De pronto se le vino a la memoria una conversación mantenida con otro médico un año atrás. Una conversación que creía haber olvidado.
Un día estaba con Paula en la cafetería, cuando otro médico se les unió en la misma mesa. Paula lo había tratado con su cortesía habitual, y en cuestión de minutos el tipo la estaba haciendo reír sin parar.
Cuando ella había mirado el reloj y se había levantado, el médico había hecho ademán de acompañarla, pero Pedro lo había detenido con una palabra cortante y había regresado con ella a la unidad de cuidados intensivos. Horas más tarde, se tropezó de nuevo con el médico en cuestión.
-Eh, Alfonso -le había dicho-. ¿Sales con Paula Chaves? -Pedro se limitó a mirarlo-. Porque si no es así, voy a invitarla al cine o a salir por ahí.
Pedro se había quedado mirándolo, sintiendo cómo la furia lo abrasaba por dentro. Tuvo que recordarse que Paula no era suya. Sólo eran amigos. Aun así, aquel tipo no era lo bastante bueno para ella. Era muy agradable, pero el largo historial de corazones rotos que había dejado en el hospital era prueba suficiente para Pedro. Paula merecía a alguien que la tratara como si fuera lo más preciado del mundo.
-Aléjate de Paula -le había dicho finalmente, sin poder contenerse. Su tono fue tan brusco que el otro hombre arqueó las cejas y se encogió de hombros.
-Eh, chico, no pretendía entrometerme en tu camino -le dijo.
No se había entrometido en su camino, se dijo Pedro. Pero no quería ver cómo a Paula la tomaba alguien que no reconocía su verdadero valor.
El día de la boda amaneció soleado, y al mediodía la temperatura era muy agradable para ser finales de enero. Un día perfecto para una boda. Poco antes de las once, tomaron la carretera interestatal hacia River Walk y el histórico distrito de La Villita, rodeado por King Phillip Walk, Villita Street y Alamo Street. La pequeña iglesia estaba entre una joyería y una galería de arte, y detrás del patio trasero había una hilera de pequeños comercios.
Miranda, Ryan y Lily estaban ya en el interior cuando llegaron Pedro y Paula. Miranda y Lily se llevaron a la novia aparte mientras Ryan subía con Pedro los escalones hacia el arco de la entrada.
-Toma, querida -Lily le entregó a Paula un hermoso ramo de lilas y rosas. A Miranda le endosó un ramillete a juego y luego se fue con un puñado de rosas en busca de los hombres.
-Estás preciosa -le dijo Mirada con los ojos llenos de lágrimas.
-Es el vestido -respondió Paula pasando la mano por la tela blanca-. Sin tu ayuda no habría encontrado algo tan bonito -Miranda la había llevado a comprarse el vestido de novia, ignorando sus protestas de que con un simple traje bastaría. Pedro le había dicho que quería a Paula de blanco, y no había más que hablar.
-No es el vestido -replicó con una sonrisa-. Aunque realmente es precioso. Eres tú, querida. Eres tú quien brilla con luz propia -miró hacia el fondo de la iglesia, donde Pedro y Ryan estaban hablando con Lily y el párroco. El altar de madera estaba adornado con gladiolos blancos y rosados, mientras que las velas de los candelabros laterales estaban entrelazadas con hiedras y rosas. Sobre el altar, la vidriera relucía como un conglomerado de joyas azules.-. ¿No te parece que la iglesia está preciosa?
-Lo está -dijo con un tono reverencial-. Aún no me puedo creer que vaya a casarme aquí -no pudo evitar una risita-. La verdad es que aún no me puedo creer que vaya a casarme, punto.
-Pues vas a hacerlo -le dijo Miranda-. Y enseguida. Pedro no puede dejarte escapar -su expresión se suavizó al instante-. Siempre me ha preocupado mucho. Las pocas mujeres con las que salió eran superficiales y egoístas, más centradas en su propia imagen que en Pedro. Empezaba a temer que elegía a esa clase de mujeres a propósito. Mi hijo es un hombre muy solitario, y una mujer así no amenazaría su soledad -hizo una pausa-. Pero tú... tú no podrías ser más diferente. Desde que está contigo lo veo más abierto y feliz que nunca. Y creo que se debe a que tú lo amas.
-Lo amo desde que lo vi por primera vez -confesó Paula con una temblorosa sonrisa. Deseaba que las palabras de Miranda fueran ciertas, pero ella no había visto que hiciera especialmente feliz a Pedro, salvo en la cama. De hecho, parecía más malhumorado e introvertido que antes-. Pero nunca imaginé que se fijaría en mí.
-¡Bueno, doy gracias al Cielo de que lo haya hecho!
Paula podría haberle replicado, pero no tenía sentido enturbiar su alegría.
Miranda se volvió y de una bolsa sacó un gran velo de encaje español.
-Aquí está el velo que te prometí -dijo, mostrando la delicada prenda-. Perteneció a Rosita Pérez, el ama de llaves que me crío a mí y a mis hermanos. Muchas novias de las familias Alfonso y Pérez lo han llevado, y significa mucho para Ryan.
-Es precioso -Paula permaneció inmóvil mientras Miranda se lo colocaba sobre el pelo-. Gracias por compartirlo conmigo.
-Es un placer. Yo nunca lo llevé -dijo tristemente.
-Aún hay tiempo para eso. Nunca se sabe. Puede que tu Príncipe Azul esté esperando tras la esquina.
Miranda no sonrió.
-Conocí a mi Príncipe Azul hace mucho, y lo perdí. Desde entonces no he querido besar más ranas. Si puedo pasar el resto de mi vida sin perder nada de lo que tengo, me daré por satisfecha.
-La satisfacción no es lo mismo que la felicidad. Creo que deberías intentar ser feliz -Paula le puso una mano en el hombro y decidió cambiar de tema-: Quiero darte las gracias por haber hecho tan especial este día. Lo único que podría mejorarlo es que mi madre estuviera aquí.
-Yo también lo deseo, querida. Estoy segura de que es igual que tú -la voz le tembló y ambas mujeres sorbieron por la nariz para evitar las lágrimas-. Pedro me matará si te hago llorar -le dijo riendo.
-Muy bien, ¡creo que estamos listas! -dijo Lily, que volvía por el pasillo con una radiante sonrisa-. Gabrielle y Esteban acaban de llegar -se detuvo a medio metro de Paula-. Oh, cariño, estás preciosa. Tu pelo y ese velo... y el vestido... -los ojos le brillaron-. ¡Pedro va a caerse de espaldas cuando te vea! -le dio un suave abrazo y la besó en la mejilla-. Buena suerte, querida.
Ryan se acercó en ese momento por la alfombra roja.
-Bueno, Paula, ¿lista? Pedro dice que tenemos que empezar a movernos -hizo una pausa y la recorrió con la mirada-. Estás arrebatadora -a continuación le ofreció el brazo a su hermana-. Vamos, Miranda. -Es hora de sentarse. La escoltó hasta la primera fila y luego volvió para ofrecerle el brazo a Paula.
-Gracias -dijo ella, un poco sobrecogida. ¿Cómo era posible que Ryan Alfonso la llevara hasta el altar? Entonces sintió una punzada de tristeza.
Aun estando vivo, su padre nunca habría estado allí, interpretando la tradición. Ocho meses atrás no había estado preparada para perdonarlo.
No, se habría regodeado en su merecido desprecio y no le habría permitido acompañarla por el pasillo de la iglesia. Aquel pensamiento hizo que las lágrimas que creía reprimidas afluyeran a sus ojos, y tuvo que elevar la vista al techo y parpadear con fuerza para apartarlas.
-Es un placer, querida -la reconfortante voz de Ryan la devolvió a la realidad-. Creí que ya no volvería a hacer algo así, puesto que Vanesa, Victoria y Gabrielle están casadas. Realmente es un placer.
Se volvió y le asintió al organista que aguardaba pacientemente junto al órgano. Mientras los acordes de la marcha nupcial de Lohengrin llenaban la iglesia, Ryan se inclinó sobre Paula y la besó en la frente.
-Bienvenida a la familia.
La ceremonia fue corta y convencional, pero, gracias a Miranda, transcurrió a la perfección. Paula caminó por el pasillo central del brazo de Ryan, entre los bancos de reluciente madera tallada, con la vista fija en Pedro. Se lo veía serio, pero el brillo de sus ojos convenció a Paula de que le gustaba su atuendo. Un intenso arrebato de felicidad la invadió cuando la tomó del brazo de Ryan, quien fue a sentarse entre Miranda y Lily. Gabrielle y
Esteban estaban al otro lado del pasillo con Anita.
Como no había ningún familiar de Paula, prescindieron del acto de entrega de la novia. Antes de que se diera cuenta, estaba repitiendo los votos a Pedro con voz tranquila y serena. Entonces él pronunció los suyos, mirándola fijamente a los ojos. Paula fue consciente de que Miranda estaba llorando, mientras su corazón atesoraba cada palabra que oía de labios de Pedro. Se intercambiaron los anillos y, tras una escueta bendición, el párroco los proclamó marido y mujer ante los aplausos de la familia.
Después de la ceremonia, Miranda los condujo al patio trasero, donde un fotógrafo les tomó varias fotos en los escalones de la fuente de piedra. Mientras recibía una instantánea tras otra, Paula se preguntó si el amor que sentía por el hombre que tenía al lado se reflejaría en su rostro cuando se revelaran las fotos.
Preciosos los 2 caps. Me encanta esta historia.
ResponderEliminar