Día
6:
Estaba
recostada en el pecho de Pepe, mientras él me acariciaba la espalda
lánguidamente de arriba abajo, recuperando el aliento. Nos habíamos despertado
hacía un buen rato, y no habíamos podido evitarlo.
Nos
miramos y nos reímos.
—Creo
que si no tuviéramos que ir a la excursión, nos quedaríamos todo el día en la
cama. – dijo.
—Todos
los días, hasta que tengamos que volver a Córdoba. – me reí.
—No
bajaríamos ni a buscar comida. – susurró sobre mis labios cuando se dio vuelta
quedando encima mío.
—Nos
quedemos. – dije con un puchero en tono quejoso. —M e quiero quedar así. –
enrosqué las piernas a su cadera y lo empujé hacia mí con los talones.
—Si
no vamos, van a venir a buscarnos. – contestó igual de quejoso, aunque un poco
jadeante por como yo había empezado a retorcerme por debajo.
M
iré mi celular por un instante.
—Tenemos
20 minutos. – me mordí los labios, pícara. El levantó una ceja y me sonrió.
—No
creo que necesite tanto tiempo. – se rió besando mi cuello y estirándose a
abrir el cajón de la mesita de noche.
No,
no nos había hecho falta más.
Cuando
bajamos a desayunar, además de estar los dos de lo más relajados, teníamos una
sonrisa boba clavada en el rostro. Así daba gusto levantarse.
Nos
subimos al micro y tras acurrucarnos en un abrazo cariñoso, nos dormimos todo
el trayecto hacia el Cerro Catedral.
Al
llegar, M ay nos despertó y bajamos casi con los ojos cerrados. No habíamos
dormido muchas horas la noche anterior. Ni la anterior a esa...
Los
guías se desesperaban mostrándonos el lugar, pero nosotros mucha atención no
estábamos poniendo. Sacamos miles de fotos entre nosotras y varias del grupo
completo. Nos íbamos turnándonos con las cámaras así todos tendríamos las
mismas y nos reímos de cómo salíamos. A esta altura del viaje, estábamos
bastante desarmados.
Después
de comer, M eli, se acercó hasta donde estábamos charlando con M ay y Facu y se
sentó.
—Venía
a pedir disculpas. – dijo arrepentida. —Estaba borracha y había perdido una
apuesta con las chicas. – explicó.
—Ok.
– contesté un poco seca. —Perdón por tirarte el pelo. – dije a regañadientes. M
i amiga puso los ojos en blanca.
—Perdón
por empujarte. – se cruzó de brazos. —Y perdón por decirte gata.
—No
me dijiste gata. – contestó M eli confundida.
—¿Ah
no? – sonrió M ay. —Te lo digo ahora entonces. – se acercó a su rostro. —Gata.
—Chicas,
basta. – Facu trató de calmar las aguas.
—Yo
vengo con la mejor onda, a disculparme y mirá como me trata. – señaló indignada
mientras mi amiga se reía haciéndole burla.
—M
eli, ya está. – dijo Pepe antes de que se armara una peor. —Ya pediste perdón.
La
otra lo miró por un momento y se levantó para irse.
M
i amiga, que aparentemente tenía 10 años, se hizo la que tosía mientras decía
–gata-.
Después
de eso, no habíamos vuelto a pelear con nuestra compañera, pero las cosas no
volvieron a ser como antes.
Seguramente
como venganza, empezaría a hablar a nuestras espaldas, pero nos traía sin
cuidado.
Esa
tarde, teníamos tiempo libre para matar, así que fuimos al centro con mi amiga,
mientras los chicos jugaban al billar viendo un partido en la tele.
Llevábamos
recuerdos para nuestra familia, como chocolates y suvenires que decían
Bariloche en algún lugar. M erendamos, y después aburridas, dimos vueltas
conociendo la ciudad.
M
ás tarde se nos ocurrió comprar para teñirnos el cabello de color púrpura y nos
encerramos en su habitación al llegar al hotel. Claro que, al poco tiempo, Facu
y Pepe se nos unieron, y al reírse de lo que parecíamos con bolsas en la cabeza
para mantener el calor, fueron víctimas de nuestras habilidades como
peluqueras.
Si,
los 4 tendríamos el cabello púrpura. Al menos hasta que el color se lavara, que
podía ser uno o dos días.
M
ay, que tenía de color castaño, solo se notaba un poco violeta a la luz, y yo,
que tenía más oscuro, parecía que me había teñido de negro. Aunque tal vez en
el sol se me notara algo...
Facu
tenía mi mismo problema, porque su pelo era moreno, pero Pepe... Pepe era un
caso aparte.
Tantos
días al sol, le habían aclarado unos tonos su castaño claro y la tintura le
había tomado muy suave.
En
resumen: tenía la melena rosa.
Y
no es por ser mala, pero creo que estuvimos media hora llorando de la risa
cuando lo
vimos.
—M
e queda precioso. – dijo riendo mientras se miraba al espejo. M e sumé
abrazándome a su espalda y le besé detrás de la oreja.
—Te
hace los ojos celestes más claritos. – opiné mientras nos mirábamos. —Sos tan
lindo. – susurré antes de morderle el cuello.
—Auu.
– se quejó apoyando sus brazos sobre los míos. —Vos sos más linda. – nos
sonreímos y como era de esperar, terminamos comiéndonos a besos contra la
pared.
—Bueno,
bueno parejita. – dijo mi amiga entrando al baño para verse también. —A ver si
me dejan peinar.
—Pareces
Katy Perry, boludo. – se rió Facu pellizcando las mejillas de mi novio.
—La
envidia. – le contestó después de hacerle algunas señas obscenas.
—Pepe,
vení un segundo. – dijo M ay. Lo tomó del cuello y se tomó una foto con su
celular tipo selfie a su lado. Obvio él había posado haciendo como que tiraba
un beso. —Se la estoy mandando a tu mamá. – se rió mi amiga mientras tocaba la
pantalla y le mostraba para que viera que era cierto.
—No,
M ayra. – dijo él tratándole de sacar el teléfono.
—Le
puse que aprovechaste el viaje para salir del clóset. – dijo entre risas.
—Ahora
le mando a tu papá el video tuyo borracha bailando en el escenario de Génux. –
le contestó con una sonrisa.
—No
seas hijo de puta. – lo señaló y se le trepó en la espalda para que soltara el
aparato.
Después
de un par de forcejeos, bromas, y llamadas desde Córdoba de nuestros padres,
fuimos a cenar para salir a bailar.
El
nuevo look de Pepe fue muy bien recibido por mis compañeros que no dejaron de
molestarlo hasta que llegamos a By Pass.
Esa
noche repetíamos boliche, y justamente ese era el que más nos había gustado.
Compartimos unos tragos, y después nos compramos dos vinos espumantes para
tomar entre los 4.
Levantamos
las copas bailando “Loquita” y ese... es el último recuerdo que tengo de la
salida.
M
e desperté a la madrugada en los brazos de mi novio en la cama de nuestra
habitación. Las luces estaban apagadas, y él, roncaba como una bestia.
Lo
moví apenas para que se girara y sonriendo me abrazó apretándome más cerca.
Riendo,
me separé de él y me senté. Según el reloj, hacía algunas horas que habíamos
vuelto. M e sostuve la cabeza confundida. ¿Qué había pasado?
En
la cama del lado, mi amiga estaba hecha un ovillo entre las mantas y también
roncaba.
Pepe,
que se había despertado por mis movimientos, me acarició la espalda.
—¿Qué
hace M ay acá? – la voz me salió rasposa y me la tuve que aclarar tosiendo.
—Se
peleó con Facu, creo. – se rió bajito. —Estaban borrachos los dos y viste como
es esta. – la señaló.
—No
me acuerdo de nada. – me volví a acostar a su lado acurrucándome.
—Vos
también estabas borracha. – se rió. —Te tuve que traer alzando casi desmayada.
M
e tapé la cara de pura vergüenza.
—Perdón.
– me incliné para darle un besito.
—No
es la primera vez que te veo así. – me devolvió el beso. —Hasta borracha
inconsciente, estás hermosa...
Sonreí
y le mordí el labio inferior. Y como siempre nos pasaba, esos jueguitos que
empezaban con unas sonrisitas, un roce inocente, y un beso suave, terminaba
poniéndonos a mil.
Chocamos
las frentes con las respiraciones agitadas.
—M
ay. – dijo recordándome que no podíamos hacer nada porque nuestra amiga estaba
en la habitación.
Le
sonreí tomando su mano, y tiré de él hasta que nos pusimos de pie, y caminamos
hasta el baño.
M
e senté en el lavabo y nos besamos entre jadeos. Tiré de su cabello con fuerza,
y él me sonrió como nunca antes lo había hecho. Tan sexy, que no resistí.
Tenía
puesto el shortcito del pijama, así que me lo bajé con todo y ropa interior,
sintiendo que me quemaba.
Pedro,
hizo lo mismo y sacó un condón del gabinete.
Si,
desde que estábamos acostándonos, había de esos por todos los rincones.
M
e bajó al piso y me giró enfrentándonos los dos al espejo. M uy despacio con
una mano, me acarició abriendo mis piernas, haciéndose lugar. M e incliné
sujetándome
con fuerza del borde y cerré los ojos cuando se hundió en mí lentamente.
Ya
no había vuelta atrás.
Gemimos
con fuerza y nos movimos desenfrenados, olvidándonos de nuestra amiga.
Un
portazo nos frenó.
Nos
quedamos quietos en silencio tratando de escuchar qué pasaba. Nada. Tenía el
cuerpo de Pepe pegado a mí, y se sentía demasiado bien como para no seguir.
El
debió sentir lo mismo, porque me agarró por la cintura y reanudamos desde donde
habíamos dejado.
Cuando
un rato después salimos, M ay ya no estaba. Encogiéndonos de hombros nos
acostamos abrazados haciendo cucharita y dormimos como bebés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario