Pau
Ya por la mañana, el pasillo está vacío y el desastre del salón completamente recogido. No hay ni rastro de cristales en el suelo. La habitación huele a limón, y ya no hay manchas de whisky en la pared.
Me sorprende que Pedro supiera dónde estaban los productos de limpieza.
—¿ Pedro? —digo con la voz ronca después de los gritos de anoche.
Al no obtener respuesta, me acerco a la mesa de la cocina, donde veo una ficha con una nota manuscrita que dice: «Por favor, no te marches, volveré pronto».
Siento como si alguien me hubiera quitado una tonelada de peso de encima. Cojo el lector de libros electrónicos, me sirvo un café y espero a que vuelva.
Pasan lo que me parecen horas mientras aguardo a que Pedro regrese. Me he duchado, he ordenado la cocina y he leído cincuenta páginas de Moby Dick, y eso que el libro no me apasiona. Me he pasado la mayor parte del tiempo planteándome todos sus posibles comportamientos y pensando en qué va a decirme. El hecho de que no quiera que me marche es algo positivo, ¿no? Espero que sí. La noche anterior está borrosa en mi mente, pero recuerdo los puntos más importantes.
Cuando oigo abrirse la puerta, me quedo paralizada y olvido al instante todo lo que había pensado decirle. Dejo el libro electrónico sobre la mesita y me incorporo en el sofá.
Entra por la puerta y veo que lleva puesta una sudadera gris y sus pantalones negros característicos. Nunca sale de casa con nada que no sea negro y, ocasionalmente blanco, de modo que la combinación de hoy es un poco extraña, pero la sudadera le da un aire más joven. Tiene el pelo revuelto y apartado de la frente, y unas ojeras importantes. Lleva una lámpara en la mano. No es igual que la que rompió anoche, pero se le parece mucho.
—Hola —dice, y se pasa la lengua por el labio inferior antes de atrapar el piercing entre los dientes.
—Hola —murmuro en respuesta.
—¿Cómo... cómo has dormido? —pregunta.
Me levanto del sofá mientras se dirige a la cocina.
—Bien... —miento.
—Me alegro.
Es obvio que ambos andamos con pies de plomo por miedo a decir algo inapropiado. Él está junto a la encimera, y yo me quedo al lado del frigorífico.
—He... comprado una lámpara nueva —dice señalando con la cabeza su adquisición. —Es bonita.
Estoy nerviosa, muy nerviosa.
—No tenían la otra, pero... —empieza a decir.
—Lo siento muchísimo —espeto, interrumpiéndolo.
—Yo también, Pau.
—La velada no debería haber acabado así —respondo, y bajo la mirada.
—Y que lo digas.
—Fue una noche horrible. Debería haber dejado que te explicaras antes de besar a nadie, fue estúpido e inmaduro por mi parte.
—Sí, lo fue. No deberían haberte hecho falta explicaciones. Deberías confiar en mí y no sacar conclusiones equivocadas.
Apoya los codos en la encimera detrás de él y yo jugueteo con los dedos intentando no arrancarme las pielecitas de alrededor de las uñas.
—Lo sé. Lo siento.
—Te he oído las primeras diez veces que lo has dicho, Pau.
—¿Vas a perdonarme? Anoche insinuaste que me ibas a echar.
—No insinué que fuese a echarte —contesta, y se encoge de hombros—. Sólo dije que las relaciones no funcionan.
Una parte de mí deseaba que no recordara las cosas que soltó anoche. Básicamente me dijo que el matrimonio es algo de locos y que debería estar solo.
—¿Qué quieres decir?
—Pues eso.
—Pues eso, ¿qué? Creía... —No sé cómo seguir.
Pensaba que comprar una lámpara nueva era su manera de disculparse y que por la mañana ya habría cambiado de idea.
—¿Qué creías? —dice.
—Que no querías que me fuera porque deseabas que habláramos de ello cuando volvieras a casa. —Estamos hablando de ello.
Se me hace un nudo en la garganta.
—Entonces ¿qué pasa? ¿Ya no quieres seguir estando conmigo?
—No es eso lo que estoy diciendo. Ven aquí —ordena abriendo los brazos.
Recorro nuestra pequeña cocina en silencio y me acerco a él. Gruñe con impaciencia, y cuando estoy lo suficientemente cerca me estrecha contra su pecho, envolviendo mi cintura con los brazos. Apoyo la cabeza en su pecho. El suave algodón de su sudadera todavía está frío por el gélido clima invernal.
—Te he echado mucho de menos —dice contra mi pelo.
—No me he ido a ninguna parte —respondo.
Me estrecha más contra él.
—Sí lo has hecho. Cuando besaste a ese tío, te perdí por un momento; eso fue suficiente. No pude soportarlo ni siquiera un segundo.
—No me perdiste, Pedro. Cometí un error.
—Por favor... —empieza, pero entonces se corrige—: No vuelvas a hacerlo. Lo digo en serio.
—No lo haré —le garantizo.
—Y trajiste a Zed aquí.
—Sólo porque me dejaste sola en la fiesta y necesitaba que alguien me trajera a casa —le recuerdo.
No nos hemos mirado a la cara desde que hemos iniciado esta conversación, y quiero que siga siendo así. Sin sus ojos verdes atravesándome con la mirada no tengo miedo..., bueno, tengo menos miedo.
—Deberías haberme llamado —dice.
Sigo sin mirarlo.
—Tú tenías mi teléfono, y estuve esperando fuera. Creía que ibas a volver —replico.
Me aparta con suavidad de su pecho y me sujeta frente a él para poder verme. Parece muy cansado.
Y sé que yo también.
—Puede que no controlara demasiado bien mi ira, pero no sabía qué otra cosa hacer.
La intensidad de su mirada me obliga a apartar los ojos y a fijarlos en el suelo.
—¿Te gusta? —pregunta Pedro con voz temblorosa cuando me levanta la barbilla para que lo mire.
«¿Qué?» No puede hablar en serio.
— Pedro...
—Contéstame.
—No como tú piensas.
—¿Eso qué significa?
Se está poniendo nervioso, o furioso, no lo tengo claro. Puede que ambas cosas.
—Me gusta, pero como amigo.
—Y ¿nada más? —Su tono es de súplica. Me está rogando que le asegure que sólo lo quiero a él.
Atrapo su rostro entre las manos.
—Nada más, te quiero a ti, y sólo a ti. Y sé que cometí una estupidez, aunque sólo lo hice porque estaba enfadada, y borracha. Pero no siento nada por nadie más.
—Y ¿por qué tuviste que pedirle a él precisamente que te trajera a casa?
—Fue el único que se ofreció. —Y entonces formulo una pregunta de la que me arrepiento al instante—: ¿Por qué eres tan duro con él?
—¿Duro con él? —resopla—. No puedes hablar en serio.
—Fuiste cruel al humillarlo delante de mí.
Pedro se aparta a un lado y dejamos de estar frente a frente. Me vuelvo para colocarme delante de él, y se pasa los dedos por el pelo alborotado.
—No debería haber venido aquí contigo.
—Prometiste que controlarías tu temperamento. —Estoy intentando no presionarlo, quiero hacer las paces, no seguir alimentando esta discusión.
—Y lo he hecho. Hasta que me pusiste los cuernos y te fuiste de la fiesta con Zed. Podría haberle dado una paliza a Zed anoche y, joder, de hecho podría irme ahora mismo y dársela —dice levantando la voz de nuevo.
—Sé que podrías haberlo hecho, y me alegro de que no fuera así.
—Yo no, pero me alegro de que tú sí.
—No quiero que vuelvas a beber. No eres tú mismo cuando lo haces. —Siento las lágrimas formándose en mis ojos e intento contenerlas.
—Ya lo sé... —Me da la espalda—. No pretendía acabar así. Estaba muy enfadado y... dolido..., estaba dolido. En lo único que podía pensar aparte de en matar a alguien era en beber, así que fui a Conner’s y compré el whisky. No iba a beber tanto, pero no paraba de verte en mi mente besando a ese tipo, así que seguí bebiendo.
Se me pasa por la cabeza pasarme por Conner’s y gritarle a esa anciana por venderle alcohol a Pedro, pero dentro de un mes cumple veintiún años, y el daño de anoche ya está hecho.
—Tenías miedo de mí, lo vi en tus ojos —dice.
—No..., no tenía miedo de ti. Sabía que no me harías nada.
—Pero recuerdo que te encogiste. Todo lo demás es un borrón, pero me acuerdo de eso perfectamente.
—Me pillaste por sorpresa —repongo.
Sabía que no iba a pegarme, pero se estaba comportando de un modo muy agresivo, y el alcohol lleva a la gente a hacer cosas atroces que jamás harían estando sobrias.
Da un paso hacia mí, eliminando prácticamente el espacio que hay entre nosotros.
—No quiero que vuelvas a... No quiero volver a pillarte por sorpresa. No volveré a beber de esa manera, lo juro.
Acerca la mano a mi rostro y me acaricia la sien con el dedo índice.
Prefiero no contestar nada. Toda la conversación ha sido confusa y cambiante. En un momento siento que me perdona y, al siguiente, ya no estoy segura. Su tono es mucho más calmado de lo que esperaba, pero la ira sigue presente bajo la superficie.
—No quiero ser esa clase de tío —prosigue—, y desde luego no quiero ser como mi padre. No debería haber bebido tanto, pero tú tampoco hiciste bien las cosas.
—Yo... —empiezo a decir, pero él me silencia y sus ojos se vuelven vidriosos.
—No obstante, yo he hecho un montón de gilipolleces... Podría escribirse un libro entero con todas las mierdas que te he hecho, y tú siempre me perdonas. He hecho cosas peores que tú, así que te lo debo, te debo dejarlo correr y perdonarte. No es justo que espere cosas de ti que yo no puedo darte. Lo siento muchísimo, Pau, por todo lo de anoche. Me comporté como un auténtico capullo.
—Yo también. Sé lo que sientes respecto a mí con otros chicos, y no debería haber usado eso en tu contra aunque estuviera enfadada. Intentaré pensar antes de actuar la próxima vez. Lo siento.
—¿La próxima vez? —Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Qué rápido cambia de estado de ánimo.
—Entonces ¿todo está bien ya? —pregunto.
—Eso no depende sólo de mí.
Lo miro fijamente a esos ojos verdes que tiene.
—Yo quiero que estemos bien.
—Yo también, nena. Yo también.
Una tremenda sensación de alivio me invade al oír esas palabras, y me pego contra su pecho una vez más. Sé que hemos dejado muchas cosas por decir a propósito, pero ya hemos resuelto lo suficiente por el momento. Me besa en la cabeza y mi corazón late de alegría.
—Gracias.
—Espero que la lámpara lo compense todo —añade con voz socarrona.
—Podrías haber intentado comprar la misma que teníamos —respondo pinchándolo de broma.
Me mira con expresión divertida.
—He limpiado todo el salón. —Sonríe.
—Bueno, al fin y al cabo lo destrozaste tú.
—Ya, pero ya sabes que no me gusta nada limpiar.
Me estrecha entre sus brazos con más fuerza, abrazándome.
—Pues yo no pensaba recogerlo, lo habría dejado ahí —le digo.
—¿Tú? ¡Venga ya! Sabes que no serías capaz.
—Claro que sí.
—Tenía miedo de que no estuvieras cuando volviese —dice entonces.
Lo miro y él me mira a mí.
—No pienso irme a ninguna parte —le aseguro, y cruzo los dedos para que sea verdad.
En lugar de contestar, pega los labios a los míos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario