Día
7:
Nos
despertamos tarde y fuimos directo a la ducha. El cabello de Pepe empezaba a
lavarse, y ya no estaba tan rosado. Pero de todas maneras. estaba guapísimo.
Y
tenerlo ahí, tan cerca, bajo el agua...
No
nos podíamos quitar las manos de encima.
Ese
día, era el único sin excursiones. Estaba marcado como el día libre, y se
suponía que teníamos la oportunidad de salir por nuestra cuenta a conocer, a
comprar, o hacer lo que se nos diera la gana en la ciudad. Es que estábamos en
una de las más lindas de todo el país. ¿Qué es lo que hicimos nosotros?
Nos
quedamos encerrados.
Habíamos
comprado algo para comer en algún momento, y tuvimos que bajar a dejar la ropa
que habíamos utilizado en el viaje, en una lavandería de la esquina.
Pero
sacando esas pequeñas interrupciones, nos habíamos dedicado el día a ...estar
juntos.
M
ucho, y en cada rincón de esa habitación.
En
uno de esos descansos que hacíamos como para respirar, nos quedamos abrazados
mirando el techo pensativos.
—Voy
a extrañar esto. – dije con una mano acariciando su pecho.
—No
vas a extrañar nada. – contestó muy decidido. —No me voy a ir, Pau.
—Pero,
tus viejos se van... – el alma se me partía. —¿Te vas a separar de tu familia?
—M
e voy a quedar con vos. – me miró muy serio. —Si ellos se quieren ir, que se
vayan.
Parecía
encaprichado, y me preocupaba. Aquí era fácil decir algo así, pero después
quizá lo pensaría mejor. Se daría cuenta de que era una locura. Su familia se
estaba yendo y no le quería otra que seguirlos.
—Pepe...
– empecé a decir, pero él me interrumpió.
—Ya
soy mayor de edad, si quiero quedarme, me quedo. – concluyó. —M e voy a buscar
un trabajo y listo.
—¿Y
la universidad? – pregunté. —¿No vas a estudiar?
—Un
montón de gente trabaja y estudia. – me discutió.
—Pero
arquitectura es una carrera muy exigente, y vas a estar en primer año. –
suspiré.
—Todavía
no hiciste ni el cursillo.
Se
pellizcó el labio con los dedos y se lo mordió como hacía cuando algo le daba
vueltas en la cabeza.
—Lo
voy a solucionar. – me besó la frente tomando aire con fuerza. —No me quiero
ir.
—No
quiero que te vayas. – admití con los ojos llenos de lágrimas.
M
e abrazó angustiado.
—No
llores, hermosa. – sus manos masajeaban mi espalda, confortándome. —Por favor,
no llores.
—No
voy a poder estar sin vos. – sollocé. —Ojalá pudiéramos quedarnos acá, así como
estamos ahora, para siempre.
Pepe
me besó, y al cabo de un rato sonrió.
—No
es que no me guste estar acá, pero... las paredes de este hotel son muy
finitas. – se rió.
Yo
también me reí.
—¿Ahora
te da vergüenza, o tenés pudor? – lo miré levantando una ceja. —Hace un rato no
te quejabas...
—Ni
loco me quejo. – me besó en los labios muy despacio. —M e encanta. Es más...
ahora tengo ganas de que hagamos un poco de ruido.
—¿Si?
– lo provoqué mordiéndome el labio.
Y
efectivamente, habíamos terminado haciendo mucho ruido. Tanto, que en un
momento, chicos que pasaban por la pasillo, nos habían golpeado la puerta y
aplaudido. Nosotros muertos de risa, habíamos seguido como si nada.
Era
nuestro día libre y lo estábamos aprovechando al máximo.
Horas
más tarde, M ay nos golpeó la puerta y tuvimos que responderle. Recién salíamos
de la ducha, así que yo agarré la primera remera de Pepe que vi, y me la
puse
con el pelo mojado.
M
i novio estaba en toalla paseándose por ahí, pensando si se afeitaba o no.
Justo
estaba abriéndole la puerta, cuando M arcelo, uno de los coordinadores pasó
cerca y nos miró con una ceja levantada. El cuadro era clarísimo, y solo
sonreímos.
Nos habíamos cambiado de habitaciones, y seguramente ya llegarían a sus oídos
comentarios de la parejita de la 302. Daba igual. Por la mirada que nos dio,
nos dimos cuenta de que estaba acostumbrado a ese tipo de cosas y nos devolvió
la sonrisa sacudiendo la cabeza.
M
i amiga traía buena cara, así que seguramente se había arreglado con su chico.
—Ey,
ustedes. – nos señaló. —¿No podían esperar a que me fuera para encerrarse en el
baño, anoche?
Pepe
se rió.
—Nos
encerramos en el baño porque vos estabas acá en el cuarto. – le dijo. —Agradece
que no te encerré a vos en el baño, para poder estar con mi novia.
—Y
no te hagas la ofendida. – intervine. —Todos nos acordamos del día de la
primavera en Carlos Paz.
M
ay se tapó la cara recordando que los habíamos descubierto a ella y a Facu con
las manos en la masa.
—Da
igual, son dos conejos. – se rió. —Se nota lo que estuvieron haciendo toda la
tarde...
Con
Pedro nos miramos y no pudimos evitar reírnos con ella.
—Da
igual, no me den detalles. – nos frenó, aunque no pensábamos hacerlo. —Les
venía a decir que me arreglé con Facu. Y que más tarde vamos a cenar al centro,
por si querían venir... no sé... a menos que quieran quedarse acá, abotonados.
Le
di un almohadazo en la cabeza por falta de tacto, y por su comentario tan poco
feliz.
—Vamos
a comer. – accedió Pepe. —Pero si es por querer... me quedo acá abotonado.
—¡Pedro!
– dijo muerta de risa. El tampoco había sido nunca delicado. —Vas a desarmar a
mi amiga un día de estos.
Nos
reímos y empezamos a prepararnos para salir.
El
boliche de esa noche era Grisú. Apenas entramos, nos quedamos impresionados con
la magnitud del lugar. Nunca habíamos estado en una disco de esas
características.
Por
supuesto, unos tragos después, nos dimos cuenta de que eso iba a ser un
problema.
Era
un laberinto.
Nos
habíamos puesto de acuerdo en quedarnos todos juntos y conocer todas las pistas
y los pisos para que nadie se perdiera, pero claro, había sido difícil
mantener
esa promesa.
No
eran ni las dos de la mañana y ya había un par de compañeros desaparecidos.
Con
Pedro, M ay y Facu, habíamos pasado la mitad de la noche buscando los malditos
baños, sin éxito. ¿Cómo hacían todos estos chicos para seguir tomando?
Yo
estaba al borde de reventar. Podía sentir, literalmente, que mi vejiga se
estiraba y pesaba a medida que caminaba.
Haciendo
señas como desesperada, M ay apuntó a unas puertas que parecían estar
camufladas ahí. ¿Cómo es que no las habíamos visto? M i novio y nuestro amigo,
salieron corriendo dejando una estela de humo por detrás desapareciendo por la
entrada del sanitario de hombres.
Y
con M ay, nos apuramos para ingresar al otro.
Estábamos
charlando animadamente, ocupadas cada una en lo suyo, cuando la escucho pegar un
grito e insultar.
Abro
la puerta del cubículo en donde estaba, para encontrarme a M eli con una
botella en la mano y a mi amiga que todavía se estaba subiendo los pantalones,
con todo el cabello manchado de un líquido blanco.
—Eso
es por decirme gata. – dijo nuestra compañera con una sonrisa mezquina mientras
le tomaba fotos. —A las gatas nos encanta la leche.
—Yo
la mato. – gruñó M ay abalanzándose a la chica que pretendía escaparse.
—No,
M ay. – dije sujetándola por la cintura mientras la otra escapaba.
Obviamente,
tenía más fuerza, y se me soltó en un segundo. Salí corriendo detrás de ellas,
mientras nuestros novios, que ya habían salido y estaban esperándonos, miraban
sin entender.
Les
tomó un par de minutos reaccionar y seguirnos también.
Entre
todos, habíamos podido separar a las chicas que estaban a punto de matarse,
pero como la otra noche, habíamos tenido que volver al hotel antes de tiempo,
para
evitar que terminaran peor.
M
i amiga se miraba el pelo y puteaba cada dos por tres, y Pepe, para que se le
pasara el enojo, le decía que le iba a quedar con más brillo que antes.
Ella
lo miró entornando los ojos.
—Vos
no me des consejos de belleza, Katy Perry. Que con esa melena, pareces un
cariñosito. – dijo despeinándolo.
Todos
estallamos en carcajadas y nos olvidamos de la bronca anterior.
El
resto de la noche, nos la pasamos en la habitación de ellos, como en las viejas
épocas. Solo cuatro amigos charlando y haciéndose bromas hasta que el sol
empezó a salir y nos quedamos dormidos.
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