Divina

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domingo, 5 de julio de 2015

Seducción total Capítulo 18



Pedro tenía la cabeza en la almohada junto a ella y sonrió cuando Paula volvió la cabeza y le dio un beso en los labios.

La dulzura del gesto lo desarmó. ¿Cómo pudo irse sin decirle que pensaba volver a su lado y reclamarla para siempre? Estaba tan preocupado por lo que habían hecho en un momento de dolor y vulnerabilidad, tan decidido a darle tiempo y espacio para pensar, que estuvo a punto de perder la oportunidad para siempre.

¿Y si hubiera conocido a otro y se hubiera casado con él al creerlo muerto? Era una idea que no podía soportar.
En lugar de eso, prefirió concentrarse en algo más real.


—¿Cuándo quieres que nos casemos? —preguntó.
La sintió sonreír sobre su garganta.


—Parece que ya tienes una fecha en mente.


—Sí —dijo él—. Ayer. ¿Cuánto se tarda en tener la licencia aquí en Nueva York?


—No tengo ni idea —respondió ella—. Como tú estarás en casa esta semana, ¿por qué no te enteras? Supongo que una vez que tengamos la licencia sólo tendremos que pasar por el juzgado.


—De acuerdo. ¿Eso es lo que quieres? ¿Una ceremonia civil?


—No necesito una boda por todo lo alto en la iglesia, si es lo que estás preguntando —dijo ella—. A menos que a tu padre le parezca importante. ¿Quieres invitarlo?

A Pedro le gustó ver la preocupación por los sentimientos de su padre.


—Lo invitaré, pero dudo que quiera subirse en un avión. Ni siquiera para eso. No creo que le importe mucho que nos casemos aquí.


—Vale —dijo ella, como si ya estuviera decidido—. Entérate de lo que hace falta y fijaremos la fecha.
Él asintió.


—Déjalo en mis manos —dijo Pedro. Después movió las caderas y sonrió al sentir la reacción del cuerpo femenino pegado a él—. Hm, ¿qué podemos hacer hasta entonces?

Paula se echó a reír y él bajó la cabeza hacia ella.
Y cuando empezó a besarla de nuevo, se le ocurrió la idea perfecta para el regalo de bodas. Era el momento de olvidar el pasado.

Decidió ocuparse de todo al día siguiente. En ese momento, tenía mejores cosas que hacer.

Pasaron dos semanas. Decidieron casarse en la primera semana de Septiembre, en una sencilla ceremonia en el juzgado del condado, y Paula decidió pedir un día libre por motivos personales.

Una tarde, a principios de Agosto, él dijo:

—He solicitado un trabajo en el sector privado. La idea de trabajar en un despacho del ejército y tener que trasladarme cada dos años no me atrae en absoluto.

Paula levantó la cabeza de los trabajos que estaba corrigiendo.


—¿Qué clase de trabajo es?


—Seguridad privada —dijo él, entregándole la carpeta negra que había estado leyendo.


—¿Guardaespaldas? —preguntó ella, tratando de ocultar su consternación.


—No exactamente —dijo él, y sonrió—. Un amigo que dejó el ejército y ahora trabaja para ellos me habló de esta empresa. Se dedican a una serie de servicios especializados. Como secuestros y operaciones especiales que el gobierno quiere llevar a cabo sin demasiado bombo y platillo. También organizan servicios de protección para personas y para instituciones. El año pasado fueron los encargados de la seguridad de una importante exposición de joyas que hubo en el Museo Metropolitano de Nueva York.


—¿Cómo se llama y dónde están?


—Servicios de Protección, S.A. —dijo él—. La sede está en Virginia, pero han decidido abrir sucursales en otras partes del país. La primera es en Los Angeles.


—¿Nos iríamos a vivir allí?


—Si a ti no te importa.


—No —sonrió ella—. No me importaría. ¿Sabes para qué tipo de trabajo te contratarían?


—Espero que sea para dirigir la sucursal —dijo él—. Era el puesto que tenían vacante, y siendo un oficial del ejercito puedo ocuparme de toda la organización. Me encantaría hacerlo —dijo él—. Es mucho más interesante que hacer lo mismo todos los días sentado en un despacho.


—Por eso me gusta enseñar —dijo ella—. Cada día hay algo diferente. Un niño con una necesidad especial, un enfoque diferente. Incluso las reuniones con los padres son diferentes.


—Seguro que eres una excelente profesora —dijo él.


—Lo intento. En mi opinión, formar a la siguiente generación es uno de los trabajos más importantes que hay —explicó. Después señaló el montón de trabajos que tenía delante de ella—. Y hablando de trabajo, más vale que continúe corrigiendo todo esto.


—Ah, corregir trabajos —dijo él, con una sonrisa—. Me excita.
Paula lo miró con el ceño fruncido.


—¿Hablar de corregir trabajos te excita?
Pedro se levantó y echó a caminar hacia ella.


—Sí. ¿Lo quieres ver?


—¡Pedro!

Paula hizo un falso esfuerzo para alejarse, pero Pedro la sujetó y la apretó contra su cuerpo.


—Tengo que terminar de corregir los trabajos. No tardaré mucho.


—¿Cuánto rato?


—No mucho, unos diez minutos.


—¿Diez minutos? Lo siento, pero no puedo esperar tanto.


—Eres imposible —dijo ella, a la vez que él bajaba la cabeza y le tomaba la boca.


—Cuando se me mete algo en la cabeza no hay quien me pare —murmuró él, antes de besarla.

Paula sintió que le flaqueaban las rodillas y le rodeó el cuello con los brazos a la vez que echaba la cabeza hacia atrás y se relajaba. Pedro se aprovechó inmediatamente de la garganta esbelta que le ofrecía y deslizó los labios hasta besar el cuello de la blusa. Paula murmuró de placer.

Pedro se inclinó y deslizando las manos por debajo de sus rodillas, la alzó en brazos y la llevó escaleras arriba, subiendo los escalones de dos en dos.


—Peso mucho para esto —dijo ella—. Te harás daño. Déjame.
Él se echó a reír.


—¿Sabes cuántos kilos he tenido que subir por la ladera de una montaña? Créeme, cariño, no pesas nada —le aseguró.

Se detuvo en el último escalón y la besó intensamente.

—Además —añadió cuando por fin levantó la cabeza—, cuando tenía que subir la montaña, no tenía este tipo de incentivo esperándome en la cima.

Sólo le llevó un momento cubrir la distancia hasta el dormitorio, otro para cruzar la habitación y dejarla en la cama.

Aunque en el último año Paula se había esforzado para no pensar en él durante el día, había soñado con él una y otra vez, incluso a pesar de creer que había muerto. Pero ninguno de sus sueños podían compararse con la embriagadora realidad de estar en sus brazos. Incluso ahora, muchas veces tenía la sensación de estar soñando.

Pedro le quitó la camisa mientras ella le desabrochaba la suya y hacía lo mismo con el sujetador. Se detuvo un momento para que él se lo deslizara por los hombros y se lo quitara, y entonces él le tomó los senos con las manos y empezó a acariciar los pezones rosados con los pulgares.

Pedro apartó la mirada de los senos firmes y redondeados que sostenía en las manos y la miró a los ojos con una expresión cargada de calor y pasión. Paula sintió el cuerpo del hombre estremecerse contra ella. A regañadientes, Pedro apartó las manos del cuerpo femenino y se quitó los vaqueros y los calzoncillos antes de tenderla sobre la cama.
Tomándole la mano, la guió en medio de los dos cuerpos, hasta su miembro erecto.

—Ayúdame.

Dio un respingo cuando la mano femenina rodeó la piel firme y sensible. Disfrutando del tacto sedoso de su cuerpo, tan duro y firme, Paula apretó la mano como sabía que a él le gustaba y lo acarició.

—Me estás matando —susurró él.


—Dime que no te gusta y pararé —dijo ella, a la vez que le mordisqueaba el hombro.

Él gimió, como si le costara llevar el aire a los pulmones.


—Eso nunca. Oh, cielo, sí.

Paula lo colocó en la entrada de su cuerpo y alzó las caderas. Cuando Pedro la penetró gimió de placer y le sujetó las nalgas con las manos, para moverse con él, y en unos minutos establecieron un ritmo rápido y frenético que provocó en ella un ardor incontenible. La tensión que se fue multiplicando entre ellos estalló por fin, primero en ella que se convulsionó en él, y después en él, cuando su cuerpo se tensó y explotó en un clímax estremecedor que lo dejó jadeando y temblando.

Cuando Paula recuperó la respiración y pudo volver a pensar, se estiró y depositó un beso en el hombro masculino.


—Ha sido increíble.
Pedro rió a su vez.


—Sí, increíble —rodó a un lado con ella pegada a su cuerpo y ella se acurrucó moldeando su cuerpo al de él—. Creo que hemos logrado dominarlo.


—¿Tú crees? Como profesora puedo decir que, según todos los estudios, cuando se llega a dominar un arte, es necesaria cierta práctica para reforzar el concepto.


—¿Es cierto eso? —dijo él, acariciándole la cadera y las nalgas—. En ese caso supongo que tendremos que seguir practicando hasta que estemos totalmente seguros de dominarlo por completo.
Ahora le tocó reír a ella.


—Nos llevará un tiempo.



—Probablemente —dijo él.

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