Divina

Divina

martes, 17 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 65


Pau

—Menuda manera de empezar el año —dice Pedro cuando nos separamos, y apoya la cabeza contra la mía.

Entonces mi teléfono empieza a vibrar sobre la mesa, rompiendo el hechizo, y antes de que me dé tiempo a cogerlo, él ya lo tiene en la mano y se lo pega a la oreja. Cuando me pongo de puntillas para intentar quitárselo, da un paso atrás y sacude la cabeza.

Landon, ahora te llamará Pau —dice. Me agarra de la muñeca con la otra mano y tira de mí hacia él, con mi espalda contra su pecho. Pasan unos segundos y añade—: Está ocupada con otra cosa.

Me lleva pegada a él hacia nuestro dormitorio. Roza mi cuello con los labios y me entra un escalofrío. «Vaya.»

—Deja de dar el coñazo, vosotros dos necesitáis medicación —dice Pedro al teléfono, luego corta la llamada y lo deja en el escritorio.

—Tengo que hablar con él sobre nuestras clases —digo.

Mi voz me traiciona cuando lame y chupa la piel de mi cuello.

—Necesitas relajarte, nena.

—No puedo... Tenemos mucho que hacer.

—Puedo ayudarte —dice de un modo más lento de lo habitual.

Me agarra con más fuerza de la cadera cuando coloca la otra mano en mi pecho para mantenerme quieta.

—¿Recuerdas aquella vez que te masturbé delante del espejo y te obligué a que vieras cómo te corrías? —pregunta.

—Sí —digo tragando saliva.

—Fue divertido, ¿verdad? —ronronea.

Un intenso calor me recorre el cuerpo al oír sus palabras. No es calor..., es fuego.

—Puedo enseñarte a tocarte como yo te toco —dice, y me chupa con fuerza la piel. Acabo de convertirme en una bola de electricidad—. ¿Quieres que lo haga?
La lasciva idea me atrae, pero me resulta demasiado humillante admitirlo.

—Me tomaré tu silencio como un sí —añade y me suelta la cintura, pero me coge la mano.

Permanezco callada mientras repaso nerviosa sus palabras en mi mente. Esto me da muchísimo pudor, y no sé cómo me siento al respecto.

Me guía hasta la cama y me empuja con cuidado contra el blando colchón. Se monta encima de mí, a horcajadas sobre mis piernas. Lo ayudo a quitarme los pantalones del chándal y él me besa la cara interna del muslo antes de despojarme de las bragas.

—No te muevas, Pau —me ordena.

—No puedo —gimoteo mientras me muerde suavemente la piel. Me resulta imposible.

Se echa a reír, y si mi cerebro estuviera conectado con el resto de mi cuerpo en estos momentos, le pondría los ojos en blanco.

—¿Quieres hacerlo aquí o prefieres mirar? —pregunta, y siento un hormigueo en el estómago.

La presión entre mis piernas continúa aumentando e intento apretarlas para conseguir algo de alivio.

—No, no, nena —dice—. Todavía no. —Me está torturando.

Me separa los muslos y se apoya en mí para obligarme a mantenerlos abiertos.

—Aquí —respondo por fin. Casi había olvidado que me había hecho una pregunta.

—Eso pensaba —dice con una sonrisa de superioridad.

Es un engreído, pero sus palabras tienen un efecto en mí que jamás creí posible. Nunca tengo suficiente, ni siquiera cuando me tiene atrapada en la cama con las piernas separadas.

—Había pensado en hacer esto antes, pero era demasiado egoísta. Quería ser el único que te hiciera sentir así. —Se inclina hacia abajo y me pasa la lengua por la piel desnuda entre mi cadera y la parte superior del muslo.

Mis piernas intentan tensarse de manera involuntaria, pero él no lo permite.

—En fin, como sé exactamente dónde te gusta que te toque, no se hará muy largo.

—¿Por qué quieres hacerlo? —pregunto con voz aguda cuando me muerde de nuevo y después me lame la piel sensible.

—¿El qué? —dice mirándome.

—¿Por qué...? —repito con voz temblorosa—. ¿Por qué quieres enseñarme, si quieres ser el único?

—Porque, a pesar de eso, la idea de que te toques delante de mí..., joder —me explica.
«Vaya.» Necesito alivio, y pronto; espero que no tenga pensado torturarme durante mucho tiempo.

—Además, en ocasiones pareces demasiado estresada, y a lo mejor es esto lo que necesitas. — Sonríe y yo intento esconder el rostro avergonzada.

