Divina

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domingo, 26 de julio de 2015

El Hombre Más Deseable Capítulo 14



-¿Entonces no tienes planes definitivos, Luciana? -preguntó Miranda-. Porque si tienes tiempo y te apetece, me encantaría que te quedaras aquí todo el tiempo que quieras.

Paula vio cómo el rechazo se reflejaba en el rostro de la joven.

-No lo decidas ahora -se apresuró a intervenir-. Tómate tu tiempo para pensarlo -se volvió hacia Miranda-. Creo que Luciana debe protegerse de este sol. ¿Por qué no comemos?


La comida transcurrió más relajadamente de lo que ella había esperado.
Pedro se puso a contar historias del hospital, Gabrielle le enseñó fotografías a su hermana, y Flynn Sinclair respondió pacientemente a las preguntas sobre el arte de la investigación. Fue una conversación superficial, pero Paula supo que era precisamente lo que los gemelos necesitaban mientras asimilaban el impacto de su nueva situación.

Finalmente, Pedro se puso de pie y miró hacia la puerta. Paula captó el mensaje y también se levantó.

-Gracias por la comida, madre -dijo él besando a Miranda en la mejilla-. Tenemos que irnos. Los días libres de Paula no suelen coincidir con los míos, y por eso tenemos cosas de las que ocuparnos.

Federico y Flynn se levantaron, y lo mismo intentó hacer Luciana, pero Pedro le puso las manos en los hombros y se lo impidió con delicadeza.

-No, no te levantes -se inclinó y la besó en la mejilla-. Ha sido fantástico conocerte.

Luciana alzó las manos y se aferró a las de Pedro, que aún estaban en sus hombros.

-Gracias. Has hecho que sea mucho más fácil de lo que esperaba.

Pedro estrechó la mano a los hombres mientras que Paula se despedía. 

Minutos más tarde, estaban en el Explorer de camino a casa. Él no parecía querer hablar, y ella respetó su silencio.

Al llegar a casa, él se tumbó en una butaca y ella fue a la cocina a preparar café para ambos. Tras ponerle la taza en las manos, rodeó el asiento y empezó a masajearle los hombros y el cuello.

-Pareces estar hecho de cemento -le dijo mientras le hundía los pulgares en los agarrotados músculos. Lentamente, consiguió relajarlo y Pedro se inclinó hacia delante para permitirle un mejor acceso a su espalda. Incluso se quitó la camisa para que sus manos se extendieran sobre la piel desnuda.
Ella se sentó en uno de los brazos del sillón y siguió masajeándolo. Entrelazó los dedos entre su pelo y le frotó el cuero cabelludo. Luego, le hizo suaves círculos en las sienes antes de volver a la espalda.

Era maravilloso sentir el tacto de Pedro bajo sus manos. Tanto, que su propio cuerpo empezó a responder de deseo y excitación. Se moría por apretarse contra él, pero no podía iniciar un acto amoroso. No soportaría que él la rechazara.

Entonces Pedro soltó un ronco gemido y se puso en pie, la agarró y la apretó contra él. Los dos gimieron al mismo tiempo.

-Gracias. Ha sido genial -su respiración era acelerada-. Pero esto es aún mejor -sus manos se movieron hacia los botones del vestido de Paula, y en pocos segundos la prenda caía a sus pies. No llevaba sujetador, y Pedro sintió la llama del deseo mientras tomaba en sus manos aquellos hermosos pechos. Rápidamente, se desabrochó el pantalón y la presionó contra su miembro endurecido.

-Te deseo -murmuró, llevándola hacia el sofá.

Momentos después los dos cabalgaban hacia la cima del orgasmo. Tras alcanzar el éxtasis, Paula agachó la cabeza y apoyó la frente contra el cuello de Pedro, mientras los dos recuperaban el aliento. Pero entonces él la sujetó por la nuca, le hizo mirarlo y la besó. Fue un beso sorprendentemente tierno e íntimo, como nunca la había besado antes. 

Paula no podía explicarlo con palabras, pero sentía que era distinto. Entonces él se retiró unos centímetros y levantó la cabeza.

-Paula... -pareció dudar un instante.

-¿Sí? -se sentía como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento sorprendente.

-Tú me quieres, ¿verdad? -sus ojos brillaban como llamas verdes, fijos en ella.

Paula cerró los ojos y sintió que caía por el precipicio en cuyo borde se había estado balanceando. ¿Se enfadaría Pedro si le decía que sí? Se preguntó cómo podría suavizar la situación. ¿Le había dicho que lo quería durante el acto? No lo recordaba.

-¿Paula? -la sacudió ligeramente y ella abrió los ojos. El estaba sonriendo, con expresión retraída-. ¿Me quieres?

-Yo... -la sonrisa de Pedro selló su destino y barrió su sentido común-. Sí -respondió en un débil susurro.

-Dilo.

-Te quiero -lo miró a los ojos, preguntándose qué estaría pensando, pero todo lo que vio fue placer y satisfacción.

-Estupendo -dijo él-. Eso creía -la volvió a apretar contra su pecho y soltó un bostezo-. Me alegro.

Ninguno de los dos habló durante un largo rato. Ella no había esperado oír de él que la amaba, así que no estaba decepcionada... o al menos eso intentaba creerse. Tendría que bastarle con que él aceptara su amor. 

Después de todo, nunca se había imaginado que fueran a casarse, por lo que aquella nueva intimidad era un regalo inesperado. Por supuesto que lo era.

Cuando Pedro volvió a abrir los ojos, Paula seguía acurrucada en sus brazos y él aún tenía su miembro introducido en ella. Movió ligeramente las caderas y fue recompensado con la presión de los muslos de Paula. ¿Cómo demonios podía estar tan excitado si acababan de hacer el amor?

-¿Ha sido eso una invitación? -le preguntó ella, y le dio un beso en el pecho.

Él se echó a reír sin poder evitarlo. No podía negar que Paula lo hacía feliz. ¿Por qué no se había casado antes con ella? ¿Y por qué seguía luchando contra sí mismo?

-Sí -le respondió-. Es una invitación a pasar el resto del día en la cama.
Ella se sentó lentamente y se echó el pelo hacia atrás.

-De acuerdo. Pero tendrás que alimentarme.

-No te preocupes -dijo él, mordisqueándole el labio inferior, enrojecido e hinchado-. Te alimentaré.

Al caer la tarde, los dos estaban demasiado agotados como para moverse. Los restos de un sándwich de pavo estaban desperdigados sobre un plato en la mesita de noche. Pedro estaba tumbado de espaldas, con Paula acurrucada a su lado.

-Me pregunto si podré caminar mañana -dijo él-. Si mis rodillas flaquean en la sala de partos, van a pensar que es por la visión de la sangre.

-Mejor que piensen eso a otra cosa -observó Paula.
Él sonrió y le pasó una mano por los rizos.

-No te he dado las gracias por lo de hoy. Realmente tienes un don para hacer que los demás se sientan cómodos. Tu presencia ha ayudado mucho a que esta primera reunión haya sido un éxito.

-Espero que haya ido bien -dijo ella, pensativa-. Sé que ha sido muy difícil para ti.

-Al principio me sentí celoso -confesó él-. Un poco. Ella es mi madre, y me irritó que estuviera tan entusiasmada por conocer a dos extraños. Sé que no tiene sentido, pero...

-No serías humano si no te sintieras un poco amenazado -apoyó los antebrazos en su pecho y dejó que el pelo cayera en cascada sobre ambos-. ¿Qué piensas de ellos?

-Me gustan -respondió lentamente-. No estaba seguro de que así fuera, pero una vez que los conocí... me sentí bien.

-Son muy diferentes -dijo ella-. Luciana parece un espíritu libre, mientras que Federico no parece ser capaz de relajarse.

-Estaba muy tenso -corroboró Pedro-. Me hubiera gustado hablar con él de su trabajo, pero se mostró muy distante.

-Dale tiempo. Espero que Luciana decida quedarse con Miranda. O al menos, quedarse en San Antonio. A tu madre le encantaría.

-Mi madre se muere de impaciencia por tener un nieto -dijo él secamente-. Espero que los dos le den una oportunidad.

Volvieron a quedarse en silencio. Ella deslizó los brazos a los costados, y él la rodeó con los suyos.

Era una sensación exquisita, pensó Pedro. Y no era la primera vez que se sentía así. Cierto era que nunca había aceptado con facilidad a las personas, y que había creído que el amor que profesaba a su hermana y a su madre era suficiente. Sin amor, no había dolor.

Pero con Paula se había convertido en una persona diferente. Le había dicho cosas que nunca le había dicho a nadie. Sentía que podía depender de ella. Lo amaba y no le haría daño. Se estremeció de felicidad al recordar su dulce voz repitiéndole esas palabras una y otra vez mientas hacían el amor. 

No. Paula jamás le haría daño. Y no pasaba nada por necesitarla. Podía aceptar su amor y hacer todo lo que estuviera en su mano para que ella jamás se arrepintiera de haberse casado.


Se dijo que no importaba no haber respondido a su declaración. El amor no había formado parte de su acuerdo. Amar a Paula parecía mucho más aterrador que reconocer que la necesitaba. Y, por mucho que lo lamentara, sabía que no podría decirle esas dos palabras mágicas. 



Gracias Por Leer y Comentar Siempre !!!





1 comentario:

  1. Por qué es tan cerrado?? Si está enamorado Pedro de Pau, x q no le puede decir que la ama?? Buenísimos los 2 caps.

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