Aquella noche, tumbado en la cama individual del dormitorio de su infancia, Pedro todavía escuchaba el dolor en la voz de Paula. La frase lo obsesionaba.
Se sentía como el ser más bajo del universo. Paula lo había dicho, aunque seguramente con ninguna segunda intención. Pero él sabía que la vida de Paula había cambiado tan rotundamente por él.
«Si no la hubieras dejado embarazada, querrás decir».
Sí, eso era lo que quería decir.
Si no la hubiera tocado, si hubiera ofrecido el consuelo que ella necesitaba en lugar del sexo que ella parecía querer necesitar para olvidar el dolor, y si él no hubiera sido un estúpido egoísta después...
Si, si, si...
De nada servía arrepentirse del pasado. La realidad era que Paula y él tenían una hija, y por esa hija tenían que solucionar sus problemas y darle el hogar feliz y estable que se merecía.
Por eso tenía que encontrar la manera de que Paula accediera a casarse con él. De momento parecía resistirse un poco a la idea. ¿Por qué?
Estaba seguro de que el rechazo no era de tipo físico.
Entre los dos había una pasión suficiente para provocar un incendio.
Incapaz de dormir, se levantó y bajó las escaleras descalzo. En la mesa de centro del salón estaba el álbum de fotos regalo de Paula a su padre. La luz de las farolas de la calle se colaba a través de la ventana, y Pedro tomó el álbum y pasó las hojas con gesto ausente.
—¿Pedro?
Sorprendido, casi se le cayó el álbum de la mano. Paula estaba en el último escalón de las escaleras.
—¿Qué haces?
Ahora llevaba el pelo suelto. Incluso en la habitación en penumbra, vio que lo tenía más largo. Más largo que hacía año y medio. Hasta ahora no se había dado cuenta porque siempre lo llevaba recogido en un descuidado nudo encima de la cabeza. En otra persona habría quedado ridículo, pero en ella resultaba encantador. Sobre todo porque no buscaba aquel efecto. Para ella, lo más importante era llevarlo retirado de la cara para que no le molestara.
Si hubiera sido Melanie, probablemente habría estado una hora delante del espejo para conseguir un efecto similar. Melanie. ¿Es que nunca iban a hablar de ella? Su recuerdo se mantenía flotando entre los dos como un globo de helio atado a la mano de un niño.
—¿Te encuentras bien? —preguntó ella, preocupada, vestida con lo que parecía una camiseta larga de hombre con botones, aunque por cómo caía a medio muslo y marcaba las curvas femeninas, Pedro estaba seguro de que no había sido diseñado para un hombre.
—No estoy seguro —dijo él, lentamente.
Enseguida Paula bajó el último escalón y cruzó el salón. Le puso una mano en la frente.
—¿Estás enfermo?
Pedro la miró, de pie tan cerca de él entre las tenues sombras del salón, con los ojos muy abiertos y preocupados.
—No —dijo él—. No estoy enfermo.
Inmediatamente Paula fue a retirar la mano, pero él la sujetó y no la dejó alejarse.
—No te vayas.
Paula se detuvo, pero no habló. Le miró a la cara mientras él tiraba de ella hacia él, hacia su lado. Le pasó una mano por el pelo, le tomó la mejilla, y le frotó ligeramente los labios con el pulgar. Paula tragó saliva.
—Pedro, yo... —se interrumpió y sacudió la cabeza—. Me alegro de que hayamos venido a ver a tu padre.
Él sonrió, y deslizó la mano desde su cara hacia atrás, por los sedosos mechones de pelo.
—Yo también. Olivia lo tiene totalmente embobado. Gracias por dejarle darle el biberón antes.
—No le ha parado de hablar ni un minuto. ¿Te has dado cuenta?
Él asintió.
—Sonaba bastante ridículo.
—Igual que alguien que me sé.
—Eh, yo no sueno ridículo.
—Tienes razón —dijo ella—. Sólo totalmente embobado, ridículamente embobado.
—Sería imposible no estarlo —dijo él—. Es perfecta.
—Casi, sí —dijo ella.
—Se parece mucho a su madre —dijo él—. Que también deja a los hombres totalmente embobados.
Paula dejó escapar un soplido.
—Sabes perfectamente que nunca he dejado embobado a ningún hombre.
El silencio se hizo entre ellos.
Inmediatamente Pedro recordó la cabaña del bosque donde hizo el amor con ella, sintiéndose totalmente embobado y embriagado por ella, recordando la intensa sensación de entrar en su cuerpo.
—En eso tengo que discrepar —dijo él, consciente del tono enronquecido de su voz.
Paula gimió suavemente, inclinando la cabeza hacia delante, en un movimiento que hizo que la melena le tapara la expresión de la cara.
—Ya sabes a qué me refiero.
Pedro le puso un dedo en la barbilla. Aunque Paula no estuviera dispuesta a hablar sobre Melanie, él no iba a permitir que ignorara también lo que había entre los dos.
—Perfectamente. Me recuerda a hacer el amor contigo —volvió a acariciarle el labio inferior con el pulgar—. ¿Recuerdas cómo fue?
Paula aspiró profundamente y su cuerpo se tensó. Por un momento Pedro pensó que no respondería, pero al final ella susurró:
—Lo recuerdo.
Deslizando los brazos alrededor del cuerpo femenino, Pedro la atrajo hacia él.
—Hagamos un nuevo recuerdo.
Paula no se resistió cuando él le tomó la boca con la suya. A él se le aceleró el corazón cuando sintió las manos femeninas acariciándole la espalda, y con la lengua dibujó la línea cerrada de los labios, hasta que ella los separó y él intensificó el beso.
Pedro le tomó los brazos y los colocó alrededor de su cuello, sin dejar de besarla. Paula era bastante más pequeña que él y tenía que estar prácticamente de puntillas. Eso la hizo perder el equilibrio y apoyarse contra él. El suave vientre se apretó contra el miembro erecto, enviándole una oleada de placer por toda la columna vertebral.
Arrancando la boca de sus labios, Pedro depositó un reguero de besos por la garganta femenina y después apartó el cuello del camisón. Paula sólo lo llevaba abrochado hasta el pecho, y Pedro bajó la tela por el hombro dejando al descubierto un trozo de la piel pálida y cremosa.
—Preciosa —susurró sobre su piel.
Alzó una mano y le tomó un seno en la palma, a la vez que acariciaba suavemente el pezón por encima de la tela con el pulgar.
Paula dejó escapar un gemido y echó la cabeza hacia atrás.
—La niña estaba muy inquieta y... —Horacio se detuvo a mitad de las escaleras con Olivia en brazos.
Incluso en la penumbra Pedro vio que su padre arqueaba las cejas.
Paula levantó la cabeza aunque no pudo mirar a Pedro a los ojos. Las últimas palabras de su padre resonaban en su mente como un eco, despertando de nuevo todos los remordimientos que había sentido por ocultar la verdad de su embarazo a Pedro.
A juzgar por el rumbo que iba a tomar su vida, no hacía falta un adivino para saber todo el dolor que le deparaba el futuro. Pero también sabía con plena certeza que si no se casaba con él, el sufrimiento estaba asegurado.
Y supo que iba a aceptar incluso antes de abrir la boca. Prefería vivir con Pedro, sabiendo que no la amaba de la forma que ella deseaba, que vivir sin él y perderlo para siempre. Al creer que había muerto, que se había ido para siempre, fue como si la mitad de su ser hubiera muerto también. Y ahora decidió que prefería tenerlo a medias que no tener nada, a pesar del dolor que eso le produciría en el futuro.
—De acuerdo —dijo.
—¿Qué? —Pedro la miró perplejo, sin entender. Todavía estaba mirando a la puerta donde había estado su padre un momento antes.
—De acuerdo, me casaré contigo.
Eso atrajo la atención de Pedro, que la miró intensamente.
—¿Has cambiado de opinión porque mi padre nos ha sorprendido besándonos? Paula se encogió de hombros.
—Es que sé que Olivia, se merece una familia. Una familia intacta —se corrigió.
Pedro tenía razón. Una hija era una razón más que suficiente para casarse. Todos los niños merecían tener un padre y una madre.
«Y abuelos. Nunca me perdonaré no permitir que conociera a su abuela paterna. Aunque sólo hubiera sido por un día, o por un mes, o por muchos años, debí haberme dado cuenta».
Pedro seguía mirándola, con los ojos clavados en ella como si fueran dos rayos láser que estaban examinándole el alma.
Cielos, ¿acababa de acceder a casarse con él? ¿Con el hombre que amaba desde que era una niña en el parque? Tenía sus razones, se recordó. Olivia necesitaba un padre; merecía una infancia estable con padre y madre.
Criarla sólo con su sueldo de maestra se podía hacer, pero no sería fácil. Con la ayuda de Pedro podría ofrecer a su hija cosas que Paula deseaba para ella: clases de música o de baile, o las distintas actividades que los niños tenían en la actualidad.
Paula por otro lado sólo necesitaba una razón para casarse con él: amor. Ella lo amaba desde siempre, y cuando lo creyó muerto y tuvo que aceptarlo así, fue como si tuviera el corazón hecho añicos para siempre.
Hasta que descubrió que no había muerto.
El corazón se había recuperado mucho más deprisa que su cabeza. A ella todavía le costaba creer que Pedro estuviera allí de verdad. Pero su corazón no tenía ningún problema para amarlo incluso con más intensidad que a los diecisiete años, cuando pertenecía a su hermana.
—Bien —dijo finalmente Pedro, que acababa de ver el paso de distintas expresiones por el rostro de Paula, desde la ternura a una profunda tristeza, y casi prefirió no saber a qué se debían—. ¿Cuándo?
—¡No lo sé! —respondió ella, todavía perpleja—. ¿Tenemos que decidirlo esta noche? Él asintió.
—Sí, antes de que te arrepientas —dijo él, y chascó los dedos—. Ya lo sé. Podemos parar en Las Vegas de regreso a Nueva York.
Paula lo miró horrorizada.
—No pienso casarme en una capilla de la capital mundial del juego. Además, ¿qué haríamos con Olivia?
—¿Llevarla con nosotros? —sugirió él, encogiéndose de hombros.
—No —dijo ella—. Rotundamente no. Volveremos a Nueva York y solicitaremos la licencia como todo el mundo. Después esperaremos a que nos la den y haremos las cosas bien. No tengo intención de decirle a Olivia que nos casamos en Las Vegas por una decisión repentina.
—O a nuestros otros hijos —dijo él, con fingida expresión de inocencia.
—¿Nuestros otros...? —Paula se interrumpió y lo miró—. ¿Lo has dicho para asustarme, verdad? —lo acusó.
Pedro sonrió.
—¿Te ha asustado?
—Supongo que sí —dijo ella, esbozando una sonrisa.
Pedro continuaba abrazándola, muy consciente del pulso acelerado y de las suaves caderas femeninas contra él.
Sin dejar de mirarla, le puso las manos en las caderas y la apretó firmemente contra él. Después se movió ligeramente.
—Te deseo —dijo.
Paula cerró los ojos.
—Aquí no —dijo ella, con voz casi inaudible.
—No —dijo él, depositando un fuerte beso en sus labios—. Aquí no. Pero pronto.
La comencé a leer hoy y me devoré los 16 caps en media hora. Me encanta esta adaptación Yani.
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