Si no estuviésemos haciendo... esto..., le contestaría algo por decir que parezco estresada. No obstante, tiene razón y, como ha dicho antes, estoy ocupada con otra cosa.

—Mira..., aquí es donde tienes que empezar. —Me sorprende tocándome con sus fríos dedos. Un siseo escapa de mis labios ante el gélido tacto—. ¿Están fríos? —pregunta, y yo asiento—. Perdona. —Se ríe y desliza los dedos dentro de mí sin previo aviso.

Mis caderas se separan de la cama y me llevo la mano a la boca para no gritar. Sonríe con petulancia.

—Así me los caliento un poco.

Mientras mete y saca los dedos lentamente unas cuantas veces, el fuego en mi interior se aviva. Entonces los retira y me siento vacía y desesperada. De repente vuelve a introducirlos y me muerdo el labio inferior.

—Será mejor que no hagas eso o no podremos terminar la lección —dice.

No lo miro. En lugar de hacerlo, me paso la lengua por el labio y vuelvo a mordérmelo.

—Hoy estás demasiado rebelde. No eres muy buena estudiante —bromea.
Incluso su manera de provocarme me vuelve loca. ¿Cómo puede ser tan seductor incluso cuando no lo pretende? Estoy segura de que esta habilidad es algo que sólo Pedro ha conseguido dominar.

—Dame la mano, Pau —me ordena.

Pero yo no me muevo. El pudor se concentra en mis mejillas.
Entonces su mano coge la mía y desliza ambas por mi estómago hasta la parte superior de mis muslos.

—Si no quieres hacerlo, no tienes por qué, pero creo que te gustará —dice con suavidad.

—Quiero hacerlo —decido.
Sonríe con complicidad.

—¿Estás segura?

—Sí, es sólo que... estoy algo nerviosa —admito.

Me siento mucho más cómoda con Pedro que con cualquier otra persona que haya conocido en mi vida, y sé que no hará nada que me haga estar incómoda, al menos no con mala intención. Le estoy dando demasiada importancia a esto. La gente lo hace todo el tiempo, ¿no?

—Pues no lo estés. Te gustará. —Se muerde el labio inferior y yo sonrío nerviosa—. Y no te preocupes: si no consigues llegar al orgasmo, yo te ayudaré.

—¡ Pedro! —exclamo muerta de vergüenza, y dejo caer la cabeza sobre la almohada. Oigo cómo se ríe ligeramente y dice:

—Así.

Me separa los dedos. El corazón se me acelera a un ritmo vertiginoso mientras coloca mi mano... ahí. Es una sensación extraña. Rara y extraña. Estoy tan acostumbrada al tacto de las manos de Pedro, al modo en que me tocan sus dedos ásperos y callosos, largos y delgados, y al modo en que sabe perfectamente cómo tocarme, cómo...

—Tienes que hacer esto —me explica con voz grave y llena de lujuria mientras guía mis dedos hasta mi parte más sensible.
Intento no pensar en lo que estamos haciendo... ¿Qué estoy haciendo?

—¿Qué te parece? —pregunta.

—No... no lo sé —musito.

—Venga ya. Dímelo, Pau —me ordena, y aparta la mano de la mía. Gimoteo ante la falta de contacto y empiezo a apartar la mano—. No, déjala ahí, nena. —Su tono hace que vuelva a colocar la mano donde estaba al instante—. Continúa —me pide con suavidad.

Trago saliva y cierro los ojos, intentando repetir lo que él estaba haciendo. No me gusta ni la mitad que cuando lo hace él, pero la verdad es que no está mal. La presión en la parte inferior de mi vientre comienza a aumentar de nuevo. Cierro los ojos con fuerza e imagino que son los dedos de Pedro los que me están haciendo sentir así.

—No te imaginas cuánto me pone ver cómo te tocas delante de mí —dice, y no puedo evitar gemir y seguir trazando el patrón que les ha enseñado a mis dedos.

Cuando abro ligeramente los ojos, veo que Pedro se está tocando por encima de los vaqueros. Madre mía. ¿Por qué estoy tan cachonda? Creía que esto era algo que la gente sólo hacía en las películas guarras, no en la vida real. Pedro hace que todo resulte excitante, por muy extravagante que sea. Tiene la mirada fija entre mis piernas mientras se muerde el labio inferior, lo que hace que su aro plateado sobresalga de la tensión.

En el momento en que creo que va a pillarme mirándolo, cierro los ojos y desconecto mi subconsciente. Esto es algo natural, todo el mundo lo hace..., aunque no todo el mundo deja que alguien lo observe mientras tanto. Sin embargo, si estuvieran con Pedro, seguro que sí lo harían.

—Qué buena chica eres siempre conmigo —me susurra al oído, y tira del lóbulo de mi oreja con los dientes.

Su aliento es cálido y huele a menta, y hace que quiera gritar y derretirme en las sábanas al mismo tiempo.

—Hazlo tú también —exhalo sin apenas reconocer mi voz.

—¿El qué?

—Lo que yo estoy haciendo... —digo sin querer usar la palabra.

—¿Quieres que lo haga? —pregunta sorprendido.

—Sí..., por favor, Pedro.

Estoy muy cerca, y necesito esto; necesito centrarme en algo que no sea en mí y, sinceramente, ver cómo se tocaba me ha vuelto loca, y quiero ver cómo lo hace otra vez, eso y mucho más.

—Vale —contesta sin más.

Él tiene mucha seguridad en lo que al sexo se refiere. Ojalá yo la tuviese también.
Oigo la cremallera de sus vaqueros e intento ralentizar los movimientos de mis dedos; si no lo hago, esto acabará muy muy pronto.

—Abre los ojos, Pau —ordena, y yo obedezco.

Envuelve con la mano su miembro desnudo y mis ojos se abren de par en par ante la perfecta visión mientras observo cómo Pedro hace algo que jamás pensé que vería hacer a nadie.
Baja la cabeza de nuevo y esta vez me da un único beso en el cuello antes de acercar la boca a mi oreja.

—Esto te gusta, ¿verdad? Te gusta ver cómo me doy placer a mí mismo. Eres una pervertida, Pau.

No aparto ni por un momento la vista de la mano entre sus piernas, y entonces empieza a moverla más deprisa mientras habla conmigo.

—No voy a durar mucho mirándote, nena. No tienes ni idea de cómo me pone esto. —Jadea, y yo hago lo mismo.
Ya no me siento incómoda. Estoy cerca, muy cerca, y quiero que Pedro esté cerca también.

—Cómo me gusta, Pedro... —gimo sin importarme lo estúpida o desesperada que pueda parecer.
Es la verdad, y él me hace sentir que no pasa nada porque me sienta así.

—Joder... Sigue hablando —dice con los dientes apretados.

—Quiero que te corras, Pedro. Imagínate mi boca alrededor de ti...

En cuanto las sucias palabras salen de mis labios siento una húmeda calidez en mi estómago mientras se corre sobre mi piel ardiente. Eso me lleva al límite y pierdo el control. Cierro los ojos y repito su nombre una y otra vez.
Cuando los abro de nuevo, veo que Pedro está apoyado sobre un codo a mi lado, y entierro el rostro en su cuello al instante.

—¿Qué te ha parecido? —pregunta rodeándome la cintura y estrechándome contra sí.

—No lo sé... —miento.

—No seas tímida, sé que te ha gustado. A mí también.

Me besa en la cabeza y yo levanto la vista para mirarlo.

—Me ha gustado, pero me sigue gustando más cuando lo haces tú —admito.
Él sonríe.

—Bueno, eso espero —dice, y levanto la cabeza para darle un beso en el hueco de su hoyuelo—. Puedo enseñarte muchas cosas —añade, y cuando me pongo colorada de nuevo me tranquiliza—: Iremos poco a poco.

Mi mente empieza a imaginar todo cuanto Pedro puede enseñarme. Probablemente ni siquiera haya oído hablar de muchas de las cosas que ha hecho, y quiero aprenderlas todas.

—Bueno —dice a continuación—, y ahora vamos a duchar a mi mejor alumna.
Lo miro.

—Querrás decir tu única alumna.

—Sí, por supuesto. Aunque me parece que también debería enseñar a Landon. Creo que lo necesita tanto como tú —bromea, y sale de la cama.

—¡ Pedro! —exclamo, y él se echa a reír con ganas. Es un sonido maravilloso.

Cuando la alarma de mi móvil suena temprano el lunes por la mañana, salto de la cama y me dirijo al baño para ducharme. El agua me llena de energía y mis pensamientos retroceden a mi primer trimestre en la WCU. No sabía qué esperar, pero al mismo tiempo me sentía muy preparada, tenía todos los detalles controlados. Imaginaba que haría unos pocos amigos y que me centraría en actividades extraescolares. Quizá me uniría al club de literatura y a unos cuantos más. Me pasaría la vida en mi cuarto o en la biblioteca, estudiando y preparándome para mi futuro.

No tenía ni idea de que tan sólo unos meses después estaría viviendo en un apartamento con mi novio, que no sería Noah. No me imaginaba lo que estaba por venir cuando mi madre dejó el coche en el aparcamiento de la WCU, y mucho menos cuando conocí a ese chico tan grosero de pelo rizado. Si alguien me lo hubiera dicho, jamás lo habría creído, y ahora no puedo imaginarme la vida sin ese cascarrabias. Noto mariposas en el estómago cuando recuerdo cómo me sentía al verlo en el campus, cuando lo buscaba en el aula de literatura, cómo lo sorprendía mirándome mientras el profesor impartía la clase y la manera en que escuchaba a hurtadillas lo que hablábamos Landon y yo. Esos días parecen muy lejanos. Es como si hubiesen pasado siglos.

Me encuentro sumida en mis pensamientos cuando, de repente, la cortina de la ducha se abre y aparece Pedro con el torso desnudo y el pelo revuelto cubriéndole la frente mientras se frota los ojos.
Sonríe y habla con la voz grave y afónica de acabar de despertarse:

—¿Por qué estás tardando tanto? ¿Qué haces?, ¿practicar las lecciones de ayer?

—¡No! —exclamo, y me pongo colorada cuando me viene a la cabeza la imagen de Pedro. Me guiña un ojo.

—Ya, ya.

—¡No lo estaba haciendo! Sólo estaba pensando —confieso.

—¿En qué? —Se sienta en el váter y cierro la cortina.

—En lo de antes...

—¿Lo de antes de qué? —pregunta con preocupación.

—En el primer día de universidad, y en lo grosero que eras —lo provoco de broma.

—¿Grosero? ¡Si ni siquiera hablé contigo!

Me echo a reír.

—Por eso mismo.

—Dabas asco con esa falda espantosa y tu novio con mocasines. —Da una palmada regodeándose —. La cara de tu madre fue un poema cuando nos vio.

Siento una punzada en el pecho al hablar de mi madre. La echo de menos, pero me niego a cargar con sus errores. Cuando esté dispuesta a dejar de juzgarnos a Pedro y a mí, hablaré con ella. No obstante, si no lo hace, entonces no merece que pierda el tiempo con ella.

—Y tú dabas asco con tu..., bueno..., con tu actitud —contraataco. No se me ocurre qué decir, porque no me dijo nada el primer día que nos vimos.

—¿Recuerdas la segunda vez que te vi? Estabas envuelta en una toalla y llevabas la ropa mojada en los brazos.

—Sí, y tú dijiste que no ibas a mirar —le recuerdo.

—Mentí. Sí que te estaba mirando.

—Parece que ha pasado mucho tiempo, ¿verdad?

—Sí, mucho mucho tiempo. Es como si no hubiera sucedido nunca; es como si siempre 
hubiésemos estado juntos, ¿sabes a lo que me refiero?

Asomo la cabeza por la cortina y sonrío. —Sí.

Es verdad, pero se me hace muy raro pensar que Noah era mi novio en vez de Pedro. Me resulta extraño. Aprecio mucho a Noah, pero ambos perdimos varios años de nuestras vidas saliendo juntos.
Cierro el grifo de la ducha y lo aparto de mis pensamientos.

—¿Te importaría...? —empiezo a pedir, pero antes de que termine, me pasa una toalla por el costado de la cortina—. Gracias —digo al tiempo que envuelvo mi cuerpo húmedo con ella.

Me sigue hasta el dormitorio y me visto lo más rápido posible mientras él permanece tumbado boca abajo en nuestra cama, sin apartar los ojos de mí. Me seco el pelo con la toalla y me visto.
Pedro se esfuerza por distraerme toqueteándose en el proceso.

—Yo conduzco —dice, y se levanta de la cama para vestirse.

—Hicimos un pacto, ¿recuerdas?

—Cállate, Pau. —Sacude la cabeza de manera juguetona y yo le regalo una inocente sonrisa burlona antes de dirigirme al salón.

Decido llevar el pelo liso para variar. Después me maquillo un poco, cojo la mochila y compruebo de nuevo que llevo todo lo que necesito antes de reunirme con Pedro en la puerta de entrada. Coge mi bolsa de deporte para la clase de yoga y yo cargo con mi mochila llena de todo lo demás que pueda necesitar.

—Adelante —dice, y ambos salimos.

—¿Qué? —Me vuelvo para mirarlo.

—Adelante, enfádate —dice con un suspiro.

Le sonrío y empiezo a contarle por enésima vez los planes para las próximas veinticuatro horas.


Mientras finge escucharme atentamente, le prometo —y también a mí misma— que a partir de ahora me relajaré más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario