Divina

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lunes, 10 de agosto de 2015

En La Cama De Su Marido Capítulo 10



La cartera de clientes de Pedro era envidiable y le otorgaba el estatus de multimillonario en un mundo despiadado. Paula se preguntaba si seguiría organizando recepciones regularmente, continuaría siendo activo en la escena social y apoyando unas pocas y selectas obras benéficas.

En cuatro años tendría que haber habido unas cuantas mujeres en su vida. Imaginar a Pedro sin pareja estaba más allá de lo posible.
Y aquello llevaba inevitablemente a pensar en su última amante… y castigo de Paula: Estrella de Córdoba. ¿Seguiría aún con ella? Y si era así, ¿intentaría Pedro casarse con ella tras el divorcio?
Sintió que se le helaba el corazón. Por favor, no. Pensar que Estrella pudiera tener alguna relación con Olivia era suficiente para que sintiera náuseas.

—Ha sido un largo vuelo —empezó a decir María—. He preparado algo ligero para comer. Después seguramente querrán descansar.
Carlos sacó su equipaje y lo llevó al piso de arriba.

—Un té sería estupendo. Quizá un vaso de leche para Olivia —sugirió Paula mientras Pedro señalaba las escaleras.

—Primero voy a enseñaros vuestras habitaciones.

—Es una casa muy grande —dijo gritando Olivia—. ¿Vive más gente aquí?

—Algunas veces hay invitados —dijo Pedro amable.

—¿Cómo mamá y yo?

—Sí.

Paula sintió un vuelco en el estómago cuando se dirigieron al ala contraria a la que albergaba las habitaciones para invitados. Conocía bien el ala familiar. Habitaciones elegantes, hermosos muebles.

¿Dormiría Pedro solo en la habitación principal o habría elegido otra? ¿Qué más daba eso? ¿Por qué le preocupaba donde dormía? Con tal de que su habitación estuviera lejos de la que les hubiera preparado a ellas María.
La suite principal se dibujó en su mente con todo detalle. Al fondo del ala familiar, estaba compuesta por un dormitorio, dos cuartos de baño y dos vestidores con sus armarios. ¿La habrían redecorado?

—No.

Paula oyó decir eso a Pedro, pero no miró, aborreciendo que mantuviera la capacidad de leerle la mente.
Pedro se detuvo ante una puerta abierta.

—Creo que estaréis bien aquí. «Aquí» eran dos dormitorios separados por una salita. Uno de los dormitorios decorado especialmente para una niña. Diferentes tonalidades de rosa, dibujos en las paredes, juguetes y una cama como de princesa. La habitación de Olivia.
Una habitación sólo para la niña, para cuando fuera de visita. Una habitación que se le haría familiar, en la que se sentiría cómoda y querría estar. No lejos de donde dormía Pedro para que se sintiera segura sabiendo que podía llamarlo.
Una parte de ella sintió que lo odiaba por preparar deliberadamente esa parte del futuro de Olivia, pero otra sentía gratitud al mismo tiempo que una considerable ansiedad.

—¿Voy a dormir aquí? —preguntó Olivia asombrada.

—Sí —dijo Pedro entrando en la habitación y abriendo una puerta que daba a otro dormitorio—. Y tu madre dormirá aquí.

—¿Podemos dejar la puerta abierta? —preguntó dubitativa la niña.

—Por supuesto. Olivia agarró la mano de su madre.

—¿No tenemos mucha suerte? —preguntó sencillamente, por lo que Paula sólo pudo responder.

—Pedro es muy amable dejando que nos quedemos aquí. Se le ocurrían bastantes más adjetivos… ninguno de ellos remotamente parecido a «amable», dado que él parecía tener sus propios planes.

—María colocará todo —dijo Pedro, señalando las maletas al pie de la cama—. Refrescaos un poco y después bajad al piso de abajo —dedicó una cálida sonrisa a Olivia que después hizo extensiva a Paula y se marchó.

Deshacer el equipaje sería cosa de unos minutos, así que Paula se ocupó de sus cosas y después llevó las de Olivia a la habitación contigua. Después bajaron las dos al comedor, donde María había preparado un té, unos sándwiches y una ensaladera de fruta fresca cortada.

La cena se serviría tarde, pasada la hora de que Olivia se fuera a la cama, así que Paula decidió que unos sándwiches y un vaso de leche serían cena suficiente para la niña.
No esperaba la presencia de Pedro. Por alguna razón, se habría imaginado que habría desaparecido en su despacho y permanecería allí hasta la hora de cenar. Un momento que pretendía evitar con la excusa de que tenía que bañar y acostar a Olivia.
El vuelo había sido largo, su compañía una constante y necesitaba desesperadamente descansar de él.
Olivia comió poco, se tomó la leche y empezó a quedarse visiblemente dormida.

—Si nos perdonas —dijo Paula tomando la mano de su hija—. Da las buenas noches, cariño.

Olivia hizo lo que le decían y Pedro sorprendió a las dos al tomar en brazos a la niña.

—Puedo llevarla yo —dijo Paula tendiendo los brazos con la esperanza de que la niña se fuera con ella, pero su hija no lo hizo.
Se dijo que daba igual, que no le importaba. Pero sí importaba.
Olivia apoyó la cabeza en el hombro de Pedro mientras subían a la habitación y después él la dejó en la cama con suavidad.

—Gracias —dijo la madre en un gesto forzado que él no se creyó.

—Te veré en la cena.

—Preferiría quedarme con Olivia por si se despierta.

—Hay un emisor en su cuarto y un receptor en cada habitación de la casa —la miró fijamente—. La cena se servirá en dos horas. Tiempo suficiente para bañarla y acostarla antes de reunirte conmigo.

Paula deseaba decirle que se marchara. Estaba al límite, enfadada y bajo los efectos del cambio de hora. Cenar con él no le apetecía en absoluto, aunque así tendría la oportunidad de desahogarse y necesitaba tanto desahogarse…
Pedro se agachó y le dio un beso en la frente a Olivia.

—Que duermas bien, pequeña —se enderezó, dedicó una penetrante mirada a Paula y se marchó.


Dos horas y cinco minutos después bajó las escaleras y se dirigió al comedor. Cinco minutos de retraso era aceptable y, además, deliberado, una forma de no obedecer los dictados de Pedro.
Había elegido una camiseta negra, sobre la que se había puesto una blusa del mismo color atada a la cintura, una falda recta negra, tacones negros, el pelo recogido en un moño sujeto por un pasador, una fina pulsera de oro, un ligero maquillaje y un poco de brillo de labios.
¡Lista para la batalla!

Pedro la estaba esperando cuando entró en el comedor y una sola mirada suya fue bastante para que se le acelerara el pulso.
Ataviado con unos pantalones sastre negros, una camisa blanca, su aspecto informal ocultaba su casi bárbara belleza. Fuerza y poder, falta de piedad, una peligrosa mezcla que hacía que fuera mejor mirarlo con precaución.
Pero había tanto resentimiento acumulado y rabia, que resultaba difícil controlarse y no lanzarse al ataque.

«Sé agradable… por ahora», se dijo a sí misma en silencio.

Aparentar que disfrutaba del excelente vino, ser amable al principio, mantenerse neutra hasta el segundo plato, después iniciar la discusión verbal en el café. Ese era el plan.

—Paula —su voz era suave y perezosa y ella inconscientemente alzó la barbilla.

—Pedro.

—¿Quieres algo de beber? Civilizada. Podía hacerlo.

—Un blanco ligero, por favor. Pedro se acercó a una vitrina, sacó la botella adecuada, la abrió, sirvió un poco en una copa y se la tendió a ella.

—¿Olivia está bien?

—Sí —tuvo mucho cuidado de no rozarle los dedos mientras tomaba la copa—.Gracias.

—¿Y esa amabilidad, Paula?

—Pensaba que íbamos a simular la paz y dejar la guerra para después de la cena —alzó la barbilla ligeramente.

Con una ligera carcajada, Pedro hizo un gesto en dirección a la mesa en la que ya estaban puestos los platos de porcelana y no menos de tres copas de cristal.

—Comamos entonces.
María se había superado a sí misma con unos delicados entrantes seguidos de una humeante paella de marisco.
—Ramón está ansioso por conocer a Olivia —informó Pedro mientras tocaba con el borde de la copa la de ella en un silencioso brindis—. ¿Qué te parece mañana?

—¿No podríamos retrasarlo un día? —replicó Paula—. Olivia ha tenido demasiadas cosas que procesar en la última semana, después un largo vuelo… — hizo un gesto con la mano señalando la sala—. Todo esto.

—Lo arreglaré.

Estaba sucediendo: el control de Pedro se incrementaba en la misma medida que el de ella se reducía.
Podría soportar a Ramón… incluso podía disfrutar de volver a ver al generoso anciano. La hija de Ramón, Penélope, sin embargo, era un asunto diferente.

El hijo de Ramón, padre de Pedro y Federico, había muerto en un accidente de tráfico cuando Pedro tenía diez años. Olivia era un premio… la estrella más brillante en el firmamento de los Alfonso. Nadie, ni siquiera Penélope podría decir una sola palabra fuera de lugar delante de la niña.

Paula probó los entrantes y después se dedicó a la paella. No estaba acostumbrada a comer nada tan tarde, así que apenas probó el vino, prefirió agua fría y no tomó ni postre ni café.

—Termínate el vino.

—Prefiero tener la cabeza despejada —dijo mirándolo a los ojos sombríos.

—¿Para lanzarte a una guerra verbal? —se recostó en el respaldo y la miró con interés.

—¿Lo dudas? —no disimuló la amargura en su voz—. Especifiqué cómo quería que fuera nuestro alojamiento.

—Os he proporcionado alojamiento ¿no? —dijo en tono razonable.

—Ese es el problema.

—¿Qué problema?

—Deberías haberme pedido aprobación.

—¿Y cuál habría sido tu respuesta? —alzó una ceja en un gesto burlón.

—No. ¡Jamás!

—Pues precisamente por eso —hizo un gesto con las manos abiertas. Deseó tirarle cualquier cosa. Algo que le hiciera perder su aire de tranquilidad.

—¿No tiene importancia que no quiera estar aquí?

—¿En Madrid? ¿En esta casa? ¿O conmigo?

—Todo eso… ¡y más! —dijo airada.

—Cariño —dijo en español haciendo que el corazón de Paula se estremeciera ligeramente—. Quizá deberías haberme informado de la existencia de Olivia desde el principio en lugar de pensar que la distancia me mantendría en la ignorancia.

—No… no me llames así.

—¿Cariño? ¿Amante? —esbozó una leve sonrisa—. Pero si eres las dos cosas, ¿no?

—Ya no. Y nunca lo volveré a ser —añadió con acritud intentando apagar las imágenes demasiado vívidas que acudían a su cabeza.

En la cama de él, de ambos, se corrigió. Desnuda, bajo él, los muslos rodeando su cintura, urgiéndolo, rogando, pidiendo la liberación que sólo él podía darle… el calor de la pasión. Amándolo con todo su corazón, su alma. Suya… sólo suya.

—Cuidado. Puedo interpretar eso como un desafío.

—Ni lo sueñes —dijo con fiereza harta de su indolencia y consciente de que estaba jugando con ella.

—Si hubiera sabido que estabas embarazada, habría salido en el primer vuelo a Perth y te habría arrastrado hasta aquí.

—Eso no habría cambiado mi decisión de pedir el divorcio.

—Pero no lo has hecho hasta hace muy poco —dijo tras una pausa deliberadamente significativa.

—Decidí evitar cualquier contacto contigo —dijo con frialdad—. Incluso por vía legal —esperó un instante y lanzó un dardo—. Algo recíproco, evidentemente.

—Pero las circunstancias han cambiado.

—¿Qué quieres decir? —las sospecha le nubló la vista.

—Que no habrá divorcio.

—¡Claro que lo habrá!

—¿Por qué perder el tiempo con legalismos? —se encogió de hombros.

—Puede que a ti te venga bien tener una esposa en otro país, pero a mí no me viene bien un marido.

—¿Ni siquiera el paciente John, que se mantiene en un segundo plano?

—Es mi jefe y un amigo. Nada más.

—¿No?

—Maldita sea, no.

—Casi cuatro años, Paula —entornó ligeramente los ojos—, ¿y no has metido a otro hombre en tu cama? Volvió a desear arrojarle algo.
—No —advirtió Pedro con suavidad—. Podría responder.

—¡Que te…!

—Una idea interesante —dijo en tono divertido… y algo más.

—¡Vete al infierno! —odiaba que se le notara la voz temblorosa. Quería marcharse del comedor, de la casa… alejarse de él, pero no era una opción a considerar; además no daría esa satisfacción a Pedro.

—No es un sitio muy cómodo. Paula cerró los ojos y después los volvió a abrir y le dedicó una mirada hostil.

—Equilibremos la balanza —en su voz había una oscuridad que ni ella misma sabía que tenía—. ¿O es que la lista de las mujeres ansiosas por compartir tu cama es demasiado extensa como para recordarla?

—Tienes una imaginación muy vívida, mujercita mía.

—Con razón.

—Algo, si lo recuerdas —arrastró las palabras—, que ya refuté esa vez.

—Los hechos desmintieron las palabras.

—Hechos creados en la imaginación de una mujer perturbada —dijo con un gesto de disgusto.

—Ya hemos pasado por eso —dijo en tono incrédulo—. Agua pasada.

—Todo a la basura en vez de buscar una solución.

—No hay nada que resolver.

—¡Pero tuvo un efecto drástico sobre nuestras vidas y erosionó lo que habíamos compartido!

Lo destruyó, deseó decirle… aunque sería mentira. La sensual atracción que experimentaba seguía ahí aún más fuerte. Podía sentirla muy dentro de ella.
¿Por qué? ¿Por qué en ese momento? La tensión, el estrés, el cambio de hora… Una combinación letal que la volvía vulnerable.

—Ya lo he superado —le supuso un tremendo esfuerzo decir esas palabras, pero lo consiguió.
Había tenido bastante y estaba a punto de perder los nervios. Con un cuidado movimiento, se puso en pie y le sostuvo la oscura mirada.

—Me voy a la cama.

Se dio la vuelta y cuando había dado unos pocos pasos oyó el sedoso timbre de su voz.

—Por cierto… no hemos terminado.

Sintió que el estómago le daba un vuelco por la velada amenaza y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no tambalearse.
Un segundo después, llegó a la puerta y notó el tono con que le dijo:


—Que duermas bien.



Gracias Por Leer y Comentar SIEMPRE !!!!

2 comentarios:

  1. Wowwwwwwwww, qué intensos los 2 caps. Espero que se solucione rápido todo el lío que tienen.

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  2. super intensos, lo que va ser cuando se encuentre con la tia de Pepe

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