La imagen
de Pedro había poseído el subconsciente de Paula y llenado sus sueños de
pesadillas, así que se despertó, a causa del insistente sonido del despertador,
como si no hubiera dormido nada.
Nada
bueno.
Tenía un
trabajo de responsabilidad, trabajaba por las noches, y en ese momento lo único
que deseaba era hundir la cabeza en la almohada, sacar otra hora de sueño y no
tener que enfrentarse a un día lleno de problemas.
Imposible.
—¿Estás
despierta, mamá? Unos ojos brillantes, el pelo revuelto, una sonrisa amplia… la
luz de su vida. Paula abrazó a su hija y le dio un beso en la frente.
—Buenos
días, corazón.
—Hoy
vamos a ir a comer al parque.
—Ajá —hizo cosquillas a su hija y provocó una
oleada de risas—. Hora de levantarse, lavarse, vestirse, desayunar y…
—Salir a
las nueve —completó Olivia el conocido mantra mientras salía de la cama.
La
comida, los patos, Pedro.
No
necesariamente en ese orden, aunque sí una combinación de los tres temas fue el
asunto de conversación de la niña durante toda la mañana.
Paula
conducía con los dientes apretados mientras volvía a casa tras dejar a su hija
en la escuela.
Si volvía
a oír el nombre de Pedro otra vez… diría algo que lamentaría.
Una hora
en compañía de él y Olivia estaría subyugada por Pedro. No era justo.
Cambió el
semáforo y detuvo el coche.
Se
encontraba entre la espada y la pared. Firmar la autorización para la prueba de
ADN era algo de segundo orden en comparación con lo demás.
Los
demonios de la noche reaparecieron multiplicados por diez y el estridente
sonido del claxon de un coche la hizo volver bruscamente a la realidad.
El
zumbido insistente del móvil a los pocos minutos de salir del cruce la obligó a
hacer una serie de complicadas maniobras para cambiarse de carril, apartarse a
un lado y atender la llamada.
—Paula.
La
familiar voz masculina hizo que se disparara su tensión y le supuso un gran
esfuerzo dar una respuesta fría.
—¿Qué
quieres?
—Tenemos
que hablar. Hay una cafetería no muy lejos de tu apartamento. Reúnete allí
conmigo en diez minutos.
—Tengo
cosas que hacer, Pedro.
—Esta
mañana —dijo Pedro—, en presencia de Olivia, o por la noche en tu trabajo,
hablaremos.
—No
puedes… —dijo para detenerse a media frase. No tenía escrúpulos a la hora de
alcanzar sus objetivos.
—Elige.
Sintió como la rabia inundaba su cuerpo y en ese momento sintió auténtico odio hacia
él.
—No tengo
elección.
—Te
pediré uno con leche. Que se fuera al infierno. Estuvo a punto de decirle lo
que podía hacer con el café con leche, pero en algunos momentos el silencio era
algo valioso, así que sencillamente colgó.
Paula
llegó a su bloque de apartamentos y metió el coche en el aparcamiento
subterráneo, lo cerró, tomó el ascensor para subir al bajo y salió a la soleada
mañana.
La
cafetería estaba cerca y tenía una terraza con sombrillas. Un lugar donde los
amigos quedaban para tomar cafés selectos y platos exquisitos, hablar de
negocios, charlar y ver pasar el mundo. Allí estaba, sentado en la terraza, Pedro.
En lugar
de su habitual traje formal, llevaba unos chinos negros y una camisa blanca
abierta en el cuello.
Aquello
le daba una imagen de relajación… algo que ella sabía que era engañoso. A pesar
de las apariencias, Pedro raramente bajaba la guardia. Así era como había
llegado a ser quien era.
Pedro la
miró mientras se acercaba y ella notó el impacto de esos oscuros ojos que abrasaban
los suyos y eran testigo por un instante de una vulnerabilidad que rápidamente
consiguió ocultar.
Pedro
hizo una señal al camarero mientras ella se sentaba.
Sin
maquillaje, excepto un toque de brillo en los labios, el pelo recogido y
vestida con unos vaqueros y una camiseta sencilla, parecía una adolescente.
Pero las
apariencias podían engañar, pensó él, completamente consciente de la pasión que
podía ocultarse bajo esa fría fachada. Recordaba demasiado bien la sensual
delicia de su cuerpo, las caricias y su ansia por compartir… todo.
Una
oleada de calor lo recorrió mientras notaba su espontánea respuesta, su
necesidad de que se rindiera. Que fuese suya como ya había sido… y volvería a
ser.
Ninguna
otra mujer había estado tan cerca de él como ella y deseaba recuperar lo que
había tenido una vez.
Peor,
quería que ella pagara por haberle intentado ocultar la existencia de su hija y
haberle impedido conocerla.
—Paula.
El
camarero le puso su café con leche, ella tomó dos sobres de azúcar, los abrió y
los yació en la taza. Tomó un sorbo, dejó la taza encima del plato y miró a Pedro
de un modo estudiado.
—Hagamos
esto lo más rápido posible, ¿de acuerdo? —dijo ella con frialdad.
—Pongamos
las cartas sobre la mesa —dijo Pedro arrastrando las vocales. Era un estratega
soberbio que jugaba según sus propias reglas… y siempre aguardaba el momento de
dar el golpe de gracia.
Había
sido precisamente eso lo que la había mantenido despierta durante muchas noches
y lo que había llenado sus sueños un largo tiempo.
—Sí —retrasar
las cosas no solucionaría nada.
—El
primer paso es establecer una evidencia legal de mi paternidad.
—Algo que no consentiré hasta que no conozca
tus intenciones —su tono fue incluso amable—. A corto y largo plazo.
—Decida
lo que decida será en beneficio de Olivia —aseguró con odiosa autosuficiencia.
—¿Cómo
puede ser eso? —exigió Paula mirándolo—. Reclamar el derecho de custodia será
una perturbación total de su vida. Su escolarización, amigos, familia. Alterará
toda su estabilidad —notaba que se iba encendiendo—. Soy su madre, maldita sea…
La miró
durante lo que pareció un siglo apreciando su ira contenida, la reprimida
necesidad de enfrentarse con él.
—¿Olivia
nunca ha mostrado curiosidad por la ausencia de un padre?
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