Divina

Divina

sábado, 25 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capítulo 9

El banquete de bodas que su madre había organizado en un hotel cercano pareció eternizarse. Pedro apenas podía reprimir su impaciencia, aunque sabía que aquella comida complacía mucho a su madre. Pero él sólo quería irse de allí con su esposa.

Su esposa... Nunca había pensado que aquellas palabras le gustaran tanto. Cuando el camarero pasó por la mesa ofreciendo café, Pedro decidió que ya había aguantado bastante. Era el momento de pasar a la mejor parte. Se puso de pie, sosteniendo la mano de Paula. Ella también se levantó, con una expresión de desconcierto en su adorable rostro.

 -Tenemos que irnos ya -le dijo él.

-Oh -parecía un poco intranquila-. Pero los invitados...

-Pueden entretenerse ellos solos -la interrumpió-. Nosotros tenemos una suite de luna de miel que nos está esperando.

-¡Una suite! -su cara se iluminó con una radiante sonrisa-. Pero dijiste que no teníamos tiempo para una luna de miel.
Él sonrió, contento de haberla sorprendido.

-Bueno, no tenemos tiempo. Pero pensé que deberíamos hacer algo especial en nuestra noche de bodas. He reservado una suite en La Mansión del Río.

-¡La Mansión! -exclamó Paula-. ¡Oh, Pedro!

La Mansión era uno de los mejores hoteles de River Walk, un antiguo colegio universitario con unas vistas preciosas sobre el río. También era uno de los hoteles más caros de San Antonio. Pedro nunca había tenido ocasión de pernoctar allí, pero había oído que, a pesar de su discreta fachada, por dentro era increíble. No podía haber pensado en un lugar mejor, y cuando Paula lo abrazó y lo besó mientras la familia se echaba a reír, decidió que su novia estaba de acuerdo.

-¿Estás seguro? -le preguntó ella-. Sé que tienes que trabajar.

-Estoy seguro -dijo él-. He llamado a la doctora Perez y ha accedido a sustituirme hoy si yo la cubro mañana por la noche. De hecho, estaba encantada de ayudar y me ha pedido que te transmita su enhorabuena.

-De acuerdo. Pero antes tengo que ir a casa a...

-Ya está todo arreglado. Esta mañana le di al ama de llaves una lista. La bolsa está en el maletero de mi coche -le sonrió, impaciente por estar a solas con ella-. Vamos, esposa mía. Nuestra luna de miel espera.


El personal del hotel los recibió con mucha amabilidad y los condujeron a la suite reservada. Pedro se dio cuenta de que con Paula aún vistiendo el traje de novia, su nuevo estatus era más que evidente.

La habitación era encantadora, decorada en estilo colonial español. El botones subió su única maleta y entonces los dos se quedaron solos por fin.

El señor y la señora Alfonso. A Pedro le gustaba cómo sonaba. Y le gustaba pensar que Paula estaría siempre con él.

Ella había salido al balcón con vistas al río mientras él le daba la propina al botones. Pedro también salió y se apoyó en la barandilla, contemplando el hermoso paisaje.

-Gracias -le dijo ella.

-De nada -sólo por estar a su lado, viendo cómo los pechos le subían y bajaban al respirar, y sintiendo el calor que irradiaba, Pedro se moría de deseo por ella. La llevó de nuevo al interior y la rodeó con los brazos-. ¿Qué tengo que hacer para quitarte este vestido? -le preguntó mientras cerraba con el pie la puerta del balcón.

-Es fácil -dijo ella con una sonrisa-. Hay una cremallera en la espalda. Tu madre quería sustituirla por un millón de botoncitos... Fue una de las pocas cosas en las que me mostré inflexible.

El encontró rápidamente la cremallera, y en cuestión de segundos el vestido formó un charco blanco a sus pies. Entonces la miró boquiabierto.

-¿De dónde has sacado... esto?

Paula llevaba un picardías rojo pasión que realzaba sus pechos sin apenas ocultar sus pezones. El encaje se ceñía a la curva de su cintura y se ensanchaba hasta sus caderas, dejando ver el minúsculo triangulo de unas braguitas rojas. Un liguero sujetaba la prenda a un par de diáfanas medias de seda, que terminaban en los zapatos blancos de tacón que aún llevaba puestos. Pedro no pudo resistirse y se arrodilló para besarla en la porción de muslo descubierta.

-Tu hermana me lo dio anoche -dijo ella, entrelazándole los dedos en el pelo-. Me hizo prometer que me lo pondría hoy.

-Recuérdame que le dé las gracias. Menos mal que no he sabido antes que llevabas una cosa así bajo el vestido... o tal vez no habríamos llegado al altar.

En ese momento se oyó un fuerte golpe en la puerta.

-¡Cielos! -exclamó Paula-. ¿Quién puede ser?
Pedro se levantó con un suspiro.

-No te muevas -fue hacia la puerta y sacó unas monedas del bolsillo. Un camarero esperaba con un pequeño carrito. Pedro firmó la cuenta y metió el carrito él mismo.

-Champán y canapés -anunció-. He pensado que deberíamos empezar bien el matrimonio.

-Es muy... considerado por tu parte -sus ojos estaban tan abiertos y brillantes que Pedro sintió una punzada de culpa. Paula no había tenido muchos motivos para esperar detalles románticos de él desde que habían decidido casarse.

-Quería que fuera especial para ti -se acercó a ella y la tomó de la mano para llevarla hasta el carrito.

-¡Pedro! -dijo, mirándose y poniéndose colorada-. ¡No puedo andar por ahí así!

-¿Por qué no? Sólo te estoy viendo yo -vio su reflejo en el gran espejo de la pared y descubrió que las braguitas eran en realidad un tanga-. Y menuda vista ofreces... -llevó una mano hasta sus nalgas desnudas y enseguida la retiró con una risita-. Tal vez el champán no haya sido buena idea. No estoy seguro de que pueda apartar las manos de ti el tiempo suficiente para abrir la botella.

-Ha sido una magnífica idea -susurró ella-. No esperaba que pudieras librarte del trabajo, pero me alegra que lo hayas hecho.

Su gratitud lo hizo sentirse incómodo. ¿Por qué se había resistido a la idea de una luna de miel? Le había dicho que no podía tomarse una semana libre, cuando en realidad no se había tomado unas vacaciones durante los cuatro años que llevaba en el hospital.

Pero también era cierto que Paula nunca intentaría apartarlo de sus obligaciones. Al contrario, le ofrecía todo su apoyo sin esperar nada a cambio.

Avergonzado y arrepentido, se prometió a sí mismo que lo haría mejor en el futuro. Le demostraría a Paula lo encantado que estaba con el cambio que ella había supuesto en su vida.

Resistiéndose a la tentadora belleza que tenía a escasos centímetros, se giró hacia el carrito y tomó la botella de champán. Retiró el papel de plata y la descorchó con pericia.

-Lo haces como un experto -observó Paula con una sonrisa.

-Me gustan los vinos -dijo mientras le tendía una copa burbujeante-. Por eso aprendí -le pasó un brazo por los hombros y alzó ligeramente la copa-. Brindemos -ella levantó su copa mirándolo a los ojos-. Por los placeres del matrimonio.

-Por los placeres del matrimonio -respondió ella. Entrechocaron las copas y tomaron un pequeño sorbo.

Pero a Pedro el brindis le pareció muy pobre y superficial, de modo que volvió a levantar la copa.

-Y por mi hermosa mujer y todos los años de felicidad que compartiremos.
Los ojos de Paula se llenaron al instante de lágrimas.

-Por los años de felicidad -susurró.

Volvieron a beber y entonces Pedro dejó su copa y le quitó a ella la suya.

-Me estoy volviendo loco -gruñó-. Iba a llevarte a River Walk, pero...

-Pero... -ella se apretó contra él-. Siempre podremos ir a River Walk, pero aquí sólo estaremos esta noche -su voz se redujo a un tentador susurro-.Tal vez deberíamos establecer nuestras prioridades.

-Estoy de acuerdo -dijo, y se inclinó para tomar posesión de su boca. Ella respondió de inmediato liberando su pasión contenida, y a punto estuvo de quemarlo vivo cuando le echó los brazos al cuello y entrelazó los dedos en sus cabellos.

A Pedro se le aceleró salvajemente el pulso y, apartándose de ella, tiró del picardías hacia abajo, soltando un gruñido de aprobación al ver sus pechos. 

-Mía -dijo, tomando uno de los senos-. Eres mía -se agachó para atrapar el pezón con la copa y presionó con fuerza.

Ella dejó escapar un grito y se aferró a los cabellos de Pedro, pero enseguida bajó los brazos y le abrió frenéticamente la camisa. Le deslizó las palmas por el pecho desnudo y fue bajando hasta la cintura. Le tocó el miembro a través del pantalón, y él no pudo resistirse; se desabrochó el pantalón con una mano mientras con la otra buscaba el preservativo que llevaba en el bolsillo.

-Mira -le dijo ella.

Él bajo la mirada y vio cómo sus esbeltos dedos soltaban la sujeción del tanga a la cadera. La minúscula prenda cayó al suelo, dejándola tan sólo con el picardías, las medias de seda y los altos tacones.

-Si estás tratando de volverme loco, lo estás consiguiendo -su voz sonaba áspera y profunda. La agarró por las caderas y la levantó, apoyándola contra la pared.

Ella lo rodeó con las piernas, presionando su centro húmedo contra el miembro erecto, y entonces la penetró. Sintió cómo un tacón se le clavaba en el glúteo, algo que le resultó increíblemente excitante.

-Míranos -le ordenó, empujando cada vez con más fuerza. Ella obedeció y soltó un prolongado gemido ante la erótica visión.

Al oírla, Pedro no pudo contenerse más e incrementó la velocidad de sus arremetidas, hasta que, a los pocos segundos, todo su cuerpo se tensó y fue como si se deshiciera en mil pedazos. Al mismo tiempo, ella se retorció, apretándolo entre sus muslos y acompañándolo en el glorioso clímax. Tras la explosión del orgasmo, Pedro enterró la cabeza en su cuello y permaneció inmóvil hasta que recuperó la respiración. Entonces miró alrededor y se echó a reír.

-Vaya. La cama está ahí.
Ella endureció las piernas y también se rió.

-Bueno, podemos probarla más tarde.

-¿Más tarde? ¿Por qué no ahora?

-¿Ahora? -preguntó, sorprendida-. Pensé que necesitarías tiempo...

Él le propinó una fuerte embestida, demostrándole que el acto reciente no había hecho sino intensificar su deseo. La sujetó firmemente por las nalgas y se dirigió hacia la cama.

-Por cierto -dijo ella mientras pasaban junto al amplio escritorio-, la cama está demasiado lejos. ¿Crees que podrás llegar?

Él se volvió y se sentó en la mesa. Dejó que Paula descargara todo su cuerpo sobre su miembro enhiesto, y empezó a moverse arriba y abajo a un ritmo suave.

-Oh, podría intentarlo -dijo-, pero mejor luego.


El resto del día fue perfecto. Antes de la cena, fueron a dar un paseo por River Walk, y en ningún momento Pedro la soltó de la mano, acariciándole el anillo con el pulgar.

La cena fue en Boudro, un lujoso restaurante con vistas al río. Una botella de champán y un bonito ramo de rosas los esperaban en la mesa. Paula sintió cómo las lágrimas afluían a sus ojos y se puso de puntillas para darle a Pedro un beso en la mejilla.

-Gracias -le dijo-, por hacer esto tan especial.

-Quería que fuera especial -respondió él-. Es el primer día de nuestra vida juntos. Tiene que ser inmejorable, algo que podamos contarles a nuestros hijos -añadió con una sonrisa.

Hijos... La felicidad de Paula se nubló un poco. En los últimos días llevaba sintiendo las molestias del síndrome premenstrual. Dudaba de que tuvieran que preocuparse por un embarazo imprevisto. Y aunque eso debería complacerla, la verdad era que deseaba desesperadamente tener un hijo de Pedro...

-¿Qué pasa? -le preguntó él, tomándole las manos sobre la mesa.

-Nada -dijo ella forzando una sonrisa-. Estaba pensando en lo maravillosa que fue la ceremonia.

Él aceptó su respuesta y siguieron conversando tranquilamente mientras esperaban la comida. En un momento dado, ella sacó el pie de la sandalia y le rascó la pierna distraídamente. El dio un brinco y la miró con el ceño fruncido.

-Deja de hacer eso o voy a tener problemas para levantarme -le advirtió.

Ella soltó una risita y volvió a meter el pie en la sandalia.

Al acabar la cena, el camarero les llevó una porción de tarta de limón. Paula se quedó asombrada. Pedro ya había descubierto que la tarta de limón era su debilidad. Para ser un hombre que no tenía tiempo para irse de luna de miel, había puesto mucho empeño en que aquella velada fuera inolvidable. 

Antes de salir, Pedro envolvió las rosas en papel y se las ofreció. Pero la velada no acababa allí, puesto que a continuación la llevó hasta el embarcadero y pagó un extra para que ambos pudieran montarse solos en una de las barcas. Se sentaron bajo los faroles del dosel y dejaron que el agua los meciera.


«No importa lo que nos depare el futuro», pensó Paula apoyando la cabeza en el hombro de Pedro. «Siempre tendré esto».

No hay comentarios:

Publicar un comentario