Divina

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domingo, 9 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 7


La imagen de Pedro había poseído el subconsciente de Paula y llenado sus sueños de pesadillas, así que se despertó, a causa del insistente sonido del despertador, como si no hubiera dormido nada.

Nada bueno.

Tenía un trabajo de responsabilidad, trabajaba por las noches, y en ese momento lo único que deseaba era hundir la cabeza en la almohada, sacar otra hora de sueño y no tener que enfrentarse a un día lleno de problemas.
Imposible.

—¿Estás despierta, mamá? Unos ojos brillantes, el pelo revuelto, una sonrisa amplia… la luz de su vida. Paula abrazó a su hija y le dio un beso en la frente.

—Buenos días, corazón.

—Hoy vamos a ir a comer al parque.

 —Ajá —hizo cosquillas a su hija y provocó una oleada de risas—. Hora de levantarse, lavarse, vestirse, desayunar y…

—Salir a las nueve —completó Olivia el conocido mantra mientras salía de la cama.

La comida, los patos, Pedro.

No necesariamente en ese orden, aunque sí una combinación de los tres temas fue el asunto de conversación de la niña durante toda la mañana.
Paula conducía con los dientes apretados mientras volvía a casa tras dejar a su hija en la escuela.

Si volvía a oír el nombre de Pedro otra vez… diría algo que lamentaría.
Una hora en compañía de él y Olivia estaría subyugada por Pedro. No era justo.
Cambió el semáforo y detuvo el coche.

Se encontraba entre la espada y la pared. Firmar la autorización para la prueba de ADN era algo de segundo orden en comparación con lo demás.
Los demonios de la noche reaparecieron multiplicados por diez y el estridente sonido del claxon de un coche la hizo volver bruscamente a la realidad.

El zumbido insistente del móvil a los pocos minutos de salir del cruce la obligó a hacer una serie de complicadas maniobras para cambiarse de carril, apartarse a un lado y atender la llamada.

—Paula.

La familiar voz masculina hizo que se disparara su tensión y le supuso un gran esfuerzo dar una respuesta fría.

—¿Qué quieres?

—Tenemos que hablar. Hay una cafetería no muy lejos de tu apartamento. Reúnete allí conmigo en diez minutos.

—Tengo cosas que hacer, Pedro.

—Esta mañana —dijo Pedro—, en presencia de Olivia, o por la noche en tu trabajo, hablaremos.

—No puedes… —dijo para detenerse a media frase. No tenía escrúpulos a la hora de alcanzar sus objetivos.

—Elige. Sintió como la rabia inundaba su cuerpo y en ese momento sintió auténtico odio hacia él.

—No tengo elección.

—Te pediré uno con leche. Que se fuera al infierno. Estuvo a punto de decirle lo que podía hacer con el café con leche, pero en algunos momentos el silencio era algo valioso, así que sencillamente colgó.

Paula llegó a su bloque de apartamentos y metió el coche en el aparcamiento subterráneo, lo cerró, tomó el ascensor para subir al bajo y salió a la soleada mañana.

La cafetería estaba cerca y tenía una terraza con sombrillas. Un lugar donde los amigos quedaban para tomar cafés selectos y platos exquisitos, hablar de negocios, charlar y ver pasar el mundo. Allí estaba, sentado en la terraza, Pedro.

En lugar de su habitual traje formal, llevaba unos chinos negros y una camisa blanca abierta en el cuello.

Aquello le daba una imagen de relajación… algo que ella sabía que era engañoso. A pesar de las apariencias, Pedro raramente bajaba la guardia. Así era como había llegado a ser quien era.

Pedro la miró mientras se acercaba y ella notó el impacto de esos oscuros ojos que abrasaban los suyos y eran testigo por un instante de una vulnerabilidad que rápidamente consiguió ocultar.
Pedro hizo una señal al camarero mientras ella se sentaba.

Sin maquillaje, excepto un toque de brillo en los labios, el pelo recogido y vestida con unos vaqueros y una camiseta sencilla, parecía una adolescente.
Pero las apariencias podían engañar, pensó él, completamente consciente de la pasión que podía ocultarse bajo esa fría fachada. Recordaba demasiado bien la sensual delicia de su cuerpo, las caricias y su ansia por compartir… todo.

Una oleada de calor lo recorrió mientras notaba su espontánea respuesta, su necesidad de que se rindiera. Que fuese suya como ya había sido… y volvería a ser.

Ninguna otra mujer había estado tan cerca de él como ella y deseaba recuperar lo que había tenido una vez.

Peor, quería que ella pagara por haberle intentado ocultar la existencia de su hija y haberle impedido conocerla.

—Paula.

El camarero le puso su café con leche, ella tomó dos sobres de azúcar, los abrió y los yació en la taza. Tomó un sorbo, dejó la taza encima del plato y miró a Pedro de un modo estudiado.

—Hagamos esto lo más rápido posible, ¿de acuerdo? —dijo ella con frialdad.

—Pongamos las cartas sobre la mesa —dijo Pedro arrastrando las vocales. Era un estratega soberbio que jugaba según sus propias reglas… y siempre aguardaba el momento de dar el golpe de gracia.

Había sido precisamente eso lo que la había mantenido despierta durante muchas noches y lo que había llenado sus sueños un largo tiempo.

—Sí —retrasar las cosas no solucionaría nada.

—El primer paso es establecer una evidencia legal de mi paternidad.

—Algo que no consentiré hasta que no conozca tus intenciones —su tono fue incluso amable—. A corto y largo plazo.

—Decida lo que decida será en beneficio de Olivia —aseguró con odiosa autosuficiencia.

—¿Cómo puede ser eso? —exigió Paula mirándolo—. Reclamar el derecho de custodia será una perturbación total de su vida. Su escolarización, amigos, familia. Alterará toda su estabilidad —notaba que se iba encendiendo—. Soy su madre, maldita sea…

La miró durante lo que pareció un siglo apreciando su ira contenida, la reprimida necesidad de enfrentarse con él.


—¿Olivia nunca ha mostrado curiosidad por la ausencia de un padre?

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