Divina

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lunes, 1 de agosto de 2016

Divina Capitulo 57




Día 7:

Nos despertamos tarde y fuimos directo a la ducha. El cabello de Pepe empezaba a lavarse, y ya no estaba tan rosado. Pero de todas maneras. estaba guapísimo.
Y tenerlo ahí, tan cerca, bajo el agua...
No nos podíamos quitar las manos de encima.

Ese día, era el único sin excursiones. Estaba marcado como el día libre, y se suponía que teníamos la oportunidad de salir por nuestra cuenta a conocer, a comprar, o hacer lo que se nos diera la gana en la ciudad. Es que estábamos en una de las más lindas de todo el país. ¿Qué es lo que hicimos nosotros?
Nos quedamos encerrados.

Habíamos comprado algo para comer en algún momento, y tuvimos que bajar a dejar la ropa que habíamos utilizado en el viaje, en una lavandería de la esquina.
Pero sacando esas pequeñas interrupciones, nos habíamos dedicado el día a ...estar juntos.
M ucho, y en cada rincón de esa habitación.
En uno de esos descansos que hacíamos como para respirar, nos quedamos abrazados mirando el techo pensativos.

—Voy a extrañar esto. – dije con una mano acariciando su pecho.

—No vas a extrañar nada. – contestó muy decidido. —No me voy a ir, Pau.

—Pero, tus viejos se van... – el alma se me partía. —¿Te vas a separar de tu familia?

—M e voy a quedar con vos. – me miró muy serio. —Si ellos se quieren ir, que se vayan.

Parecía encaprichado, y me preocupaba. Aquí era fácil decir algo así, pero después quizá lo pensaría mejor. Se daría cuenta de que era una locura. Su familia se estaba yendo y no le quería otra que seguirlos.

—Pepe... – empecé a decir, pero él me interrumpió.

—Ya soy mayor de edad, si quiero quedarme, me quedo. – concluyó. —M e voy a buscar un trabajo y listo.

—¿Y la universidad? – pregunté. —¿No vas a estudiar?

—Un montón de gente trabaja y estudia. – me discutió.

—Pero arquitectura es una carrera muy exigente, y vas a estar en primer año. – suspiré.
—Todavía no hiciste ni el cursillo.

Se pellizcó el labio con los dedos y se lo mordió como hacía cuando algo le daba vueltas en la cabeza.

—Lo voy a solucionar. – me besó la frente tomando aire con fuerza. —No me quiero ir.

—No quiero que te vayas. – admití con los ojos llenos de lágrimas.
M e abrazó angustiado.

—No llores, hermosa. – sus manos masajeaban mi espalda, confortándome. —Por favor, no llores.

—No voy a poder estar sin vos. – sollocé. —Ojalá pudiéramos quedarnos acá, así como estamos ahora, para siempre.
Pepe me besó, y al cabo de un rato sonrió.

—No es que no me guste estar acá, pero... las paredes de este hotel son muy finitas. – se rió.
Yo también me reí.

—¿Ahora te da vergüenza, o tenés pudor? – lo miré levantando una ceja. —Hace un rato no te quejabas...

—Ni loco me quejo. – me besó en los labios muy despacio. —M e encanta. Es más... ahora tengo ganas de que hagamos un poco de ruido.

—¿Si? – lo provoqué mordiéndome el labio.

Y efectivamente, habíamos terminado haciendo mucho ruido. Tanto, que en un momento, chicos que pasaban por la pasillo, nos habían golpeado la puerta y aplaudido. Nosotros muertos de risa, habíamos seguido como si nada.
Era nuestro día libre y lo estábamos aprovechando al máximo.

Horas más tarde, M ay nos golpeó la puerta y tuvimos que responderle. Recién salíamos de la ducha, así que yo agarré la primera remera de Pepe que vi, y me la
puse con el pelo mojado.

M i novio estaba en toalla paseándose por ahí, pensando si se afeitaba o no.
Justo estaba abriéndole la puerta, cuando M arcelo, uno de los coordinadores pasó cerca y nos miró con una ceja levantada. El cuadro era clarísimo, y solo
sonreímos. Nos habíamos cambiado de habitaciones, y seguramente ya llegarían a sus oídos comentarios de la parejita de la 302. Daba igual. Por la mirada que nos dio, nos dimos cuenta de que estaba acostumbrado a ese tipo de cosas y nos devolvió la sonrisa sacudiendo la cabeza.

M i amiga traía buena cara, así que seguramente se había arreglado con su chico.

—Ey, ustedes. – nos señaló. —¿No podían esperar a que me fuera para encerrarse en el baño, anoche?

Pepe se rió.

—Nos encerramos en el baño porque vos estabas acá en el cuarto. – le dijo. —Agradece que no te encerré a vos en el baño, para poder estar con mi novia.

—Y no te hagas la ofendida. – intervine. —Todos nos acordamos del día de la primavera en Carlos Paz.

M ay se tapó la cara recordando que los habíamos descubierto a ella y a Facu con las manos en la masa.

—Da igual, son dos conejos. – se rió. —Se nota lo que estuvieron haciendo toda la tarde...

Con Pedro nos miramos y no pudimos evitar reírnos con ella.

—Da igual, no me den detalles. – nos frenó, aunque no pensábamos hacerlo. —Les venía a decir que me arreglé con Facu. Y que más tarde vamos a cenar al centro, por si querían venir... no sé... a menos que quieran quedarse acá, abotonados.
Le di un almohadazo en la cabeza por falta de tacto, y por su comentario tan poco feliz.

—Vamos a comer. – accedió Pepe. —Pero si es por querer... me quedo acá abotonado.

—¡Pedro! – dijo muerta de risa. El tampoco había sido nunca delicado. —Vas a desarmar a mi amiga un día de estos.

Nos reímos y empezamos a prepararnos para salir.

El boliche de esa noche era Grisú. Apenas entramos, nos quedamos impresionados con la magnitud del lugar. Nunca habíamos estado en una disco de esas
características.

Por supuesto, unos tragos después, nos dimos cuenta de que eso iba a ser un problema.
Era un laberinto.

Nos habíamos puesto de acuerdo en quedarnos todos juntos y conocer todas las pistas y los pisos para que nadie se perdiera, pero claro, había sido difícil
mantener esa promesa.

No eran ni las dos de la mañana y ya había un par de compañeros desaparecidos.
Con Pedro, M ay y Facu, habíamos pasado la mitad de la noche buscando los malditos baños, sin éxito. ¿Cómo hacían todos estos chicos para seguir tomando?
Yo estaba al borde de reventar. Podía sentir, literalmente, que mi vejiga se estiraba y pesaba a medida que caminaba.

Haciendo señas como desesperada, M ay apuntó a unas puertas que parecían estar camufladas ahí. ¿Cómo es que no las habíamos visto? M i novio y nuestro amigo, salieron corriendo dejando una estela de humo por detrás desapareciendo por la entrada del sanitario de hombres.
Y con M ay, nos apuramos para ingresar al otro.
Estábamos charlando animadamente, ocupadas cada una en lo suyo, cuando la escucho pegar un grito e insultar.

Abro la puerta del cubículo en donde estaba, para encontrarme a M eli con una botella en la mano y a mi amiga que todavía se estaba subiendo los pantalones, con todo el cabello manchado de un líquido blanco.

—Eso es por decirme gata. – dijo nuestra compañera con una sonrisa mezquina mientras le tomaba fotos. —A las gatas nos encanta la leche.

—Yo la mato. – gruñó M ay abalanzándose a la chica que pretendía escaparse.

—No, M ay. – dije sujetándola por la cintura mientras la otra escapaba.

Obviamente, tenía más fuerza, y se me soltó en un segundo. Salí corriendo detrás de ellas, mientras nuestros novios, que ya habían salido y estaban esperándonos, miraban sin entender.

Les tomó un par de minutos reaccionar y seguirnos también.
Entre todos, habíamos podido separar a las chicas que estaban a punto de matarse, pero como la otra noche, habíamos tenido que volver al hotel antes de tiempo,
para evitar que terminaran peor.

M i amiga se miraba el pelo y puteaba cada dos por tres, y Pepe, para que se le pasara el enojo, le decía que le iba a quedar con más brillo que antes.
Ella lo miró entornando los ojos.

—Vos no me des consejos de belleza, Katy Perry. Que con esa melena, pareces un cariñosito. – dijo despeinándolo.

Todos estallamos en carcajadas y nos olvidamos de la bronca anterior.

El resto de la noche, nos la pasamos en la habitación de ellos, como en las viejas épocas. Solo cuatro amigos charlando y haciéndose bromas hasta que el sol empezó a salir y nos quedamos dormidos. 

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