Karen y Ken están sentados en el sofá de la sala de estar y levantan la
cabeza cuando entramos.
—¡Pedro! ¿Qué ha pasado? —pregunta su padre asustado.
Se pone en pie de un brinco y viene hacia nosotros, pero Pedro lo aparta.
—Estoy bien —gruñe.
—¿Qué le ha pasado? —me pregunta Ken.
—Se ha metido en una pelea, pero no me ha dicho ni con quién ni por qué.
—¡Hola! Estoy aquí. ¡Y he dicho que estoy bien, joder! —dice Pedro iracundo.
—¡No le hables así a tu padre! —lo regaño y él abre unos ojos como platos.
En vez de gritarme, me coge de la muñeca con la mano magullada y me saca de
la habitación. Ken y Karen se quedan hablando sobre Pedro, que ha llegado
cubierto de sangre, mientras él me arrastra escaleras arriba. Oigo a su padre,
que se pregunta en voz alta cómo es que últimamente aparece tanto por casa
cuando antes nunca solía hacerlo.
Cuando llegamos a su habitación, Pedro me da la vuelta, me sujeta por las
muñecas contra la pared y se me acerca. Nuestras caras están a escasos
centímetros.
—No vuelvas a hacer eso nunca — masculla.
—¿El qué? Suéltame ahora mismo.
Pone los ojos en blanco pero me suelta y se dirige a la cama. Yo me quedo
junto a la puerta.
—No vuelvas a decirme cómo debo hablarle a mi padre. Preocúpate de tu
relación con el tuyo antes de intentar meterte en la mía.
En cuanto ha terminado de pronunciar la frase, se da cuenta de lo que ha
dicho y de inmediato le cambia la expresión.
—Perdona... No quería decir eso... Se me ha escapado.
Se me acerca con los brazos abiertos, pero yo me pego a la puerta.
—Sí, siempre se te escapa, ¿verdad?
No puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas. Se ha pasado mucho
metiendo a mi padre en esto, incluso para ser Pedro. Es demasiado.
—Pau, yo... —empieza a decir, pero se calla cuando levanto una mano.
«¿Qué hago aquí?»
¿Por qué sigo pensando que pondrá fin a la retahíla de insultos el tiempo
suficiente para mantener una conversación de verdad conmigo?
Porque soy imbécil, por eso.
—No pasa nada, de verdad —digo—. Es tu forma de ser, siempre haces lo
mismo. Buscas el punto débil de los demás y vas a por él. Lo aprovechas.
¿Cuánto tiempo llevas esperando para poder decir algo sobre mi padre? ¡Apuesto
a que desde que nos conocimos! —grito.
—¡Joder, no! ¡No es verdad! —grita aún más fuerte que yo—. ¡Lo he dicho sin
pensar! ¡Y no te hagas la inocente porque me has provocado a propósito!
—¿Que yo te he provocado? ¡Me parto! ¡Explícate, por favor! —Sé que se nos
oye en toda la casa pero, por una vez, me da igual.
—¡Siempre me estás buscando las cosquillas! ¡Siempre buscas pelea conmigo!
¡Estás saliendo con Zed, joder! ¿Acaso crees que me gusta ponerme así? ¿Crees
que me gusta no poder controlarme? Odio que me saques de quicio. ¡Detesto no
poder dejar de pensar en ti! ¡Te odio... de verdad! Eres una cría
pretenciosa... —Se interrumpe y me mira.
Me obligo a sostenerle la mirada, a fingir que no me ha hecho pedazos con
cada sílaba.
—¡A esto justamente me refiero! — añade. Se pasa las manos por el pelo y
empieza a dar vueltas por la habitación—. ¡Me vuelves loco, joder, loco de
remate! ¿Y luego vas y tienes el valor de preguntarme si te quiero? ¿Por qué
coño me preguntas eso? ¿Porque te lo dije una vez por accidente? Ya te he dicho
que no lo dije en serio, ¿por qué tienes que sacar el tema otra vez? ¿Es que te
mola que te rechacen? ¿Por eso vuelves siempre a por más?
Quiero echar a correr, salir de esta habitación y no mirar atrás nunca más.
Tengo que echar a correr. Tengo que salir de aquí.
Intento contenerlo pero me ha encendido y enfadado tanto, que grito lo
único que sé que va a poder con él, que acabará con su control:
—No, ¡vuelvo siempre porque te quiero!
Me tapo la boca, deseando poder retirar lo que acabo de decir. No puede
herirme más de lo que ya lo ha hecho y no quiero preguntarme dentro de unos
años qué habría dicho si le hubiera confesado lo que siento por él. Puedo
soportar que no me quiera. Me metí en esto a sabiendas de cómo es Pedro.
Está patidifuso.
—¿Que tú qué? —Parpadea muy rápido, intentando procesar las palabras.
—Adelante, dime otra vez lo mucho que me odias. Dime que soy una boba por
querer a alguien que no me soporta —replico. Mi voz es casi un quejido, y no sé
de dónde sale. Me seco los ojos y lo miro otra vez, sintiendo que me ha
derrotado y que necesito abandonar el campo de batalla para lamerme las
heridas—. Me voy.
Me dispongo a darme la vuelta para marcharme cuando de una zancada acorta
la distancia que nos separa. Me niego a mirarlo a la cara cuando me pone la
mano en el hombro.
—Joder, no te vayas —dice con la voz cargada de emoción.
La cuestión es de qué emoción.
—¿Me quieres? —susurra, y con la mano magullada me alza la barbilla.
Aparto los ojos de los suyos y asiento muy despacio, esperando que se eche
a reír en mi cara.
—¿Por qué? —Su aliento es como una llamarada en mi piel.
Por fin consigo mirarlo a los ojos y veo que parece... ¿asustado?
—¿Qué? —pregunto en voz baja.
—¿Por qué me quieres?... ¿Cómo es posible que me quieras? —Se le quiebra la
voz y me mira fijamente.
Siento que las palabras que pronuncie a continuación sellarán mi destino.
—¿Cómo es posible que no sepas que te quiero? —pregunto en vez de
responderle.
«¿No cree que lo quiera?» No tengo otra explicación, salvo que lo quiero.
Me vuelve loca y me pone furiosa como nadie pero, de alguna manera, me he
enamorado de él hasta la médula.
—Me dijiste que no me querías y saliste con Zed. Siempre me abandonas;
antes me has dejado tirado en el porche a pesar de que te he suplicado que me
dieras otra oportunidad. Te dije que te quería y me rechazaste. ¿Sabes lo duro
que fue para mí? —replica.
Debo de estar imaginándome las lágrimas que se le acumulan en los ojos,
aunque noto perfectamente sus dedos callosos en mi barbilla.
—Lo retiraste antes de que pudiera procesar lo que habías dicho. Has hecho
tantas cosas para hacerme daño, Pedro... —le digo, y asiente con la cabeza.
—Lo sé... Perdóname. Te lo compensaré. Sé que no te merezco, no tengo
derecho a pedirte nada, pero..., por favor, dame una oportunidad. No voy a
prometerte que no vaya a discutir contigo o que no me enfadaré, pero te prometo
que me entregaré a ti por completo. Por favor, déjame intentar ser la persona
que necesitas.
Parece tan inseguro que me derrito.
—Quiero pensar que puede funcionar, pero no sé cómo —respondo—. Ya nos
hemos hecho mucho daño.
Sin embargo, mis ojos me traicionan cuando empiezan a derramar lágrimas.
Pedro desliza los dedos por mi cara para interceptarlas. Una lágrima solitaria
resbala por su mejilla.
—¿Te acuerdas cuando me preguntaste a quién quería más en el mundo? —me
dice; su boca está tan sólo a unos centímetros de la mía.
Asiento, aunque parece que fue hace siglos y yo creía que no me estaba
escuchando.
—A ti. Tú eres la persona a la que más quiero en el mundo.
Me pilla por sorpresa y pone fin al dolor y a la ira que no me cabían en el
pecho.
Antes de permitirme creerlo y de derretirme en sus brazos, le pregunto:
—Esto no será uno de tus jueguecitos, ¿verdad?
—No, Pau. Se acabaron los juegos. Tú eres lo único que quiero. Quiero estar
contigo, tener una relación de verdad. Eso sí, vas a tener que enseñarme qué
demonios significa eso.
Se ríe nervioso, y yo me uno gustosamente a él.
—Echaba de menos tu risa —señala—, no he podido sacártela a menudo. Quiero
hacerte reír, no llorar. Sé que soy bastante difícil...
Lo corto pegando los labios a los suyos. Sus besos son apresurados y noto
el sabor de la sangre del labio partido. La electricidad recorre mi cuerpo y
mis rodillas amenazan con dejar de sostenerme. Parece que ha pasado una
eternidad desde la última vez que sentí su boca. Amo a este gilipollas tarado
que se odia a sí mismo, tanto, que me da miedo no poder soportarlo. Me levanta
del suelo y enrosca mis muslos en su cintura. Le hundo los dedos en el pelo.
Gime en mi boca, jadea y me atrae con más fuerza hacia sí. Mi lengua acaricia
su labio inferior pero me aparto cuando hace una mueca de dolor.
—¿Con quién te has peleado? —le pregunto.
Se ríe.
—¿Me lo preguntas en este momento?
—Sí, quiero saberlo —sonrío.
—Siempre haces muchas preguntas. ¿No puedo contestarte luego? —Pone
morritos.
—No. Dímelo.
—Sólo si te quedas. —Me estrecha con fuerza—. Por favor...
—Vale —contesto, y lo beso otra vez, olvidando por completo que le he hecho
una pregunta.
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