Pedro
«Desearía que te quedaras conmigo para siempre», ha dicho Pau contra mi pecho. Es justo lo que quería oír. Es lo que necesito oír, siempre.
Pero ¿por qué iba a querer pasar toda una vida conmigo? Y ¿cómo sería esa vida? Pau y yo con cuarenta años, sin hijos, sin estar casados..., ¿solos los dos?
Para mí sería perfecto. Sería un futuro absolutamente ideal, pero sé que a ella eso nunca le bastará. Hemos tenido la misma discusión un millón de veces, y ella cedería la primera, porque yo no cederé jamás. Ser un capullo significa ser el más cabezota. Y Pau renunciaría a tener hijos y a casarse por mí.
«Además, ¿qué clase de padre sería yo?» Un padre de mierda, no me cabe duda. Ni siquiera puedo preguntármelo sin echarme a reír, me resulta ridículo hasta planteármelo.
Por muy horrible que haya resultado este viaje, ha habido un inmenso toque de atención para mí en lo que respecta a mi relación con Pau. Siempre he intentado advertirla, he intentado evitar que se hundiera conmigo, pero no con el suficiente empeño. Para ser sincero, sé que podría haberme esforzado más en mantenerla a salvo de mí, pero mi egoísmo me lo impedía. Ahora, al ver cómo será su vida conmigo, no tengo elección. Este viaje ha despejado la neblina romántica de mi cabeza y, de manera milagrosa, me ha concedido la oportunidad de tener una vía de escape fácil. Puedo mandarla de vuelta a Estados Unidos para que pueda continuar con su vida.
Conmigo no le espera nada más que soledad y oscuridad. Yo obtendría todo lo que quisiera de ella, su amor constante y su afecto durante años y años, pero ella estaría cada vez más frustrada conforme fuese pasando el tiempo, y cada vez estaría más resentida conmigo por privarla de lo que realmente quería. Lo mejor es que corte por lo sano y no le haga perder más el tiempo.
Cuando llego a Gabriel’s, me apresuro a sacar la bolsa de Pau de mi coche de alquiler, la lanzo al asiento trasero del BMW de Vance y me dirijo de vuelta al hotel de Kimberly. Necesito un plan, un plan sólido de cojones al que ceñirme. Pau es demasiado testaruda y está demasiado enamorada como para renunciar a mí.
Ése es su problema, es de esa clase de personas que lo dan todo sin pedir nada a cambio, y la puta verdad es que esas personas son las presas más fáciles para alguien como yo, que toman y toman hasta que al otro ya no le queda nada más que dar. Eso es lo que he hecho desde el principio, y eso es lo que haré toda la vida.
Ella intentará convencerme de lo contrario; sé que lo hará. Dirá que el matrimonio ya no le importa, pero se estaría engañando a sí misma sólo para seguir conmigo. Eso dice mucho sobre mí, que la he manipulado para que me ame de ese modo tan incondicional. El masoquista que habita en mi interior empieza a dudar de su amor por mí mientras conduzco.
«¿Me quiere tanto como dice, o sólo es adicta a mí?» Hay una gran diferencia, y cuanta más mierda me aguanta, más grande parece ser la adicción, la emoción de esperar a que vuelva a cagarla de nuevo para que ella pueda estar ahí una vez más para repararme.
Eso es: Pau debe de verme como una especie de proyecto, como alguien que puede arreglar. Ya hemos hablado de esto, más de una vez, pero ella se negaba a admitirlo.
Busco en mis recuerdos un encuentro concreto y por fin doy con él, flotando en alguna parte de mi cerebro confuso y resacoso.
Fue justo después de que mi madre se marchara para regresar a Londres después de Navidad. Pau me miró con una expresión de preocupación.
— Pedro.
—¿Qué? —pregunté yo con un bolígrafo entre los dientes.
—¿Me ayudas a desmontar el árbol cuando termines de trabajar?
La verdad es que no estaba trabajando; estaba escribiendo, pero ella no lo sabía. Habíamos tenido un día largo e interesante. Yo la había pillado volviendo de comer con el puto Trevor de los cojones, y luego la había tumbado boca abajo encima de su mesa de trabajo y me la había follado hasta dejarla sin sentido.
—Sí, dame un minuto.
Guardé las páginas, por miedo a que pudiera leerlas mientras limpiaba, y me levanté para ayudarla a desmontar el pequeño árbol que había decorado con mi madre.
—¿En qué estás trabajando? ¿Es algo bueno? —Hizo ademán de coger el viejo archivador raído que siempre se quejaba de que iba dejando por toda la casa.
Las manchas circulares de apoyar tazas de café en él y las marcas de bolígrafo que cubrían la piel gastada la sacaban de quicio.
—En nada —repliqué, y se lo quité de las manos antes de que pudiera llegar a abrirlo. Ella se apartó hacia atrás, claramente sorprendida y un poco dolida por mi reacción.
—Perdona —dijo en voz baja.
En su precioso rostro se dibujó un ceño fruncido y yo lancé el archivador sobre el sofá y la cogí de las manos.
—Sólo te estaba preguntando. No pretendía fisgar ni molestarte.
Joder, qué capullo era.
Bueno, sigo siéndolo.
—No pasa nada, pero no toques mis mierdas del trabajo. No me...
No se me había ocurrido ninguna excusa para darle, porque nunca antes se lo había impedido.
Siempre que escribía algo que sabía que le gustaría, lo compartía con ella. A ella le encantaba que lo hiciera, y ahí estaba yo reprendiéndola por haberlo hecho ahora.
—Vale. —Se alejó de mí y empezó a quitar las bolas del espantoso árbol.
Me quedé observando su espalda durante unos minutos, preguntándome por qué estaba tan enfadado. Si Pau leyera lo que había estado escribiendo, ¿cómo se sentiría? ¿Le gustaría? ¿O le parecería horrible y le entraría una pataleta? No estaba seguro, y sigo sin estarlo, por eso todavía a día de hoy no sabe nada de aquello.
—¿«Vale»? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —la provoqué, buscando pelea.
Discutir era mejor que hacer como si no pasara nada; los gritos eran mejor que el silencio.
—No volveré a tocar tus cosas —dijo sin volverse para mirarme—. No sabía que te molestaría tanto.
—Yo... —Me esforcé por buscar alguna excusa para discutir. Entonces fui directo al grano—: ¿Por qué estás conmigo? —le pregunté bruscamente—. Después de todo lo que ha pasado, ¿es que te gusta el drama?
—¿Qué? —Se dio la vuelta; llevaba un pequeño ornamento con forma de copo de nieve en las manos—. ¿Por qué estás intentando pelearte conmigo? Ya te he dicho que no volveré a tocar tus cosas.
—No estoy intentando pelearme contigo —mentí—. Sólo quiero saberlo, porque da la sensación de que eres adicta al drama y a los altibajos. —Sabía que aquello no era justo, pero lo dije igualmente.
Tenía ganas de bronca con ella, y no iba a parar hasta conseguirlo.
Pau dejó caer el ornamento en la caja que había al lado del árbol y se acercó a mí.
—Sabes que eso no es verdad. Te quiero, incluso cuando intentas pelearte conmigo. Odio el drama, y lo sabes. Te quiero por ser tú, y punto. —Se puso de puntillas, me besó en la mejilla y yo la envolví con los brazos.
—Pues dime por qué me quieres. Yo no hago nada por ti —respondí débilmente.
Aún tenía fresca en la mente la escena que había montado en su oficina horas antes.
Ella inspiró pacientemente y apoyó la cabeza contra mi pecho.
—Por esto. —Me dio unos golpecitos encima del corazón con el dedo índice—. Ésta es la razón. Y ahora, por favor, deja de intentar provocar una pelea. Tengo trabajo que hacer y este árbol no va a desmontarse solo.
Era tan amable conmigo, tan comprensiva, incluso cuando no me lo merecía.
—Te quiero —dije contra su pelo, y bajé las manos hasta sus caderas.
Ella se amoldó a mí, dejó que la cogiera en brazos y envolvió mi cintura con las piernas mientras yo la trasladaba por el salón hasta el sofá.
—Te quiero muchísimo. No lo dudes nunca. Siempre te querré —me aseguró con la boca pegada a la mía.
La desvestí lentamente, deleitándome en cada centímetro de sus fascinantes curvas. Me encantó ver cómo sus ojos se abrían como platos mientras me ponía el condón, desenrollándolo. Esa misma tarde había estado preocupada por el hecho de haber follado teniendo la regla, pero su pecho se hinchaba y se deshinchaba de manera agitada mientras yo empezaba a tocarme delante de ella. Sus suspiros de impaciencia y un leve gemido fue todo cuanto hizo falta para que dejara de torturarla. Me colé entre sus piernas y la penetré lentamente. Estaba tan húmeda y prieta que me perdí en ella, y todavía soy incapaz de recordar cómo se desmontó aquel maldito árbol.
Últimamente he estado haciendo eso demasiado a menudo, recrearme en los recuerdos felices de mi tiempo con ella. Me tiemblan las manos mientras agarro el volante y salgo de mi ensimismamiento; sus gemidos y jadeos se disuelven mientras me obligo a regresar al presente.
Estoy esperando en un lento atasco, a sólo unos kilómetros de Pau. Necesito forjar mi plan y asegurarme de que suba a ese avión esta noche. El vuelo es a las nueve, de modo que aún tiene mucho tiempo para llegar a Heathrow. Kimberly la llevará; sé que lo hará. Todavía me duele la cabeza, el alcohol se resiste a abandonar mi cuerpo, y aún me noto algo borracho. No tanto como para no poder conducir, pero sé que no estoy en mis plenas facultades.
—¡ Pedro! —oigo que exclama una voz familiar.
La ventanilla amortigua el sonido y la bajo al instante. Cada vez que doblo una esquina me topo con alguien del pasado gritando mi nombre.
—¡Hostia, tío! —grito al coche que se encuentra junto al mío.
Mi viejo amigo Mark está en el carril de al lado. Si esto no es una señal divina, no sé qué otra cosa puede ser.
—¡Aparca! —me responde con una amplia sonrisa.
Estaciono el coche de alquiler de Vance en el aparcamiento de una heladería y él hace lo propio en la plaza de al lado. Sale de su chatarra de mierda antes que yo, corre hacia mi vehículo y abre la puerta.
—¡¿Has vuelto y no me has dicho nada?! —grita dándome unas palmaditas en el hombro
—. Y, joder, dime que este BMW es de alquiler, ¿o es que te has hecho rico?
Pongo los ojos en blanco.
—Es una larga historia, pero sí, es de alquiler.
—¿Has vuelto para quedarte o qué? —Se ha cortado el pelo castaño, pero sus ojos están tan vidriosos como siempre.
—Sí, he vuelto para quedarme —respondo, zanjando así la cuestión.
Voy a quedarme aquí, y ella volverá a Estados Unidos, así de simple.
Mark analiza mi rostro.
—¿Dónde están tus putos piercings? ¿Te los has quitado?
—Sí, me harté de ellos. —Me encojo de hombros, pero él examina mi rostro.
Cuando gira la cabeza un poco, la luz se refleja en dos pequeños tachones que tiene bajo el labio. Hostia, se ha puesto snake bites.
—Joder, Alfonso, estás muy cambiado. Qué locura. Ha pasado..., ¿cuánto? ¿Dos años? —Levanta las manos—. ¿Tres? Joder, he estado los últimos diez años colocado, así que no sé decirte.
Se echa a reír y se saca del bolsillo un paquete de tabaco.
Cuando rechazo el cigarrillo que me ofrece, enarca una ceja.
—¿Qué pasa? ¿Te has vuelto un hombre de bien?
—No, es sólo que no quiero un puto cigarrillo —le espeto.
Se echa a reír como lo hacía siempre cuando me ponía de esta manera. Mark era el líder de nuestra pandilla de delincuentes, sólo me sacaba un año, pero yo siempre lo había admirado y quería ser como él. Por eso, cuando un tipo mayor llamado James apareció en escena y él y Mark empezaron con los juegos, yo me apunté sin pensarlo dos veces. Me daba igual cómo trataban a las chicas, incluso cuando las grababan sin que ellas lo supieran.
—Te has convertido en un niño de papá, ¿eh? —Sonríe con el cigarrillo encendido entre los dientes.
—Que te jodan. Estás colocado, ¿no?
Sabía que Mark seguiría aún de este modo, siempre colocado y anclado en sus días de gloria en los que se follaba a muchas tías y se ponía hasta el culo de todo.
—No, pero esta noche me he pegado la gran fiesta y aún no me he acostado. —Sonríe, claramente orgulloso de sí mismo al recordar lo que sea que hiciese o con quien sea que estuviese anoche—. ¿Adónde ibas? ¿Estás en casa de tu madre?
La mención de mi madre y de la casa que quemé anoche hasta los cimientos hace que me ponga tenso. Siento el humo caliente en las mejillas y veo las brillantes llamas tragándose la casa cuando me volví antes de montarme en el coche con Pau.
—No, no estoy en ningún sitio fijo.
—Ah, entiendo —dice. Pero no lo entiende—. Si necesitas quedarte en algún lado, puedes hacerlo en mi casa. Ahora comparto cuarto con James, seguro que se alegra mogollón de verte, todo americanizado y tal.
Puedo oír la voz de Pau en mi cabeza en estos momentos, rogándome para que no vaya por este camino tan fácil y familiar, pero ignoro sus protestas y asiento.
—Pues la verdad es que necesito un favor.
—Puedo encontrarte todo lo que necesites. ¡Ahora James vende! —responde Mark con cierto orgullo.
Pongo los ojos en blanco.
—No me refería a eso. Necesito que me sigas hasta mi hotel para que deje algo allí y que luego me acerques a Gabriel’s para que recoja mi coche.
Voy a tener que ampliar el tiempo de alquiler del vehículo, si es que me lo permiten. Decido olvidar que tengo un apartamento entero y un coche esperándome en Washington. Ya solucionaré eso más adelante.
—Y ¿después te vienes a mi piso? —Se detiene—. Un momento, ¿a quién vas a llevarle lo que tengas que dejar allí? —Ni colocado se le escapa ningún detalle.
No pienso hablarle de Pau ni muerto.
—A nadie, sólo es una tía. —Me arde la garganta al mentir sobre lo que Pau significa para mí, pero debo protegerla de esto.
Mark se dirige a su coche, y se detiene antes de entrar.
—¿Está buena? Puedo esperarte fuera si necesitas follártela otra vez. O a lo mejor me deja...
La ira me invade y respiro hondo unas cuantas veces para relajarme.
—No, ni de coña. Eso no va a pasar. Tú quédate en el coche. Ni siquiera voy a entrar. —Al ver que no está muy convencido, añado—: Lo digo en serio. Como salgas del puto coche y te acerques lo más mínimo...
—¡Eh, tío! ¡Tranquilo! ¡Me quedaré en el coche! —grita, y levanta las manos como si yo fuera un policía.
Sigue riéndose y sacudiendo la cabeza mientras me sigue fuera del aparcamiento y volvemos a la carretera.
buenísimos, me parece que viene algo fuerte
ResponderEliminarPobre Pau lo que a de esperar ahora con Pedro . Llegará el momento de la ruptura ?? 😞😞😭
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar