Día
10:
Era
el último día.
Desayunamos
temprano, en un lugar muy bonito en las afueras de Río Cuarto, ya muy cerca de
nuestra ciudad, todos con caras de zombies. Ese viaje nos había dejado
quebrados.
Facu,
estaba mimando a M ay que tenía unas líneas de fiebre, porque había tomado
frío, y le daba besitos mientras la tapaba con su campera.
Con
Pepe, solo queríamos dormir.
Y
eso hicimos.
Cerca
del mediodía, llegamos a las puertas del colegio en donde las familias de todos
nos estaban esperando.
M
iré a mi novio nerviosa y él me abrazó con fuerza antes de bajarse.
Estaba
a punto de enfrentarse a sus padres, de decirles que no quería viajar con ellos,
que quería quedarse. Y los dos estábamos nerviosos aunque intentábamos
disimularlo.
—No
te hagas problemas, hermosa. – me dijo al oído. —Esta tarde te voy a visitar.
—Si
es que no te encierran en tu cuarto hasta febrero. – dije hundiendo la cara en
su pecho.
—Va
a estar todo bien. – se separó para mirarme a los ojos. —Te amo.
Tomó
mi mano, la que tenía su anillo, y la puso en su mejilla para después besarla.
—Espero
que no se infarten cuando vean esto. – señaló mi dedo anular.
—Capaz
que piensan que nos casamos o algo así. – nos reímos.
—Para
mí vale más que eso. – besó la punta de mi nariz. —Voy a cumplir con todo lo
que te prometí, hermosa. Confiá en mí.
Asentí
sonriendo y tras un beso apasionado que no quería ser de despedida, cada uno se
fue con los suyos.
M
is padres habían hecho un asado para recibirme y hasta mi tía Irma se había
hecho presente. M e bombardearon a preguntas, de cómo había sido mi viaje, como
la había pasado, qué lugares había conocido, qué había hecho... y yo en lo único
que podía pensar, era en mi novio.
En
ese momento estaría hablando con Ana y Horacio. M ierda. Quería estar allí con
él. M e moría por salir corriendo y estar a su lado.
En
medio de tanta charla, me habían pedido ver fotos. Así que tuve que bajar a la
computadora todas. O al menos todas las que podía mostrar frente a mi
familia...
El
tiempo fue pasando, y no tenía novedades. Estaba que caminaba por las paredes.
Los nervios me estaban consumiendo. ¿Qué le habrían dicho? ¿Pensarían que era
una locura? ¿Harían que él dudara de su decisión?
Sacudí
la cabeza convencida. No, esa no era una posibilidad. El me había hecho una
promesa. M iré mi mano, la del anillo y suspiré.
Confiaba
en su palabra.
Sin
poder evitarlo, agarré una de mis agendas y me puse a escribir. Tenía la cabeza
tan llena de dudas, pensamientos y preocupaciones... que en menos de una hora,
había escrito varias páginas de corrido.
Si
llegaban a separarme de Pedro, me rompería en pedazos. No podía imaginar mi
vida sin él. No quería hacerlo.
Nunca
amaría a nadie de la misma manera.
España
era demasiado lejos. No podían llevárselo...
Sollocé
y me hice un ovillo en la cama, mientras se me caían las lágrimas.
El
pasaje salía carísimo y no me sería fácil ahorrar para ir a visitarlo. Además
sería algo que no podría hacer con frecuencia. Tal vez, con suerte, una o dos
veces al año. Se sentía imposible.
Pensé
seriamente la posibilidad de irme con él.
Pero
entonces ¿Qué haría? ¿Vivir con su familia? Nunca lo permitirían. Estaría en otro
país, tan lejos de mis padres... Ellos tampoco lo permitirían.
Imágenes
de todos los momentos vividos con él, me invadieron llenándome de nostalgia y
sin darme cuenta, saqué mi vieja agenda. Aquella que le había dado para que
supiera como me sentía. La que desde ese día, no había abierto.
Noté
en la primera página, que algo estaba distinto.
Pequeñas
anotaciones al margen llamaron mi atención. Pepe las había escrito en esos días
en los que estuvimos separados.
Sonreí
leyendo la primera. Era del día que yo había vuelto de las vacaciones con mi
familia en quinto año.
“Te
extrañé tanto esos días, que cuando apenas te vi, casi te doy un beso.”
El
corazón se me agitó, cuando leí la siguiente. Era una vez que habíamos salido a
bailar a un boliche de Nueva Córdoba.
“Estabas
hermosa esa noche. Nunca te diste cuenta, pero te estuve mirando por horas.”
Otra,
era de cuando había bailado con Fede, y había visto como él discutía con su
amiga por algo que nunca llegué a saber.
“Creí
que me moría de celos. Me enojé con May, pero en realidad estaba sufriendo
porque estabas con él.”
M
e sequé una lágrima que rodaba por mi mejilla. M e parecía increíble lo que
leía. Tal vez si hubiera sabido todo en su momento...
Llegó
al día en el que nos habíamos quedado en el piso de su sala enredados con la
manta mirándose y el pulso se me aceleró.
“Quería
comerte la boca a besos. Casi lo hago... y te diste cuenta.”
El
día de nuestro primer beso...
“El
corazón se me salía. Todavía no puedo creer que haya pasado. Es mucho mejor de
lo que me imaginé todos estos años. Esa noche te amé y te odié con todas
mis
fuerzas.”
Claro,
después me había visto con Fede.
Las
anotaciones no llegaban más lejos, porque después había sido nuestra pelea.
Pero doblada en tres partes, encontré una carta en la última página.
“Pau:
No
tengo agenda, así que no vas a poder leer toda la historia de cuando empecé a
sentirme como me siento. Pero voy a intentar contarte un poco en esta carta.
Sos
la chica más linda que vi.
Siempre
lo fuiste.
Aunque
vos no te sentías así antes, yo lo veía. Y no podía creer que vos no.
Cada
vez que te reías, el corazón se me salía del pecho. Quería besarte cada una de
esas sonrisas.
Me
levantaba todos los días con ganas de verte en la escuela, y creo que llegaste
a ser la única razón por la que quería ir, así me sintiera mal.
Capaz
no te acuerdes, pero un día, en segundo año, unos chicos estaban molestando a
Celi, y vos aunque eras muy tímida, la abrazaste para que dejara de llorar.
No
te importó nada, y te quedaste con ella hasta que se sintió mejor, haciéndola
reír. Ese día supe que estaba enamorado.
No
sabía ni qué era el amor, pero sabía que lo sentía por vos.
Años
pasaron, y ese sentimiento seguía creciendo. Miles de veces me imaginé como sería
decirte lo que me pasaba, pero hasta en mi imaginación, el riesgo se me
hacía
insoportable. Eras una de mis mejores amigas y no podía vivir sin vos. Así de
simple.
Enterarme
que te pasaba lo mismo, y que yo también te gustaba, fue una de las mejores
cosas que me pasaron. Desde esa noche no hago más que soñar con
nuestro
beso.
Quiero
estar con vos, Pau.
Te
amo.”
Suspiré
y con una sonrisa boba releí su carta un millón de veces hasta memorizarla. Era
lo más lindo que había leído. Ojalá estuviera acá para poder responderle en
persona, que yo estaba tan enamorada como él. Lo amaba, y ahora más que nunca,
íbamos a estar juntos.
Cerca
de las ocho, el timbre de mi casa sonó y mi corazón se detuvo.
Corrí
a la puerta y me topé de frente con los ojos celestes de Pepe.
No
venía solo.
Sus
padres estaban con él.
—Hola,
Pau. – dijo Ana. —Creo que tendríamos que sentarnos a hablar.
—Todos.
– agregó Horacio. —¿Están tus papás?
M
iré a mi novio, que me estaba mirando también, muy ansioso.
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