pelea en el césped perfecto de mi madre.

Pedro está aquí. Bueno, no en esta casa, sino a unas casas de distancia.

—Lo sé. —Zed no parece intimidado en absoluto a pesar de su historial.

—¿Ah, sí?

Mi madre me lanza una mirada inquisitiva y después desaparece en la cocina para dejarnos a solas. Mi mente empieza a asimilar que Zed esté aquí. Yo no lo he llamado; ¿cómo se ha enterado de lo de mi padre? Supongo que es remotamente posible que haya salido en las noticias y en internet, pero incluso en ese caso dudo que se hubiera enterado.

—Me ha llamado él. —Tras oír esas palabras, levanto la cabeza al instante para mirarlo a los ojos—. Ha sido él quien me ha pedido que venga a verte. Tenías el teléfono desconectado, así que he tenido que hacerle caso.

No sé qué responder a eso, de modo que me quedo observando a Zed en silencio, intentando despejar la x de esta ecuación.

—Te parece bien, ¿verdad? —Alarga el brazo, pero se detiene antes de llegar a tocarme—. No te habrá molestado que haya venido, ¿no? Puedo irme si crees que es demasiado. 

Me ha dicho que necesitabas un amigo, y sabía que debía de haber pasado algo gordo para que me llamara precisamente él.

«¿Por qué Pedro lo ha llamado a él en lugar de a Landon? De hecho, Landon viene de camino de todos modos, así que, ¿por qué Pedro le ha pedido a Zed que venga a verme?»

No puedo evitar sentir que esto es una especie de encerrona, como si Pedro me estuviera poniendo a prueba de alguna manera. Detesto pensar que sea capaz de hacer algo así en estos momentos, pero ha hecho cosas peores. No puedo permitirme olvidar que ha hecho cosas peores, y que siempre hay algún motivo detrás de sus actos. Nunca hace las cosas por hacerlas en lo que a mí se refiere.

Lo que más me duele de todo es su propuesta de matrimonio. Me negó la posibilidad de 
casarnos desde el principio de nuestra relación, pero cedió dos veces, sólo cuando quería algo a cambio. Una de ellas estaba demasiado borracho como para saber lo que se decía, y la otra era un intento de conseguir que no lo abandonara. Si me hubiera despertado a su lado a la mañana siguiente, lo habría retirado como la vez anterior. Como hace siempre. 

No ha parado de romper sus promesas desde que lo conocí, y lo único peor que estar con alguien que no cree en el matrimonio es estar con alguien que sería capaz de casarse conmigo sólo para obtener una victoria momentánea, y no porque realmente quiera ser mi marido.

Necesito recordar esto o seguiré teniendo estos pensamientos absurdos, que se cuelan en mi mente y en los que veo a Pedro vistiendo un esmoquin. La imagen me da risa, y el Pedro con esmoquin pronto cambia a un Pedro con vaqueros y botas, incluso el día de su boda, pero no creo que me importara en realidad.

«Que me hubiera importado.» Tengo que dejar de fantasear con esto; no ayuda en nada a mi cordura. Pero entonces, me viene otro pensamiento a la mente. Esta vez, Pedro se está riendo con una copa de vino en la mano... y veo que tiene una alianza plateada en su dedo anular. Se está riendo con ganas, y tiene la cabeza inclinada hacia atrás de ese modo encantador que tanto me gusta.

Lo descarto.

Su sonrisa aparece, y lo veo derramándose el vino sobre su camiseta blanca. 

Probablemente insistiría en que fuera blanca en lugar de las negras que lleva siempre sólo 
para hacer la gracia y por fastidiar a mi madre. Me apartaría las manos con suavidad cuando intentara secarle la mancha con una servilleta. Diría algo como: «¿A quién se le ocurre ir de blanco?». Después se echaría a reír y acercaría mis dedos a sus labios para besar cada una de las puntas con delicadeza. Sus ojos se quedarían fijos en mi anillo de bodas y una sonrisa de orgullo invadiría su rostro.

—¿Estás bien? —La voz de Zed interrumpe mis patéticos pensamientos.

—Sí. —Sacudo la cabeza para borrar la imagen perfecta de Pedro sonriéndome y me acerco a él—. Lo siento, estoy un poco empanada últimamente.

—Tranquila. Lo extraño sería que no lo estuvieras. —Me reconforta rodeando mis hombros con el brazo.


De hecho, no debería sorprenderme que Zed haya venido hasta aquí para apoyarme. 

Cuanto más lo pienso, más me acuerdo. Él siempre estuvo ahí, incluso cuando no lo necesitaba. Estaba en un segundo plano, siempre a la sombra de Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario