Divina

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sábado, 15 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 14



La idea de comer, beber vino y mantener una charla intrascendente mientras esperaba el ataque de la ex amante de Pedro fue suficiente para quitarle el apetito.

Mantener la fachada no era fácil. Era completamente consciente de la presencia de su marido, de su exclusivo aroma, de su esencia masculina.

—Me alegro de que haya vuelto a Madrid.

Paula oyó la voz femenina de marcado acento que procedía de una mujer sentada enfrente de ella y la obsequió con una sonrisa educada.

—Gracias.

—Un hombre de la posición de su marido necesita una mujer a su lado. Pero no una esposa y una amante. Además, había ganado la amante.

—Estoy segura de que a Pedro no le han faltado acompañantes —afirmó Paula.

—Por qué… No. Pedro solía aparecer acompañado por su tía o solo.
¿Sí? «Sorprendente» fue la única palabra que le vino a la cabeza. Bebió un sorbo de vino, después agua y de pronto fue consciente de que Pedro la estaba mirando.



—¿No te gusta la comida?

—Está bien —se apresuró a decir—, pero no tengo hambre. La siguió mirando y vio más de lo que ella quería que viese. Sin decir una palabra, tomó un poco de comida de su plato y se lo ofreció.

—Prueba esto, te gustará. «No», rogó en silencio e intentó disimular la evidente sensualidad del momento. «Es una farsa», se recordó. «Somos como actores en un escenario».

Con cuidado, agarró la mano de él y se llevó el tenedor a la boca sin dejar de mirarlo a los ojos. Misión cumplida. Sonrió para alabar la capacidad de Pedro como actor, pero se quedó paralizada al notar que empezaba a masajearle la nuca para aliviar un punto de tensión que tenía. Para cualquier observador parecerían dos amantes que no podían esperar a estar solos en el dormitorio. ¿Era eso lo que él quería transmitir? ¿A todos… o sólo a Estrella?

Paula esperó unos minutos y después se inclinó para acercarse a él.

—Estás rayando en el histrionismo, querido —le advirtió en tono de burla.

—Hay que sentar un precedente —respondió él haciendo el mismo gesto. 

Aprovechó la oportunidad para mirar subrepticiamente su móvil y vio que había un SMS en el que decía que Olivia se había ido a la cama a las ocho y media. Sintió alivio.

Hubo discursos entre los diferentes platos, algunos cortos y entretenidos, otros largos. En todos se alababa la obra benéfica al mismo tiempo que el esfuerzo de los voluntarios sin el que no hubiera sido posible la recepción para recaudar fondos. Al menos eso era lo que creía haber entendido. 

Mientras aplaudía Pedro pasó el brazo por detrás del respaldo de su silla. Esa acción lo acercó más a ella y le hizo plenamente consciente de su contacto. ¿Era eso lo que él quería? ¿Conocía el efecto que ejercía sobre ella?

No le gustaba lo que estaba haciendo, no lo aprobaba. Tampoco sus manipulaciones. Estaba atrapada, atada por el amor a su hija y su afecto por un anciano moribundo.

Pensó en que su estancia en Madrid acabaría por terminar y volvería a Perth con su hija. Los acuerdos de custodia suponían muy pocos viajes en los siguientes dos años. Y las relativamente frecuentes visitas de Pedro serían breves. Podría soportarlo. Y también Olivia.

¿Qué pasaría por representar el papel que Pedro quería sólo en presencia de otros? Sería sólo algo temporal.

En ese momento se anunció un número y una cantante interpretó de forma vehemente una pieza de flamenco mientras un cuerpo de baile danzaba tras ella.

Se sirvió el café, pero Paula prefirió un té. Era el momento en que los invitados se levantaban de sus sitios y se acercaban a saludar a sus amigos o mantener una conversación de sobremesa.

¿Aprovecharía Estrella ese momento? ¿O simularía un encuentro casual aprovechando que Pedro se había levantado?

Se dijo que no le importaba, pero sí, le importaba y la tensión hizo que empezara a dolerle la cabeza. Mantener una imagen brillante le estaba pasando factura, lo mismo que entenderse en un idioma que hacía años que no practicaba. Así que sintió un gran alivio cuando Pedro sacó el móvil y llamó al chófer para que los esperara en la puerta. Tuvieron ocasión de conversar un momento con Luisa y Federico antes de que otro grupo atrajera su atención.

Estaban a punto de salir del salón cuando una voz femenina que conocía ronroneó un saludo y Paula sintió una punzada en la boca del estómago.

—Estrella —dijo amable, era lo único que podía hacer.

¿Era una casualidad o algo premeditado que el hombre que acompañaba a Estrella se pusiera a hablar con Pedro para que así ella pudiera hacerle alguno de sus hirientes comentarios?

—Ya veo que Pedro ha conseguido convencerte para que vuelvas —hizo una pausa muy sutil—. No ha sido muy inteligente por tu parte ocultarle lo de la niña — su sonrisa no consiguió alcanzar la frialdad de sus ojos—. Dudo que te lo perdone alguna vez.

—¿Entonces lees los periódicos? —si los cuchillos estaban desenfundados, estaba dispensada de ser agradable.

—¿El anuncio de la reconciliación? —dejó escapar una sonora carcajada—. Un montaje para aliviar el sufrimiento de Ramón.

—Y eso te importa porque…

—Es un… —algo cambió en su mirada, hizo una pausa como sopesando las palabras— hombre especial.

—Sí, lo es —sonrió y vio como se tensaban los labios de Estrella.

—Si nos perdonas… —dijo Pedro en tono sedoso.

—Por supuesto.

Podía haber sido peor, pensó Paula mientras la limusina se incorporaba al tráfico de la calle. Cerró los ojos para aliviar el dolor de cabeza.

—¿No llevas medicamentos?

—Si los llevara, ya me los habría tomado. Se oyó el sonido de dos cinturones de seguridad que se soltaban y después unas manos firmes la hicieron apoyarse contra él. Un brazo le rodeó la espalda y se apoyó en su muslo. Paula fue a protestar, pero Pedro dijo:
—Cierra los ojos y relájate.

¿Relajarse? ¿Con su cuerpo apoyado en el de él, la cabeza apoyada en su hombro, su rostro a unos centímetros del suyo? ¡Tenía que estar de broma!

El calor le recorría las venas, torturaba sus sentidos mientras una sensación de intimidad llegaba hasta placenteros lugares. No era lo que ella quería, pero sabía que su cuerpo había excluido a la mente de sus decisiones.

Qué fácil sería desabrocharle algunos botones de la camisa y deslizar la mano debajo para acariciar su fuerte pecho, escuchar su ligero murmullo cuando bajara la mano y recorriera con los dedos su excitación retenida bajo los pantalones. Juguetear un poco y después besarlo, saborear su boca sabiendo que todo era un preliminar de lo que ocurriría en su dormitorio.

Recuerdos de una época en la habían estado en perfecta sintonía y que ella inocentemente había creído que nada ni nadie podría estropear. ¡Qué equivocada había estado! Casi deseaba poder desandar el camino y corregir los errores, cambiar hechos y palabras, pero eso era imposible. ¿Se arrepentiría también Pedro? No la había seguido hasta Perth, ni siquiera había intentado contactar con ella. Parecía como si le diera igual que se la hubiese tragado la tierra.

Hasta que un encuentro casual la había hecho aparecer en la pantalla de su radar. Y por Olivia. No podía ser tan tonta de pensar en otra posibilidad.
¿Qué hacía apoyada en él de ese modo? ¿Dándose ese pequeño capricho? Tenía que sentarse derecha, pero él la estaba sujetando.

—Quédate ahí, ya casi hemos llegado a casa.

Más razón para moverse. Esa vez no la detuvo. Ni siquiera intentó tocarla cuando salieron de la limusina y entraron en casa.


Se limitó a decir un «buenas noches» y a mirarla mientras subía las escaleras.

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