Meses
después...
La
alarma había sonado hacía un instante, pero yo no quería levantarme todavía.
Escuché ruidos en la cocina y me tapé la cabeza con la almohada para seguir
durmiendo.
Ni
dos segundos después, sentí como si un camión me embistiera.
Pepe
se había tirado encima mío y me estaba aplastando con el peso de todo su
cuerpo. Era super delicado para despertarme.
—Auu.
– me quejé tratando de zafarme.
—Buenos
días, hermosa. – me besó sacándome la almohada y me giró para que lo mirara.
—Tengo que irme en dos minutos, saludame. – dijo casi con un puchero mientras
me besaba el cuello.
—Buenos
días, hermoso. – respondí con la voz ronca. Pasé mis manos por su espalda y lo
atraje hacia mí con la piel de gallina por sus besos.
—¿Ves?
Si te levantaras más temprano, tendríamos más tiempo para esto. – tomó mis
manos y las colocó sobre mi cabeza, mientras se hacía lugar entre mis
piernas.
—¿No
podés llegar un poquito tarde hoy? – susurré mordiéndole el lóbulo de la oreja,
haciéndolo gemir.
—M
mm... si, creo que por un rato... – jadeo sintiendo como le bajaba el pantalón
pijama. —Por un rato no pasa nada.
Sonreí
triunfante, y él, devolviéndome la sonrisa, me bajó la ropa interior.
Ya
no teníamos el problema de que alguien pudiera escucharnos.
Una
hora más tarde, él ya se había ido, y yo me levantaba para empezar el día.
No,
nos habíamos mudado juntos. Pero prácticamente era lo mismo.
Los
padres de Pepe, al ver que su hijo no se iría con ellos, por nada del mundo,
habían accedido a que se quede. Le habían alquilado un pequeño departamento de
un ambiente que sería su casa hasta que terminara la carrera. Tenía un plazo de
seis meses para ver como le iba, y según eso, se quedaba o no.
Le
pasaban un mínimo de dinero, y yo estaba trabajando en la librería que quedaba
a dos cuadras un par de horas, así que por lo menos teníamos para comer...
Quedaba
en el corazón de Nueva Córdoba, y estaba amoblado con lo básico, pero para
nosotros era hermoso.
Yo
no estaba oficialmente viviendo aquí. Todavía vivía en casa con mis padres,
pero me pasaba más noches con Pepe que en mi casa.
La
excusa de que aquí escribía mejor, me estaba ayudando, y no era del todo una
mentira.
Después
de meses, había transformado mis escritos en una novela corta. Si, había
cambiado los nombres de los personajes, y algunas situaciones, pero
básicamente,
seguían siendo mis queridas agendas.
Tenía
todo, menos el título.
Repasé
una y mil veces los capítulos y con mi taza de café en mano, pensé. No había
cómo resumir tanto en una sola frase. Quería que fuera algo corto, que tuviera
significado. Que hablara de sus personajes. De todo lo que habían tenido que
pasar.
En
esa estaba, cuando el “ping” de nuevo correo electrónico me distrajo.
En
la bandeja de entrada, me esperaba un mail de Fede. Lo abrí con una sonrisa.
Releyendo la historia, siempre me acordaba de él con mucho cariño.
“Hola,
peque:
Hace
un tiempo que no sé de vos, así que me dieron ganas de escribirte, de paso te
cuento mis novedades.
Estoy
trabajando en un estudio de mi papá y me encanta. El lugar es genial, y todo el
mundo es muy buena onda. Vos seguramente te aburrirías a los tres
segundos,
y dirías algo sobre lo aburrido que es hacer cuentas, poniéndome los pelos de
punta, pero también harías amigos. No gano mucho, pero lo suficiente como
para
independizarme por lo menos. Ya no estoy viviendo en casa de mi mamá. Me busqué
un departamento y lo estoy compartiendo con Mariano, un compañero del
que
capaz te acuerdes. Entre los dos nos va muy bien, hacemos muchas fiestas, ya te
voy a invitar a alguna.
Gabi
está enorme, y siempre me pregunta por vos. Te agradece por el regalo de
cumpleaños que le mandaste. Fue muy lindo de tu parte tenerlo en cuenta.
Me
queda decirte que te extraño mucho. Ojalá nos veamos pronto, quiero presentarte
a alguien.
Conocí
a una chica, pero no pienso darte más detalles,... así tenemos una excusa para
vernos.
Te
quiero, divina.
Como
te dije esa vez, espero que nunca te arrepientas de nada, y seas muy feliz.
PD:
Todavía sigo esperando que me dediques un libro.
Fede.”
Sonreí
y me quedé mirando la pantalla.
No,
no me arrepentía de nada. Hice un repaso de todo lo que había sido nuestra
historia, y lo mucho que nos sirvió a los dos.
M
i libro hablaba precisamente de eso.
M
e senté derecha de repente, como si me hubiera dado corriente.
Lo
supe. Ese era mi título.
Redacté
su final, dedicatoria, agradecimientos y suspiré.
Lo
amaba.
No
podía ser mejor.
Pepe
llegó a la tarde y me besó el cuello, mientras yo seguía sentada frente a la
computadora.
—¿Cómo
va eso? – me preguntó.
—Lo
terminé. – dije sin podérmelo creer ni yo.
—¿De
verdad? – sonrió. —¿Ya lo puedo leer?
—No
todavía. – contesté cerrando el archivo. —Pero quiero que estés conmigo cuando
lo mande a la editorial.
Todavía
conservaba el contacto que me habían dado en Orientación Vocacional, y pensaba
usarlo.
M
e tomó la mano del anillo y la besó como siempre hacía.
—Acá
estoy, hermosa. – susurró. —¿Vas a mandarlo ahora?
Asentí
mirándolo y me besó para darme valor.
Redacté
una presentación y adjunté el documento. Ya estaba hecho.
M
e quedé quieta sintiendo como empezaban a consumirme los nervios.
No
es que fuera a tener una respuesta inmediata, pero igual. Ya estaba allí, y
alguien lo leería. Ojalá alguien lo leyera.
Pepe
se dio cuenta, y trató de distraerme de la mejor manera, claro.
Beso
mi cuello y acarició mi cintura suavemente.
Cerré
los ojos y jadeé como ronroneando por lo bien que se sentía.
Sin
esperar, me tomó por los muslos y me llevó alzando hasta la cama. Como aquella
primera vez, mi cuerpo se rebelaba, llenándose de descargas eléctricas que me
nublaban
la razón. Sus manos me tocaban justo en los lugares que quería ser tocada. Me
conocía, y yo lo conocía a él.
Sabíamos
volvernos locos y lo hacíamos con frecuencia.
Nos
desvestimos a las apuradas, y rodamos por la cama hasta quedar él por encima.
M
e miró muerto de deseo y se movió de manera ondulante rozando mi piel,
arrancándome un jadeo.
M
e encantaba que hiciera eso.
Lo
abracé con mis piernas, y lo acerqué donde lo quería. Donde lo necesitaba.
—Sos
preciosa. – dijo en voz muy baja, casi un susurro. Y sin hacerse esperar más,
fue entrando en mí de a poco obligándome a arquear mi espalda. Se sentía
demasiado bien.
Se
movió muy lento, tomándose su tiempo para besarme como a él tanto le gustaba.
Entre suspiros y palabras de amor, me llevaba más y más cerca del abismo.
Gemí
acoplándome a sus movimientos, sintiendo mi cuerpo y el suyo latir al compás.
Fuimos
aumentando la velocidad, tensándonos en un abrazo apretado en el que nuestras
pieles estaban en contacto y se mezclaban de manera enloquecedora.
No
aguanté.
Clavé
los talones en el colchón y temblé con fuerza mientras me dejaba llevar por él,
y gritaba, alcanzando el placer.
M
e siguió poco después, con un gruñido profundo antes de caer sobre mi pecho y
abrazarme.
—Te
amo. – nos dijimos al mismo tiempo como hacíamos siempre después.
Sus
caricias, me relajaron y muy de a poquito, me quedé dormida.
Esta
vez, me despertó con besitos dulces detrás de la oreja. Mucho más cariñoso que
esa mañana.
—Mi
amor. – dijo bajito. —Nos tenemos que bañar.
Creo
que le contesté con un gruñido porque lo escuché reír.
—Hoy
cenamos con M ay y Facu. – me recordó. —Tenemos que estar en casa de nuestra
amiga en media hora, no llegamos.
Sin
importar lo ocupados que estuviéramos, dos veces a la semana nos juntábamos a
comer los cuatro. Eso no había cambiado, ni iba cambiar.
M
i amiga estaba estudiando Turismo y estaba entusiasmadísima aunque algunas
materias, le estaban dando más trabajo que otras. Y Facu, se la pasaba leyendo
libros de Psicología. Nos dejaba impresionados cada vez que charlábamos. El
chico era muy inteligente. Pepe estaba igual de dedicado a su carrera. Se la
pasaba dibujando para Arquitectura. En el departamento teníamos una mesa
pequeñita en donde apenas entrábamos los dos, pero su tablero, era gigante.
Nuestros únicos adornos eran los millones de planos que enrollados o no,
ocupaban toda la sala.
Abrí
los ojos a regañadientes y me giré para mirarlo. Estaba todo despeinado, y
tenía los labios irritados por mis besos. Tenía los ojos un poquito hinchados
pordormir, y su perfume era la mezcla perfecta de el suyo y el mío después de
hacer el amor.
No
podía evitarlo, ya tenía ganas de nuevo.
—Mañana
me levanto temprano, así tenemos más tiempo para esto. – prometí acariciándolo
por debajo de la sábana.
Pepe
se volvió a reír, pareciéndome todavía más hermoso y adorable.
—Siempre
decís lo mismo. – me acarició la nariz con la suya y me dio un piquito, antes
de cargarme sobre su hombro camino a la ducha.
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Escritura: N. S. LUNA
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Escritura: N. S. LUNA
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