Pedro
Terminamos de cenar y Pau se despide un poco incómoda de su padre y se mete en el cuarto de baño a darse una ducha. Yo quería ducharme con ella, pero el amigo de Richard se está tomando con calma lo de venir a recogerlo.
—¿Va a venir hoy o...? —empiezo a decir.
Richard asiente unas veinte veces pero mira por la ventana con expresión preocupada.
—Sí, sí. Ha dicho que no tardaría. Se habrá perdido o algo así.
—Ya —respondo.
Sonríe.
—¿No vas a echarme de menos?
—Yo no diría tanto.
—Bueno, puede que encuentre trabajo y nos veamos en Seattle.
—No vamos a ir a Seattle.
Me lanza una sabia mirada.
—Ya —repite; es la misma palabra que he usado yo hace un momento.
Llaman a la puerta y se acaba nuestra penosa conversación. Se dispone a abrir y me levanto, por si necesita un empujoncito para marcharse.
—Gracias por venir a recogerme, tío —le dice el padre de Pau al hombre que hay en el umbral, que alarga un poco el cuello para poder ver el interior del apartamento.
Es alto, con el pelo negro y largo peinado recogido en una coleta repugnante y grasienta. Tiene las mejillas hundidas, la ropa andrajosa, las uñas negras y las manos sucias y huesudas.
«Pero ¿qué coño...?»
La voz arcillosa del hombre encaja con su aspecto, y pregunta asombrado:
—¿Tu hija vive aquí?
—Sí. Es bonito, ¿verdad? Estoy muy orgulloso de ella.
Richard sonríe y el tipo le da una palmada en el hombro. Está de acuerdo.
—¿Y éste quién es? —pregunta el tipo.
Los dos se me quedan mirando. Richard sonríe.
—¿Él? Es Pedro, el novio de Pauli.
—Guay. Yo soy Chad —dice como si fuera famoso y su nombre tuviera que resultarme conocido.
«No es un borracho. Es mucho peor.»
—Vale —digo observando cómo inspecciona nuestra sala de estar con la mirada. Me alegro de que Pau esté en la ducha y no tenga que conocer a este gusano.
Cuando oigo la puerta del baño, maldigo por lo bajo. Si antes lo digo... Chad se sube las mangas de la camisa para rascarse los antebrazos. Por un instante me siento como Pau, porque me entran unas ganas tremendas de fregar el suelo.
—¿ Pedro? —me llama desde el pasillo.
—Hora de irse —le informo a la pareja de crápulas que tengo delante en el tono más amenazador posible.
—Quiero conocerla —declara Chad con un brillo siniestro en la mirada, y tengo que concentrarme para no tirar a este par de sacos de huesos por la ventana.
—No va a poder ser —replico.
Richard me mira.
—Vale, vale. Ya nos vamos... —dice, y le hace un gesto a su amigo para que eche a andar—. Hasta la vista, Pedro. Y gracias por todo. Procura no acabar entre rejas. —Y con esa última pulla y una sonrisa de superioridad sale del apartamento.
—¿ Pedro? —Pau me llama otra vez y entra en la sala de estar.
—Acaban de irse.
—¿Qué ha pasado? —pregunta.
—¿Qué ha pasado? A ver... Zed se ha presentado en tu despacho y el borracho de tu padre acaba de traer a un tipo repugnante a nuestro apartamento. —Tras una breve pausa, añado—: ¿Estás segura de que sólo le da a la botella?
—¿Qué? —El cuello de la camiseta (mi camiseta) le resbala por el hombro desnudo. Se lo sube y se sienta en el sofá—. ¿Qué quieres decir?
La miro y sé que no quiero sembrar en ella la duda de si su padre, además de ser un borracho sin techo, es también un drogata. No tiene tan mala pinta como el gilipollas que ha venido a recogerlo, pero me da muy mala espina. Sin embargo, no estoy seguro, así que le digo:
—No importa. Estaba pensando en voz alta.
—Vale... —responde en voz baja.
La conozco lo suficientemente bien para saber que ni siquiera se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de que su padre sea un drogadicto, y sé que nunca se le ocurrirá pensarlo sólo por el comentario que he hecho.
—¿Estás enfadado conmigo? —pregunta con voz dulce, demasiado tímida.
Estoy convencido de que espera que explote en cualquier momento. Por algo he estado evitando hablar con ella.
—No.
—¿Seguro? —Me mira con esos ojazos increíbles, suplicándome que diga cualquier cosa.
Funciona.
—No, no estoy seguro. No lo sé. Sí, estoy cabreado, pero no quiero pelearme contigo. Estoy intentando cambiar, ¿sabes? Estoy intentando mantener la calma y no pagarla siempre contigo por tonterías. —Suspiro y me froto la nuca—. Aunque esto no es ninguna tontería. Te he dicho una y mil veces que no sigas viendo a Zed, y nada.
La miro con frialdad. No por ser borde, sino porque quiero ver qué dicen sus ojos cuando añado:
—¿Cómo te sentirías si yo te hiciera lo mismo?
Prácticamente se desmorona delante de mí.
—Me sentiría fatal. Sé que he hecho mal en seguir viéndolo —dice sin intentar justificarse.
Ésa no me la esperaba. Esperaba que me gritara y que defendiera al imbécil de Zed, como hace siempre.
—Exacto —afirmo. Luego suspiro—. Pero si le has dicho que todo ha terminado, entonces todo ha terminado. He hecho todo lo posible por mantenerlo lejos de ti, pero no hay manera. Tendrás que ser tú la que le diga que no se te acerque.
—Ya está hecho. Lo juro. No volveré a verlo.
Me mira y me estremezco al recordar nuestra conversación telefónica, cuando estaba llorando después de haberse despedido de él.
—No vamos a ir a la fiesta del sábado —digo, y me pone cara larga.
—¿Por qué no?
—Porque no me parece buena idea.
En realidad, sé que es una idea pésima.
—Yo quiero ir —insiste apretando los labios.
—No vamos a ir —le repito.
Yergue un poco la espalda y vuelve a la carga.
—Si quiero ir, iré.
«Joder, mira que es cabezota.»
—¿Podemos hablarlo más tarde? Tenemos mucho que hacer si quieres que vaya a ese crucero de mierda con mi puta familia.
Pau sonríe juguetona.
—¿Crees que puedes meter algún taco más en esa frase?
Sonrío porque me la imagino en mis rodillas, lista para recibir una azotaina por ser tan zalamera.
Seguro que le gustaría lo de estar tumbada sobre mi regazo, con mi mano golpeando sus nalgas, no demasiado fuerte, lo justo para ponerle el culo de color rosado...
—¿ Pedro?
Interrumpe mis pensamientos perversos. Me los guardo... Por ahora. Se taparía la cara con las manos si le dijera lo que estaba imaginando.
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