Divina

Divina

miércoles, 25 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 112


Pau

No sé qué hacer ni qué decirle a Pedro en estos momentos.

Una parte de mí sabe que no me está mintiendo con respecto a lo de los mensajes, pero no creo que Zed fuera capaz de hacerme eso. Acabo de hablar con él sobre todo lo que ha ocurrido con Pedro y se ha mostrado tan amable y comprensivo...
Pero Pedro es como es.

—¿Puedes darme una respuesta? —me insiste, aunque con voz suave y pausada.

—No lo sé. Yo también estoy harta de esta situación. Es agotador, y no puedo más. De verdad que no puedo —le digo.

—Pero yo no he hecho nada malo. Estábamos bien hasta ayer, y nada de lo que ha pasado es culpa mía. Sé que siempre lo es, pero esta vez no. Lamento no haber pasado mi cumpleaños contigo. Sé que debería haberlo hecho, y lo siento —dice Pedro.

Apoya las palmas de las manos en los muslos mientras se postra de rodillas delante de mí, no suplicándome como antes, sino esperando.
Si me está diciendo la verdad y no fue él quien me mandó los mensajes, cosa que creo, esto ha sido sólo un malentendido.

—Pero ¿cuándo va a parar todo esto? Ya me he cansado. Lo pasé genial en nuestra cita, pero luego no quisiste entrar cuando te lo pedí. —Me ha estado preocupando el hecho de que rechazara mi invitación, pero no quería sacar el tema.

—No quise entrar porque estaba intentando darte espacio, siguiendo el consejo de Landon. Está claro que se me da fatal, pero creía que si te concedía un poco de espacio tendrías tiempo para pensar en todo esto y te pondría las cosas más fáciles —me dice.

—No me resulta más fácil, pero no se trata sólo de mí. También se trata de ti —le digo.

—¿Qué? —pregunta confundido.

—Que no soy la única en esta situación. Para ti también debe de ser agotador.

—¿A quién le importa una mierda lo que me pase a mí? Yo sólo quiero que tú estés bien y que sepas que de verdad estoy haciendo un esfuerzo.

—Lo sé.

—¿Qué sabes? ¿Que me estoy esforzando? —pregunta.

—Eso, y a mí sí me importa lo que te pase —le contesto.

—Entonces ¿qué hacemos, Pau? ¿Estamos bien ahora? ¿Vamos en la buena dirección? — Levanta la mano y la coloca en mi mejilla.

Me mira esperando mi aprobación, y no lo detengo.

—¿Por qué estamos tan locos los dos? —susurro cuando me acaricia el labio inferior con el pulgar.

—Yo no lo estoy. Pero tú sí, desde luego. —Sonríe.

—Tú estás más loco que yo —replico, y él se acerca entonces lentamente.

Estoy cabreada con Pedro por hacer que lo estuviera esperando anoche, aunque se supone que él no tuvo nada que ver con eso. Me fastidia ver que no acabamos de llevarnos bien, pero esos sentimientos no son nada en comparación con lo mucho que lo echo de menos. Echo de menos nuestra cercanía. Echo de menos ver cómo cambia su mirada cuando me mira.

Tengo que admitir mis faltas y mi responsabilidad en todo este desastre. Sé que soy una cabezota, y que pensar siempre lo peor de él no ayuda después de lo mucho que sé que se está esforzando. No estoy preparada para tener una relación con él, pero no tengo motivos para estar enfadada por lo de anoche. O, al menos, eso espero.
No sé qué pensar, pero no quiero pensar en estos momentos.

—No —susurra con su boca apenas a unos centímetros de la mía.

—Sí.

—Cállate.

Pega los labios a los míos con extrema precaución. Apenas me rozan mientras coloca las manos en mis mejillas.

Su lengua tantea mi labio inferior y me quedo sin respiración. Abro ligeramente la boca para intentar tomar algo de aire, pero no hay. No hay nada. Sólo él. Tiro de su camiseta para levantarlo del suelo, pero él no cede y continúa besándome lentamente. Su ritmo insoportablemente lento me está volviendo loca, y me levanto del borde de la cama para reunirme con él en el suelo.

Sus brazos envuelven mi cintura y los míos hacen lo propio con su cuello. Intento empujarlo hacia atrás para subirme encima de él pero, una vez más, no cede.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Nada, es que no quiero llegar demasiado lejos.

—¿Por qué no? —le pregunto pegada a sus labios.

—Porque tenemos mucho que hablar, no podemos meternos en la cama sin resolver nada.

«¿Qué?»

—Pero no estamos en la cama. Estamos en el suelo. —Parezco desesperada.

—Pau... —Me aparta de nuevo.

Me rindo. Me levanto y vuelvo a sentarme en la cama. Él me mira con unos ojos como platos.

—Sólo estoy intentando hacer lo correcto, ¿vale? —dice—. Quiero follar contigo, te lo aseguro. Joder, vaya si quiero. Pero...

—Tranquilo. Deja de hablar de ello —le ruego.

Sé que probablemente no sea muy buena idea, pero no pretendía que nos acostásemos sí o sí. Sólo quería estar más cerca de él.

—Pau.

—Déjalo, ¿vale? Ya lo he pillado.

—No, es obvio que no —dice con frustración, y se pone de pie.

—Esto no se va a solucionar nunca, ¿verdad? Las cosas siempre serán así entre nosotros. Ahora sí y ahora no, te cojo y te dejo. Tú me deseas, pero cuando yo te deseo, me apartas —digo esforzándome por no llorar.

—No..., eso no es verdad.

—Pues es lo que parece. ¿Qué quieres de mí? Quieres que crea que estás intentando demostrar que puedes cambiar por mí, y luego ¿qué?

—¿Qué quieres decir?

—¿Después de eso qué va a pasar?

—No lo sé... Todavía no hemos llegado a ese punto siquiera. Quiero seguir saliendo contigo y hacerte reír en vez de llorar. Quiero que me quieras otra vez. —Tiene los ojos vidriosos y no deja de parpadear.

—Te quiero muchísimo —le aseguro—. Pero con eso no basta, Pedro. El amor no lo puede todo como pretenden hacerte creer las novelas. Siempre hay muchas complicaciones, y esas complicaciones están ganándole la batalla al amor que siento por ti.

—Lo sé. Las cosas son complicadas, pero no será siempre así. No somos capaces de llevarnos bien ni un día entero, nos gritamos y nos peleamos y después dejamos de hablarnos como si tuviésemos cinco años. Actuamos por despecho y decimos lo que no queremos decir. Complicamos cosas que no tienen por qué ser complicadas, pero podemos solucionarlo.

No sé adónde nos lleva esto. Me alegro de que Pedro y yo estemos manteniendo una discusión bastante civilizada sobre todo lo que ha sucedido, pero no puedo pasar por alto el hecho de que no apoyará mi decisión de ir a Seattle.

Iba a decírselo, pero tengo miedo de que, si lo hago, vaya a hablar con Christian otra vez y, sinceramente, si Pedro y yo vamos a seguir intentando reconstruir nuestra relación o lo que sea que estamos haciendo, eso sólo complicará más las cosas.

Si realmente somos capaces de hacer que esto funcione, no importará si estoy aquí o a dos horas de distancia. No me educaron para que dejara que ningún hombre dictara mi destino, por muy profundo que sea mi amor por él.
Sé perfectamente lo que sucederá: se pondrá hecho una furia y saldrá corriendo a buscar a Christian, o a Zed. Sobre todo a Zed.

—Si finjo que las últimas veinticuatro horas no han pasado, ¿me prometes una cosa? —le pregunto.

—Lo que quieras —se apresura a contestar.

—No le hagas daño.

—¿A Zed? —pregunta con tintes de odio en la voz.

—Sí, a Zed —le aclaro.

—No, de eso nada. No voy a prometerte eso.

—Has dicho... —empiezo.

—No, no vayas por ahí. Está causándonos muchísimos problemas y no pienso quedarme de brazos cruzados. Ni de coña. —Comienza a pasearse de un lado a otro.

—No tienes ninguna prueba de que haya sido él, Pedro. Y pelearos no va a solucionar nada. Deja que hable con él y...

—¡No, Pau! Ya te he dicho que no quiero que te acerques a él. No voy a volver a repetírtelo — ruge.

—No vas a decirme con quién puedo o no hablar, Pedro.

—¿Qué más pruebas necesitas? ¿No te basta con el hecho de que te escribiera desde mi móvil?

—¡No fue él! Él no haría algo así.

No creo que fuera capaz. ¿O sí?
De todos modos, pienso preguntárselo, pero no me lo imagino haciéndome eso.

—Eres literalmente la persona más ingenua que he conocido en mi vida —replica—, y me jode un montón.

—¿Podemos dejar de discutir, por favor?

Me siento de nuevo en la cama y entierro el rostro entre las manos.

—Pues dime que te mantendrás alejada de él.

—Pues dime que no te pelearás con Zed otra vez —le contesto.

—Si accedo, ¿te mantendrás alejada de él?

No quiero dar mi brazo a torcer, pero tampoco quiero que Pedro le pegue. Todo esto me está dando dolor de cabeza.

—Sí.

—Y cuando digo que te mantengas alejada de él me refiero a nada de contacto en absoluto. Ni mensajes, ni visitas al edificio de ciencias..., nada —dice.

—¿Cómo sabes que he estado allí? —le pregunto. ¿Acaso me ha visto entrar?

Se me acelera el corazón al pensar que Pedro me vio entrar con Zed en el invernadero lleno de esas flores luminosas.

—Nate me dijo que te había visto.

—Ah.

—¿Hay algo más que quieras decirme, ahora que aún seguimos hablando de Zed? Porque esta conversación se ha terminado. No quiero volver a oír ni una palabra más acerca de él —dice Pedro.

—No —miento.

—¿Estás segura? —insiste.

No quiero contárselo, pero debo hacerlo. No puedo esperar honestidad por su parte si yo no le pago con la misma moneda.
Cierro los ojos.

—Lo he besado —susurro con la esperanza de que no me haya oído.


Sin embargo, cuando tira los libros del escritorio, sé que sí lo ha hecho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario