Pau
Estoy más que harta de pelear con Pedro. No sé muy bien qué hacer ahora,
qué medidas tomar. Lo he estado siguiendo por el camino que hemos recorrido durante
meses, y me temo que no llegamos a ninguna parte. Ambos estamos tan perdidos
como al principio.
—¿Pau? —La voz de Landon cruza la habitación y sale hasta el balcón.
—Estoy aquí —respondo, y me siento aliviada de haberme puesto unos shorts y
una sudadera encima.
Pedro siempre se burla de mí cuando lo hago, pero en momentos como éste
resulta cómodo, ya que no tienes ni demasiado frío ni demasiado calor.
—Hola —dice mientras sale y se sienta en la silla que tengo al lado.
—Hola. —Lo miro un instante antes de volver a fijar la vista en el agua.
—¿Estás bien?
Me tomo un momento para reflexionar sobre su pregunta: ¿estoy bien? No. ¿Lo
estaré? Sí.
—Sí, esta vez creo que sí.
Me llevo las rodillas al pecho y las envuelvo con mis brazos.
—¿Quieres hablar de ello?
—No. No quiero fastidiar el viaje con mis dramas. Estoy bien, de verdad.
—Vale, pero que sepas que, si necesitas hablar, estoy aquí para escucharte.
—Lo sé.
Lo miro y él me sonríe para infundirme ánimos. No sé cómo voy a apañármelas
sin él. De repente, abre unos ojos como platos y señala algo.
—¿Eso no es...?
Sigo la dirección de su mirada.
—¡Ay, madre!
Me levanto corriendo, recojo las bragas rojas que flotan en el jacuzzi y me
las meto en el acto en el bolsillo delantero de mi sudadera.
Landon se muerde el labio inferior para contener la risa, pero yo no puedo
refrenar la mía. Ambos nos reímos a carcajadas: las suyas, auténticas; las
mías, de humillación. Pero prefiero mil veces reírme con Landon a mis típicos
lloros tras pelearme con Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario