Divina

Divina

lunes, 1 de agosto de 2016

Divina Capitulo 56



Día 6:

Estaba recostada en el pecho de Pepe, mientras él me acariciaba la espalda lánguidamente de arriba abajo, recuperando el aliento. Nos habíamos despertado hacía un buen rato, y no habíamos podido evitarlo.
Nos miramos y nos reímos.

—Creo que si no tuviéramos que ir a la excursión, nos quedaríamos todo el día en la cama. – dijo.

—Todos los días, hasta que tengamos que volver a Córdoba. – me reí.

—No bajaríamos ni a buscar comida. – susurró sobre mis labios cuando se dio vuelta quedando encima mío.


—Nos quedemos. – dije con un puchero en tono quejoso. —M e quiero quedar así. – enrosqué las piernas a su cadera y lo empujé hacia mí con los talones.

—Si no vamos, van a venir a buscarnos. – contestó igual de quejoso, aunque un poco jadeante por como yo había empezado a retorcerme por debajo.
M iré mi celular por un instante.

—Tenemos 20 minutos. – me mordí los labios, pícara. El levantó una ceja y me sonrió.

—No creo que necesite tanto tiempo. – se rió besando mi cuello y estirándose a abrir el cajón de la mesita de noche.

No, no nos había hecho falta más.
Cuando bajamos a desayunar, además de estar los dos de lo más relajados, teníamos una sonrisa boba clavada en el rostro. Así daba gusto levantarse.

Nos subimos al micro y tras acurrucarnos en un abrazo cariñoso, nos dormimos todo el trayecto hacia el Cerro Catedral.

Al llegar, M ay nos despertó y bajamos casi con los ojos cerrados. No habíamos dormido muchas horas la noche anterior. Ni la anterior a esa...

Los guías se desesperaban mostrándonos el lugar, pero nosotros mucha atención no estábamos poniendo. Sacamos miles de fotos entre nosotras y varias del grupo completo. Nos íbamos turnándonos con las cámaras así todos tendríamos las mismas y nos reímos de cómo salíamos. A esta altura del viaje, estábamos bastante desarmados.

Después de comer, M eli, se acercó hasta donde estábamos charlando con M ay y Facu y se sentó.

—Venía a pedir disculpas. – dijo arrepentida. —Estaba borracha y había perdido una apuesta con las chicas. – explicó.

—Ok. – contesté un poco seca. —Perdón por tirarte el pelo. – dije a regañadientes. M i amiga puso los ojos en blanca.

—Perdón por empujarte. – se cruzó de brazos. —Y perdón por decirte gata.

—No me dijiste gata. – contestó M eli confundida.

—¿Ah no? – sonrió M ay. —Te lo digo ahora entonces. – se acercó a su rostro. —Gata.

—Chicas, basta. – Facu trató de calmar las aguas.

—Yo vengo con la mejor onda, a disculparme y mirá como me trata. – señaló indignada mientras mi amiga se reía haciéndole burla.

—M eli, ya está. – dijo Pepe antes de que se armara una peor. —Ya pediste perdón.

La otra lo miró por un momento y se levantó para irse.
M i amiga, que aparentemente tenía 10 años, se hizo la que tosía mientras decía –gata-.
Después de eso, no habíamos vuelto a pelear con nuestra compañera, pero las cosas no volvieron a ser como antes.
Seguramente como venganza, empezaría a hablar a nuestras espaldas, pero nos traía sin cuidado.

Esa tarde, teníamos tiempo libre para matar, así que fuimos al centro con mi amiga, mientras los chicos jugaban al billar viendo un partido en la tele.

Llevábamos recuerdos para nuestra familia, como chocolates y suvenires que decían Bariloche en algún lugar. M erendamos, y después aburridas, dimos vueltas conociendo la ciudad.

M ás tarde se nos ocurrió comprar para teñirnos el cabello de color púrpura y nos encerramos en su habitación al llegar al hotel. Claro que, al poco tiempo, Facu y Pepe se nos unieron, y al reírse de lo que parecíamos con bolsas en la cabeza para mantener el calor, fueron víctimas de nuestras habilidades como peluqueras.
Si, los 4 tendríamos el cabello púrpura. Al menos hasta que el color se lavara, que podía ser uno o dos días.

M ay, que tenía de color castaño, solo se notaba un poco violeta a la luz, y yo, que tenía más oscuro, parecía que me había teñido de negro. Aunque tal vez en el sol se me notara algo...

Facu tenía mi mismo problema, porque su pelo era moreno, pero Pepe... Pepe era un caso aparte.

Tantos días al sol, le habían aclarado unos tonos su castaño claro y la tintura le había tomado muy suave.
En resumen: tenía la melena rosa.
Y no es por ser mala, pero creo que estuvimos media hora llorando de la risa cuando lo
vimos.

—M e queda precioso. – dijo riendo mientras se miraba al espejo. M e sumé abrazándome a su espalda y le besé detrás de la oreja.

—Te hace los ojos celestes más claritos. – opiné mientras nos mirábamos. —Sos tan lindo. – susurré antes de morderle el cuello.

—Auu. – se quejó apoyando sus brazos sobre los míos. —Vos sos más linda. – nos sonreímos y como era de esperar, terminamos comiéndonos a besos contra la pared.

—Bueno, bueno parejita. – dijo mi amiga entrando al baño para verse también. —A ver si me dejan peinar.

—Pareces Katy Perry, boludo. – se rió Facu pellizcando las mejillas de mi novio.

—La envidia. – le contestó después de hacerle algunas señas obscenas.

—Pepe, vení un segundo. – dijo M ay. Lo tomó del cuello y se tomó una foto con su celular tipo selfie a su lado. Obvio él había posado haciendo como que tiraba un beso. —Se la estoy mandando a tu mamá. – se rió mi amiga mientras tocaba la pantalla y le mostraba para que viera que era cierto.

—No, M ayra. – dijo él tratándole de sacar el teléfono.

—Le puse que aprovechaste el viaje para salir del clóset. – dijo entre risas.

—Ahora le mando a tu papá el video tuyo borracha bailando en el escenario de Génux. – le contestó con una sonrisa.

—No seas hijo de puta. – lo señaló y se le trepó en la espalda para que soltara el aparato.

Después de un par de forcejeos, bromas, y llamadas desde Córdoba de nuestros padres, fuimos a cenar para salir a bailar.

El nuevo look de Pepe fue muy bien recibido por mis compañeros que no dejaron de molestarlo hasta que llegamos a By Pass.

Esa noche repetíamos boliche, y justamente ese era el que más nos había gustado. Compartimos unos tragos, y después nos compramos dos vinos espumantes para tomar entre los 4.
Levantamos las copas bailando “Loquita” y ese... es el último recuerdo que tengo de la salida.

M e desperté a la madrugada en los brazos de mi novio en la cama de nuestra habitación. Las luces estaban apagadas, y él, roncaba como una bestia.
Lo moví apenas para que se girara y sonriendo me abrazó apretándome más cerca.
Riendo, me separé de él y me senté. Según el reloj, hacía algunas horas que habíamos vuelto. M e sostuve la cabeza confundida. ¿Qué había pasado?


En la cama del lado, mi amiga estaba hecha un ovillo entre las mantas y también roncaba.

Pepe, que se había despertado por mis movimientos, me acarició la espalda.

—¿Qué hace M ay acá? – la voz me salió rasposa y me la tuve que aclarar tosiendo.

—Se peleó con Facu, creo. – se rió bajito. —Estaban borrachos los dos y viste como es esta. – la señaló.

—No me acuerdo de nada. – me volví a acostar a su lado acurrucándome.

—Vos también estabas borracha. – se rió. —Te tuve que traer alzando casi desmayada.
M e tapé la cara de pura vergüenza.

—Perdón. – me incliné para darle un besito.

—No es la primera vez que te veo así. – me devolvió el beso. —Hasta borracha inconsciente, estás hermosa...

Sonreí y le mordí el labio inferior. Y como siempre nos pasaba, esos jueguitos que empezaban con unas sonrisitas, un roce inocente, y un beso suave, terminaba poniéndonos a mil.
Chocamos las frentes con las respiraciones agitadas.

—M ay. – dijo recordándome que no podíamos hacer nada porque nuestra amiga estaba en la habitación.

Le sonreí tomando su mano, y tiré de él hasta que nos pusimos de pie, y caminamos hasta el baño.

M e senté en el lavabo y nos besamos entre jadeos. Tiré de su cabello con fuerza, y él me sonrió como nunca antes lo había hecho. Tan sexy, que no resistí.
Tenía puesto el shortcito del pijama, así que me lo bajé con todo y ropa interior, sintiendo que me quemaba.

Pedro, hizo lo mismo y sacó un condón del gabinete.
Si, desde que estábamos acostándonos, había de esos por todos los rincones.

M e bajó al piso y me giró enfrentándonos los dos al espejo. M uy despacio con una mano, me acarició abriendo mis piernas, haciéndose lugar. M e incliné
sujetándome con fuerza del borde y cerré los ojos cuando se hundió en mí lentamente.
Ya no había vuelta atrás.
Gemimos con fuerza y nos movimos desenfrenados, olvidándonos de nuestra amiga.
Un portazo nos frenó.

Nos quedamos quietos en silencio tratando de escuchar qué pasaba. Nada. Tenía el cuerpo de Pepe pegado a mí, y se sentía demasiado bien como para no seguir.
El debió sentir lo mismo, porque me agarró por la cintura y reanudamos desde donde habíamos dejado.

Cuando un rato después salimos, M ay ya no estaba. Encogiéndonos de hombros nos acostamos abrazados haciendo cucharita y dormimos como bebés. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario