Pedro
«¿Qué coño estoy haciendo?»
No paro de dar vueltas de un lado para otro. Ha sido una idea muy mala.
Le doy una patada a una piedra y la mando al otro lado de la entrada de
vehículos. ¿Qué espero? ¿Que corra a mis brazos y se olvide de todas las
putadas que le he hecho? ¿De repente va a creerse que no me acosté con Carly?
Miro hacia la impresionante casa de Vance. Probablemente Pau ni siquiera
haya llegado todavía, y voy a quedar como un idiota que se presenta sin haber
sido invitado. De hecho, voy a quedar como un gilipollas haga lo que haga.
Debería largarme y punto pelota.
Además, esta camisa pica que te cagas y odio tener que ir disfrazado. Pero
bueno, sólo es una camisa negra.
Al ver el coche de mi padre, me acerco y miro el interior. En el asiento de
atrás está la espantosa cartera de mano que Pau se reserva para las ocasiones
especiales.
Ha venido y está dentro. Siento mariposas en el estómago vacío de pensar
que voy a verla, a tenerla cerca. Y ¿qué le digo? Ni idea. Tengo que explicarle
que he estado en el infierno desde que me marché a Inglaterra y que la
necesito, la necesito más que a nada. Tengo que decirle que soy un capullo y
que no puedo creer que fastidiara la única cosa buena que tenía en la vida.
Ella. Ella lo es todo para mí, siempre lo será. Simplemente entraré y la sacaré
afuera para que podamos hablar. Estoy nervioso, estoy como un puto flan.
Voy a devolver. No. Pero si tuviera comida en el estómago, seguro que lo
haría. Sé que mi aspecto deja bastante que desear, me pregunto si el suyo
también. Bueno, eso es del todo imposible, pero ¿a ella le habrá sido tan duro
como lo ha sido para mí?
Finalmente me planto en la puerta principal... y me vuelvo. Odio estar con
gente y he contado como quince coches aparcados. Todo el mundo me mirará y
pareceré un maldito chalado, que es justo lo que soy.
Antes de que me convenza de lo contrario, me vuelvo de nuevo y toco el
timbre.
Esto va por Pau. «Va por ella», me digo en el momento en que Kim abre la
puerta y me sonríe sorprendida.
—¿ Pedro? No sabía que ibas a venir —dice.
Puedo ver que intenta por todos los medios ser amable, pero la noto
enfadada, probablemente porque quiere proteger a Pau.
—Ya, yo tampoco —contesto.
Después, una nueva emoción: compasión. Se filtra a través de sus ojos
cuando repara en mi aspecto, que puede que sea incluso peor de lo que yo me
figuraba, dado que he venido aquí directamente desde el aeropuerto.
—Oye, pasa adentro, hace mucho frío —me ofrece, y me acompaña al interior.
Por un instante me quedo boquiabierto por la jodida obra de arte que ha
hecho Vance con su casa. No parece que nadie viva aquí. Es original y muy guay,
pero prefiero un rollo más clásico, no tanto arte moderno.
—Estamos a punto de empezar a cenar —me dice Kimberly mientras caminamos
hacia un salón comedor con las paredes de cristal.
Y entonces la veo.
El corazón deja de latirme y siento una opresión tan fuerte en el pecho que
casi me asfixio. Parece estar escuchando una historia que alguien le está
contando, mientras sonríe y se pasa la mano por la frente para arreglarse el
pelo. El reflejo de la puesta de sol detrás de ella la hace resplandecer, y no
puedo moverme.
Oigo su risa y por primera vez en once días noto que puedo respirar. La he
echado tanto de menos y está tan guapa como siempre. Con ese vestido rojo y la
luz del sol sobre su piel y esa sonrisa... ¿Cómo es que está tan feliz y tan
sonriente?
¿No debería estar hecha una mierda y llorando a moco tendido? Sonríe otra
vez y finalmente mis ojos alcanzan a ver con quién está hablando, quién la está
haciendo olvidarse de mí.
«Maldito Trevor.» Odio a muerte a ese cabrón. Me dan ganas de acercarme y
tirarlo por la ventana. Nadie podría impedírmelo. ¿Por qué coño está siempre
revoloteando cerca de Pau? Es un mariposón remilgado y me lo voy a cargar.
No. Tengo que tranquilizarme. Si le parto la cara, Pau no volverá a
dirigirme la palabra.
Cierro los ojos unos segundos y reflexiono. Si me muestro tranquilo me
escuchará, saldremos de aquí y nos iremos a casa. Le suplicaré que me perdone y
ella me dirá que todavía me quiere y haremos el amor y todo irá bien.
Continúo mirándola. Parece animada, está empezando a contar una anécdota.
Mientras habla, gesticula con la mano con la que no sujeta la copa de vino y
sonríe. Se me acelera el corazón cuando veo que lleva puesta mi pulsera. ¡Aún
la lleva! Aún la lleva. Es una buena señal. Tiene que serlo.
El capullo de Trevor la observa con intenciones, con una expresión de
adoración que me pone malo. Parece un perrito faldero y ella está encantada de
la vida.
¿Habrá pasado página? ¿Con él?
Eso me mataría..., pero no puedo culparla. No le he devuelto las llamadas.
Ni siquiera me he molestado en comprarme otro móvil. Probablemente piense que
no me importa, que he seguido con mi vida.
Mi mente regresa a esa calle tranquila de Inglaterra, al vientre abultado
de Natalie, a la cara de adoración de Elijah al mirar a su prometida. Trevor
mira a Pau de la misma manera.
Trevor es su Elijah. Su segunda oportunidad para tener lo que merece.
Es como un jarro de agua fría. Necesito largarme, necesito salir de aquí y
desaparecer de su vida.
Ahora entiendo por qué me tropecé con Natalie. Tenía que ver a la chica a
la que le destrocé la vida para no cometer el mismo error con Pau.
«Tengo que irme. Tengo que salir de aquí antes de que me vea.»
Pero justo en ese momento nuestras miradas se encuentran. Se le borra la
sonrisa de la cara y la copa de vino se desliza entre sus dedos y se hace
añicos contra el suelo de madera.
Todo el mundo se vuelve para mirarla pero ella sólo me ve a mí. Desvío la
mirada. Trevor la está observando, confuso pero dispuesto a acudir a
socorrerla.
Pau parpadea un par de veces y mira al suelo.
—Lo siento muchísimo —se disculpa muerta de la vergüenza, y se agacha a
recoger los cristales rotos.
—¡Tranquila, no pasa nada! Traeré una escoba y papel de cocina —le dice
Kimberly, y se apresura a buscarlas.
Necesito salir de aquí ya. Me vuelvo, listo para pirarme y casi me caigo
encima de un pequeñín. Bajo la vista y ahí está Smith, que me mira inexpresivo.
—Creía que no ibas a venir —dice.
Niego con la cabeza y le revuelvo el pelo.
—Ya me iba.
—¿Por qué?
—Porque no debería estar aquí —le explico, y miro atrás.
Trevor le ha quitado la escoba a Kimberly y está ayudando a Pau a recoger
los cristales y a tirarlos en una bolsa. Debe de haber un simbolismo oculto
detrás de todo esto, detrás de que lo esté viendo ayudar a Pau a recoger los
platos rotos. Qué asco de metáforas...
—Yo también quiero irme —protesta Smith.
Lo miro otra vez y asiento.
—¿Te quedas? —pregunta con inocencia, con esperanza.
Miro a Pau y al chiquillo. Hoy no me resulta tan molesto como antes. Creo
que no me quedan fuerzas para enfadarme con él.
Entonces una mano me sujeta del hombro.
—Hazle caso —dice Christian, y aprieta un poco—. Al menos, quédate a cenar.
Kim ha tirado la casa por la ventana esta noche —añade con una cálida sonrisa.
Miro al lugar donde su novia, vestida con un sencillo vestido negro y
armada con un rollo de papel de cocina, se pelea con el desastre que ha armado Pau
gracias a mí. Cómo no, Pau no se separa de ella y se disculpa profusamente.
—Vale —asiento mirando a Christian.
Si sobrevivo a esta cena, puedo sobrevivir a cualquier cosa. Me tragaré el
dolor de ver a Pau tan contenta sin mí. Parecía estar bien antes de verme, y
después, su hermoso rostro se ha cubierto de tristeza.
Actuaré igual que ella, como si no me estuviera matando cada vez que
pestañea. Si cree que no me importa, podrá seguir adelante y finalmente estar
con alguien que la trate tan bien como se merece.
Kimberly termina de recogerlo todo justo en el momento en que uno de los
camareros hace sonar una pequeña campana.
—El espectáculo ha terminado. ¡Todos a cenar! —dice con una sonrisa
mientras con los brazos gesticula para guiar a los comensales a las mesas.
Yo sigo a Christian y escojo un asiento al azar, sin prestar atención al
lugar en el que están Pau y «su amigo». Juego un rato con los cubiertos, hasta
que mi padre y Karen se acercan a saludar.
—No esperaba verte aquí, Pedro —dice él.
Karen se sienta a mi lado.
—Todo el mundo dice lo mismo... —suspiro.
Me prohíbo mirar a Pau.
—¿Has hablado con ella? —me pregunta Karen de forma casi inaudible.
—No —contesto.
Me quedo mirando el estampado del mantel mientras espero que los camareros
sirvan la cena. Pollo. Un montón de pollos enteros que traen en grandes
bandejas. Los camareros disponen platos y más platos de acompañamientos en fila
a lo largo de la mesa. Al final, no puedo evitar levantar la vista para buscarla.
Miro a mi izquierda, pero me llevo una sorpresa: está sentada casi enfrente de
mí, junto al capullo de Trevor, cómo no.
Está ausente, mareando un espárrago en el plato. Sé que no le gustan, pero
es demasiado educada como para no comerse lo que le han preparado. Cierra los
ojos y se lleva el espárrago a la boca. Casi sonrío al ver que hace lo que
puede para que no se note el asco que le da, bebe grandes tragos de agua para
que le baje la comida y luego se limpia las comisuras de los labios.
Me pilla observándola e inmediatamente desvío la mirada. Puedo distinguir
el dolor en sus ojos grises. Dolor que yo he causado. Dolor que sólo cesará
cuando desaparezca de su vida y pueda seguir adelante sin mí.
Todo lo que no nos hemos dicho flota en el aire entre nosotros..., y
entonces ella se centra de nuevo en su plato.
No vuelvo a levantar la vista de la mesa en toda la cena, de la que apenas
consigo probar bocado. Ni siquiera miro cuando oigo a Trevor hablarle a Pau
sobre Seattle. Es la primera vez en mi vida que desearía ser otra persona.
Daría cualquier cosa por ser Trevor, por ser capaz de hacerla feliz en lugar de
hacerle daño.
Ella contesta a sus preguntas escuetamente y sé que respira agradecida
cuando Karen comienza a hablar sobre Landon y su novia de toda la vida en Nueva
York.
El sonido de un tenedor que golpea una copa resuena en la sala y Christian
se levanta y anuncia:
—Os ruego que prestéis un momento de atención. —Vuelve a hacer sonar la
copa con el tenedor. Sonríe y añade—: Será mejor que pare antes de que la rompa
—y le dirige a Pau una mirada de complicidad.
Ella se pone colorada y tengo que sujetarme las manos contra los muslos
para quedarme quieto en la silla y no abalanzarme sobre él por haberle sacado
los colores. Sé que era una broma, pero es una broma de mal gusto.
—Muchas gracias a todos por haber venido —prosigue Vance—. Significa mucho
para mí que todos mis seres queridos estén esta noche con nosotros. Estoy más
que orgulloso del trabajo de todas las personas aquí presentes, y es posible
que sin vosotros no hubiera podido dar este paso. Sois el mejor equipo que
podría desear. Quién sabe, tal vez el año que viene estrenemos oficina en Los
Ángeles, o incluso en Nueva York, para que pueda volveros a todos locos de
nuevo con la planificación. —Se ríe con sus bromas, pero irradia ambición.
—No adelantes acontecimientos —le dice Kimberly, y le da una palmada en el
trasero.
—En especial quiero darte las gracias a ti, Kimberly —añade él cambiando
drásticamente el tono —. No sé dónde estaría sin ti. —Todos los presentes se revuelven en sus
asientos. Christian coge entonces las manos de Kimberly entre las suyas y se
pone delante de ella—. Tras la muerte de Rose vivía sumido en la oscuridad. Los
días se sucedían borrosos, idénticos, y pensaba que nunca volvería a ser feliz.
No creía que fuera capaz de volver a querer a alguien. Me resigné al hecho de
que Smith y yo nos habíamos quedado solos. Y un buen día apareció esta rubia
pizpireta en mi despacho. Llegaba diez minutos tarde a su entrevista de trabajo
y con la mancha de café más escandalosa del mundo en la blusa blanca. Y con eso
bastó. Su vitalidad y su energía me cautivaron al instante.
Se vuelve hacia Kimberly.
—Me diste la vida cuando no quedaba nada dentro de mí. Nadie podría nunca
reemplazar a Rose y tú lo sabías. Pero no intentaste reemplazarla. Honraste su
memoria y me ayudaste a construir una nueva vida. Ojalá te hubiera conocido
antes. Me habría ahorrado mucho sufrimiento.
Se ríe un poco, intentando restarle intensidad al momento, pero no lo
consigue.
—Te quiero, Kimberly, más que a nada, y me encantaría pasar el resto de mi
vida devolviéndote todo lo que me has dado.
A continuación hinca una rodilla en el suelo.
«Pero ¿qué clase de broma es ésta? ¿Es que a todo el mundo le ha dado por
casarse o es que el guionista de mi vida se ha vuelto majara?»
—Esto no es una fiesta de despedida. Es una fiesta de compromiso. —Christian
sonríe mirando a su amada—. Bueno, si me dices que sí, claro.
Kimberly chilla y se echa a llorar. Miro a otra parte cuando acepta a Vance
a grito pelado.
No puedo evitar mirar a Pau. Se lleva las manos a la cara y se seca las
lágrimas. Sé que está haciendo todo lo posible para mostrar lo mucho que se
alegra de la dicha de su amiga, para simular que son lágrimas de alegría, pero
sé que está fingiendo. Está abrumada, acaba de ver cómo Kimberly escuchaba todo
lo que ella deseaba que yo le dijera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario