Pedro
Abro la cuarta cerveza y le doy vueltas a la chapa sobre la mesita
auxiliar. ¿Dónde estará? ¿Vendrá aquí?
A lo mejor debería enviarle un mensaje y decirle que me he acostado con
Carly y acabar con nuestra miseria.
Llaman a la puerta y me sacan de mis maquinaciones.
«Allá vamos. Espero que esté sola.» Cojo la cerveza, le pego otro trago y
me dirijo hacia la puerta. Ahora ya la están aporreando y, cuando abro, veo que
es Landon. Antes de que pueda pestañear, me coge del cuello de la camiseta y me
empotra contra la pared.
«Pero ¿qué coño...?» Es mucho más fuerte de lo que me esperaba, y su
agresividad me tiene alucinado.
—¡¿A ti qué demonios te pasa?! —grita. No sabía que pudiera subir tanto la
voz.
—¡Suéltame! —Lo empujo pero no se mueve. Joder, sí que está fuerte...
Me suelta y durante un segundo creo que va a pegarme un puñetazo, pero no
lo hace.
—¡Sé que te has acostado con otra y por tu culpa Pau se la ha pegado con el
coche! —Se planta en mi cara otra vez.
—Te sugiero que bajes la puta voz —le espeto.
—No me das miedo —sisea entre dientes.
El alcohol hace que esté indignado, cuando en realidad debería sentirme
avergonzado.
—Ya te he pateado el culo antes, ¿te acuerdas? —le digo mientras vuelvo a
sentarme en el sofá.
Landon me sigue.
—Aquella vez no estaba tan enfadado contigo como ahora. —Levanta aún más la
barbilla—. ¡No puedes pasarte la vida haciéndole daño!
Le quito importancia con un gesto de la mano.
—Ni siquiera me acosté con la otra chica —replico—. Sólo me quedé a dormir
en su casa. Métete en tus asuntos.
—¡Qué cosas! ¡Pero si estás bebiendo! —dice señalando las botellas vacías
de cerveza que hay en la mesita y la que tengo en la mano—. Pau está toda
magullada y tiene una conmoción cerebral por tu culpa y aquí estás tú,
emborrachándote. ¡Eres un capullo! —me grita.
—¡El accidente no ha sido culpa mía, e intenté hablar con ella!
—¡Sí que ha sido culpa tuya! Estaba tratando de leer tu puñetero mensaje
mientras conducía. Un mensaje que sabía que era mentira, debo añadir.
No puedo respirar.
—¿De qué estás hablando? —Me atraganto.
—Estaba muy nerviosa porque no sabía nada de ti y cogió el móvil en cuanto
vio tu nombre en la pantalla.
Es culpa mía. ¿Cómo no he sabido verlo? Está herida por mi culpa. Le he
hecho daño. Landon sigue mirándome fijamente. —No te quiere ni ver, lo sabes,
¿no?
Lo miro, de repente me siento abatido.
—Sí, lo sé. —Cojo mi cerveza—. Ya puedes irte.
Pero me arranca la botella de la mano y se mete en la cocina.
—Tío, te la estás buscando —replico poniéndome en pie de un brinco. Avisado
está.
—Te estás comportando como un imbécil y lo sabes, ¡aquí emborrachándote
mientras Pau está en el hospital! ¿Es que no te importa? —me grita.
—¡Deja de chillarme, joder! —Me llevo las manos a la cabeza y me tiro del
pelo—. Claro que me importa. ¡Pero no se va a creer nada de lo que le diga!
—¿Acaso puedes culparla? Podrías haber vuelto a casa o, mucho mejor, no
haber salido —dice vertiendo mi cerveza por el desagüe—. ¿Cómo puedes ser tan
indiferente? Con lo que ella te quiere.
Abre la nevera y me pasa una botella de agua.
—No soy indiferente. Sólo estoy harto de esperar lo peor. No parabas de
hablar de tu perfecta vida amorosa y de hacer sacrificios, bla, bla, bla, y
luego Pau va y dice su nombre... —Echo atrás la cabeza y me quedo mirando el
techo un momento.
—¿El nombre de quién? —inquiere.
—Zed. Dijo su nombre en sueños. Claro como el agua, como si quisiera estar
con él, no conmigo.
—¿Mientras dormía? —pregunta Landon con sarcasmo.
—Sí. Pero dormida o despierta, dijo su nombre y no el mío.
Pone los ojos en blanco.
—¿Eres consciente de lo ridículo que suena eso? ¿Pau dice el nombre de Zed
mientras duerme y tú vas y corres a emborracharte? Estás haciendo una montaña
de un grano de arena.
El plástico de la botella de agua se arruga bajo la presión de mis dedos.
—Tú no sabes... —empiezo a decir, pero entonces oigo las llaves en la
cerradura y la puerta que se abre.
Me vuelvo y la veo en el umbral. Pau...
... y Zed. Ha venido con Zed.
Se me nubla la vista y corro hacia ellos.
—¿Qué coño pasa aquí? —pregunto.
Ella da un paso atrás, trastabilla y se agarra a la pared que tiene detrás
para no caer.
—¡Calla, Pedro! —Me devuelve los gritos.
—¡No! ¡A la mierda! ¡Estoy harto de ver su careto cada vez que hay un
problema! —digo empotrando las manos en el pecho de Zed.
—¡Para! —grita otra vez Pau.
»Por favor —dice, y luego mira a Landon—. ¿Qué haces tú aquí? —le pregunta.
—He... he venido a hablar con él.
Asiento con sarcasmo.
—En realidad, ha venido a intentar darme una paliza.
A Pau casi se le salen los ojos de las órbitas.
—¿Qué?
—Luego te lo cuento —dice Landon.
Zed respira con fuerza y veo que la está mirando. ¿Cómo ha podido traerlo
aquí después de todo lo que ha pasado? Estaba claro que iba a ir corriendo a
buscarlo. El hombre de sus sueños.
Pau se acerca a él y le pone la mano en el hombro.
—Gracias por traerme a casa, Zed, de verdad. Pero ahora será mejor que te
vayas. Él me mira.
—¿Estás segura? —le pregunta.
—Sí. Y muchísimas gracias. Landon está aquí y esta noche dormiré en casa de
sus padres.
Zed asiente con la cabeza, luego da media vuelta y se va. Ella cierra la
puerta.
No puedo controlar la rabia que siento cuando Pau se vuelve y me lanza una
mirada asesina. —Voy a coger mi ropa —dice metiéndose en el dormitorio.
Por supuesto, la sigo.
—¡¿Por qué has llamado a Zed?! —le grito.
—¿Por qué te fuiste de copas con la tal Carly? Uy, espera, seguramente para
quejarte de lo pesada que es tu novia y de la de cosas que quiere y espera —me
espeta.
—Y ¿cuánto has tardado tú en soltarle a Zed lo malo que soy? —le suelto.
—¡No! No le he contado nada, pero estoy segura de que se lo imagina.
—¿No vas a dejar que te explique lo que ha pasado? —le pregunto.
—Adelante —se burla intentando sacar su maleta de lo alto del armario. Me
acerco para ayudarla.
—Aparta —me suelta. Está claro que he agotado su paciencia.
Retrocedo y la dejo bajar sola la maleta.
—Anoche no debería haber salido —le digo.
—¿De verdad? —contesta con sarcasmo.
—Sí, de verdad. No debería haberme marchado y no debería haber bebido
tanto. Pero no te puse los cuernos. Yo no haría eso. Me quedé a dormir en su
casa porque estaba demasiado borracho para conducir, eso es todo —le explico.
Cruza los brazos y pone la clásica postura de novia cabreada.
—Y ¿por qué las mentiras entonces?
—No lo sé... Porque sabía que si te lo contaba no me creerías.
—Ya. Los que son infieles no suelen admitir sus infidelidades.
—No te he sido infiel —le digo.
Ella suspira, en absoluto convencida.
—Me cuesta mucho creerte cuando no haces más que mentir descaradamente.
Igual que hoy.
—Lo sé. Perdóname por las mentiras de antes, por todo, pero de verdad que
no te pondría los cuernos. —Lanzo los brazos al aire.
Coloca una blusa perfectamente doblada en la maleta.
—Como he dicho antes, los que son infieles no suelen admitir sus
infidelidades. Si no tuvieras nada que ocultar, no me habrías mentido.
—No es para tanto, no hice nada con ella —digo en mi defensa mientras ella
mete otra prenda.
—¿Qué pasaría si yo cogiera un pedo descomunal y me quedara a dormir en
casa de Zed? ¿Qué harías? —inquiere, y la sola idea me da ganas de matar.
—Lo mataría.
—Ya. Cuando tú pasas la noche fuera en casa de una chica no pasa nada, pero
si yo hiciera lo mismo, montarías un pollo —replica—. Lo que ha pasado es lo de
menos. Has dejado muy claro que sólo estoy de paso en tu vida —añade.
Sale de la habitación y entra en el baño a recoger sus cosas de aseo. Se va
con Landon a casa de mi padre. Menuda mierda. No está de paso en mi vida. ¿Cómo
puede pensar eso? Puede que por todas las mentiras que le he soltado y mi
silencio de hoy.
—Sabes que no voy a dejarlo estar —le digo cuando cierra la maleta.
—Ya, pues yo me voy.
—¿Por qué? Sabes que volverás —aseguro. Es la rabia la que habla.
—Precisamente por eso —dice con la voz temblorosa.
Coge la maleta y sale de la habitación sin mirar atrás.
Cuando oigo el portazo, me apoyo contra la pared y me dejo caer hasta el
suelo.
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