Al día siguiente, Landon y yo quedamos en la cafetería antes de la clase
para comparar nuestros apuntes de sociología. Me lleva casi una hora ordenar todos los míos
después de la irritante escenita de ayer de Pedro. Quiero hablarle a
Landon de ello, pero no me gustaría
que pensara mal de mí, y menos ahora que sé lo de su padre y la madre de Pedro. Landon debe de
saber mucho sobre él, y
debo obligarme constantemente a no preguntarle nada. Además, en realidad me
da igual lo que Pedro haga o deje de hacer con su vida.
El día pasa deprisa, y por fin llega la hora de la clase de literatura.
Como de costumbre, Pedro se sienta a mi lado, pero hoy no parece dispuesto a mirar en mi dirección.
—Hoy será el último día que hablaremos sobre Orgullo y prejuicio —nos
informa el profesor—. Espero que hayan disfrutado y, puesto que todos han leído el final, creo
conveniente dedicar el debate de hoy al uso de la anticipación de Austen. Díganme, como lectores, ¿esperaban que Darcy y ella acabasen siendo pareja al final?
Varias personas murmuran, y se ponen a rebuscar en sus libros como si éstos
fuesen a proporcionarles una respuesta inmediata, pero sólo Landon y yo levantamos la mano, como siempre.
—Señorita Chaves—me da la palabra.
—Bueno, la primera vez que leí la novela, estaba en ascuas todo el tiempo,
sin saber si acabarían juntos o no. Incluso ahora que la he leído al menos diez veces, sigo
sintiendo cierta ansiedad al principio de su relación. El señor Darcy es tan cruel y dice cosas tan
terribles sobre Elizabeth y su familia que al leerlas nunca sé si ella será capaz de perdonarlo, y mucho menos de amarlo.
Landon asiente ante mi respuesta, y yo sonrío.
—Qué chorrada —dice entonces una voz interrumpiendo el silencio. Es Pedro.
—¿Señor Alfonso? ¿Le gustaría añadir algo? —pregunta el profesor, claramente
sorprendido ante su participación.
—Claro, he dicho que eso es una chorrada. Las mujeres desean lo que no
pueden tener. La actitud grosera del señor Darcy es lo que hace que Elizabeth se sienta atraída
hacia él, de modo que era evidente que acabarían juntos —dice Pedro, y empieza a limpiarse las uñas
como si este debate no le interesara lo más mínimo.
—No es cierto que las mujeres deseen lo que no pueden tener. El señor Darcy
sólo era mezquino con ella porque era demasiado orgulloso como para admitir que la amaba.
Cuando dejó de comportarse de esa forma tan detestable,
Elizabeth se dio cuenta de que en realidad estaba enamorado de ella —digo, mucho más alto de lo que pretendía.
Mucho más alto. Miro a los presentes en el aula y veo que todo el mundo nos
está mirando a Pedro y a mí.
Pedro exhala.
—No sé con qué clase de tíos te has relacionado, pero opino que, si él la
amara, no habría sido mezquino con ella. La única razón por la que acabó pidiendo su mano en matrimonio fue porque ella no paraba de lanzarse a sus brazos — responde con énfasis, y se me cae el
alma a los pies. Sin
embargo, por fin llegamos a lo que piensa de verdad.
—¡Ella no se lanzaba a sus brazos! ¡Él la manipulaba, le hacía creer que
era amable y se aprovechaba de su debilidad! —grito, y el aula se queda en absoluto
silencio.
Pedro está rojo de furia, y supongo que yo debo de estar igual.
—¿Que él la manipulaba? Léetelo otra vez, ella es..., quiero decir, que
ella estaba tan aburrida con su vida aburrida que tenía que buscar emociones en alguna parte, de
modo que sí, ¡se lanzaba a sus brazos! —grita en respuesta, agarrándose al pupitre con fuerza.
—¡Bueno, igual si él no hubiera sido tan mujeriego, lo habría dejado estar
después de la primera vez en lugar de presentarse en su habitación! —En cuanto esas palabras
abandonan mi boca sé que nos he delatado, y empiezan a oírse risitas y gritos sofocados de sorpresa.
—Bien, es una discusión muy agitada. Creo que ya hemos hablado suficientemente del tema por hoy... —empieza a decir el profesor, pero yo cojo mi bolsa y salgo del
aula.
Desde alguna parte por detrás de mí en los pasillos, oigo la voz furiosa de Pedro, chillando:
—¡No vas a huir esta vez, Paula!
Salgo y me encuentro atravesando el verde césped, a punto de llegar a la
esquina del edificio, cuando me agarra del brazo y yo me suelto de un tirón.
—¿Por qué siempre me coges así? ¡Como vuelvas a agarrarme del brazo, te doy
un tortazo! — grito. Mis duras palabras me sorprenden, pero ya me he hartado de tanta
tontería.
Me agarra del brazo de nuevo, pero no soy capaz de cumplir mi amenaza.
—¿Qué quieres, Pedro? ¿Decirme que estoy desesperada? ¿Reírte de mí por
dejar que te me acerques otra vez? Estoy harta de este jueguecito, y no voy a seguir jugando. Tengo un novio que me quiere, y tú eres una persona horrible. ¡Deberías ir a un especialista para
que te receten algo para tus cambios de humor! No te entiendo. Un segundo eres agradable, y al
siguiente, detestable. ¡No quiero tener nada que ver contigo, así que hazte un favor y búscate a otra con
quien jugar, porque yo paso!
—Es verdad que saco lo peor de ti, ¿eh? —dice.
Me vuelvo para intentar desviar mi atención hacia la bulliciosa acera que está a nuestro lado. Las miradas de unos cuantos estudiantes curiosos se centran en Pedro y en mí
durante un instante demasiado largo. Cuando lo miro de nuevo, veo que se está pasando los dedos
por un pequeño agujero que tiene en su camiseta negra desgastada.
Espero encontrarlo sonriendo o riendo, pero no lo hace. Si no lo conociera,
pensaría que parece... ¿herido? Pero lo conozco, y sé que esto no podría importarle menos.
—No estoy jugando a nada contigo — dice, y se pasa las manos por la cabeza.
—Entonces ¿qué estás haciendo? Porque tus cambios de humor me dan dolor de
cabeza —espeto.
Una pequeña multitud se ha reunido alrededor de nosotros, y quiero que se
me trague la tierra.
Sin embargo, necesito saber qué es lo que tiene que decir. «¿Por qué no
puedo mantenerme alejada de él?» Sé que no me conviene, y que es perjudicial para mí. Nunca había
sido tan borde con nadie como lo soy con él. Y sé que se lo merece, pero no me gusta ser borde con
nadie.
Pedro me agarra del brazo una vez más y tira de mí hacia un pequeño
callejón entre dos edificios apartado de la gente.
—Pau, yo... No sé lo que estoy haciendo. Tú me besaste primero, ¿no es
así? —me recuerda de nuevo.
—Sí..., estaba borracha, ¿recuerdas? Y tú me besaste primero ayer.
—Sí..., y tú no me detuviste. —Hace una pausa—. Debe de ser agotador —dice.
«¿Cómo?»
—¿El qué?
—Fingir que no me deseas, cuando ambos sabemos que sí lo haces —añade, y da
un paso hacia mí.
—¿Qué? Yo no te deseo, Pedro. Tengo novio. —Las palabras brotan de mi boca
demasiado rápido, suenan totalmente ridículas y lo hacen sonreír.
—Un novio con el que te aburres. Admítelo, Pau. No me lo digas si no
quieres, pero admítelo para ti misma. Te aburres con él. —Baja la voz y la ralentiza hasta
alcanzar un ritmo sensual—. ¿Alguna vez te ha hecho sentir como te hago sentir yo?
—¿Qué?... Por supuesto que sí — miento.
—No..., no es verdad. Es obvio que nunca te han tocado... que nunca te han
tocado de verdad.
Sus palabras reavivan un fuego ahora familiar que me recorre todo el
cuerpo.
—Eso no es asunto tuyo —digo, y retrocedo.
Cuando lo hago, él avanza tres pasos hacia mí.
—No tienes ni idea de lo bien que puedo hacerte sentir —añade, y sofoco un
grito.
¿Cómo puede pasar de gritarme a esto?
Y ¿por qué me gusta tanto que lo haga? Me quedo sin palabras. El tono y las sucias palabras de Pedro me vuelven débil y vulnerable, y me confunden.
Estoy atrapada en la boca del lobo.
—No hace falta que lo admitas. Lo sé — dice con una voz cargada de
arrogancia.
Pero lo único que puedo hacer es negar con la cabeza. Su sonrisa se
intensifica y yo me apoyo de manera instintiva contra la pared. Avanza otro paso hacia mí, y respiro
profundamente, esperanzada.
