Divina

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lunes, 21 de diciembre de 2015

After 4 Capitulo 15


Pedro

La voz de James resuena en mis oídos, y su pie descalzo me roza la mejilla.

—¡Tío, despierta! Carla está a punto de llegar, y estás acaparando el único baño que hay.

—Que te den —protesto, y cierro los ojos de nuevo.

Si pudiera moverme, lo primero que haría sería romperle los dedos de los pies.

—Alfonso, levántate de una puta vez. Puedes dormir la mona en el sofá, pero eres un puto gigante y necesito mear y al menos intentar cepillarme los dientes. —Sus dedos de los pies empujan mi frente, e intento incorporarme.

Me pesa todo el cuerpo, y me arden los ojos y la garganta.

—¡Vive! —grita James.

—¡Cierra la puta boca! —me tapo los oídos y camino hasta el salón.

Janine, medio desnuda, y Mark, con excesivo entusiasmo, están metiendo las botellas de cerveza vacías y los vasos rojos de plástico en unas bolsas de basura.

—¿Qué tal el suelo del váter? —pregunta Mark con sorna y un cigarrillo colgando de los labios.

—Una pasada. —Pongo los ojos en blanco y me siento en el sofá.

—Estabas hecho una pena —dice con orgullo—. ¿Cuándo fue la última vez que bebiste así?

—No lo sé.

Me froto las sienes, y Janine me pasa un vaso. Niego con la cabeza, pero ella insiste.

—Sólo es agua.

—No, gracias. —No quiero ser grosero con ella pero, joder, qué incordio de tía.

—Estabas muy jodido —dice Mark—. Creía que esa americana..., ¿cómo se llamaba? ¿Trisha? —El corazón casi se me sale del pecho con la sola mención de su nombre, aunque no sea el correcto—. ¡Creía que iba a echar el piso abajo! Menuda fiera, la pequeña...

Imágenes de Pau gritándome, estampando una botella contra la pared y alejándose de mí inundan mi memoria. El peso del dolor en sus ojos me hunde todavía más en el sofá, y creo que voy a vomitar otra vez.
Es lo mejor.
Lo es.
Janine pone los ojos en blanco.

—¿Pequeña? Yo no diría que era pequeña.

—Supongo que no estás metiéndote con su aspecto —espeto con voz fría, a pesar del impulso que tengo de tirarle el vaso de agua a la cara. Si Janine piensa que es más guapa que Pau es que está esnifando más cocaína de lo que creía.

—No es tan delgada como yo.

«Otro comentario insultante de ese estilo, Janine, y haré añicos tu seguridad en ti misma.»

—No te ofendas, hermana, pero esa piba estaba mucho más buena que tú. Seguramente ésa debe de ser la razón por la que Pedro está taaan coladito por ella —dice Mark.

—¿Coladito? ¡Venga ya! Si la echó de aquí casi a patadas. —Janine se echa a reír, y siento como si alguien retorciera un cuchillo clavado en mis tripas.

—No lo estoy. —Ni siquiera puedo terminar la frase con la voz firme—. No volváis a nombrármela. Lo digo en serio —amenazo.

Janine farfulla algo entre dientes, y Mark se ríe mientras vacía un cenicero en una bolsa de basura. Apoyo la cabeza contra el almohadón que tengo detrás de la espalda y cierro los ojos. No voy a ser capaz de estar sobrio, nunca. No si quiero que este dolor desaparezca; no si tengo que quedarme aquí con este espantoso vacío en el pecho.

Estoy inquieto e impaciente, siento angustia y estoy agotado, y es la peor puta combinación de la vida.

—¡Llegará dentro de veinte minutos! —dice James.

Abro los ojos y me lo encuentro vestido y paseándose en círculos por el pequeño salón.

—Ya lo sabemos. Cállate de una vez. Todos los meses la misma historia —replica Janine.

Se enciende un porro, y yo se lo quito de las manos en cuanto le da una calada.
Necesito automedicarme; no hay otra opción para los cobardes como yo, que se acurrucan en una esquina y se esconden del punzante dolor de saber que les han arrancado la vida.
Toso con la primera calada. Mis pulmones se habían acostumbrado a vivir sin el seco ardor del exceso de hierba. Tras la tercera calada, el dolor disminuye y empiezo a perder sensibilidad. No tanto como querría, pero todo llegará. Pronto volveré a estar en plena forma.

—Dame eso también —digo refiriéndome a la botella que Janine tiene en las manos.

—No son ni las doce —contesta mientras enrosca el tapón.

—No te he preguntado ni la hora ni la temperatura ambiente. Te he pedido el vodka. —Se lo quito de las manos y ella refunfuña, cabreada.

—Entonces ¿has dejado la universidad? —pregunta Mark, haciendo anillos con el humo que sale de su boca.

—No... —«Mierda»—. No lo sé. Bueno, la verdad es que todavía no he pensado en ello.
Bebo un trago de alcohol y disfruto de cómo me quema mientras desciende por mi cuerpo vacío. No tengo ni puta idea de qué hacer con respecto a la facultad. Sólo me queda medio trimestre para licenciarme. Ya he entregado el papeleo y me he excluido de la maldita ceremonia. También tengo un apartamento con todas mis mierdas en él, y un coche aparcado en el aeropuerto de Seattle-Tacoma.

—Janine, ve a comprobar que no haya nada en la pila —dice Mark.

—No, siempre me toca a mí fregar los putos platos...

—Te invitaré a comer. Sé que estás pelada —añade él, y funciona.

Su hermana se marcha y nos deja a solas en el salón. Oigo a James trajinando por su dormitorio; es como si estuviera redecorando el piso entero.

—¿Qué le pasa con la tal Carla? —le pregunto a Mark.

—Es la novia de James. La verdad es que es bastante maja, pero es un poco esnob. No es que sea una bruja ni nada, pero no le van estas mierdas. —Mark hace un gesto con las manos señalando el desastrado apartamento—. Está estudiando Medicina, y sus padres tienen pasta y tal.

Me echo a reír.

—Y ¿qué coño le pasa para estar saliendo con James?

—¡Os estoy oyendo, cabrones! —grita James desde la habitación.

Mark se echa a reír, mucho más fuerte que yo.

—No lo sé, pero él se comporta como una nenaza y se acojona cada vez que ella viene a visitarlo.
Vive en Escocia, así que sólo viene una vez al mes, pero siempre se pone como se ha puesto hoy. Continuamente intenta impresionarla. Por eso se matriculó en la universidad, aunque ya ha suspendido dos asignaturas.

—Y ¿por eso se folla a tu hermana todo el tiempo? —replico enarcando una ceja.

James nunca ha sido hombre de una sola mujer, eso desde luego.
Entonces asoma la cabeza por la esquina para defenderse.

—Sólo veo a Carla una vez al mes, ¡y hace semanas que no me follo a Janine! —nos suelta, y desaparece de nuevo—. ¡Y ahora dejad de decir gilipolleces antes de que os eche de una patada en el culo!

—¡Vale! Ve a afeitarte las pelotas o algo —lo provoca Mark, y me pasa el porro.

Le da un toquecito a la etiqueta de la botella de vodka que descansa entre mis piernas.

—Oye, Alfonso, a mí no me van estos rollos de las relaciones dramáticas y tal, pero quiero que sepas que no engañas a nadie con este numerito.

—No es ningún numerito —replico.

—Claro, claro. Lo que quiero decir es que te has presentado en Londres después de desaparecer durante tres años, por no hablar de esa piba que has traído contigo. —Sus ojos pasan de mi rostro a la botella y de la botella al porro—. Y te estás poniendo hasta el culo. Además, creo que tienes la mano rota.

—Eso no es asunto tuyo. ¿Desde cuándo te preocupa que alguien se ponga hasta el culo? Tú lo haces a diario.

Cada vez estoy más cabreado con Mark y con su repentina necesidad de meterse en mi puta vida. Hago como que no he oído su comentario con respecto a mi mano, aunque he de admitir que se está poniendo morada y verde. Sin embargo, es imposible que esa pared de mierda me haya roto la mano.

—No seas capullo; puedes beber y fumar todo lo que quieras. No te recordaba tan sensible; antes eras duro de la hostia.

—No soy sensible; pero le estás dando importancia a algo que no la tiene. Esa chica es una chica más de mi facultad. La conocí y me la tiré. Quería ver Inglaterra, así que ella pagó los billetes, y yo me la follé de nuevo en los dominios de la reina. Fin de la historia. 
—Bebo otro trago de vodka para ahogar las mentiras que salen por mi boca.

Mark sigue sin estar convencido.

—Lo que tú digas. —Pone los ojos en blanco, una costumbre molesta que se le ha pegado de su hermana.

Cabreado, me vuelvo y lo miro a la cara, pero antes de empezar a hablar, siento cómo la bilis asciende por mi garganta.

—Mira, cuando la conocí, ella era virgen, y me la follé para ganar una apuesta de bastante pasta, así que no, no soy sensible. Ella no significa nada para mí...


Esta vez no puedo tragármelo. Me tapo la boca, me levanto a toda prisa del sofá y esquivo a James, que acaba maldiciéndome por vomitar en el suelo del cuarto de baño.

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