Día
8:
Ese
día, estaba reservado para el tour de compras. Básicamente, nuestros
coordinadores y un guía, nos paseaban por toda la ciudad para que dejáramos
hasta el último centavo que nuestros padres no habían dado y volver a Córdoba
con los bolsillos vacíos.
Algunos,
de hecho, ya se habían quedado en rojo días antes, y habían tenido que pedir
prestado. Es que no hacían caso cuando se les decía que no llevaran mucho
dinero a los boliches.
Una
vez ahí, con tanto trago, uno no se controlaba... y al otro día no te acordabas
cómo es que te habías liquidado 500 pesos en alcohol.
Pepe
se había separado de nosotros en un momento, porque decía que tenía que hacer
algunas compras por ahí, y después nos encontraba. Supuse que quería
comprar
preservativos, o algo así, y no quería que todo el contingente se enterara.
Entre
tantos paseos, nos habían llevado a una fábrica de chocolates. El lugar estaba
perfumado con aroma a cacao que se estaba cocinando, de manera que cuando se
entraba, las tripas se te retorcían de hambre y la boca se te hacía agua. Y
para colmo de males, era artesanal, así que fuimos testigos de cómo un grupo de
personas, vertían el chocolate líquido sobre unas bandejas y luego al enfriarse
lo cortaban y empujaban con unas espátulas hasta lograr el tan conocido
chocolate en rama.
M
e hubiera quedado a vivir allí, sin dudas.
Después
de la demostración, nos ofrecieron unas muestras y nos hicieron pasar a donde
funcionaba la tienda.
Allí,
nos mostraron unas latitas que podíamos surtir de las barras que eligiéramos y
una caja de cartón con forma de casita en la que entraba nuestro peso en
chocolate.
El
paraíso, bah.
Sabía
que había hecho bien en no gastar tanto antes, y ahora tener un par de ahorros
para invertir.
M
e lo compré todo.
La
latita, la casita, otra más chica para mis padres, para los de Pepe, unos
sueltos para mi tía, otros para Gabi y Fede, y bueno, un poco de todos, como
para ir
probando.
Iba
a tener que comprarme además una valija, solo para meter dulces.
Después
de comer, nos reunimos todos y fuimos al hotel en donde nos habían organizado
una fiesta. Era la despedida, porque al día siguiente partiríamos de
regreso,
así que habían pensado hasta en el último detalle.
M
ay, estaba sospechosamente tranquila. Los que la conocíamos, sabíamos que algo
tramaba. Seguramente una venganza por lo que M eli le había hecho. Con Pedro la
estábamos vigilando de cerca, para que no hiciera ninguna pavada. Había estado
tan enojada, que temíamos que fuera a pasarse con su revancha.
Facu,
que era el que peor llevaba el haber pasado tantas noches de fiesta, vivía en
un estado de resaca crónico, y dormía en un rincón ajeno a todo.
Nos
hicieron pasar al salón común en donde se iba a realizar la fiesta y nos
quedamos con la boca abierta.
Colgadas
de las vigas del techo, una sucesión de prendas desparramadas por todos lados.
Al acercarnos, nos dimos cuenta, que era ropa interior femenina.
Braguitas
muy bonitas, por cierto. Nuestra amiga se reía con los brazos cruzados, mientras
M eli, nuestra compañera, gritaba y puteaba, muerta de vergüenza mientras todos
nos reíamos. Eran suyas.
—Por
lo de anoche. – le dijo M ay cuando se le acercó, con una sonrisa en los
labios. —Gata.
Un
par de chicas, que compartían cuarto con M eli, chocaron las manos de mi amiga
y fue así que nos enteramos como había conseguido hacerse con la ropa de la
chica.
No
querías hacer enojar a mi amiga.
Una
vez más tranquilos, nos sentaron en mesas frente a un escenario. Era la noche
de las velas, como le decían.
Un
animador, nos hizo reír con su rutina de stand up, mientras con los chicos de
otros colegios cantábamos, hacíamos lío y comíamos.
Y
de la risa, habíamos pasado a las lágrimas...
Removió
en los recuerdos que todos teníamos de los años del colegio que dejábamos
atrás, porque, sin importar de donde éramos, esa nostalgia la compartíamos
todos los presentes.
Ese
último monólogo, nos mató. Nos hizo ver que todos nosotros podíamos volver a
Bariloche en cualquier momento, pero de la manera en que ahora lo estábamos
viviendo, no. Eso era una sola vez. El tiempo que compartíamos era tan valioso,
que había que aprovecharlo. Que nuestros padres habían hecho un sacrificio para
que ese día estuviéramos todos allí. Un esfuerzo gigante en épocas difíciles en
donde el dinero no abundaba, por la situación del país, y también era algo para
valorar. Y finalmente habló de los amigos.
Esos
hermanos que uno elige para toda la vida, esos que son como uno mismo en otra
piel. Esos que nos acompañan en las buenas y sobre todo en las malas.
-M
i corazón se estrujaba de a poquito, mientras con Pepe y M ay nos tomábamos de
las manos-.
Y
otros tal vez con los que compartimos 6 años de escuela y de los que ahora nos
íbamos a despedir. Algunos incluso que habíamos conocido en el viaje, y habían
sido parte de anécdotas que nos quedarían para siempre.
A
esas alturas del discurso, hasta el más duro tenía los ojos llenos de lágrimas.
Para
cerrar, hizo que sin importar quienes fueran, abracemos a los que estaban sentados
cerca. Lo que se convirtió, claro, en un abrazo masivo en el que todos
estábamos
con todos. Hasta con los otros colegios en algún momento...
Una
vez recuperados del emotivo momento, brindamos y seguimos la fiesta hasta
tarde. Era una especie de previa, porque esa noche teníamos otra vez, la opción
de elegir el boliche que más nos había gustado y volver. En ese caso, sería
Cerebro.
Con
Pepe, preferimos quedarnos.
Ya
conocíamos el lugar, y no teníamos ganas de salir a bailar.
Queríamos
quedarnos solos. Esa noche, se había hablado demasiado de despedidas, y era un
tema sensible para ambos.
Buscamos
unas mantas de la habitación y nos fuimos a sentar a las reposeras del la
terraza.
La
noche estaba fresca, con una luna gigante y el cielo azul lleno de estrellas.
Las montañas y el lago se veían aunque en plena oscuridad, haciéndonos
conscientes de lo imponente del paisaje. Casi intimidante.
Mi
novio me abrazó para darme calor y me besó con dulzura.
—Este
viaje fue perfecto. – dijo acariciándome la espalda.
Asentí,
estando de acuerdo.
—No
cambiaría nada. – lo besé. —Aunque se me pasó muy rápido.
—Si...
– susurró pensativo. —Ojalá no tuviéramos que irnos. No tengo ganas de volver a
Córdoba.
M
e abracé más fuerte.
—Quiero
que este mes nunca se termine. – dije mientras me miraba lleno de tristeza.
—Voy
a hablar con mis viejos apenas llegue, Pau. – se puso serio. —Lo digo en serio,
me voy a quedar. Te lo prometo.
—No,
Pepe. – me tembló el mentón. —No nos prometamos cosas, que sabemos que no podemos
cumplir. Son tu familia, y vos tenés que ir con ellos.
Negó
con la cabeza frustrado y tensó las mandíbulas.
Se
sentó, obligándome a hacerlo con él, por la forma en que estábamos recostados.
—Esto,
quiere decir que me voy a quedar a tu lado para siempre. – tomó mi mano y me
puso un pequeño anillito en el dedo anular. Era precioso, chiquitito, y de mi
piedra favorita. Cuarzo rosa.
Lo
miré emocionada, mientras me mostraba que él llevaba uno parecido, pero liso,
en el mismo dedo.
—Nadie
nos va a separar. – insistió mientras las mejillas se me llenaban de lágrimas.
—Y es una promesa que pienso cumplir, Pau.
—Te
amo. – le dije en respuesta.
Nos
tomamos las manos de los anillos, entrelazando los dedos y nos quedamos ahí,
besándonos hasta que perdimos la noción del tiempo.
Ese
que ya no significaba nada, porque esto que sentíamos, era eterno.
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