Los
siguientes días transcurrieron según un esquema similar con visitas matutinas a
Ramón seguidas de salidas, acompañadas por Carlos, para el disfrute de Olivia.
Pasaron horas y horas en el Parque de Atracciones.
Un
momento mágico para una niña, reconocía Paula cuando cada noche Olivia se
quedaba dormida antes de que acabara la primera página del cuento.
Y sobre
las noches… Intentar dormir en su propia habitación para acabar despertándose
en la cama de Pedro se convirtió en un ejercicio inútil.
Reconoció que no era
rival para su insoportablemente fastidioso marido.
Finalmente,
accedió a meterse entre las sábanas de la cama de Pedro al final de otro
agotador día sólo para demostrarse que podía mantenerse acostada a distancia y…
al final dormirse.
Sólo
esperaba que él sufriera… al menos tanto como ella cuando se acercaba, cuando
una mano se apoyaba en uno de sus pechos o en una cadera y se quedaba ahí,
quieta.
¿La estaba
poniendo a prueba? A lo mejor ella podía hacer lo mismo y ponerlo a prueba.
Pero algo así podía ser arriesgado, ¿qué pasaba si él lo interpretaba como una
autorización para practicar sexo? Entonces no sólo habría perdido la batalla,
habría perdido la guerra.
Y eso no
podía suceder.
El fin de
semana llegó con la asistencia obligatoria de Pedro a una gala en homenaje a
los hijos predilectos de la ciudad. Sólo por invitación y de etiqueta. Paula
fue informada por Penélope, que había pasado a visitar a Olivia, de que tenía
que ponerse algo impresionante.
El
mensaje era muy claro y llevó a Paula al límite de sus nervios durante una
expedición de compras de tienda en tienda hasta que compraron un vestido de
Armani de seda color melocotón. Era extremadamente elegante y Paula tuvo que
reconocer lo acertado de la elección de Penélope. Unas sandalias y un bolso a
juego se añadieron a la bolsa que Carlos llevó al coche.
Penélope
estaba en su elemento haciendo de gran dama con las vendedoras.
—Joyería
mínima —dijo la tía de Pedro—. El vestido requiere pocas mejoras. Tienes que
llevar el pelo recogido. Un maquillaje que realce ojos y boca.
—Estoy de
acuerdo.
—Pareces
pálida —la miró con ojos penetrantes—. ¿No te deja dormir mi sobrino?
Un «sí» o
un «no» serían ambas respuestas pésimas. La tía afiló la mirada. —¿Estás
embarazada?
—No —negó
con contundencia.
—Deberías
tener otro hijo —dijo Penélope sin tapujos—. Pedro necesita un hijo para
mantener el apellido Alfonso.
—Ya tiene
una hija —no pudo evitar decir.
—Un hijo
—insistió Penélope— que se llame Ramón en honor a mi padre.
—¿Qué
pasaría si estuviera pensando en pedir el divorcio? —decidió no decirle que ya
había empezado con los trámites.
—Para un Alfonso
el divorcio no es una opción, Pedro no aceptaría algo así —parecía realmente
sorprendida—. No seas tonta. ¿En qué estás pensando? Puede darte todo lo que
desees.
«Excepto
lo único que quiero: su corazón», pensó. «Le entregué el mío sin condiciones,
pero descubrí que él no lo valoraba».
—Creo que
ya está —dijo Paula en voz alta y esbozó una sonrisa mientras Carlos añadía
otra bolsa a la colección.
Carlos
dejó a Penélope en casa de Ramón y después siguió hacia La Moraleja.
Olivia
estaba en la cama y Pedro sentado en el borde con un cuento en la mano cuando Paula
entró en la habitación. El llevaba unos vaqueros negros y una camisa blanca, y
estaba totalmente relajado. Paula tuvo que reprimir la reacción emocional que
su visión provocó en su interior.
Las
feromonas… era pura atracción, y muy peligrosa. Y deseo, un deseo básico que
latía en su cuerpo. Recordó cuando sólo tenían que mirarse para obtener todo lo
que necesitaban el uno del otro… Hasta que aparecieron las dudas y todo cambió.
—¡Mamá!
—se abrazaron y besaron antes de que Olivia volviera a la cama—. Papá y yo
hemos nadado en la piscina y luego yo me he bañado y cenado —abrió mucho los
ojos—. Y me he lavado los dientes.
—Muy bien
—dijo Paula mirando a ambos de forma valorativa—. Muchas gracias —añadió.
—No hay
de qué —notó en ella una sombra de dolor, las señales de una tarde con
Penélope—. ¿Una tarde productiva?
—Creo que
hemos fundido tu tarjeta de crédito.
—Lo dudo
—dijo con una ligera sonrisa.
—Gracias.
La ayuda de Penélope ha sido inestimable. Pero habría sido insoportable, pensó
él consciente de la incontinencia verbal de su tía, con opinión sobre cualquier
asunto y formas intransigentes.
—¿Puedo
ver lo que has comprado?
—Por la
mañana, pequeña —dijo Pedro besando la frente de la niña—. Ahora vamos a ver lo
que pasa con Cenicienta.
—Va al
baile y vuelve a casa en una calabaza —dijo Olivia con solemnidad y Pedro
sonrió.
—Creo que
ya has oído este cuento antes.
—Es mi
preferido. Paula se sentó del otro lado de la cama mientras Pedro terminaba de
leer.
La niña
se quedó dormida y su madre apagó la luz y salió de la habitación antes que Pedro.
—Voy a
cambiarme y me reuniré abajo contigo.
No le
apetecía mucho cenar, si hubiera podido elegir habría preferido merendar tarde
con Olivia.
Se dio
una ducha rápida y se puso unos vaqueros y una camiseta de punto, se recogió el
pelo y se puso un poco de brillo de labios.
La cena
consistió en una tortilla con ensalada seguida de fruta. Durante la cena
hablaron de sus actividades vespertinas.
—¿Penélope
ha estado comedida?
—¿Quieres
que te diga la verdad?
—Ya
conozco la inclinación de mi tía a hablar claro.
—Resumiendo:
estoy paliducha… y la causa es o que me mantienes despierta por las noches o
que estoy embarazada. Mejor lo segundo ya que es mi obligación darte otro hijo,
un varón.
—Me muero
de ganas de escuchar tu respuesta —se apoyó en el respaldo de la silla.
—Digamos
que ella me recordó que un Alfonso jamás contempla la posibilidad del divorcio.
—Puedes
tener todo lo que quieras, Paula —la miró a los ojos—, menos el divorcio.
—No
quiero regalos, alta costura ni vida social. Todo eso no significa nada para
mí. Nunca lo ha significado.
—Pero
compartimos el regalo de una hija.
—Lo único
que no dejaré que me quites —le recordó Paula y algo pasó por el fondo de los
ojos de Pedro antes de que rápidamente lo ocultara.
—Nunca ha
sido mi intención hacer algo así.
—Pero nos
haces a los dos fingir un matrimonio de conveniencia sólo por la imagen pública
—su mirada se oscureció—. ¿Con qué propósito, Pedro? —su respiración se
aceleró—. ¿La venganza… porque no te informé de la existencia de Olivia?
—¿Es eso
lo que crees?
—Creo que
estás jugando a algo —dijo mientras se ponía de pie. Orgullo y dignidad. Ella
tenía las dos cosas y se marchó sin importarle si él la seguía o no.
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