Otra vez, no.
—Se te ha acelerado el pulso, ¿verdad? Y tienes la boca seca. Piensas en mí
y notas eso... ahí abajo. ¿Verdad, Pau?
Todo lo que dice es cierto, y cuanto más me habla así, más lo deseo. Es
extraño anhelar y detestar a alguien al mismo tiempo. La atracción que siento es
absolutamente física, lo que me sorprende teniendo en cuenta lo poco que se parece a Noah. No recuerdo
haberme sentido atraída nunca antes por nadie que no fuera él.
Sé que, si no digo nada ahora, él ganará. No quiero que tenga esta
influencia sobre mí, y que encima se salga con la suya.
—Te equivocas —farfullo.
Pero él sonríe, e incluso eso hace que sienta chispas en mi interior.
—Yo nunca me equivoco —dice—, no en esto.
Doy un paso a un lado antes de que me acorrale por completo contra la
pared.
—¿Por qué no paras de decir que me lanzo a tus brazos si eres tú el que me
arrincona ahora? — pregunto cuando la ira supera la lujuria que siento por este exasperante
chico tatuado.
—Porque fuiste tú quien hizo el primer movimiento. No me malinterpretes, a
mí me sorprendió tanto como a ti.
—Estaba borracha y había sido una noche muy larga, como bien sabes. Estaba
confundida porque estabas siendo amable conmigo; bueno, tu versión de ser amable.
Paso por su lado y me siento en el bordillo para alejarme. Hablar con él
resulta agotador.
—Yo no soy mezquino contigo —dice acercándose a mí de nuevo, pero suena más
a pregunta que a afirmación.
—Sí que lo eres. Te pasas mucho conmigo. Bueno, en realidad te pasas con
todo el mundo. Pero parece que conmigo te ensañas.
No puedo creer que esté siendo tan sincera con él. Sé que es cuestión de
minutos que esto se vuelva en mi contra.
—Eso no es verdad. No soy peor contigo que con el resto de la población.
Me levanto. Sabía que no podía tener una conversación normal con él.
—¡No sé por qué sigo malgastando el tiempo contigo! —grito, y echo a andar
hacia el camino principal y el césped.
—Venga, perdona. Vuelve aquí.
Gruño, pero mis pies reaccionan antes que mi cerebro y acabo a tan sólo
unos
pasos de él.
Se sienta en el bordillo donde estaba yo hace un momento.
—Siéntate —me ordena.
Y lo hago.
—Estás demasiado lejos —dice, y pongo los ojos en blanco—. ¿No confías en
mí?
—No, claro que no. ¿Por qué iba a hacerlo?
Su rostro se ensombrece ligeramente ante la crudeza de mis palabras, pero
se
recupera enseguida.
«¿Qué más le da si confío en él o no?»
—¿Podemos decidir ya si vamos a mantenernos alejados el uno del otro o a
ser amigos? No quiero seguir peleándome contigo — suspiro.
Pedro se acerca un poco a mí e inspira hondo antes de hablar.
—Yo no quiero mantenerme alejado de ti —dice.
«¿Qué?» El corazón se me sale del pecho.
—Me refiero a que no creo que podamos mantenernos alejados el uno del otro,
porque una de mis mejores amigas es tu compañera de cuarto y todo eso. Así que supongo
que tendremos que intentar ser amigos.
Me siento decepcionada a cuento de nada, pero eso es lo que quiero, ¿no? No
puedo seguir besando a Pedro y engañando a Noah.
—Vale, entonces ¿amigos? —digo dejando a un lado ese sentimiento.
—Amigos —conviene él, y me ofrece la mano.
—Pero amigos sin derecho a roce — especifico mientras se la estrecho, y siento cómo me ruborizo.
Suelta una carcajada y se lleva la mano a la ceja para juguetear con su
piercing.
—¿Por qué dices eso?
—Como si no lo supieras... Steph me lo ha contado.
—¿Lo que pasó entre nosotros?
—Sí, y lo que pasa contigo y con todas las demás chicas. —Intento fingir
una risa, pero me sale una especie de tos, de modo que toso un poco más para intentar que no se
note.
Él enarca las cejas como si no entendiera de qué le estoy hablando, pero
decido pasarlo por alto.
—Bueno, lo mío con Steph... fue divertido. —Sonríe como si estuviera
recordando algo, y yo me trago la bilis que me sube por la garganta—. Y sí, me acuesto con algunas
chicas. Pero ¿por qué iba a importarte eso a ti, amiga?
No parece darle la menor importancia al asunto, y yo, en cambio, estoy
estupefacta. No debería afectarme que me cuente que se acuesta con otras chicas, pero me afecta. No
es mío. Noah lo es.
Noah lo es. «Noah lo es», me recuerdo a mí misma.
—No me importa. Sólo quiero dejar claro que yo no voy a ser una de esas
chicas.
—Vaya..., ¿estás celosa, Pau? — bromea, y yo le doy un empujón.
Jamás lo admitiré.
—En absoluto —replico—. Siento lástima por esas chicas.
Levanta las cejas de manera insinuante.
—Pues no deberías. Lo disfrutan, créeme.
—Vale, vale. Ya lo pillo. ¿Podemos cambiar de tema? —Suspiro y echo la
cabeza atrás para mirar al cielo. Necesito borrar la imagen de Hardin y su harén de mi
mente—. Entonces ¿vas a ser más simpático conmigo a partir de ahora?
—Claro. Y ¿tú vas a intentar no ser tan estirada y tener tanta mala leche todo el tiempo?
Mientras observo las nubes, digo ensoñadoramente:
—Yo no tengo mala leche; es que tú eres ofensivo.
Lo miro y me echo a reír.
Afortunadamente, él también lo hace. Esto es mucho mejor que estar
gritándonos el uno al otro. Sé que en realidad no hemos solucionado el
verdadero problema, que son los sentimientos que pueda o no albergar hacia él, pero si consigo que deje
de besarme podré volver a centrarme en Noah y cerrar este horrible capítulo antes de que la cosa
vaya a peor.
—Míranos, siendo amigos. —Su acento es tan mono cuando no está siendo
grosero...
Joder, e incluso cuando lo es, pero cuando su voz es relajada, su acento la
hace mucho más suave, como el terciopelo. La manera en que sus palabras se deslizan por su
lengua y a través de sus labios rosados... No debo pensar en sus
labios. Aparto los ojos de su rostro, me levanto y me sacudo la falda.
—Esa falda es terriblemente espantosa, Pau—dice entonces—. Si vamos a ser
amigos, vas a tener que dejar de ponértela.
Me siento dolida durante un instante, pero al mirarlo veo que está
sonriendo. Ésta debe de ser su manera de bromear; sigue siendo algo grosera, pero prefiero esto a su
malicia habitual.
La alarma de mi teléfono vibra.
—Tengo que irme a estudiar —le digo.
—¿Te pones la alarma para estudiar?
—Me pongo la alarma para muchas cosas; es una costumbre que tengo.
Espero que deje estar ese tema de una vez.
—Vale, pues póntela para que hagamos algo divertido mañana después de clase
—dice.
«¿Quién es éste y dónde está el auténtico Pedro?»
—No creo que mi idea de «algo divertido» coincida con la tuya — replico. Ni
siquiera puedo imaginarme qué es la diversión para Pedro.
—Bueno, sólo despellejaremos a unos cuantos gatos, prenderemos fuego a
algunos edificios...
No puedo evitar que se me escapen unas risitas, y él sonríe.
—En serio, te vendrá bien divertirte, y ahora que somos amigos deberíamos
hacer algo.
Necesito unos momentos para considerar si debería pasar tiempo a solas con él antes de contestar. Pero antes de que me dé tiempo a hacerlo, da media vuelta para
marcharse.
—Bien, me alegro de que te apuntes. Nos vemos mañana.
Y desaparece.
No contesto nada, simplemente me siento de nuevo en el bordillo. Los
últimos veinte minutos se repiten en mi cabeza. Primero, básicamente me ha ofrecido sexo, y me ha
dicho que no tengo ni idea de lo bien que puede hacerme sentir.
Luego, unos minutos después, ha accedido a intentar ser más simpático conmigo; después nos hemos reído y bromeado, y eso ha estado
bien. Sigo teniendo muchas preguntas sobre él, pero creo que puedo ser amiga de Pedro, como lo
es Steph. Vale, igual como ella no, pero como Nate o como alguno de los otros amigos que salen
con él.
Sé que esto es lo mejor. Nada de besos ni insinuaciones sexuales por su
parte.
Sólo amigos.
Sin embargo, en el camino de vuelta a mi habitación, mientras paso entre los
despreocupados estudiantes ajenos a Pedro y a sus ardides, no puedo librarme del temor de
pensar que acabo de caer en una de sus trampas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario