La idea
de comer, beber vino y mantener una charla intrascendente mientras esperaba el
ataque de la ex amante de Pedro fue suficiente para quitarle el apetito.
Mantener
la fachada no era fácil. Era completamente consciente de la presencia de su
marido, de su exclusivo aroma, de su esencia masculina.
—Me
alegro de que haya vuelto a Madrid.
Paula oyó
la voz femenina de marcado acento que procedía de una mujer sentada enfrente de
ella y la obsequió con una sonrisa educada.
—Gracias.
—Un
hombre de la posición de su marido necesita una mujer a su lado. Pero no una
esposa y una amante. Además, había ganado la amante.
—Estoy segura
de que a Pedro no le han faltado acompañantes —afirmó Paula.
—Por qué…
No. Pedro solía aparecer acompañado por su tía o solo.
¿Sí?
«Sorprendente» fue la única palabra que le vino a la cabeza. Bebió un sorbo de
vino, después agua y de pronto fue consciente de que Pedro la estaba mirando.
—¿No te
gusta la comida?
—Está
bien —se apresuró a decir—, pero no tengo hambre. La siguió mirando y vio más
de lo que ella quería que viese. Sin decir una palabra, tomó un poco de comida
de su plato y se lo ofreció.
—Prueba
esto, te gustará. «No», rogó en silencio e intentó disimular la evidente
sensualidad del momento. «Es una farsa», se recordó. «Somos como actores en un
escenario».
Con
cuidado, agarró la mano de él y se llevó el tenedor a la boca sin dejar de
mirarlo a los ojos. Misión cumplida. Sonrió para alabar la capacidad de Pedro
como actor, pero se quedó paralizada al notar que empezaba a masajearle la nuca
para aliviar un punto de tensión que tenía. Para cualquier observador
parecerían dos amantes que no podían esperar a estar solos en el dormitorio.
¿Era eso lo que él quería transmitir? ¿A todos… o sólo a Estrella?
Paula
esperó unos minutos y después se inclinó para acercarse a él.
—Estás
rayando en el histrionismo, querido —le advirtió en tono de burla.
—Hay que
sentar un precedente —respondió él haciendo el mismo gesto.
Aprovechó la
oportunidad para mirar subrepticiamente su móvil y vio que había un SMS en el
que decía que Olivia se había ido a la cama a las ocho y media. Sintió alivio.
Hubo
discursos entre los diferentes platos, algunos cortos y entretenidos, otros
largos. En todos se alababa la obra benéfica al mismo tiempo que el esfuerzo de
los voluntarios sin el que no hubiera sido posible la recepción para recaudar
fondos. Al menos eso era lo que creía haber entendido.
Mientras aplaudía Pedro
pasó el brazo por detrás del respaldo de su silla. Esa acción lo acercó más a
ella y le hizo plenamente consciente de su contacto. ¿Era eso lo que él quería?
¿Conocía el efecto que ejercía sobre ella?
No le
gustaba lo que estaba haciendo, no lo aprobaba. Tampoco sus manipulaciones.
Estaba atrapada, atada por el amor a su hija y su afecto por un anciano
moribundo.
Pensó en
que su estancia en Madrid acabaría por terminar y volvería a Perth con su hija.
Los acuerdos de custodia suponían muy pocos viajes en los siguientes dos años.
Y las relativamente frecuentes visitas de Pedro serían breves. Podría
soportarlo. Y también Olivia.
¿Qué pasaría
por representar el papel que Pedro quería sólo en presencia de otros? Sería
sólo algo temporal.
En ese
momento se anunció un número y una cantante interpretó de forma vehemente una
pieza de flamenco mientras un cuerpo de baile danzaba tras ella.
Se sirvió
el café, pero Paula prefirió un té. Era el momento en que los invitados se
levantaban de sus sitios y se acercaban a saludar a sus amigos o mantener una
conversación de sobremesa.
¿Aprovecharía
Estrella ese momento? ¿O simularía un encuentro casual aprovechando que Pedro
se había levantado?
