Divina

Divina

lunes, 1 de agosto de 2016

Epílogo



Meses después...

La alarma había sonado hacía un instante, pero yo no quería levantarme todavía. Escuché ruidos en la cocina y me tapé la cabeza con la almohada para seguir
durmiendo.
Ni dos segundos después, sentí como si un camión me embistiera.

Pepe se había tirado encima mío y me estaba aplastando con el peso de todo su cuerpo. Era super delicado para despertarme.

—Auu. – me quejé tratando de zafarme.

—Buenos días, hermosa. – me besó sacándome la almohada y me giró para que lo mirara. —Tengo que irme en dos minutos, saludame. – dijo casi con un puchero mientras me besaba el cuello.

—Buenos días, hermoso. – respondí con la voz ronca. Pasé mis manos por su espalda y lo atraje hacia mí con la piel de gallina por sus besos.

—¿Ves? Si te levantaras más temprano, tendríamos más tiempo para esto. – tomó mis manos y las colocó sobre mi cabeza, mientras se hacía lugar entre mis
piernas.

—¿No podés llegar un poquito tarde hoy? – susurré mordiéndole el lóbulo de la oreja, haciéndolo gemir.

—M mm... si, creo que por un rato... – jadeo sintiendo como le bajaba el pantalón pijama. —Por un rato no pasa nada.

Sonreí triunfante, y él, devolviéndome la sonrisa, me bajó la ropa interior.
Ya no teníamos el problema de que alguien pudiera escucharnos.

Una hora más tarde, él ya se había ido, y yo me levantaba para empezar el día.
No, nos habíamos mudado juntos. Pero prácticamente era lo mismo.

Los padres de Pepe, al ver que su hijo no se iría con ellos, por nada del mundo, habían accedido a que se quede. Le habían alquilado un pequeño departamento de un ambiente que sería su casa hasta que terminara la carrera. Tenía un plazo de seis meses para ver como le iba, y según eso, se quedaba o no.

Le pasaban un mínimo de dinero, y yo estaba trabajando en la librería que quedaba a dos cuadras un par de horas, así que por lo menos teníamos para comer...


Quedaba en el corazón de Nueva Córdoba, y estaba amoblado con lo básico, pero para nosotros era hermoso.

Yo no estaba oficialmente viviendo aquí. Todavía vivía en casa con mis padres, pero me pasaba más noches con Pepe que en mi casa.

La excusa de que aquí escribía mejor, me estaba ayudando, y no era del todo una mentira.

Después de meses, había transformado mis escritos en una novela corta. Si, había cambiado los nombres de los personajes, y algunas situaciones, pero
básicamente, seguían siendo mis queridas agendas.
Tenía todo, menos el título.

Repasé una y mil veces los capítulos y con mi taza de café en mano, pensé. No había cómo resumir tanto en una sola frase. Quería que fuera algo corto, que tuviera significado. Que hablara de sus personajes. De todo lo que habían tenido que pasar.

En esa estaba, cuando el “ping” de nuevo correo electrónico me distrajo.
En la bandeja de entrada, me esperaba un mail de Fede. Lo abrí con una sonrisa. Releyendo la historia, siempre me acordaba de él con mucho cariño.

“Hola, peque:

Hace un tiempo que no sé de vos, así que me dieron ganas de escribirte, de paso te cuento mis novedades.

Estoy trabajando en un estudio de mi papá y me encanta. El lugar es genial, y todo el mundo es muy buena onda. Vos seguramente te aburrirías a los tres
segundos, y dirías algo sobre lo aburrido que es hacer cuentas, poniéndome los pelos de punta, pero también harías amigos. No gano mucho, pero lo suficiente como
para independizarme por lo menos. Ya no estoy viviendo en casa de mi mamá. Me busqué un departamento y lo estoy compartiendo con Mariano, un compañero del
que capaz te acuerdes. Entre los dos nos va muy bien, hacemos muchas fiestas, ya te voy a invitar a alguna.

Gabi está enorme, y siempre me pregunta por vos. Te agradece por el regalo de cumpleaños que le mandaste. Fue muy lindo de tu parte tenerlo en cuenta.

Me queda decirte que te extraño mucho. Ojalá nos veamos pronto, quiero presentarte a alguien.

Conocí a una chica, pero no pienso darte más detalles,... así tenemos una excusa para vernos.

Te quiero, divina.

Como te dije esa vez, espero que nunca te arrepientas de nada, y seas muy feliz.

PD: Todavía sigo esperando que me dediques un libro.
Fede.”

Sonreí y me quedé mirando la pantalla.

No, no me arrepentía de nada. Hice un repaso de todo lo que había sido nuestra historia, y lo mucho que nos sirvió a los dos.

M i libro hablaba precisamente de eso.

M e senté derecha de repente, como si me hubiera dado corriente.
Lo supe. Ese era mi título.
Redacté su final, dedicatoria, agradecimientos y suspiré.
Lo amaba.
No podía ser mejor.

Pepe llegó a la tarde y me besó el cuello, mientras yo seguía sentada frente a la computadora.

—¿Cómo va eso? – me preguntó.

—Lo terminé. – dije sin podérmelo creer ni yo.

—¿De verdad? – sonrió. —¿Ya lo puedo leer?

—No todavía. – contesté cerrando el archivo. —Pero quiero que estés conmigo cuando lo mande a la editorial.

Todavía conservaba el contacto que me habían dado en Orientación Vocacional, y pensaba usarlo.
M e tomó la mano del anillo y la besó como siempre hacía.

—Acá estoy, hermosa. – susurró. —¿Vas a mandarlo ahora?

Asentí mirándolo y me besó para darme valor.

Redacté una presentación y adjunté el documento. Ya estaba hecho.
M e quedé quieta sintiendo como empezaban a consumirme los nervios.
No es que fuera a tener una respuesta inmediata, pero igual. Ya estaba allí, y alguien lo leería. Ojalá alguien lo leyera.

Pepe se dio cuenta, y trató de distraerme de la mejor manera, claro.
Beso mi cuello y acarició mi cintura suavemente.
Cerré los ojos y jadeé como ronroneando por lo bien que se sentía.

Sin esperar, me tomó por los muslos y me llevó alzando hasta la cama. Como aquella primera vez, mi cuerpo se rebelaba, llenándose de descargas eléctricas que me
nublaban la razón. Sus manos me tocaban justo en los lugares que quería ser tocada. Me conocía, y yo lo conocía a él.

Sabíamos volvernos locos y lo hacíamos con frecuencia.

Nos desvestimos a las apuradas, y rodamos por la cama hasta quedar él por encima.
M e miró muerto de deseo y se movió de manera ondulante rozando mi piel, arrancándome un jadeo.
M e encantaba que hiciera eso.

Lo abracé con mis piernas, y lo acerqué donde lo quería. Donde lo necesitaba.

—Sos preciosa. – dijo en voz muy baja, casi un susurro. Y sin hacerse esperar más, fue entrando en mí de a poco obligándome a arquear mi espalda. Se sentía demasiado bien.

Se movió muy lento, tomándose su tiempo para besarme como a él tanto le gustaba. Entre suspiros y palabras de amor, me llevaba más y más cerca del abismo.

Gemí acoplándome a sus movimientos, sintiendo mi cuerpo y el suyo latir al compás.
Fuimos aumentando la velocidad, tensándonos en un abrazo apretado en el que nuestras pieles estaban en contacto y se mezclaban de manera enloquecedora.
No aguanté.

Clavé los talones en el colchón y temblé con fuerza mientras me dejaba llevar por él, y gritaba, alcanzando el placer.
M e siguió poco después, con un gruñido profundo antes de caer sobre mi pecho y abrazarme.

—Te amo. – nos dijimos al mismo tiempo como hacíamos siempre después.

Sus caricias, me relajaron y muy de a poquito, me quedé dormida.
Esta vez, me despertó con besitos dulces detrás de la oreja. Mucho más cariñoso que esa mañana.

—Mi amor. – dijo bajito. —Nos tenemos que bañar.
Creo que le contesté con un gruñido porque lo escuché reír.

—Hoy cenamos con M ay y Facu. – me recordó. —Tenemos que estar en casa de nuestra amiga en media hora, no llegamos.

Sin importar lo ocupados que estuviéramos, dos veces a la semana nos juntábamos a comer los cuatro. Eso no había cambiado, ni iba cambiar.

M i amiga estaba estudiando Turismo y estaba entusiasmadísima aunque algunas materias, le estaban dando más trabajo que otras. Y Facu, se la pasaba leyendo libros de Psicología. Nos dejaba impresionados cada vez que charlábamos. El chico era muy inteligente. Pepe estaba igual de dedicado a su carrera. Se la pasaba dibujando para Arquitectura. En el departamento teníamos una mesa pequeñita en donde apenas entrábamos los dos, pero su tablero, era gigante. Nuestros únicos adornos eran los millones de planos que enrollados o no, ocupaban toda la sala.



Abrí los ojos a regañadientes y me giré para mirarlo. Estaba todo despeinado, y tenía los labios irritados por mis besos. Tenía los ojos un poquito hinchados pordormir, y su perfume era la mezcla perfecta de el suyo y el mío después de hacer el amor.
No podía evitarlo, ya tenía ganas de nuevo.

—Mañana me levanto temprano, así tenemos más tiempo para esto. – prometí acariciándolo por debajo de la sábana.

Pepe se volvió a reír, pareciéndome todavía más hermoso y adorable.


—Siempre decís lo mismo. – me acarició la nariz con la suya y me dio un piquito, antes de cargarme sobre su hombro camino a la ducha. 



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Escritura: N. S. LUNA 

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