Los dedos de Pedro se aventuran aún más lejos por debajo de mi camiseta y
se me acelera la respiración. Una sonrisa se dibuja en su precioso rostro
cuando se da cuenta.
—Una caricia y ya estás jadeando — susurra con voz ronca.
Aparta mis pies de su regazo y lleva la boca a mi cuello. Traza una sola
línea con la lengua y me estremezco. Enrosco los dedos en sus rizos y tiro de
ellos cuando me da un mordisco. A continuación desliza una mano hacia mi
entrepierna pero lo cojo de la muñeca y lo detengo.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Nada... Sólo es que pensaba que esta vez podía hacer yo algo por ti.
Aparto la vista pero me coge de la barbilla y me obliga a mirarlo a los
ojos. Intenta ocultar una sonrisa de satisfacción.
—Y ¿qué te gustaría hacer por mí?
—Pues... He pensado que podría..., ya sabes...
No sé por qué me cuesta tanto soltarme la lengua con Pedro cuando él dice
lo que se le ocurre cuando se le ocurre, pero es que la palabra mamada no forma
parte de mi vocabulario.
—¿Quieres chuparme la polla? — pregunta sorprendido.
Es oficial: estoy espeluznada. Y, aun así, me excita.
—Pues... sí. Quiero decir, si tú quieres.
Espero que, si nuestra relación progresa, llegaré a poder hablar
abiertamente de esa clase de cosas. Me encantaría llegar al punto de poder
decirle todo lo que quiero hacerle, de estar tan cómoda con él que me sienta
valiente en ese sentido.
—Pues claro que quiero —dice—.
Quiero sentir tu boca desde la primera vez que te vi.
—Me siento extrañamente halagada pese a lo bestia del cumplido, pero
entonces me pregunta—: ¿Estás segura de querer hacerlo? ¿Alguna vez... has
visto una polla?
Estoy segura de que ya sabe la respuesta. ¿O es que quiere que se lo diga?
—Por supuesto que sí. No una de verdad, pero he visto fotos, y una vez
pillé a un vecino viendo una película guarra —le digo, y reprime la risa—. No
te rías de mí, Pedro —le advierto.
—Perdona, nena, no me estaba riendo de ti. Es que nunca había conocido a
nadie con tan poca experiencia. Aunque eso es bueno, te lo juro. A veces tu
inocencia me desconcierta. Y, dicho esto, me pone muchísimo ser la única
persona en el mundo que ha hecho que te corras.
Esta vez no se ríe, y me siento mejor. —Vale... Vamos allá.
Sonríe y me acaricia la mejilla con el pulgar.
—Tienes chispa, eso me gusta —dice, y se levanta.
—¿Adónde vas? —le pregunto.
—A ninguna parte —sonríe él—. Sólo voy a quitarme los pantalones.
—Pero eso quería hacerlo yo —digo con un mohín, y se ríe y vuelve a
subírselos.
—Todo tuyo, nena. —Se lleva las manos a las caderas.
Sonrío, me acerco y le bajo los pantalones. ¿Debería bajarle también el
bóxer? Pedro da un paso atrás y apoya los talones contra la cama antes de
sentarse. Me arrodillo delante de él y respira hondo.
—Acércate más, nena.
Me agacho un poco más y me apoyo en sus rodillas.
—¿Estás bien? —me pregunta con cuidado.
Asiento y me levanta por los codos.
—Vamos a besarnos un rato, ¿vale? — sugiere, y me sienta encima de él.
Tengo que admitir que es un gran alivio. Aún quiero hacerlo, pero necesito
un momento para procesarlo, y seguro que besándolo me siento más cómoda. Me
besa, primero despacio, pero en unos segundos saltan chispas y es como si
estuviera ardiendo por dentro. Me agarro a sus brazos y muevo las caderas. El
bóxer forma una tienda de campaña y le tiro del pelo.
«Ojalá me hubiera puesto falda, así podría levantármela y sentirlo contra
mi piel...», me digo. Me asombra lo que se me pasa por la cabeza mientras lo
acaricio por encima del bóxer con la palma de la mano.
—Joder, Pau. Si sigues haciendo eso, voy a correrme otra vez en los
calzoncillos —gime y paro.
Me bajo de su regazo y me arrodillo otra vez.
—Quítate los vaqueros —me ordena, y asiento antes de desabrochármelos y
bajármelos.
Como me siento valiente, me quito también la camiseta. Pedro se muerde el
labio y me coloco de nuevo delante de él. Meto los dedos por el elástico del
bóxer y tiro. Él se levanta de la cama lo justo para que se lo baje.
Abro unos ojos como platos y oigo mi exclamación de sorpresa cuando la
masculinidad de Pedro queda al descubierto. Madre mía, qué grande es. Es mucho
mayor de lo que creía.
«Pero ¿cómo voy a metérmela en la boca?»
Me quedo mirándola unos segundos. La toco con el índice. Pedro se ríe
cuando se mueve un poco y al instante vuelve a su sitio.
—¿Cómo...? Quiero decir... ¿Por dónde empiezo? —balbuceo. Me intimida el
tamaño, pero quiero hacerlo.
—Te lo enseñaré. A ver... Cógela como la última vez...
La rodeo con los dedos y los ajusto lo mejor que puedo. La piel que la
recubre es muy suave. Sé que la estoy tocando y examinando como si fuera un
experimento de la clase de ciencias, pero es que es algo tan nuevo que bien
podría serlo.
La cojo con suavidad y muevo la mano arriba y abajo, despacio.
—¿Así? —pregunto, y él asiente. Su pecho sube y baja.
—Ahora... métetela en la boca. No toda, bueno, si te cabe... Sólo métetela
todo lo que puedas.
Respiro hondo y me lanzo. Abro la boca y me la meto, aunque sólo hasta la
mitad. Suspira y me pone las manos en los hombros. Me aparto un poco y noto un
sabor salado. ¿Ya ha terminado? El sabor desaparece y empiezo a subir y a bajar
la cabeza. Un instinto que no sabía que tenía me dice
que deslice la lengua por su pene mientras me muevo.
—Joder, así, así. Sí... —ruge Pedro, y repito lo que acabo de hacer.
Me agarra con más fuerza y sus caderas empujan hacia adelante, hacia mi
boca. Me esfuerzo un poco más y me la meto casi toda. Alzo la vista. Tiene los ojos
en blanco y está para comérselo. Los músculos fibrosos y tatuados se tensan bajo
la piel tersa, y la inscripción en sus caderas se mueve lentamente. Me
concentro en seguir chupando y cojo velocidad.
—Usa la mano... en... el resto... —jadea.
Muevo la mano desde la base hasta mi boca, que está encargándose de la
punta. Succiono y vuelve a gemir.
—Joder..., joder, Pau. Estoy... estoy a punto —consigue decir—. Si no
quieres que me corra... en tu boca... deberías... deberías parar.
Lo miro, pero no me la saco. Me encanta que pierda el control por mí.
—Mierda... Mírame.
Su cuerpo se tensa mientras me observa. Parpadeo con coquetería. Pedro
maldice y pronuncia mi nombre una y otra vez y siento que se sacude en mi boca
y un líquido salado y tibio me llena la garganta en pequeñas descargas. Me dan
arcadas y me aparto. No sabe tan mal como esperaba, pero tampoco es que esté
rico. Sus manos abandonan mis hombros y me acarician las mejillas.
Está sin aliento, aturdido.
—¿Qué... qué tal?
Me siento a su lado en la cama. Él me rodea con un brazo y apoya la cabeza
en mi hombro.
—Yo creo que ha sido agradable — digo, y se desternilla.
—¿Agradable?
—Ha sido divertido, por decirlo de alguna manera. Poder verte así... Y no
sabe tan mal como pensaba —confieso. Debería sentirme avergonzada por admitir
que me ha gustado, pero no es así—. ¿A ti te ha gustado? —pregunto nerviosa.
—Me he llevado una agradable sorpresa. Ha sido la mejor mamada de mi vida.
Me pongo roja como un tomate.
—Venga ya —me río, aunque agradezco que intente que no me sienta mal por
ser tan inexperta.
—No, lo digo de verdad. Eres tan... pura. Joder, y cuando me has mirado...
—¡Ya vale! —lo corto, y levanto las manos. No quiero repasar cada detalle
de la primera vez que he hecho eso.
Pedro se ríe y me tumba en el colchón.
—Ahora vamos a ver si puedo hacerte sentir tan bien como tú me has hecho
sentir a mí —me susurra al oído mientras me lame el cuello. Sus dedos se
enroscan en mis bragas y me las baja—. ¿Prefieres los dedos o la lengua? —
susurra seductor.
—Ambos —respondo, y sonríe.
—Como quieras.
Mete la cabeza entre mis piernas y le tiro del pelo. Sé que lo hago a
menudo, pero parece que le gusta.
Arqueo la espalda a los pocos minutos. Estoy eufórica y grito su nombre
mientras llego al orgasmo.
Cuando el ritmo de mi respiración vuelve a ser normal, me siento y, con los
dedos, recorro la tinta negra de su pecho. Me observa detenidamente pero no me
aparta la mano. Está tumbado a mi lado, en silencio, dejándome disfrutar de mi
estado de semiconciencia.
—Nadie me ha acariciado nunca así — dice, y me trago todas las preguntas
que me muero por hacerle.
En vez de interrogarlo, le sonrío y lo beso en el pecho.
—¿Duermes conmigo esta noche? —me pregunta entonces.
Niego con la cabeza.
—No puedo. Mañana es lunes y tenemos clase. —Quiero quedarme con él, pero
no en domingo.
Me mira con ternura.
—Por favor.
—No tengo nada que ponerme.
—Ponte lo mismo que hoy. Por favor, duerme conmigo. Sólo una noche. Te
prometo que llegarás puntual a clase.
—No sé...
—Me aseguraré de que llegas quince minutos antes y con tiempo suficiente
para pasar por la cafetería y ver a Landon —dice, y me quedo boquiabierta.
—¿Cómo sabes que hago todo eso?
—Porque te observo... No a todas horas. Pero me fijo en ti.
El corazón se me va a salir del pecho. Me estoy pillando. Me estoy pillando
a toda velocidad y como una colegiala.
—Vale, me quedo —le digo, pero levanto la mano para que me deje hablar —.
Con una condición.
—¿Cuál?
—Vuelve a la clase de literatura —le digo.
Él enarca una ceja y contesta:
—Trato hecho.
Su respuesta me hace sonreír, y me estrecha contra su pecho.
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