La
cartera de clientes de Pedro era envidiable y le otorgaba el estatus de
multimillonario en un mundo despiadado. Paula se preguntaba si seguiría
organizando recepciones regularmente, continuaría siendo activo en la escena
social y apoyando unas pocas y selectas obras benéficas.
En cuatro
años tendría que haber habido unas cuantas mujeres en su vida. Imaginar a Pedro
sin pareja estaba más allá de lo posible.
Y aquello
llevaba inevitablemente a pensar en su última amante… y castigo de Paula:
Estrella de Córdoba. ¿Seguiría aún con ella? Y si era así, ¿intentaría Pedro
casarse con ella tras el divorcio?
Sintió
que se le helaba el corazón. Por favor, no. Pensar que Estrella pudiera tener
alguna relación con Olivia era suficiente para que sintiera náuseas.
—Ha sido
un largo vuelo —empezó a decir María—. He preparado algo ligero para comer.
Después seguramente querrán descansar.
Carlos
sacó su equipaje y lo llevó al piso de arriba.
—Un té
sería estupendo. Quizá un vaso de leche para Olivia —sugirió Paula mientras Pedro
señalaba las escaleras.
—Primero
voy a enseñaros vuestras habitaciones.
—Es una
casa muy grande —dijo gritando Olivia—. ¿Vive más gente aquí?
—Algunas
veces hay invitados —dijo Pedro amable.
—¿Cómo
mamá y yo?
—Sí.
Paula
sintió un vuelco en el estómago cuando se dirigieron al ala contraria a la que
albergaba las habitaciones para invitados. Conocía bien el ala familiar.
Habitaciones elegantes, hermosos muebles.
¿Dormiría
Pedro solo en la habitación principal o habría elegido otra? ¿Qué más daba eso?
¿Por qué le preocupaba donde dormía? Con tal de que su habitación estuviera
lejos de la que les hubiera preparado a ellas María.
La suite
principal se dibujó en su mente con todo detalle. Al fondo del ala familiar,
estaba compuesta por un dormitorio, dos cuartos de baño y dos vestidores con
sus armarios. ¿La habrían redecorado?
—No.
Paula oyó
decir eso a Pedro, pero no miró, aborreciendo que mantuviera la capacidad de
leerle la mente.
Pedro se
detuvo ante una puerta abierta.
—Creo que
estaréis bien aquí. «Aquí» eran dos dormitorios separados por una salita. Uno
de los dormitorios decorado especialmente para una niña. Diferentes tonalidades
de rosa, dibujos en las paredes, juguetes y una cama como de princesa. La
habitación de Olivia.
Una
habitación sólo para la niña, para cuando fuera de visita. Una habitación que
se le haría familiar, en la que se sentiría cómoda y querría estar. No lejos de
donde dormía Pedro para que se sintiera segura sabiendo que podía llamarlo.
Una parte
de ella sintió que lo odiaba por preparar deliberadamente esa parte del futuro
de Olivia, pero otra sentía gratitud al mismo tiempo que una considerable
ansiedad.
—¿Voy a
dormir aquí? —preguntó Olivia asombrada.
—Sí —dijo
Pedro entrando en la habitación y abriendo una puerta que daba a otro
dormitorio—. Y tu madre dormirá aquí.
—¿Podemos
dejar la puerta abierta? —preguntó dubitativa la niña.
—Por
supuesto. Olivia agarró la mano de su madre.
—¿No
tenemos mucha suerte? —preguntó sencillamente, por lo que Paula sólo pudo
responder.
—Pedro es
muy amable dejando que nos quedemos aquí. Se le ocurrían bastantes más adjetivos…
ninguno de ellos remotamente parecido a «amable», dado que él parecía tener sus
propios planes.
—María
colocará todo —dijo Pedro, señalando las maletas al pie de la cama—. Refrescaos
un poco y después bajad al piso de abajo —dedicó una cálida sonrisa a Olivia
que después hizo extensiva a Paula y se marchó.
Deshacer
el equipaje sería cosa de unos minutos, así que Paula se ocupó de sus cosas y
después llevó las de Olivia a la habitación contigua. Después bajaron las dos
al comedor, donde María había preparado un té, unos sándwiches y una ensaladera
de fruta fresca cortada.
La cena
se serviría tarde, pasada la hora de que Olivia se fuera a la cama, así que Paula
decidió que unos sándwiches y un vaso de leche serían cena suficiente para la
niña.
No
esperaba la presencia de Pedro. Por alguna razón, se habría imaginado que
habría desaparecido en su despacho y permanecería allí hasta la hora de cenar.
Un momento que pretendía evitar con la excusa de que tenía que bañar y acostar
a Olivia.
El vuelo
había sido largo, su compañía una constante y necesitaba desesperadamente
descansar de él.
Olivia
comió poco, se tomó la leche y empezó a quedarse visiblemente dormida.
—Si nos
perdonas —dijo Paula tomando la mano de su hija—. Da las buenas noches, cariño.
Olivia
hizo lo que le decían y Pedro sorprendió a las dos al tomar en brazos a la
niña.
—Puedo
llevarla yo —dijo Paula tendiendo los brazos con la esperanza de que la niña se
fuera con ella, pero su hija no lo hizo.
Se dijo
que daba igual, que no le importaba. Pero sí importaba.
Olivia
apoyó la cabeza en el hombro de Pedro mientras subían a la habitación y después
él la dejó en la cama con suavidad.
—Gracias
—dijo la madre en un gesto forzado que él no se creyó.
—Te veré
en la cena.
—Preferiría
quedarme con Olivia por si se despierta.
—Hay un
emisor en su cuarto y un receptor en cada habitación de la casa —la miró
fijamente—. La cena se servirá en dos horas. Tiempo suficiente para bañarla y
acostarla antes de reunirte conmigo.
Paula
deseaba decirle que se marchara. Estaba al límite, enfadada y bajo los efectos
del cambio de hora. Cenar con él no le apetecía en absoluto, aunque así tendría
la oportunidad de desahogarse y necesitaba tanto desahogarse…
Pedro se
agachó y le dio un beso en la frente a Olivia.
—Que
duermas bien, pequeña —se enderezó, dedicó una penetrante mirada a Paula y se
marchó.
Dos horas
y cinco minutos después bajó las escaleras y se dirigió al comedor. Cinco
minutos de retraso era aceptable y, además, deliberado, una forma de no
obedecer los dictados de Pedro.
Había
elegido una camiseta negra, sobre la que se había puesto una blusa del mismo
color atada a la cintura, una falda recta negra, tacones negros, el pelo
recogido en un moño sujeto por un pasador, una fina pulsera de oro, un ligero
maquillaje y un poco de brillo de labios.
¡Lista
para la batalla!
Pedro la
estaba esperando cuando entró en el comedor y una sola mirada suya fue bastante
para que se le acelerara el pulso.
Ataviado
con unos pantalones sastre negros, una camisa blanca, su aspecto informal
ocultaba su casi bárbara belleza. Fuerza y poder, falta de piedad, una peligrosa
mezcla que hacía que fuera mejor mirarlo con precaución.
Pero
había tanto resentimiento acumulado y rabia, que resultaba difícil controlarse
y no lanzarse al ataque.
«Sé
agradable… por ahora», se dijo a sí misma en silencio.
Aparentar
que disfrutaba del excelente vino, ser amable al principio, mantenerse neutra
hasta el segundo plato, después iniciar la discusión verbal en el café. Ese era
el plan.
—Paula
—su voz era suave y perezosa y ella inconscientemente alzó la barbilla.
—Pedro.
—¿Quieres
algo de beber? Civilizada. Podía hacerlo.
—Un
blanco ligero, por favor. Pedro se acercó a una vitrina, sacó la botella adecuada,
la abrió, sirvió un poco en una copa y se la tendió a ella.
—¿Olivia
está bien?
—Sí —tuvo
mucho cuidado de no rozarle los dedos mientras tomaba la copa—.Gracias.
—¿Y esa
amabilidad, Paula?
—Pensaba que íbamos a simular la paz y dejar
la guerra para después de la cena —alzó la barbilla ligeramente.
Con una
ligera carcajada, Pedro hizo un gesto en dirección a la mesa en la que ya estaban
puestos los platos de porcelana y no menos de tres copas de cristal.
—Comamos
entonces.
María se
había superado a sí misma con unos delicados entrantes seguidos de una humeante
paella de marisco.
—Ramón
está ansioso por conocer a Olivia —informó Pedro mientras tocaba con el borde
de la copa la de ella en un silencioso brindis—. ¿Qué te parece mañana?
—¿No
podríamos retrasarlo un día? —replicó Paula—. Olivia ha tenido demasiadas cosas
que procesar en la última semana, después un largo vuelo… — hizo un gesto con
la mano señalando la sala—. Todo esto.
—Lo
arreglaré.
Estaba
sucediendo: el control de Pedro se incrementaba en la misma medida que el de
ella se reducía.
Podría
soportar a Ramón… incluso podía disfrutar de volver a ver al generoso anciano.
La hija de Ramón, Penélope, sin embargo, era un asunto diferente.
El hijo
de Ramón, padre de Pedro y Federico, había muerto en un accidente de tráfico
cuando Pedro tenía diez años. Olivia era un premio… la estrella más brillante
en el firmamento de los Alfonso. Nadie, ni siquiera Penélope podría decir una
sola palabra fuera de lugar delante de la niña.
Paula
probó los entrantes y después se dedicó a la paella. No estaba acostumbrada a
comer nada tan tarde, así que apenas probó el vino, prefirió agua fría y no tomó
ni postre ni café.
—Termínate
el vino.
—Prefiero
tener la cabeza despejada —dijo mirándolo a los ojos sombríos.
—¿Para
lanzarte a una guerra verbal? —se recostó en el respaldo y la miró con interés.
—¿Lo
dudas? —no disimuló la amargura en su voz—. Especifiqué cómo quería que fuera
nuestro alojamiento.
—Os he
proporcionado alojamiento ¿no? —dijo en tono razonable.
—Ese es
el problema.
—¿Qué
problema?
—Deberías
haberme pedido aprobación.
—¿Y cuál
habría sido tu respuesta? —alzó una ceja en un gesto burlón.
—No.
¡Jamás!
—Pues
precisamente por eso —hizo un gesto con las manos abiertas. Deseó tirarle
cualquier cosa. Algo que le hiciera perder su aire de tranquilidad.
—¿No
tiene importancia que no quiera estar aquí?
—¿En
Madrid? ¿En esta casa? ¿O conmigo?
—Todo
eso… ¡y más! —dijo airada.
—Cariño
—dijo en español haciendo que el corazón de Paula se estremeciera ligeramente—.
Quizá deberías haberme informado de la existencia de Olivia desde el principio
en lugar de pensar que la distancia me mantendría en la ignorancia.
—No… no
me llames así.
—¿Cariño?
¿Amante? —esbozó una leve sonrisa—. Pero si eres las dos cosas, ¿no?
—Ya no. Y
nunca lo volveré a ser —añadió con acritud intentando apagar las imágenes
demasiado vívidas que acudían a su cabeza.
En la cama
de él, de ambos, se corrigió. Desnuda, bajo él, los muslos rodeando su cintura,
urgiéndolo, rogando, pidiendo la liberación que sólo él podía darle… el calor
de la pasión. Amándolo con todo su corazón, su alma. Suya… sólo suya.
—Cuidado.
Puedo interpretar eso como un desafío.
—Ni lo
sueñes —dijo con fiereza harta de su indolencia y consciente de que estaba
jugando con ella.
—Si
hubiera sabido que estabas embarazada, habría salido en el primer vuelo a Perth
y te habría arrastrado hasta aquí.
—Eso no
habría cambiado mi decisión de pedir el divorcio.
—Pero no
lo has hecho hasta hace muy poco —dijo tras una pausa deliberadamente
significativa.
—Decidí
evitar cualquier contacto contigo —dijo con frialdad—. Incluso por vía legal
—esperó un instante y lanzó un dardo—. Algo recíproco, evidentemente.
—Pero las
circunstancias han cambiado.
—¿Qué
quieres decir? —las sospecha le nubló la vista.
—Que no
habrá divorcio.
—¡Claro
que lo habrá!
—¿Por qué
perder el tiempo con legalismos? —se encogió de hombros.
—Puede que
a ti te venga bien tener una esposa en otro país, pero a mí no me viene bien un
marido.
—¿Ni
siquiera el paciente John, que se mantiene en un segundo plano?
—Es mi
jefe y un amigo. Nada más.
—¿No?
—Maldita
sea, no.
—Casi
cuatro años, Paula —entornó ligeramente los ojos—, ¿y no has metido a otro
hombre en tu cama? Volvió a desear arrojarle algo.
—No
—advirtió Pedro con suavidad—. Podría responder.
—¡Que
te…!
—Una idea
interesante —dijo en tono divertido… y algo más.
—¡Vete al infierno! —odiaba que se le notara
la voz temblorosa. Quería marcharse del comedor, de la casa… alejarse de él,
pero no era una opción a considerar; además no daría esa satisfacción a Pedro.
—No es un
sitio muy cómodo. Paula cerró los ojos y después los volvió a abrir y le dedicó
una mirada hostil.
—Equilibremos
la balanza —en su voz había una oscuridad que ni ella misma sabía que tenía—.
¿O es que la lista de las mujeres ansiosas por compartir tu cama es demasiado
extensa como para recordarla?
—Tienes
una imaginación muy vívida, mujercita mía.
—Con
razón.
—Algo, si
lo recuerdas —arrastró las palabras—, que ya refuté esa vez.
—Los
hechos desmintieron las palabras.
—Hechos
creados en la imaginación de una mujer perturbada —dijo con un gesto de
disgusto.
—Ya hemos pasado por eso —dijo en tono
incrédulo—. Agua pasada.
—Todo a
la basura en vez de buscar una solución.
—No hay
nada que resolver.
—¡Pero
tuvo un efecto drástico sobre nuestras vidas y erosionó lo que habíamos compartido!
Lo
destruyó, deseó decirle… aunque sería mentira. La sensual atracción que
experimentaba seguía ahí aún más fuerte. Podía sentirla muy dentro de ella.
¿Por qué?
¿Por qué en ese momento? La tensión, el estrés, el cambio de hora… Una
combinación letal que la volvía vulnerable.
—Ya lo he
superado —le supuso un tremendo esfuerzo decir esas palabras, pero lo
consiguió.
Había
tenido bastante y estaba a punto de perder los nervios. Con un cuidado
movimiento, se puso en pie y le sostuvo la oscura mirada.
—Me voy a
la cama.
Se dio la
vuelta y cuando había dado unos pocos pasos oyó el sedoso timbre de su voz.
—Por
cierto… no hemos terminado.
Sintió
que el estómago le daba un vuelco por la velada amenaza y tuvo que hacer un
gran esfuerzo para no tambalearse.
Un
segundo después, llegó a la puerta y notó el tono con que le dijo:
—Que
duermas bien.
Gracias Por Leer y Comentar SIEMPRE !!!!
Wowwwwwwwww, qué intensos los 2 caps. Espero que se solucione rápido todo el lío que tienen.
ResponderEliminarsuper intensos, lo que va ser cuando se encuentre con la tia de Pepe
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