Pau
Para cuando llego al coche, desearía haberme quedado en el dormitorio con el Pedro juguetón.
Sin embargo, tengo demasiadas cosas que hacer. Tengo que devolverle la llamada a la mujer del apartamento de Seattle, comprar un par de cosas para el viaje con la familia de Pedro y, lo más importante de todo, aclararme sobre Seattle. Que Pedro se haya ofrecido a casarse conmigo me ha conmovido de verdad, pero sé que no quiere casarse mañana mismo. Estoy intentando desesperadamente no darle más vueltas a lo que ha dicho para no dejar que me haga cambiar de opinión, pero me resulta mucho más duro de lo que imaginaba.
«Me casaré contigo si me eliges a mí.»
Me ha sorprendido. La verdad es que me ha dejado de piedra. Parecía muy tranquilo, con un tono de voz neutro, como si estuviera anunciando lo que íbamos a cenar. Aunque empiezo a conocerlo bien: sé que comienza a desesperarse. El alcohol y la desesperación por evitar que me mude a Seattle son las únicas razones por las que me ha pedido la mano.
Aun así, no puedo dejar de repetírmelo mentalmente. Ya, ya sé que es patético pero, para ser sincera, esa mezcla de esperanza y de conocerlo bien es mucho mejor que como me siento ahora mismo.
Para cuando llego a Target, aún no he llamado a Sandra (creo que ése era su nombre) para hablar del apartamento. Por las fotos que he visto en la web, parece un buen sitio. No es tan grande como nuestro apartamento actual, pero está bastante bien y puedo pagarlo yo sola. No tiene estanterías en lugar de paredes ni el ladrillo visto que tanto me gusta, pero servirá.
Estoy lista para esto, para Seattle. Estoy lista para dar un paso hacia mi futuro. Llevo esperando esto desde que tengo uso de razón.
Recorro la tienda mientras sueño despierta con Seattle y con mi situación, y de repente me doy cuenta de que tengo la cesta llena de cosas que no necesito. Pastillas para el lavavajillas, pasta de dientes, un recogedor nuevo... ¿Para qué voy a comprar todo esto si estoy a punto de mudarme? Dejo el recogedor en su sitio, junto con unos calcetines de colores que no sé por qué los he cogido. Si Pedro no se viene conmigo, tendré que empezar de cero y comprar platos nuevos y todo lo demás. Es un alivio que el apartamento esté amueblado, porque eso elimina al menos doce cosas de mi lista de tareas.
Después de Target no sé muy bien qué hacer. No quiero volver al apartamento con Pedro y mi padre, pero tampoco tengo otro sitio adonde ir. Voy a pasar tres días con Landon, Ken y Karen, así que no me apetece ir a su casa a molestarlos. Necesito amigos con urgencia. Al menos, uno. Podría llamar a Kimberly, pero estará ocupada con su mudanza. Es una chica con suerte. Sé que es la empresa de Christian la que la lleva a Seattle pero, por el modo en que la mira, la seguiría al fin del mundo.
Mientras busco en el móvil el número de Sandra, casi marco por accidente el de Steph.
Me pregunto qué estará haciendo. A Pedro le daría un ataque si la llamo para salir un rato. Claro que tampoco está en posición de decirme lo que debo hacer después de haberse emborrachado y haberse metido en una pelea en mitad del día.
Decido llamarla. Y lo coge enseguida.
—¡Pau! ¿Qué haces, chica? —dice muy alto, intentando que se la oiga entre el barullo.
—Nada, estoy sentada en el aparcamiento de Target.
—Menuda juerga, ¿eh? —Se ríe.
—La verdad es que no. Y ¿tú qué haces?
—Nada, voy a comer con alguien.
—Ah, vale. Oye, llámame cuando acabes —le digo.
—Puedes venir a comer con nosotros, hemos quedado en el Applebee’s que hay a la salida del campus.
El Applebee’s me recuerda a Zed, pero la comida estaba deliciosa y no he tomado nada en todo el día.
—Vale, ¿seguro que no te importa? —pregunto.
Oigo una puerta que se cierra de fondo.
—¡Seguro! Trae tu culo aquí. Llegaremos en quince minutos.
Llamo a Sandra de vuelta al campus y le dejo un mensaje en el buzón de voz. No puedo ignorar el alivio que siento cuando, en vez de responderme una persona de carne y hueso, salta el buzón de voz, pero no sé muy bien por qué me siento así.
Para cuando llego, en el Applebee’s no cabe un alfiler, y no veo el pelo rojo de Steph por ningún lado, así que le doy mi nombre a la camarera.
—¿Cuántos van a ser? —Me pregunta amablemente.
—Tres, creo. —Steph ha dicho que había quedado con alguien, supongo que se refería a una sola persona.
—Muy bien, tengo un reservado libre. Puede sentarse allí si quiere. —La chica sonríe y coge cuatro menús del estante que tiene detrás.
La sigo al reservado que está al fondo del restaurante y espero a que llegue Steph. Miro el móvil por si hay noticias de Pedro, pero nada. Seguro que está durmiendo la mona. Cuando levanto la vista, la adrenalina se me dispara al ver una cabeza rosa chillón.
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