Cuando por fin dejo de llorar, Landon me pregunta en voz baja:
—¿Lo he oído decir que te quiere?
—Sí... Yo qué sé... Sólo estaba intentando montarme un número o a saber
—digo casi echándome a llorar otra vez.
—¿Tú crees que...? En fin, no te enfades conmigo, pero... ¿Crees que lo ha
dicho en serio? ¿Que de verdad... te quiere?
—¿Qué? Pues claro que no. Ni siquiera estoy segura de que le guste. Cuando
estamos los dos solos cambia por completo y entonces pienso que le importo. Pero
sé que no me quiere. Sólo se quiere a sí mismo, es incapaz de querer a nadie
más —le explico.
—Estoy de tu parte, Pau —contesta Landon—. Pero deberías haber visto la
cara que ha puesto cuando nos íbamos... Parecía que le habían roto el corazón.
Y eso sólo pasa si estás enamorado.
Eso no puede ser verdad. Yo he notado cómo se me partía el corazón cuando
ha besado a Molly, pero no estoy enamorada de él.
—¿Tú lo quieres?
—No, no lo quiero... Es... es un capullo. No hace ni dos meses que lo
conozco, y la mitad de ese tiempo... en realidad, todo ese tiempo, no hemos
hecho más que pelearnos. No puedes estar enamorado de alguien que conoces de
hace dos meses. —Mi voz suena cansada y atropello las palabras—. Además, es un
capullo.
—Eso ya lo has dicho —replica Landon, y noto que una sonrisa asoma a sus
labios aunque intenta mantener una expresión neutral.
No me gusta la opresión que siento en el pecho mientras hablamos de si
quiero a Pedro. Me da ganas de vomitar, y el interior del coche se me hace
mucho más pequeño. Bajo un poco la ventanilla y pego la cara al cristal para
sentir la pequeña corriente de aire.
—¿Quieres que vayamos a mi casa o a tu residencia? —me pregunta.
Quiero ir a la residencia y hacerme un ovillo en la cama, pero me da miedo
que Steph o Pedro aparezcan. La probabilidad de que Pedro se presente en casa
de su padre es remota, por tanto, es la mejor opción.
—A tu casa, pero ¿te importa si pasamos por la residencia para que coja
algo de ropa?
Perdóname por tenerte llevándome de un lado a otro.
—Pau, es un trayecto corto y eres mi amiga. Deja de darme las gracias y de
pedirme disculpas —dice muy serio, pero su dulce sonrisa hace que me entren
ganas de reír.
Es la mejor persona que he conocido aquí, y soy afortunada por tenerlo.
—Bueno, pues vas a tener que dejar que te dé las gracias una vez más, la
última, por ser tan buen amigo —le digo, y frunce el ceño juguetón.
—De nada. Ahora, a otra cosa.
Me apresuro a recoger mi ropa y mis libros. Es como si ya nunca estuviera
en mi habitación. Es la primera vez en varios días que no duermo con Pedro.
Estaba empezando a acostumbrarme, tonta de mí. Saco el móvil del bolso y vuelvo
al coche de Landon.
Cuando llegamos a su casa son las once pasadas. Estoy agotada y agradecida
de que Ken y Karen ya estén acostados. Landon mete una pizza en el horno y yo
me como otra madalena de las de antes.
Parece que han pasado semanas, y no horas, desde que estuve aquí haciendo
madalenas con Karen.
Ha sido un día muy largo y había empezado muy bien, con Pedro, las prácticas...
Y luego va y lo estropea, igual que hace siempre.
Nos comemos la pizza, subimos al piso de arriba y Landon me lleva a la
habitación de invitados donde dormí la otra vez. Bueno, en realidad no llegué a
dormir porque me despertaron los gritos de Pedro. El tiempo no tiene ni pies ni
cabeza desde que lo conocí; todo ha pasado tan deprisa, y me marea pensar en
los buenos momentos y en cómo están repartidos entre muchísimas peleas y
discusiones. Le doy las gracias a Landon otra vez, me pone mala cara y se
retira a su habitación.
Enciendo el móvil y me encuentro un montón de mensajes de Pedro, de Steph y
de mi madre. Los borro todos sin leerlos menos los de mi madre. Ya sé lo que
dicen y ya he tenido bastante por hoy.
Les quito el sonido a los avisos de mensajes y notificaciones, me pongo el
pijama y me acuesto.
Es la una de la madrugada y tengo que levantarme dentro de cuatro horas.
Mañana va a ser un día muy largo. Si no fuera porque hoy he faltado a clase, me
quedaría en casa, o más bien, aquí. O regresaría a la residencia. ¿Por qué tuve
que convencer a Pedro de que volviera a literatura? Doy mil vueltas; me levanto
para mirar la hora: son casi las tres. A pesar de que hoy ha sido uno de los
mejores, y de los peores días de mi vida, estoy demasiado cansada para dormir.
Antes de darme cuenta de lo que
hago, estoy en la puerta de la habitación de Pedro. Y entro. No hay nadie cerca
para juzgarme, así que abro el segundo cajón y cojo una camiseta blanca. Se
nota que está sin estrenar, pero me da igual. Me quito la mía y me pongo ésta.
Me tumbo en la cama y hundo la cara en la almohada. La fragancia fresca de
Pedro llena mis fosas nasales y por fin me duermo...
.
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