Se dijo
que no le importaba, pero sí, le importaba y la tensión hizo que empezara a
dolerle la cabeza. Mantener una imagen brillante le estaba pasando factura, lo
mismo que entenderse en un idioma que hacía años que no practicaba. Así que
sintió un gran alivio cuando Pedro sacó el móvil y llamó al chófer para que los
esperara en la puerta. Tuvieron ocasión de conversar un momento con Luisa y Federico
antes de que otro grupo atrajera su atención.
Estaban a
punto de salir del salón cuando una voz femenina que conocía ronroneó un saludo
y Paula sintió una punzada en la boca del estómago.
—Estrella
—dijo amable, era lo único que podía hacer.
¿Era una
casualidad o algo premeditado que el hombre que acompañaba a Estrella se
pusiera a hablar con Pedro para que así ella pudiera hacerle alguno de sus
hirientes comentarios?
—Ya veo
que Pedro ha conseguido convencerte para que vuelvas —hizo una pausa muy
sutil—. No ha sido muy inteligente por tu parte ocultarle lo de la niña — su
sonrisa no consiguió alcanzar la frialdad de sus ojos—. Dudo que te lo perdone
alguna vez.
—¿Entonces
lees los periódicos? —si los cuchillos estaban desenfundados, estaba dispensada
de ser agradable.
—¿El
anuncio de la reconciliación? —dejó escapar una sonora carcajada—. Un montaje
para aliviar el sufrimiento de Ramón.
—Y eso te
importa porque…
—Es un…
—algo cambió en su mirada, hizo una pausa como sopesando las palabras— hombre
especial.
—Sí, lo
es —sonrió y vio como se tensaban los labios de Estrella.
—Si nos
perdonas… —dijo Pedro en tono sedoso.
—Por
supuesto.
Podía
haber sido peor, pensó Paula mientras la limusina se incorporaba al tráfico de
la calle. Cerró los ojos para aliviar el dolor de cabeza.
—¿No
llevas medicamentos?
—Si los
llevara, ya me los habría tomado. Se oyó el sonido de dos cinturones de
seguridad que se soltaban y después unas manos firmes la hicieron apoyarse
contra él. Un brazo le rodeó la espalda y se apoyó en su muslo. Paula fue a
protestar, pero Pedro dijo:
—Cierra
los ojos y relájate.
¿Relajarse?
¿Con su cuerpo apoyado en el de él, la cabeza apoyada en su hombro, su rostro a
unos centímetros del suyo? ¡Tenía que estar de broma!
El calor
le recorría las venas, torturaba sus sentidos mientras una sensación de
intimidad llegaba hasta placenteros lugares. No era lo que ella quería, pero
sabía que su cuerpo había excluido a la mente de sus decisiones.
Qué fácil
sería desabrocharle algunos botones de la camisa y deslizar la mano debajo para
acariciar su fuerte pecho, escuchar su ligero murmullo cuando bajara la mano y
recorriera con los dedos su excitación retenida bajo los pantalones. Juguetear
un poco y después besarlo, saborear su boca sabiendo que todo era un preliminar
de lo que ocurriría en su dormitorio.
Recuerdos
de una época en la habían estado en perfecta sintonía y que ella inocentemente
había creído que nada ni nadie podría estropear. ¡Qué equivocada había estado!
Casi deseaba poder desandar el camino y corregir los errores, cambiar hechos y
palabras, pero eso era imposible. ¿Se arrepentiría también Pedro? No la había
seguido hasta Perth, ni siquiera había intentado contactar con ella. Parecía
como si le diera igual que se la hubiese tragado la tierra.
Hasta que
un encuentro casual la había hecho aparecer en la pantalla de su radar. Y por Olivia.
No podía ser tan tonta de pensar en otra posibilidad.
¿Qué
hacía apoyada en él de ese modo? ¿Dándose ese pequeño capricho? Tenía que
sentarse derecha, pero él la estaba sujetando.
—Quédate
ahí, ya casi hemos llegado a casa.
Más razón
para moverse. Esa vez no la detuvo. Ni siquiera intentó tocarla cuando salieron
de la limusina y entraron en casa.
Se limitó
a decir un «buenas noches» y a mirarla mientras subía las escaleras.
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