Divina

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martes, 25 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 25



Después vino la llamada una noche que no había ido a trabajar y durante la cual Olivia había informado a su padre de que «mamá estaba mala» a pesar de que Paula movía la cabeza diciendo que no de un modo frenético.

—Papá quiere hablar contigo —dijo la niña tendiéndole el teléfono.

—Ahora no, cariño, estoy ocupada. Pero Pedro debió de oírlo.

—Ponte al teléfono, Paula. Juró entre dientes y vio los ojos de Olivia abiertos de par en par, así que aceptó hablar.

—Pedro.

—Olivia dice que no estás bien.

—Estoy bien —dijo fríamente.

—¿as ido al médico?

—Soy farmacéutica, ¿recuerdas? Tengo un conocimiento razonable sobre las dolencias y las medicaciones adecuadas.

—¿Estás embarazada? La pregunta le sorprendió, aunque, pensándolo bien, no tenía por qué.

—Estoy bien —reiteró Paula evitando contestar. Devolvió el auricular a Olivia y salió de la habitación con el pretexto de dejar en otro sitio la ropa que había doblado. Podía oír la voz de Olivia de fondo. Empezó a preparar el baño de la niña y se entretuvo hasta que su hija entró.

—¿Por qué no quieres hablar con papá?

—Nos comunicamos por correo electrónico —explicó mientras le quitaba la ropa.


Le llevó unos días reunir el coraje suficiente para concertar una cita con el ginecólogo. No sabía si reír o llorar durante la exploración.

—Enhorabuena, estás a mediados del primer trimestre.

El resto del día lo paso en una nube. Dejó a Olivia con Anna y se fue a la farmacia con la esperanza de poder convencer a John de que le dejara salir un poco antes. A eso de las nueve sonó el timbre. Paula miró a la puerta y se quedó paralizada. Se dirigía hacia ella la última persona en que habría pensado: Pedro, con una camisa blanca sin cuello, unos vaqueros negros y una chaqueta también sin cuello.

¿Por qué estaba allí? ¿Por qué en ese momento?

La sangre empezó a correrle por las venas a toda velocidad. Era una reacción que no podía controlar.

La miró a los ojos. Parecía peligroso. Paula sintió una mezcla de temor y regocijo, esperanza y consternación. Pedro no miró a John cuando habló, aunque sus palabras fueron sólo para él.

—Mi esposa deja el trabajo, ahora mismo.

—No puedes aparecer aquí y… —dijo conmocionada por la sorpresa.

—Te marchas.

—Ni lo sueñes.

—Puedes caminar o que te lleve, es irrelevante.

—Espere un momento… —intervino John. Pedro lo atravesó con la mirada.

—Entiendo que considere a Paula una amiga, pero esto es algo entre mi esposa y yo —volvió de nuevo su atención a Paula—. Te sugiero que vayas a por las llaves.

—No.

Al instante siguiente dio un alarido cuando se la echó al hombro y señalando a la rebotica preguntó:

—¿Sus cosas están ahí?

¿Qué sucedía entre los hombres? ¿Un código de señales, un reconocimiento mutuo? Fuera lo que fuera, fue consciente de que John entraba a por su bolso y se lo daba a Pedro.

—Gracias —dijo Pedro caminando hacia la puerta—. Estaremos en contacto — salió al exterior, se detuvo al lado de una limusina, dijo algo al conductor y la metió en el asiento trasero.

—¿Qué demonios te crees que estás haciendo? —dijo furiosa mientras él le ponía el cinturón de seguridad antes de abrocharse el suyo propio.

—Llevarte al hotel.

—No, eso sí que no —dijo con gesto de incredulidad—. Conductor, lléveme a Applecross —le dio la dirección de la calle, pero vio unos ojos conocidos en el retrovisor—. ¿Carlos?

—Lo siento, cumplo órdenes.

Se volvió a Pedro y alzó la mano para darle una bofetada… pero él la agarró en el aire y le sujetó la mano.

—Olivia está dormida, Anna está encantada de quedarse con ella toda la noche y tienes una bolsa de ropa en el maletero.

—¿Por qué?

—Creo que se explica por sí mismo.

—No puedes hacer esto. 

Carlos se detuvo ante la entrada de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, abrió el maletero, sacó dos bolsas y se las dio al conserje.

—Te llamaré por la mañana —dijo Pedro a Carlos mientras sujetaba la puerta para que Paula saliera.

—Te odio —dijo con una voz que era poco más que un susurro mientras la llevaba por el vestíbulo—. Suéltame la mano —exigió cuando llegaron al último piso.

—Pronto.

Lo miró furiosa y permaneció en silencio mientras abría la puerta y la llevada dentro de la habitación. Dejó las dos bolsas, colocó la tarjeta de no molestar en la puerta y cerró con la cadena de seguridad.

—Será mejor que tengas una buena razón para comportarte como… —se quedó un momento sin palabras— una bestia salvaje —añadió vehemente.

—¿Por qué no te sientas? —preguntó sin dejar de mantener el control.

—No necesito sentarme. Pedro se quitó la chaqueta y la colgó del respaldo de una silla.

—¿Algo de beber? ¿Quizá una taza de té? Estaba siendo demasiado amable, así que le dedicó una mirada venenosa.

—Ve al grano, ¿de acuerdo?

—¿Para que después puedas marcharte?

—¿Qué es esto? —los ojos le brillaban de furia—. ¿Un duelo a muerte?

—Tienes una imaginación desbordante.

—Me estás reteniendo aquí en contra de mi voluntad.

—¿Estás embarazada de mí? —la miró con ojos de depredador. Paula se quedó sin palabras, le llevó unos segundos poder decir:

—¿Has volado desde Madrid para preguntarme eso?

—Si recuerdas —dijo casi indolente—, rehusaste contestarme por teléfono.

—Eres increíble.

—Estás esquivando la pregunta.

—¿Qué pasa si digo que no?

—No supondrá la más mínima diferencia.

—¿Con respecto a qué? —exigió casi sin escapatoria.

—A cómo vamos a acabar. Así que había llegado el momento decisivo.

—Es cuestión de semanas que estemos divorciados.

—No, he dicho a mis abogados que presenten una demanda de reconciliación —informó Pedro quedando muy satisfecho por la conmoción que vio en el rostro de ella—. Las copias de las noticias aparecidas en los medios de España constituyen una prueba.

—Pero eso era sólo un montaje —protestó ella.
Pedro sacó algo de la bolsa, un paquete delgado, abrió la solapa y le tendió el contenido.

—Me gustaría que vieras esto.

Paula se dijo que no le interesaba, pero las fotografías atrajeron su atención y no pudo evitar contemplar la mansión de dos plantas con vistas a algo que parecía un lago. Le devolvió las fotos tras mirarlas.

—¿Por qué me enseñas eso?

—La primera foto es de una casa en Peppermint Grove, las demás de una en Cottesloe y otras de la Playa de Cottesloe.
Fincas caras, muy caras, pensó ella.
—Hemos quedado para verlas mañana.

—¿Perdón?

—Ya lo has oído. No entendía nada. ¿Por qué estaba interesado en fincas en Perth? La miró y tuvo que contenerse para no abrazarla. Las últimas semanas habían sido un infierno. Había comido en la oficina, apenas había dormido y había vivido prácticamente al revés para mantener contactos con las agencias inmobiliarias de Perth. Había elegido tres propiedades tras verlas por Internet y había volado a Perth, consultado abogados, visitado las tres fincas, organizado que Anna se quedara con Olivia y hecho que Carlos lo llevara a la farmacia para reunirse con la razón de todo aquello: Paula.

—Podemos discutir toda la noche —empezó Pedro con deliberada paciencia— o puedes escucharme hasta que haya terminado.

Lo miró y vio el cansancio en su rostro. Ella estaba extenuada por el embarazo. Decidió escuchar. —Tienes mi corazón, cariño. Por un momento Paula casi se olvidó de respirar. —Siempre lo has tenido —añadió Pedro—. No ha habido nadie más desde el día que te conocí.

Ella abrió la boca, pero sólo para volverla a cerrar cuando él hizo un gesto con la mano.

—Por favor… escúchame. Hay cosas que necesito decir. No todas buenas.
No tenía nada que perder, absolutamente nada, así que se limitó a inclinar la cabeza.

—Penélope te puso las cosas difíciles conspirando con Estrella para causar problemas.

¡Eso era cierto!

—Pensaba que podríamos superar las peleas resultantes, pero tú pensaste que nuestro matrimonio estaba condenado a muerte.

—Me fui porque quedarme resultaba imposible.

—Estaba enfadado —siguió Pedro—. Ignoraste mis llamadas y no respondiste a ninguno de mis mensajes. Al cabo de un año, Ramón sufrió una neumonía y después un ataque al corazón. Después se le diagnosticó el cáncer y tuve que tomar el control.

Se sintió culpable.

—Dado tu rechazo a cualquier forma de contacto, no me quedó más remedio que aceptar que quisieras empezar una vida por tu cuenta —hizo una pausa y apretó la mandíbula—. Hasta que intervino el destino y Federico y Luisa tuvieron que hacer una visita imprevista a Perth, te vieron en la feria y descubrieron que tenías una hija. Sin duda mi hija.

Paula revivió ese momento como si hubiera sido el día anterior.

—Juré vengarme. Hacer todo lo posible para que tuvieras que volver a Madrid… y después seducirte. Destrozar tus sentimientos y pisotearlos.

Paula sintió una oleada de dolor que le recorrió todo el cuerpo, pero que se suavizó al ver la mirada que había en los ojos de él.

—Pero no fui capaz. La mujer que tenía en mi cabeza ya no existía. La realidad era una mujer de la que estaba enamorado, una hermosa muchacha íntegra y con un generoso corazón que se enfrentaba a mí y a sus propias emociones… como yo luchaba contra las mías —hizo un gesto de cinismo—. Irónico, ¿verdad? Cuando iba a vengarme… pierdo. Como Ramón quería que sucediera.

—¿Ramón?

—Mi abuelo veía más que nadie. Había visto lo que había en tu corazón y conocía el mío —lo que vino después era lo doloroso—. El secuestro de Olivia fue el catalizador. Sólo podía ofrecerme a mí mismo para que te quedaras conmigo —alzó una mano y luego la dejó caer—, pero no era bastante —Paula vio dolor en sus ojos y volvieron los remordimientos.

—No quería que Olivia creciera rodeada de guardaespaldas y temerosa de otro secuestro.

—Tampoco es lo que yo quiero —reconoció tranquilo—. Uno ya es demasiado. Eso me llevó a tomar la decisión de venir a vivir aquí.

—¿En Perth? —lo miró incrédula—. ¿Cómo puedes…?

—Muy fácil. Federico está a cargo de la oficina de Madrid. Yo ya he alquilado una oficina en la ciudad y mañana iremos a ver esas casas.

Era demasiado para digerir en tan poco tiempo. Le tomó las dos manos y se las llevó a los labios. —Te amo. Quédate conmigo, vive conmigo. Déjame amarte el resto de mis días, para siempre.

Eran sólo palabras, pero salían del corazón, del alma… y eran todo lo que necesitaba escuchar.
Paula se soltó las manos y le acarició el rostro, después se puso de puntillas y lo besó.

—Sí —respondió sencillamente y sintió que la tensión abandonaba el cuerpo de Pedro cuando la abrazaba.

—Creo que esto merece una celebración.

Pedro se acercó al teléfono y pidió una botella de champán. Cuando se la llevaron, la abrió, sirvió el líquido chispeante en dos copas y le ofreció una.

—Por nosotros.

Ella alzó la copa y tocó ligeramente la de él. Luego, abrió los ojos súbitamente consternada.

—¿Qué pasa?

—Yo… —no habría nunca un momento mejor— no debería tomar nada más que un sorbo —dijo y vio cómo los ojos de él se abrían desmesuradamente.

—¿Por qué?

—Tengo que cuidarme, estoy en el primer trimestre. El rostro de él se llenó de alegría, de amor, de toda una gama de emociones.

Podría haber muerto después de ver con qué ojos la miraba. A ella, sólo a ella. Pedro le puso la mano abierta encima del vientre.

—¿No te importa? ¿Cómo iba a importarle? Había afrontado sola el embarazo de Olivia, esa vez Pedro estaría a su lado en todo momento.

—Me encanta.

—Me das todo lo que necesito, amor mío. Todo. El champán se quedó sin fuerza. Un sacrilegio, pero había cosas más importantes de las que ocuparse.

Como quitarse la ropa suavemente, besarse largamente… y hacer el amor toda la noche...


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