Día
9:
Amanecimos
entre mimos y caricias, enredados en la cama de esa habitación, por última vez.
Besándonos muy despacio, con paciencia, disfrutando de ese
despertar
tan dulce.
Y
también por última vez allí, hicimos el amor tomándonos todo el tiempo del
mundo.
Dejándonos
ir los dos juntos, mirándonos a los ojos y diciéndonos “te amo”, desde el fondo
del corazón.
Había
sido el final perfecto para esos días tan especiales que habíamos compartido.
Una manera de sellar las promesas que nos habíamos hecho la noche anterior.
No
podían separarnos.
Nadie
podía quitarnos esto.
Desganados,
empacamos nuestras valijas, dejando atrás ese cuarto que nos había visto
amarnos por primera vez, para subirnos al micro de vuelta a Córdoba.
Ya
en la ruta, nos animamos un poco escuchando las canciones de cumbia que siempre
cantábamos, y la bailamos entre todos para no perder la costumbre.
Sonaba
“loquita” y con mis amigos, le hicimos honor haciendo palmas enloquecidos.
Hicimos
un trencito y nos paseamos por todo el micro. Ambos pisos. Y todos con todos.
Facu
le cantaba a mi novio, y éste se dejaba, bailando para todos. No tenía
problemas en ser el centro de atención. En algún momento, había sacado a bailar
a una de las coordinadoras y entre risas, la había hecho girar para todos lados
muy fiel a su estilo.
Paramos
a comer en un lugar a mitad del camino y después volvimos a nuestros asientos para
dormir la siesta.
Los
que habían salido la noche anterior, fueron los primeros en caer. El calor del
sol que se filtraba por las ventanillas, estaba pesado, así que optamos por
cerrar todas las cortinas.
M
i amiga se había acostado al lado de su novio, que roncaba como una bestia.
Si
había alguien que nunca tenía problemas para dormir, ese era Facu. Era de las
personas que quieren descansar y con solo proponérselo, se quedan
automáticamente
dormidos.
Yo
no es que tuviera muchos problemas para conciliar el sueño, pero a veces, me
costaba.
Así
que los que no podíamos dormir, nos pusimos a jugar a las cartas en voz baja
para no despertar a los otros.
Yo
sabía que a Pepe le gustaba hacer trampas, y eso no había cambiado ahora que
éramos novios, así que cada vez que movía las cartas, lo miraba con atención, y
los ojos entornados.
—No
seas mala perdedora, Paula. – me decía riendo.
—Acabo
de ver como te metiste una carta al bolsillo. – me quejé.
Puso
los ojos en blanco y se la sacó sin protestar.
—Sería
un buen mago. – contestó encogiéndose de hombros. Después de volver a
mezclarlas, cortó y cuando dio vuelta el mazo, ahí estaba la misma carta de
antes boca arriba. M e miró sonriente, muy orgulloso de su hazaña, y yo me reí
despeinándolo de manera cariñosa.
—No
se puede jugar así. – me quejé.
M
e hizo burla imitándome y yo, me vengué haciéndole cosquillas.
Ya
más serios, y porque no había otra para hacer que no fuera charlar, tratamos
temas que teníamos pendientes para hablar.
—Apenas
llegue mañana a casa me siento con ellos y les digo. – dijo tomándome de la
mano. —Que no me pueden obligar, y que me quedo en Argentina.
—Voy
a hablar con mis viejos también. – decidí. —Podés quedarte con nosotros hasta
que encuentres un lugar.
—¿Vos
crees que te van a dejar? – me miró levantando una ceja.
—Y
si no, me voy yo también. – dije.
Pepe
se rió.
—Y
estaríamos los dos juntos, pero viviendo debajo de un puente. – se mordió el
labio pensativo. —M e puede llevar un tiempo encontrar un trabajo como para
pagar un alquiler.
—¿Y
si te quedas con tus tíos? Los de Villa M aría. – sugerí contenta, al recordar
que tenía familiares allí.
—Acaban
de tener un bebé, Pau. – contestó. —Tienen miles de gastos con mi primito, no
puedo caerles yo... de la nada.
—Si
mis viejos no quieren, hablamos con los de M ay, o los de Facu. – apreté más
fuerte su mano.
—Prefiero
vivir en el puente, que alejarme de vos – susurró antes de besarme, haciendo
que mi corazón se derritiera y latiera a toda velocidad.
—Si
te vas al puente, te acompaño. – le sonreí. —Vos podés hacer magia en la calle
y yo...
—Vos
sos mi asistente sexy que se pasea por ahí con remeritas escotadas,
alcanzándome las cosas. – le golpeé el brazo y se rió. —Vos vas a ser una
escritora
famosa
y cuando te des cuenta de que tu novio es muy pobre, lo vas a dejar.
—Que
tarado. – me reí. —A lo mejor, vos sos un arquitecto super exitoso, que se da
cuenta de que su novia es una fracasada.
—Pero
con una cola hermosa. – dijo baboso, en medio de risas.
—¡Pedro!
– lo empujé poniendo los ojos en blanco.
—No
te enojes, es chiste. – se rió abrazándome. —Vamos a estar bien. No creo que
lleguemos a lo del puente por unos cuantos años.
—Te
conviene irte a España, aunque no quiera tenerte lejos. – dije triste. —Sé que
vas a tener un futuro mucho mejor allá.
—No
voy a poder irme. – dijo obstinado. —No es ni siquiera una opción para mí. Te
amo, demasiado.
Lo
besé con fuerza a modo de respuesta.
Nos
quedamos en silencio, sumidos en nuestros pensamientos por un rato largo, hasta
que me miró muy serio.
—Y
si. Además tenés una cola hermosa. – los dos nos reímos a las carcajadas
olvidándonos un poco del miedo que teníamos de lo que estaba por venir.
M
ás tarde, habíamos merendado y cenado en el micro las viandas que nos daban los
de la empresa de viaje, y como en el viaje de ida, todos se durmieron temprano.
Con
Pepe, hacía un rato que nos habíamos puesto muy cariñosos, y enredados bajo la
manta, nos besábamos como locos.
De
nuevo, nadie nos veía, pero ahora no nos estaba bastando con un par de roces
inocentes. Queríamos más.
Su
respiración profunda y agitada me estaba volviendo loca... tenía la necesidad
de sentirlo. Pero no podíamos.
Y
aunque suene raro, eso lo hacía todavía más tentador.
Estaba
visto que esa noche no íbamos a dormir si seguíamos así. Nos estábamos muriendo
de ganas.
M
e miró por un instante mordiéndose el labio y me susurró al oído.
—¿Querés
que vayamos al baño? – sus pupilas estaban dilatadas y sus mejillas algo
sonrojadas. Tan guapo, que quitaba el aliento.
Asentí
jadeante y nos apuramos a levantarnos sin que nadie nos viera. Cerramos con
seguro, y sin esperar, nos desvestimos a los tirones.
Raro
para nosotros, pero no habíamos hecho mucho ruido. Tal vez porque las circunstancias
así lo requerían, o tal vez... porque cuando empezamos a gemir nos tapamos la
boca el uno al otro para que no se escuchara.
Había
sido rápido, y brutal.
M
e había quedado absolutamente sin energías, con las piernas tan flojas, que no
sabía ni como iba a regresara a mi asiento.
M
e dijo que me amaba, pegando su frente con la mía y ahí nos quedamos mientras
nos calmábamos.
Unos
golpes en la puerta nos pusieron alertas.
—¿Está
ocupado? – uno de coordinadores. Nos miramos preocupados con los ojos como
platos.
—Si.
– dijo Pepe. —Ya salgo.
—Nos
quedemos esperando que se vaya. – le susurré aguantando la risa.
—Se
va a quedar en la puerta. – me contestó tapándose la cara con las manos.
M
ierda.
Por
donde se miraba no había escapatoria.
Dispuestos
a asumir las consecuencias y con una sonrisa inocente, salimos del pequeño
cubículo. Primero él, y yo por detrás, aun acomodándome el cabello.
Su
cara fue un poema. Había abierto los ojos mientras nosotros, como si nada,
volvíamos a nuestro asiento.
Se
cruzó de brazos esperando una respuesta, y Pepe se rió.
—Si
te digo que la estaba acompañando porque no se sentía bien, no me crees. ¿No? –
me tapé la boca para no estallar en carcajadas.
—A
cualquiera le creería. – dijo M arcelo aguantándose la risa. —Pero a ustedes
dos, no.
Lo
miramos con gesto culpable y puso los ojos en blanco.
—No
ocupen los baños, chicos. – nos regañó en voz baja. —Alguien puede sentirse mal
de verdad y necesitarlo. Estamos en plena ruta.
Asentimos
y tras reírnos un buen rato después de que se fuera, nos quedamos dormidos, de
lo más tranquilitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario